No tardé mucho en descubrir lo atractiva que era mi madre. Mis amigos no se privaban de manifestarme continuamente lo buena que estaba, resaltando sus pechos grandes pero firmes, sus caderas sensuales y su culo prieto y respingón, que envidiaría cualquier caribeña. Ni los empleados de mi padre, que cada vez que venían a casa cobrar el salario de nuestra empresa de transportes estaban más pendientes de sus curvas que de la propia paga que les correspondía.
Efectivamente, mamá, ya cerca de la cincuentena, era una hembra de armas tomar, con su cabello castaño en media melena, rostro claro, ojos grandes y profundos bien remarcados por rimmel, boca con carnosos labios pintados de rojo… Un bellezón con el que compartía mi vida y que me empezó a obsesionar, por lo que, casi sin querer, comenzó a ser fuente de mis fantasías eróticas… y destinataria de mis pajas más calientes.
Aquella tarde que quedé solo en casa me dediqué a hurgar en los cajones de su cuarto. Acaricié sus braguitas esmeradamente ordenadas en la cómoda y me puse un sujetador de encaje negro, comprobando que, efectivamente, el tamaño de sus tetas era espectacular. Empecé a ponerme palote. Pero algo me decía que mamá guardaba algún secreto muy particular.
Fue cuando revolviendo en el armario de los zapatos, muy al fondo, descubrí que dentro de una zapatilla vieja guardaba un consolador de considerable tamaño. Bueno, no sé si un consolador o dildo, o como se llame ese artilugio masturbatorio femenino con forma de pene de plástico rosado color carne, rematado por un glande como un champiñón gigante y donde se marcaban unas venas de gran realismo. "Ya sé cómo se alivia la calentura la muy zorra cuando mi padre está de viaje", pensé con la polla a punto de reventar bajo el pantalón.
Estaba convencido de que mamá tardaría en llegar a casa. Después de recoger a mi hermana en el colegio ambas irían a visitar a mi abuela. Y a las dos mujeres le gusta el palique. Por otro lado, mi padre estaba de viaje por tres días: había tenido que sustituir a uno de sus empleados y conducir él mismo un camión con mercancía a otra ciudad. No lo pensé dos veces.
Me desnudé, me puse unas braguitas blancas y el sujetador y me tumbé sobre la cama matrimonial. Comprobé que el dildo funcionaba perfectamente, tenía puestas las dos pilas preceptivas. Instintivamente, lo llevé a la nariz. Olía a coño, a un inconfundible aroma reciente de fluidos vaginales. "Cómo disfruta la perra en ausencia de papá", pensé. Bajé las bragas hasta las rodillas, lamí el consolador y traté de metérmelo en el ano. Misión imposible Era la primera vez que algo semejante profanaba mi orificio y la verga de un actor porno iba a ser muy fuerte para iniciarme. "Seguro que hay crema por algún lado", cavilé.
Efectivamente, en la mesita de noche, aparte de una caja de condones y sus pastillas para dormir, había un botecito de vaselina. Unté el aparato y también mi ano. Con mis piernas en alto, el dildo fue introduciéndose poco a poco en mi culo, casi hasta el fondo. Conecté el vibrador. La sensación de placer fue indescriptible. "Pues imagínate esto en la concha de mi madre", empecé a fantasear. No necesitaba masturbarme, solo acariciar los huevos con la otra mano, tanto era el placer que sentía notando la cabeza del dildo masajeando mi próstata. Así un buen rato, en un saca y mete lento y rítmico. Iba a estallar.
Me revolví como una sabandija imprimiendo más potencia al vibrador. Me voy a correr, gimo como una puta, imaginando que es mi madre la que orgasmea con una verga que no es la de su marido. Una ráfaga de leche sale disparada con tanta fuerza que me alcanza de lleno la cara. Caigo exhausto. El corazón late a mil. Hacía tiempo que no había disfrutado con tanta intensidad y en un ambiente tan morboso. No me queda ni una gota en los cojones. Me recompongo y limpio convenientemente el cipote artificial. Pero mientras devuelvo braga y sostén a su sitio aún maquino la última perrería para con mi madre: untaré con la lefa que pringa mi pecho la soberbia verga del dildo. Y si esta noche la muy zorra se masturba tendrá el semen de su hijito dentro. Vuelvo a empalmarme solo de pensarlo. ¡Mira que si queda preñada!