Mis palabras me terminaron matando ese día.
– No, amor, tú hazme lo que quieras.
Y Caleb hizo conmigo lo que quiso.
Su enorme pene, erecto e intimidante como él solo, me había hecho sentir uno de los dolores más fuertes de mi vida, lo largo, lo jodidamente ancho que era, cómo podía sentir cada músculo de su miembro. Era un placer increíble, pero cómo costaba aguantar el dolor que venía con él. Pero si Karo lo aguantaba, yo no podía ser menos.
Me llevé una mano a la boca y con la otra apreté fuertemente las sábanas. Caleb me había pedido ir rápido y yo le di rienda suelta, su pene de 23 cm empezó a taladrarme como si estuviera hecha de piedra, sin consideración alguna. Yo simplemente no podía rendirme. Me estaba lastimando, pero parte de ello era tan placentero que seguí soportando el entrar de su miembro en mis interiores, el impacto de sus huevos en mis nalgas, el calor de su carne tocando la mía. No iba a tardar mucho en venirme, de hecho, de mis 17 parejas sexuales que había tenido a lo largo de mi vida, Caleb era el que más me estaba haciendo sufrir, pero también el que me llevó al orgasmo con pura penetración más rápido. Para que entiendan un poco, sentía un calor exagerado en la ingle, acompañado de un dolor muy potente, pero soportable, a la vez que un cosquilleo en mi zona púbica y vaginal anunciaba mi orgasmo.
Me arrepentí de no haber dicho nada cuando mencionó que mi vagina no era "chiquita y delicada", y aunque era más grande que la de mi hija, llevaba 5 años sin recibir un pene dentro, 5 años sin usarla para darle placer a un hombre.
El orgasmo llegó y fue glorioso. Caleb no había sacado el pene aún y yo me quité la mano de la boca e intenté empujarlo para no eyacular.
– ¡No, quítate, déjame descansar, amor, por favor! – Le grité a la vez que lo empujaba con mis brazos, pero estaba débil, su cogida me tenía así, temblorosa y batallando para pronunciar palabra entre mis sollozos.
Caleb me agarró con fuerza y aceleró aún más, y, dando una última embestida en la que todo su pene se hundió en mi vagina, me hizo eyacular. Salió a presión, o así lo sentí yo, tuve que dejar de empujarlo a él y arrastrarme yo como pude para que mi eyaculación saliera libremente, pero no fue lo único que salió. Me estaba orinando encima, por suerte estaba bien hidratada, como siempre, así que era cristalina y se confundía con mis chorros de fluidos vaginales, porque qué vergüenza me hubiera dado si mi yerno se hubiera enterado… pero se enteraría en unos minutos.
Caleb me veía temblorosa, acelerada, congestionada y, en general, muy débil. Se acercó a mí y yo no me moví. Qué poca mujer me sentí en ese momento, tan afectada, tan debilucha y tan inferior a mi hija… Se acercó a mí con su pene erecto, palpitando, sus testículos hinchados y rígidos, listos para soltar leche, me arrepentí al instante de haberlo sacado, claramente estaba cerca de eyacular.
-Dios, ¿te lastime? -Me preguntó a la vez que echaba una mirada a mi vagina, roja y húmeda.
-No, es que… estuvo muy rico, amor -Me llevé una mano a mi labia vaginal y la abrí, mostrándole mi rosa roja a Caleb, pero hasta eso me dolió un poco y un espasmo me hizo estirarme de golpe sobre la cama.
-No, mejor le paramos, creo que sí te hice daño.
-No te asustes, llevaba años sin hacer esto… y lo tienes muy grande, dame un minuto.
Caleb claramente estaba asustado, su mirada de preocupación y sus caricias en mis pantorrillas me mataron de ternura, no podía dejar las cosas así. No voy a mentir, en ese momento no pensaba en darle placer por pura voluntad propia, quería demostrarme a mí misma mejor que Karolina, que podía provocar un orgasmo sin necesidad de lamerle el culo a mi hombre, pero hubo algo en su mirada, en la manera en la que me acarició y lo preocupado que parecía que me hicieron quererlo para mí sola en ese momento.
-No me miras así, Caleb, por favor, ven y dame un beso.
Él se acercó a mí y se acostó a mi lado, me tomó del lado derecho de mi cadera y me ayudo a ponerme de costado frente a él. Lo miré fijamente y él me desvió la mirada. Lo agarré de una oreja y lo obligué a verme.
-En serio, hijo, no me lastimaste -Le dije ya un poco más calmada antes de robarle un beso.
Él me tomó de las sienes y ambos cerramos los ojos, beso de enamorados, tan cálido y cargado de paz y amor que hasta me relajé un poco. Caleb fue el que cortó el beso y en seguida dirigió su cabeza a mi pecho, no para nada erótico, simplemente reposó su cabeza entre mis pechos un momento.
-De verdad, perdón si te hice daño, aunque sea un poco, Mariana.
-Deja de disculparte, Caleb. Por favor, me sorprendiste un poco, eso es todo.
-¿De verdad estás bien?
-De verdad, si me hicieras daño, te lo diría.
Sacó su cabeza de entre mis pechos y fue entonces que tuve línea de visión directa con su pene, estaba empezando a perder la rigidez y a ponerse flácido. No podía permitirlo.
Le agarré las pelotas con fuerza y empecé a masajearlas, un truco que aprendí cuando era jovencita.
-Vamos a estar aquí hasta que se te vacíen -Le dije. Y la mirada que Caleb me echó podría definirse como pura excitación.
Se acostó boca arriba y me invitó a montarlo.
-Tú dirígenos, ten el control -Me dijo mientras yo terminaba de erectar su verga.
-Ok, bebé -Le dije antes de darle un beso en su pezón derecho.
Una vez estuvo tan duro como antes, me subí encima de él, primero haciendo cuclillas y después dirigiendo su pene a mí interior con la mano, él me puso las manos en las caderas y después en las nalgas, ayudándome a mantenerme con las piernas flexionada sin tanta dificultad. Para mi sorpresa, su pene se deslizó dentro, dolía un chingo, pero no como antes. Tenía que esforzarme para no llorar y gritar, pero claramente Caleb lo estaba disfrutando, quitó su mano izquierda de mis nalgas y empezó a pellizcar mi seno derecho. Nuestras miradas fijas el uno en el otro, nuestros cuerpos bien compatibles. Estaríamos así unos cinco minutos, puede que un poco más, y pude sentir esas pulsaciones con cada flexión que hacía con mi vagina alrededor de su pene. Y cuando estuvo bien palpitante, cuando su verga parecía ser un corazón dentro de mi vagina, fue que, nuevamente, Caleb me haría su objeto.
-¡Perdón, Mariana!
Me jaló de las pantorrillas, haciéndome caer de nalgas sobre la cama a la vez que, con una rapidez que me asustó, él se colocaba encima mío sin sacar su pene. Me abrió de piernas y, nuevamente, se dejó ir sin consideración alguna. Sus caderas arremetían con fuerza y la rapidez con la que metía y sacaba hacía que mis labios vaginales, tensos alrededor de su pene, se sintieran estirados y maltratado, mi vagina apretando con fuerza esa verga a punto de eyacular. Empecé a gritar, pero Caleb no paró y entonces lo vi tensarse encima mío, cada fibra de músculo de su cuerpo se marcó, sus ojos se pusieron en blanco y, a pesar de que yo estaba lagrimeando y un poco asustada por los estragos que me estaba haciendo en la vagina, no pude evitar gritar de alegría cuando empecé a sentir su bombeo. Instintivamente le escupí en el pecho mientras él llenaba mi vagina de su esposo esperma. Claramente no se pudo contener más, mi yerno amable desapareció durante la siguiente media hora, y su "suegra" amable y comprensiva también.
-Ahora sí, cabrona -Dijo aun eyaculando- voy a llenar el hoyo del que salió mi novia.
Y se fue bien fuerte sobre mi vagina, moviendo sus caderas con la misma fuerza a pesar de que recién había eyaculado. Su pene vibraba en mi interior como loco y, después de que dijera eso, yo también me di rienda suelta.
-¡Dime que te cojo mejor, dilo, dime que soy mejor que tu novia!
Rodeé su cuello con mis brazos y, sin separarnos, Caleb se sentó con las piernas abiertas y conmigo encima, sosteniéndome con ambos brazos en mi espalda mientras sus caderas me hacían pasar por el paraíso y el infierno a la vez, el disfrute del pecado en todo su esplendor.
Caleb me miró con ojos desafiantes y burlescos y eso desató mi enojo, esta vez de verdad. Lo agarré del cuello con las dos manos y me abalancé sobre él, obligándolo a acostarse conmigo encima. Empecé a apretar con fuerza.
-¡Dilo, pendejo, dime lo que tú y yo ya sabemos!
Le escupí en la cara, mi saliva le cayó en la mejilla y en ese momento Caleb, con fuerza pero con cuidado, me agarró del pelo y me obligó a besarlo. Fue un beso agresivo, sin amor ni calidez alguna, pura pinche calentura. Cuando me cacheteó para separarnos, Caleb me agarró con fuerza de la mandíbula y, aún con mis manos apretando su cuello, acercó mi oreja a su boca.
-¡Coges más rico que mi novia!
Yo sonreí, pero él no me iba a dejar hablar.
-¡Más rico que Karolina!
Sus caderas se volvieron locas y su pene tenía fuertes espasmos en mi interior.
-¡Coges mejor que tu pinche hija!
Eso último acabó con él. Eyaculó otra vez, yo me eché completamente sobre su pene, dejando que mi pubis chocara con el suyo, mis vellos púbicos sobre su piel depilada, moví mis caderas y disfruté mientras mi yerno me rellenaba de jugo para hacer bebés.
Ahí acostados, con el pene de Caleb en mi interior, con su espalda, nalgas, piernas, brazos y cabeza marcadas como una mancha de sudor sobre las sábanas, con mi squirt y orina sobre el colchón y con esperma colándose entre un pene y mis labios vaginales, Caleb empezó a besarme. Sus labios manchados de mi labial, su cara viscosa y sus labios carnosos con cierto sabor a mi vagina, ese gusto ácido que había mencionado.
Cuando nos separamos, Caleb me jaló un poco más hacia él, dejando así que su pene, ahora flácido, se deslizara fuera de mi vagina. Y fue ahí cuando me di cuenta de que era imposible no quedar preñada de todo eso. Literalmente, se estaba desbordando, no era un poquito, era un constante hilo blancuzco de esperma que salía de mi vagina y caía sobre el pubis de Caleb tras recorrer mi pubis, mi alfombra púbica se manchó tanto que, literalmente, el semen podía moverse rápido por encima de mis pelitos.
Pero cuando quise decirle esto a Caleb, me lo encontré babeando, dormidito y feliz como él solo. Tenía un brazo sobre mí y el otro estirado. Todavía teníamos cinco horitas para nosotros, así que, con mucho cuidado, me levanté, fui al baño y observé un grave error en cuanto me limpié la cara y volteé a ver en dirección a la cama. Había chorreado la alfombra de esperma. Pero a la verga, no me iba a poner a limpiar eso en el momento, me degusté un cuerpazo, a un buen muchacho desnudo sobre mi cama, apestoso a sexo, a sus fluidos y a los míos. Dejé que Caleb durmiera hasta que se despertó dos horas más tarde.
Nos tomamos, entre los dos, un garrafón de los chicos de agua y después aprovechamos la privacidad de mi casa para pasearnos desnudos, comer desnudos, bailar desnudos y, finalmente, nadar desnudos en nuestra piscina. Fue ahí, en la piscina, que me di cuenta que el novio de mi hija me había dado la mejor tarde de TODA MI VIDA. No sólo fue el sexo, fueron las risas, las caricias, el amor, más que otra cosa el amor. Su mirada, su lenguaje corporal, sus palabras, su todo. Me enamoré del mismo hombre que mi hija en ese momento, pero yo sí podía hacerlo feliz. Y, aunque en ese momento parecía una locura, sí que terminé haciéndolo feliz, a pesar de haber destruido la relación con mi hija y tras un incidente con mi esposo.
¿Lo que me hizo decidirme a llevar las cosas al siguiente nivel? Sus palabras.
Estábamos en las escaleras, simplemente dejando que el agua nos cubriera de la cintura para abajo, él me tenía agarrada de la cintura y yo masajeaba su miembro flácido con mi cabeza apoyada en su pecho.
-Qué injusto es todo esto.
-¿Por qué injusto? -Le pregunté.
-Porque tú podrías ser mía, si no tuvieras esposo…
-Y si tú no tuvieras a mi hija.
-Ojalá fuera así.
Yo sentí que, quizá, estaba confundiéndolo, tuve que rectificar.
-No digas eso, le haces mucho bien a Karito.
-Pero quisiera hacerte eso a ti.
-Te estás confundiendo, Caleb, no… no saquemos esto de contexto.
-No estoy confundido. Llevo pensando esto meses, Mariana, desde que me sacaste a bailar en Cuernavaca ya me estaba enamorando de ti…
No supe qué decir, habían pasado más o menos 3 meses de aquello.
-Me haces sentir muy… querido, y seguro y me gusta estar a solas contigo, más que con Karo o cualquier otra persona.
-No… no digas eso, podría ser tu madre, Caleb, carajo.
-Pero no lo eres, sigamos con esto, aunque sea a escondidas, con tal de estar contigo sigamos a escondidas.
Yo lo había llevado a esto, no había marcha atrás, ambos teníamos sentimientos por el otro, ambos éramos felices como no podíamos con nuestras parejas.
-A escondidas… pues seamos amantes, Caleb, no podemos dejar que nadie se entere de esto.
-Mariana -Caleb me abrazó con fuerza- te amo.
Yo le puse una mano en el cabello y lo hice voltear a verme con la otra.
-Yo también te amo -Le dije y nos dimos nuestro primer beso como pareja, a escondidas, pero ahora era oficial.
Para acabar ese día, tomamos un baño en el que prometimos ciertas cosas. Nunca tener sexo con nadie que no fuéramos nosotros mismos, Karolina en el caso de Caleb y Alex en el mío, no contar de lo nuestro a NADIE, no amistades, no profesores, no familia, NADIE, y, por petición de Caleb, siempre despedirnos con un beso en la boca, SIEMPRE, a como dé lugar.
Ese mismo día, pensé en tomar la pastilla del día siguiente, pero lo había gozado demasiado y estaba un poco predispuesta a no hacerlo. El primer hombre al que de verdad amaba desde hacía años me había dado su semilla, y yo, aunque sabía que estaba mal, quería que creciera y se desarrollara en mí. Poco sabía yo en ese momento que todo ello me llevaría a la etapa más feliz y libre de mi vida.