Creo que ya es momento de hablar un poco de mi relación con mi hija, puesto que a futuro las cosas que contaré podrían ser un poco "inadecuadas" para una madre común. Verán, durante toda su adolescencia, Karolina había sido un señor problema para mí y para mi esposo. Malas calificaciones, grosera, gastaba mucho, en serio, mucho dinero en ser la niña con dinero que invitaba la peda o rentaba los lugares para coger con sus pendejitos.
Gracias al cielo, conoció a Caleb a los 18 años y por fin hubo paz, buenos resultados académicos y la relación mejoró entre nosotras, aunque no podía dejar de sentir celos de la madre de Caleb, que parecía llevarse mejor con mi hija que yo misma. Yo amaba a Caleb, no como amante, pero sí como familia, él había llegado y, más o menos en un año, Karito volvía a ser Karito, ya no más borracheras, ya no más insultos, podía quedarse los fines de semana a ver películas, lo elegía, de hecho.
A ella le encantaba leer antes de volverse una libertina, y me encantaba saber que, a veces, mi hija le leía a su novio hasta que ambos se quedaban dormidos en la sala o el cuarto. Era genuinamente feliz de que mi hija estuviera viviendo su primer romance, pero lo cierto es que me sentía un poco celosa de ella.
Desde que nació, Karo había sido la prioridad de mi esposo y la crio consentida y con una mentalidad muy fea de "ser siempre la que mande", él era el que le pagaba a mi hija sus vicios y cogidas, siempre con la puta excusa de "construir relaciones" o "está jovencita, déjala disfrutar su etapa". Yo entiendo que él pensara así, pues ni él ni yo tuvimos tiempo ni recursos para darnos la vida que le podíamos dar a nuestra hija, pero es que ahora que teníamos todo para ser felices, no lo éramos.
No lo éramos porque siempre él le pagaba sus estupideces a Karolina y yo era la que tenía que cuidar a mi hija de sí misma, yo era la que quedaba como la mala e hizo falta que llegara un muchacho bien y un año de relación para que mi hija y yo nos uniéramos cuando ella ya tenía los 19, casi que desde sus catorce años nos habíamos llevado mal. Además, era frustrante no tener sexo. Hacía 5 años que no tenía sexo, NADA DE SEXO.
Mi esposo era diabético, nunca se cuidó y, eventualmente, esas borracheras, esas comidas y esos refrescos pasaron factura, tuvo un ataque que lo dejó un buen tiempo en cama y, cuando por fin pudo volver a moverse, lo hacía lento y con dificultad. Así que a mis 35 años, me quedé sin una verga que disfrutar, con un esposo al que cuidar y con una hija a la que intentar educar. Estaba frustrada en todo aspecto… hasta que llegó mi yerno.
Fue por eso que, al ver a Karolina follándose a Caleb de aquella forma, sin pasión ni habilidad alguna, simplemente conformándose con abrir las piernas y sentarse en su pene, que no pude evitar pensar en qué haría yo de estar ahí.
Me escabullí fuera de la casa y no regrese hasta dentro de tres horas. Seguían en la cama, pero las cobijas eran otras, estaban vestidos y Karolina leía el Principito mientras le acariciaba el pelo a su novio. Yo me limité a saludarlos, dejando pasar las horas ansiosa, esperando a que Karo se llevara a Caleb a su casa.
Y cuando por fin llegó el momento, me encontré a mi misma sobre mi cama, desnuda, mi consolador favorito dentro de una olla de agua tibia en la mesita de noche. Lo tomé, lo acaricié con mis labios exteriores, imaginando que ese calor y humedad era de un hombre, que esa rigidez era la sangre en el miembro de un amante, lo inserté poco a poco, justo como Caleb empezó y fui poco a poco subiendo la velocidad hasta que, inevitablemente, la corrida salió disparada.
Normalmente intento contenerme un poco, pero ese día dejé que todo saliera libremente y me di cuenta de que nunca me había corrido tan duro. Lamí el consolador imaginando que era la verga de Caleb y después me sonrojé y aceleré un poco al pensar que, de hecho, el de Caleb era bastante más grande y sobretodo grueso que ese pedazo de cristal fálico.
¿Cómo podría hacer eso? Desear demasiado al novio de mi hija…
La respuesta, para mi suerte, era más sencilla de lo que pensé.
Invité a Caleb a casa un sábado, estaría sola. Mi esposo en el trabajo, mis hijos con su abuela en Estados Unidos, Karolina en clases de karate y después a casa de Nidia (una amiga de la misma clase). Le pedí a Caleb que guardara el secreto y que quería hablar en privado con él. Sabía que obedecería, lo hizo, él haría cualquier cosa con tal de tenerme contenta, siempre lo había hecho. No viene a cuento, pero me dieron ganas de contarles una pequeña historia de la que me acordé mientras escribía esto.
Estábamos celebrando los 64 años de mi madre y mi familia de Colombia viajó hasta Cuernavaca para festejarle a mi señora madre. Mis primos y primas se desvivían bailando bachata al lado de la piscina, mientras que toda mi familia (con excepción de los niños) estábamos sentados tomando cerveza, nada que ver con nuestras contrapartes colombianas… No podía bailar con mi esposo por obvias razones, el resto de hombres o estaban ocupados o me sacaban la misma edad que mi madre… Así que saqué a bailar a mi yerno, aunque tuve que insistir un poco. Ahí mismo le enseñé algunos pasos y, aunque estaba hecho un tronco, le agarró un poco y estoy segura de que si juntamos todo el tiempo que bailamos entre cerveza y cerveza, sí juntamos las dos horas esa noche.
El baile era lo nuestro, seguimos practicándolo en la casa si teníamos tiempo a solar, eso antes de que todo esto pasara, desde entonces estaba dispuesto a todo con tal de hacerme feliz.
Pues bueno, le conté a Caleb respecto a lo que había visto y lo preocupada que estaba porque tuvieran sexo sin protección. Caleb me explicó que aquella era la primera vez que lo hacían sin condón y hasta sacó de su cartera un contenedor de plástico, como una carcasa, en la que tenía guardados dos condones en su paquete. Cuando le pregunté, procedió a explicarme sus "problemas" eyaculatorios y cómo le costaba correrse, que por eso lo habían intentado sin condón, para ver si así lograban ambos el orgasmo.
Fue entonces que, siendo un poco abusiva, lo admito, empecé a empujar.
– Caleb, verás, en toda relación existen fallas, eso es algo que tú, yo y todo el mundo sabe. Pero hay algunas de esas "fallas" que pueden afectar más que otras. Tú sabes que yo a ti te considero familia, y por eso te voy a decir lo que te voy a decir.
Caleb se quedó esperando, bien atento a lo que yo tenía que decir.
– El problema no eres tú, es Karo y tú ya lo sabes.
Caleb se mostró un poco ansioso y triste, pero simplemente suspiró un poco.
– No te quería decir porque es tu hija, me daba miedo que lo tomaras a mal.
– Caleb -le puse una mano en la rodilla-, sabes que los amo a los dos, no tienes que esconderme nada. Yo te digo todo esto porque… porque sé lo que la frustración sexual le puede hacer a una relación, amor.
– Gracias, Mariana, es bueno poder sacarlo por fin a la chingada – Caleb se acercó un poco más a mí y me abrazó con fuerza. No había malicia en su abrazo, pero sí en el mío.
– Puedo hacer algo más que escucharte.
Caleb se me quedó viendo, sabiendo lo que le estaba proponiendo, pero confundido a la vez.
– Tú conoces a mi esposo, sabes que nunca podremos disfrutarlo de nuevo…
– No, no sé, digo, gracias, pero no creo que sea bueno.
– Lo llevo pensando un buen rato, Caleb. Déjame darte esa partecita que Karolina no puede darte, y tú dame eso que Alex no puede darme a mí. De eso a estar buscando en otro lado, mejor que quede esto en familia.
– Dios, no… no sé si pueda, es que tú eres mi suegra y Karo. No le quiero ser infiel.
– Un beso. Sólo un beso, si después de eso no quieres, podemos volver los dos a disfrutar de nuestras parejas sexualmente muertas, sólo dame un beso.
Me mostré un poco molesta, como si su rechazo me estuviera haciendo enojar en lugar de triste. Como ya dije, haría lo que fuera por verme contenta.
Bien, creo que ahora es momento de describirme. Soy de piel blanca, cabello oscuro que llevo hasta la cintura, uso bra 110d, totalmente naturales, 65 de cintura y 99 de caderas. Si leyeron el relato anterior, se darán cuenta de que mi hija y yo no nos parecemos mucho, ni siquiera en la cara nos parecemos. Ella es hermosa, pero es hermosa como la familia de su padre, esbeltas y delicadas y no voluptuosas y dotadas como las mujeres de mi familia. Mis labios, son bastante más delgados que los suyos, mi frente más amplia y también tengo los ojos más chicos. Lo único que tenemos mi hija y yo en común son nuestros senos, que aunque los suyos sean hermosas tetitas chicas, están tan bien formadas como las de su madre e igual de lelas.
Caleb era un manjar joven. Sus brazos eran anchos, duros y marcados, sus venas saltadas, sus hombros eran anchos y los músculo levantados, me encantaba poner mis manos en ellos cuando bailábamos a veces, era bonito sentir el cuerpo de un hombre tonificado, su abdomen también era una maravilla, marcado y duro, como de modelo, pero lo que más me gustaba eran sus caderas y sus piernas, que acompañaban a su culo de manera perfecta. Un culo grande, redondo, durito y que era coronado por unas caderas anchas que le quedaban perfectas a sus piernas musculadas. Llevaba el cabello corto y siempre bien rasurado.
Me acerqué y él cerró los ojos un momento, como asustado, cuando los abrió, recibió mis labios sobre los suyos, mi mano acariciando su pecho, duro y amplio, me separé un momento y le susurré "beso, amor, bésame", Caleb me volteó a ver y lo besé nuevamente. Él me puso una mano en la cintura, bajó hasta mis caderas con esa misma mano y me jaló con fuerza, acercándome más hacia él. Me dejé caer en su pecho, mis piernas al lado de las suyas mientras nuestros labios se tocaban. Fue entonces que él alineó su cuerpo con el mío y, tomándome de las nalgas con ambas manos, me puso encima de él.
Mis piernas abiertas, mis nalgas encima de su paquete y mis brazos rodeando su cuello mientras nos besábamos. Fue entonces que Caleb me separó un poco, me puso un dedo entre los labios y me cacheteó. No me lo esperaba, era rudo, pero era mi momento de probar algo nuevo, casi 5 años sin sexo, si el sexo podía ser novedoso por sí solo, era mejor con la perversión jovial del novio de mi hija. Me cacheteó y yo sonreí antes de sacar mi lengua y acercarme a él nuevamente, quien me recibió con los labios ligeramente separados, listo para sacar su lengua también. No era mi primer beso de lengua, pero sí el mejor. Sentía partes de mi lengua tensadas, pero no sabía si era mi propia rigidez o la de Caleb, lo que sí supe es que ya lo tenía.
Me levanté y le ofrecí la mano a Caleb, corrimos juntos escaleras arriba como dos jóvenes enamorados y nos desnudamos a toda prisa.
– Hoy puedes hacerme lo que quieras, Caleb, no te contengas – Dije antes de darle una nalgada aprovechando que me daba la espalda mientras se quitaba la playera.
– ¿Segura? – Me preguntó a la vez que se daba la vuelta con su enorme miembro en la mano derecha.
– Segura – Dije sin quitar la vista de su jodido monstruo. Venoso, oscuro, una uretra por la que podría (y pude) insertar mi dedo meñique, totalmente rasurado y con una marca de nacimiento en medio prepucio. La uretra asomaba del saco de pellejo, tentándome, rogándome que lo desvistiera.
– Gracias al cielo – Dijo a la vez que me acariciaba el vello púbico.
– ¿Te gusta?
– Me encanta que las mujeres sean más naturales.
– Entonces lléname de tu natural, Caleb.
No lo hizo al instante, me levantó sin esfuerzo y me dejó delicadamente en la cama, se acercó a mí gateando y empezamos un segundo beso que culminó en una fuerte cachetada de su parte. Me dejó viendo estrellitas un momento y, cuando me di cuenta, lo tenía encima de mi, su boca sobre mi pezón izquierda mientras el derecho estaba tan duro que dolía. Sus manos masajeando mis caderas y costillas mientras él mamaba como Karolina lo había hecho 19 años atrás.
– ¿Te gustan más que la de tu novia? – Le pregunté mientras acariciaba su pelo.
– Estas si son tetas, Mariana.
Su boca era riquísima, pero pronto mis senos dejarían de disfrutar y fue primero el abdomen, después mi alfombrado pubis y después mi labia vaginal.
– Está grandota – Me dijo mientras besaba mis labios vaginales.
– Hecha a tu medida, amor.
Usó un dedo para masturbarme a la vez que, usando sólo la lengua y un poco de diente, le quitó el capuchón a mi pequeño clítoris. Y fue entonces que hundió su lengua en el interior de mi vagina a la vez que un dedito me estimulaba el clítoris.
Y fue perfecto. Salivaba lo justo para que mis fluidos y los suyos lubricaran, su lengua era lenta y delicada con mis interiores, nada que ver con lo acelerados que suelen estar los hombres al comerse una vagina. Pero aunque su lengua fuera amable y delicada, su dedo no y su despiadado tratamiento sobre mi clítoris me llevó al borde del primer orgasmo del día.
Lo empujé con fuerza, no quería ser la primera en venirme, no tan pronto. Pero Caleb estaba decidido y, tomándome con fuera de las piernas, logró meter dos dedos en mi vagina y forzó ese orgasmo que estuvo preparando con la lengua y el clítoris usando los dedos de forma violenta y acelerada. Cuando acabó y me corrí, hizo un "cuenco" con la mano y se tomó todo lo que pudo capturar de mi corrida.
– La tuya sabe más ácida que la de tu hija – Dijo mientras se lamía los dedos y su pene palpitaba.
– No… bueno, ¿te gusta?
– Sí, tienes mejor sabor. Además, la tuya no es chiquita y delicada…
– Te toca – Se dejó caer a mi lado en la cama y expuso su pene con orgullo. Ya de cerca dejaba de ser tan "wow, qué grande" y era más de "puta madre, esto me va a lastimar". Comencé a desear tener la boca grande de mi hija, porque yo no podía meterlo en mi boca sin sentir que mi mandíbula iba a tronar y me iba a ahogar.
Primero lo tomé, jalé el prepucio hacia abajo y, entonces le escupí, lo masturbé un poco mientras Caleb masajeaba mis nalgas y rosaba de tanto en tanto mi labia y mi ano, cuando líquido pre-seminal empezó a salir, fue que intenté meterlo en mi boca, fallé dos veces y, para la tercera, tomé la mayor cantidad de aire posible y, con mucho dolor en mi boca, logré meterlo, pero pronto tuve que sacarlo.
– No te fuerces, Mariana, tú hija aguanta muy poco con este dentro, me gusta más que me lo laman.
– Bueno saberlo.
Y fue así que, a la vez que masturbaba y lamía, comencé a sentirme más joven. Un hombre tan viril me estaba diciendo cómo tratar su cuerpo, cómo disfrutaba más de la mujer. Y en ese momento, yo era su mujer.
Tardamos aproximadamente unos diez minutos en que Caleb soltara el primer chorro del día. Recién le había lamido los huevos, tan pesados que menearlos usando mi lengua no era fácil. Subí por todo su tronco, pasé por el frenillo y finalmente llegué hasta la uretra, en donde usé la punta de mi lengua para estimular. En menos de diez minutos descubrí el punto débil de esa verga, cosa que mi hija, con más de un año de relación, todavía no hacía.
Caleb me eyaculó la cara sin avisar, yo recibí un poco en la boca, pues mi lengua estaba estimulando la uretras, pero fue tal cantidad y tan repentina que me sorprendió, me hice un poco para atrás con un lefazo que subió por mi boca hasta mi frente y entonces el semen cálido y pegajoso de Caleb me decoró el abdomen y el pecho.
Sentí una vibración en la cama mientras me retiraba el semen de la cara con los ojos cerrados y sentí la lengua de Caleb recolectando su propio esperma de mi ombligo y mi pecho derecho con la boca. Cuando terminé, vi a Caleb mostrándome su esperma en la boca, supe al instante lo que quería. Abrí yo misma mi boca y Caleb escupió su semen en mi boca. Al igual que Karo, me lo tragué entero y me acosté en la cama, esperando que Caleb me usara a como él quisiera.
– Ya sólo con esto eres mejor que Karolina.
– No hablemos de ella, no digas su nombre, es raro.
– Mejor hablar de ti – Me dijo mientras se colocaba encima mío y acercaba su pene a mi orificio, juraría poder sentir el calor de su verga a milímetros de mi labia.
– Está muy grande tu cosa.
– La tuya también está grande.
Sin decir más, Caleb empujó sin piedad alguna su miembro al interior de mi vagina y, con su mano en mi mejilla, me besó a la vez que ahogaba mis gritos de dolor y placer con la lengua.
Era horriblemente placentero. Me estaba lastimando, pero también causaba un extraño cosquilleo, pero si no me hubiera besado, mis gritos de habrían escuchado hasta el otro lado del país, mis ojos lagrimeaban, pero él lo parecía estar disfrutando, sus ojos cerrados mientras que los míos estaban bien abiertos. Como ya dije, me dolía y quería hacérselo saber, pero no quería decirlo. Hundí mis uñas lo más que pude en su espalda, rasguñé y hasta tuve ganas de morderlo, pero poco a poco nuestro beso se fue suavizando, su cogida no, pero era más pasional el tener nuestros labios juntos que doloroso su miembro en mi vagina.
– Eres perfecta, Mariana, aprietas lo justo y necesario. Además, no tengo que estarte – Echó sus caderas MUY para atrás – ¡cuidado! – Dijo a la vez que hundía su pene con más fuerza en mi vagina, dejando ir todo, TODO. No grité, no dije nada, solamente sonreí con mis ojos llorosos y mareada, no quería quedar como menos que mi hija. Había visto a Karolina aguantar esta verga como campeona. Yo tenía una vagina más grande, era mayor y mejor en el sexo, claro que podía aguantarlo mejor.
– Tú también eres perfecto – Dije sin apenas fuerzas.
– ¿Te molesta si voy rápido?
– No, amor, tú hazme lo que quieras – Dije sin pensar.
Y, Dios, cómo pagaría tan caro esas palabras, pero cómo las disfrutaría también.