Una nueva piel
Ese fin de semana fue día de ocio, no salí de casa, mis amigas estarían ocupadas y ciertamente el día no era muy bueno para pasear. Desde temprano me dispuse a no hacer nada, me dediqué a ver películas, series y navegar por internet.
En esas estaba cuando llegué a una página con ofertas de ropa, así que me perdí visitando los conjuntos, muy bonitos por cierto, y agregando unos cuantos al carrito virtual. Entonces sin planearlo llegué a la sección de ropa interior, pasaba uno por uno los conjuntos y fue en un momento en que el demonio me habló al oído.
Observando los conjuntos, me imaginaba como se me verían, fantaseando con las miradas de aquel chico vistiendo esa lencería tan sensual. Deslizando la pantalla llegaba a una sección con conjuntos de una sola pieza, transparentes e increíblemente seductores. Tan solo de imaginarme vistiéndolos me puse un poco nerviosa, pero al imaginarme exhibiéndome a mi alumno simplemente fue demasiado, así que sin dudarlo un poco agregué un par a mi orden de compra. Estaba hecho, había confirmado la compra.
Los primeros días de la siguiente semana fueron de total tensión, la ansiedad me estaba matando. No podía esperar a que me llegara paquetería. Mi alumno ya no me miraba con la misma inocencia, ahora me veía temeroso, ansioso, con deseo, como cervatillo esperando el momento para salir huyendo o atacar para defenderse.
Por mi parte me la pasé distante, no le dirigía palabra alguna, ni la mirada siquiera. Debajo de aquel escritorio solo se encontraría con unos holgados y estrictamente serios pantalones de oficina. Quería desilusionarlo, deprimirlo, hacerlo perder toda esperanza para que pensara que había sido suerte de un solo día, pero dentro de mí no podía esperar para regresar a aquel juego de miradas, de voyerismo y sumisión en el que lo había envuelto y que me tenía adicta y ebria de poder.
Por fin llegaba el día, fue el miércoles por la mañana, estaba a punto de ir a la escuela cuando el repartidor toca la puerta. Llena de alegría recibí el paquete cuando el tipo de la paquetería me extendía el registrador de firmas para que aceptara de recibido.
De inmediato firmé y entré para abrir el paquete. Fue un vistazo rápido pues ya tenía el tiempo encima; pude ver los vestidos, las blusas, y por supuesto los tres conjuntos eróticos de lencería. Uno era de dos piezas, un sujetador totalmente transparente con listones encajes y de más adornos tipo corsé. Como complemento una braga tipo cachetero también transparente. Los otros dos eran de una sola pieza, uno de tipo en “V” con transparencias. Y mi favorito, que era un body con pantimedias incluidas, abierta de la parte de la entrepierna y de hermosos detalles. Con esta imagen en mente me fui al trabajo.
Ese día estuve muy ansiosa, no me podía quitar de la mente la imagen de mis conjuntos que tantas ganas tenía de exhibir a aquel chico quien al paso de los días parecía resignarse cada vez más. Como pude me contuve y continúe con mi farsa fingiendo total desinterés.
El siguiente día, jueves, ya era insoportable, me había probado ya todos mis atuendos y no podía soportar más las ganas de exhibirme debajo de aquel escritorio, pero quise esperar. Quise hacerlo hasta el viernes para así tener el fin de semana próximo y evitar sobrepasarme, quería tener el absoluto control. Era lo que me ponía muy caliente, esa sensación de superioridad, de excitar a alguien a esos niveles y poder hacer lo que quisiese, manteniéndolo a merced de mis gustos y caprichos era completamente adictivo para mí.
Esperé hasta el viernes. Ese día desperté desde muy temprano, no podía esperar más, la ansiedad me consumía y no podía pensar en otra cosa más que en lo que sucedería en mi clase.
Estaba incontrolable. Terminando de ducharme salí a mi recamara completamente desnuda. Normalmente siempre me pongo una toalla o mi bata, pero ese día no era yo, así que me pasé sin ropa desde el baño hasta mi guarda ropa, sin importar que tuviese que atravesar la sala con las ventanas y cortinas abiertas. No sé si alguien me estuviese espiando, no lo creo, aunque me hubiese gustado mucho. Esa sensación de generar decesos y pasiones a distancia sin que puedan consumarlos me ponía aún más excitada. Me había contenido toda la semana y ya me era insoportable resistirme más, estaba muy caliente
Frente al espejo la sexualidad se desbordaba, me encantaba, todas esas horas en el gimnasio para forjar aquel cuerpo había valido la pena, sabía que ningún hombre se me podía resistir. Me puse el primer atuendo de lencería de una pieza y no lo soporté más. Aquel diseño en “V” me enfatizaba la cadera fenomenal, mis tetas encastraban perfectamente en la parte de arriba acentuando mi par de atributos bien parados y firmes. Me toqué un poco, pero me contuve, no quería tirar todo por la borda.
Enseguida me puse una blusa abotonada morada y la complementé con una falda muy corta y holgada en color negro. Si, así era, regresarían las faldas por primera vez en la semana, y con ellas las miradas bajo el escritorio. Finalmente me puse un abrigo, el más grande y robusto que tenía y me fui al trabajo.
Llegando a la escuela me consumían los nervios, sentía que todos sabían lo que estaba planeando, sufría de paranoia, imaginaba que todos podían verme a través de la ropa. Era muy tonto, lo sé, pero nunca había usado algo así y mi falda era demasiado corta, solo podía cubrirme con mi abrigo el cual no me quité en todo el día.
Insoportable
Todos me miraban raro, con lujuria y morbo, seguramente preguntándose si traería algo de ropa debajo, por ello me desabroche el abrigo para mostrar mi blusa y mi falda para evitar que me tacharan de exhibicionista. Lo sé, irónicamente lo era, pero no quería hacerlo público. Eso era solo para aquel alumno, de quien sabía, no saldría una sola palabra, aunque quisiera no tenía amigos con quien divulgarlo. Sí, soy terrible.
Por fin, llegaba la hora y la clase con aquel muchacho iniciaría. Todo tenía que salir perfecto, no dejaría nada al aire. Lo primero que hice fue ir al baño, quería estar impecable.
En el baño de profesores, el cual es muy pequeño ya solo tiene dos plazas para cada sexo, y el lavamanos con dos tarjas.
Para mi fortuna no había nadie, así que me quité el abrigo, me acomodé la blusa en mi falda y me puse el abrigo de nuevo. Me arregle el peinado, me retoque el maquillaje y salí temblando de la ansiedad rumbo a mi clase.
Una vez más, en aquella vieja bodega que ahora era mi aula de clases. Me senté en mi escritorio haciendo tiempo para que llagaran un poco más de alumnos. Para cuando tomé asiento frente a mi escritorio, aquel joven ya estaba en su sitio, fiel y persistente en el mismo lugar. Le acompañaban otros cuatro estudiantes, con algo de suerte y exagerando un poco, llegarían otras cuatro o cinco personas más. Era una materia horrible.
Ahí estaba, de nuevo en posición, y más caliente que nunca. El chico miraba, espiaba entre la madera rota. Yo esperaba. Las piernas me temblaban y la respiración se me entre cortaba, pero tenía que ir lento, la clase aún no comenzaba.
Pasados unos minutos que me parecieron horas, daba inicio a la clase, como bien lo sospechaba con nueve alumnos frente a mí. A mí solo me importaba uno a quien intentaba no darle pistas, pese a que no podía evitar mirarle de tanto en tanto su reacción, seguramente trataba de imaginar cómo vestía ese día debajo de mi abrigo.
La materia seguía su curso, me apresuré a dejar un trabajo para poder regresar a mi asiento y despejar la pizarra. Terminando de exponer el tema y dejar la actividad que sabía les tomaría algo de tiempo regresaba a mi asiento.
Por fin estaba a punto de iniciar el juego del voyerista y la maestra exhibicionista sexy y controladora. Me aproximé a mi silla, me quité el abrigo lentamente asegurándome que me viese hacerlo, lo coloqué en el respaldo de la silla y al inclinarme para posarme en el asiento, le di un veloz tirón a mi falda para hacerla subir hasta mi cintura y no sentarme sobre ella.
Estaba hecho, aquel chico me estaría observando, lo sabía, pero no le ponía un ojo encima, me concentraba en mis apuntes aunque no estuviese leyendo nada. Con la cabeza baja y la vista en mi libreta, comenzaba a abrir y cerrar las piernas, despacio, sin mostrar todo de una sola vez.
Jugueteaba con mis piernas, cruzándolas una y otra vez, casi no podía soportarlo, sentía como me comenzaba a mojar en cada movimiento. Quería tocarme, realmente lo deseaba.
Mientras mis piernas jugaban temblorosas en la privacidad explicita de mi escritorio, yo comenzaba a sudar, poco a poco me calentaba cada vez más a medida de mis piernas debelaban más allá de mis rodillas, pero aquellos movimientos juguetones se hacían insuficientes, quería más. Así que bajé una de mis manos lentamente y comencé a tocarme, de inmediato sentí como mi vagina se dilataba y se humedecía por completo. Quería hacerme venir ahí mismo pero la clase aún no terminaba.
Por fin sucedía, después de una larga semana de espera, ahí estaba aquel pobre adolecente muerto de la impresión de verme nuevamente tocándome bajo el escritorio, y yo, luchando por contenerme las ganas de hacerme correr con descaro mientras intentaba disimular lo que sucedía ahí debajo, al resto de la clase.
Las sensaciones eran increíblemente placenteras, estaba totalmente perdida en el momento cuando me interrumpe un alumno mostrándome su cuaderno con la actividad realizada y con todas las ganas de poderse ir al fin de tan infame clase.
Me estremecí un poco, no lo vi venir, no prestaba atención a la clase, estaba perdida. Cuando se acercó me sobresalté y rápidamente saqué mi mano de mi entrepierna para tomar su cuaderno. Lo revisé, lo califiqué y le dije que podía marcharse. Alegremente, así lo hizo.
Uno a uno, los jóvenes alumnos terminaban su trabajo, me lo hacían firmar y se marchaban aliviados. Yo sabía que desde hace tiempo aquel chico ya había terminado, pero no había hecho intento alguno por finalizar. Seguramente quería prolongar el momento, no lo culpaba, no había otra cosa que más deseaba, pero debía ser yo. Debía controlar por completo el juego, era yo la que decidía y no le permitiría tomarse ninguna libertad. No podía pensar ni elegir ninguna decisión que yo no se lo ordenara. Le haría sufrir.
Entonces esperé. Mi cuerpo temblaba como nunca, las piernas me titilaban implorándome que las masajeara, que decir de mi coño húmedo como nunca deseoso de mis manos y un buen pene dentro de ella.
Pero la sed de poder y sumisión era lo único que importaba. Desde que había experimentado esas sensaciones no podía excitarme con otra cosa. Aquel muchacho debía aprender que era yo la que decidía y otorgaba, el solo podía obedecer y esperar. Si me apetecía hacerlo sucedería y si no, no tendría ningún derecho de suponerlo.
Por supuesto que lo quería, lo deseaba y lo necesitaba, pero de alguna forma debía aprender, así que lo hice esperar.
Eventualmente mi alumno no pudo fingir más que había terminado aquel trabajo impuesto y sin más remedio se puso de pie para formarse tras el último alumno y entregarme la actividad.
Cuando llegó su turno me extendió su cuaderno mirándome a los ojos intentado desesperadamente arrebatarme la mirada. Sin embargo yo nunca le regresé la vista. Fríamente le tomé su cuaderno, se lo revisé y se lo regresé. El pobre se había desilusionado por completo, había terminado con sus esperanzas de llegar más lejos. Era justo como lo que quería, sumiso, cabizbajo y sin más suerte que la que a mí me placiera darle.
Regresaba a su pupitre para alistar sus cosas en su morral y salir. Yo esperaba. El pobre tomaba sus cosas y se aventuraba hacía la puerta, lo hacía lo más lento posible, prolongando el momento aunque fuese unos segundos más. Sin duda alguna estaba esperando que lo detuviese, pero quería hundirlo por completo, que abandonara cualquier esperanza.
Aguardé en silencio hasta el último momento, justo cuando estaba en la puerta a punto de atravesarla le grité que esperara y le ordené que regresara a su asiento.
Un poco dudoso daba media vuelta y sin decir palabra, puso de nuevo su mochila en el suelo y tomó asiento.
La dama de negro
Pobre, temblaba como gelatina, sudaba y salivaba. Debía creer que la suerte le cambiaría ese día. Pero sufriría como nunca.
Sin dirigirle la mirada un solo instante, regresé a mis apuntes repasando las calificaciones del día. No habiendo trabajos que revisar, no existía razón alguna para mantener al chico en el salón, pero eso no me importaba, si en verdad quería estar ahí, debía pagarlo.
Su tiempo me pertenecía, ese tiempo que tantos años le había quitado su madre, ahora era totalmente mío. Me encantaba el hecho de separarlo de ella, de arrancarle sus más profundos deseos de hombre a costa de la protección de ella quien bien sabía le estaría esperando en aquel parque a pocas cuadras de ahí.
Me levanté sin mirarlo en ningún momento y comencé a desabotonar mi blusa lentamente. Sin prisa separaba botón por botón hasta abrir por completo mi blusa, enseguida la hice deslizarse despacio sobre mis hombros para quitármela, la doblé con toda calma, la acomodé sobre el escritorio y regresé a mi asiento.
Ahí aguarde un tiempo con el torso develando aquella hermosa lencería transparente que dejaría ver mi par de pezones tras la delgada tela. No había comunicación de ningún tipo; no le hablaba, no lo miraba, no hacía nada. Tampoco había prisa, sabía que aquel vejestorio de salón nadie se le acercaba, se encontraba fuera del radar, en lo más recóndito de la escuela.
Lástima por él si me dirigía la palabra, no tenía derecho de voz ni de voto, pues con el dolor de mi alma me obligaría a terminar con todo. Si tanta prisa tenía, que se largara, pero si iba a estar ahí, sería por mí y para mí.
Tras una larga espera sin hacer nada en absoluto más que fingir ocupaciones en mi libreta, mi alumno esperaba sentado pacientemente como niño bueno. Se portaba como todo un buen muchacho. Por fin había logrado alejarlo de su mami, estaba dejando en claro que en ese momento me prefería a mí y eso me hacía sentir increíblemente poderosa, superior y muy, muy caliente.
Viendo que se comportaba como quería, decidí premiarlo. Me puse de pie nuevamente y sin cruzar miradas en ningún instante me senté frente a él sobre el escritorio. Ahí por primera vez en todo el día le miré directo a los ojos. Él temblaba, en su mirada se podía observar el miedo y temor pero sobre todo deseo.
Sus ojos se calvaban en los míos, pero por supuesto que no podía evitar desviar su mirada a mis pechos, ahora más de cerca podía observar a través de la transparente tela mis pezones erectos color miel tostada.
Aun sin decir nada, lentamente abrí mis piernas poco a poco hasta separarlas por completo. Esta vez sin quitarle la mirada ni un instante para observar cada sutil cambio en su reaccionar. Me subí la falda con movimientos lánguidos y pausados hasta develar el resto de mi lencería de una pieza.
Mirando como su respiración se hacía tan acelerada y profunda que le hacía tragar grandes tragos de aire por la boca, por fin me toqué como quería hacerlo desde el primer día de la semana.
Al fin estaba cumpliendo mi fantasía que tanto tiempo me había llevado fabricar. Estaba ahí, tocándome frente a mi alumno quien paralizado de la impresión, no podía hacer más que observar y esperar cual cachorro bien educado. Justo como lo quería.
Entonces me desabroché el traje de los ganchillos que se sujetaban justo en mi entrepierna. El muchacho solo observaba mientras lentamente dejaba mi pálido, húmedo, depilado y brillante coño al descubierto, que ya había dejado mi lencería nueva empapada por completo.
Sin poder resistir un solo segundo comencé a masturbarme, siempre con la vista fija, seria y sin expresión en los ojos de mi alumno, quien no me despegaba su mirada de mi vagina mientras la estimulaba a placer.
Mis dedos se deslizaban entre mis labios vaginales completamente mojados, producido un chapoteo de lo más excitante, cuando al fin lograba gesticular palabra en mi boca para ordenarle a mi alumno que se pusiera de pie, con voz firme, seductora y completamente excitada al borde del colapso.
Le ordené. Él obedeció temblando, mirándome con terror y desesperación. Enseguida le pedí fríamente que se bajara los pantalones. Dudó, pero al ver que no me obedecía, al instante le cerré mis piernas de tajo, las crucé y poniendo mis manos juntas sobre mis rodillas me le quedé mirando seriamente.
Si no me quería obedecer, buen tiempo era para que se marchará de regreso con mami, aunque me estuviese muriendo de la excitación por las malditas ganas de hacerme correr de una desgraciada vez.
Quizá al ver mi rostro habría deducido mi frustración y enfado, por lo que comenzó a desabrochar su cinturón, desabotonar su pantalón y finalmente bajárselo hasta los tobillos. De inmediato pude ver su pene completamente erecto levantándose como poste debajo de sus bóxers.
Nunca me hubiera imaginado que lo tenía así de grande, casi rasgaba la tela de su ropa interior. Aquello me puso todavía más excitada. Enseguida le ordené que se quitara todo. Apenas bajaba su prenda, su largo palo rosado me apuntaba directo a mi coño como animal hambriento y babeante queriendo comérselo.
En verdad me moría de ganas por metérmelo hasta adentro y cabalgarlo como zorra de un solo bocado sin importar cuánto me doliera. Pero debía controlarme, el que debía sufrir era él, no yo. Sabía que si yo estaba a esos niveles de excitación, seguramente para él debía ser una terrible y abominable tortura.
Sin decir más, separé mis piernas nuevamente y las abrí cuanto mi flexibilidad me lo permitía. Entonces, al separarse mis muslos y labios vaginales, un pequeño flujo escurrió por mi coño derramándose hasta caer al suelo.
Realmente nunca había estado tan caliente. De inmediato tomé el delgado hilo de mis fluidos y los restregué en mi clítoris. Estaba al borde del orgasmo, ya nada me importaba, por fin la hora había llegado y me dejaría correr como loca.
Regresé mi vista que se había embelesado en mi sexo babeante a los ojos de mi alumno, quien a su vez, no podía separar la vista del increíble espectáculo que sucedía entre mis piernas. Entonces le ordené con voz engarzada completamente extasiada que se masturbara también.
Sin dudar un segundo bajó su mano y comenzó a jalársela casi al mismo ritmo que yo me masajeaba mi clítoris. Mientras lo miraba frotando su gran pene con esmero y placer, sentía como mi vagina comenzaba a dilatarse por completo mientras dentro de mí se aglutinaba un enorme orgasmo inminente por explotar en mi vagina.
Ya completamente perdida y fuera de cordura, me bajé del escritorio y me acerqué a él, le tomé la mano con la que se estrujaba su miembro y se la llevé hasta mis tetas embarrándome todos los pegajosos jugos de su pene en ellas. Mientras me tocaba, bajé mi mano libre hasta su larga tranca, la sujeté con firmeza y comencé a recorrer mi mano lentamente a lo largo de él.
Estaba a punto de agacharme para darle la mejor chupada de mi vida y tragármelo completo, pero en ese momento sentí las espasmódicas contracciones en su miembro que me indicaban que había sido demasiado para el chico.
Al bajar la mirada a su tierna extremidad erguida en mi mano, pude ver justo lo que me temía. Aquel pene desfallecía eyaculando con mi palma, mientras el pobre se apretujaba con las manos para recibir su propio semen en ellas, evitando chorrear por todo el piso.
En parte había sido mi culpa, lo había llevado a niveles de excitación insoportables, de hecho lo era para mí misma. Había ido demasiado lejos y lo había echado todo a perder.
Resignada, di media vuelta a mi silla, tomé mi blusa y comencé a ponérmela sin revelar expresión alguna. Aún abotonándome la prenda, miraba con pena a mi alumno limpiándose con las hojas de cuaderno tiradas en el piso. Después se vistió nuevamente y salió del salón con la mirada baja completamente desdichado.
Incontinencia
Todavía con la calentura a tope, me acomode mi blusa y mi falda, me puse mi abrigo, lo cerré, y salí de ahí con bolso en mano. Caminé por el oscuro pasillo que conectaba al recóndito almacén/aula con el resto de la civilización en la escuela. Pasé por los baños de maestros y sin pensarlo, entré.
Ahí estaba una colega mía arreglándose en el espejo, seguramente restaurando su maquillaje para que sobreviviera la segunda parte del día. La saludé con una gran sonrisa y entré al cubículo del WC.
Me senté con la tapa cerrada y la ropa puesta para intentar relajarme. Respiré profundamente y cerré los ojos esperando que me regresara el alma. Pero no pude. Con los ojos en penumbras las imágenes del recuerdo me llegaban vívidas y nítidas a la mente. Podía revivir con claridad el recuerdo del largo, blanco, limpio, rosado y húmedo pene de mi alumno apuntándome como rifle a su presa.
Entonces, sin abrir los ojos comencé a tocarme por encima de la blusa metiendo mis manos bajo el abrigo. Estaban duras como nunca, mis pezones erguidos igual que la polla de aquel chico, y mi respiración incontrolable me hacía jadear con la boca abierta, como esperando aún meterse ese jugoso pene para darle una buena mamada.
Mientras mis manos recorrían mis senos inmiscuyéndose cada vez más entre los botones de mi blusa tocando aquella lencería, sentía el palpitar fuerte y sonoro de mi corazón bombeando en mi pecho. Lentamente bajé hasta mi falda y sin detenerme metí mi mano debajo hasta mi coño intentando desesperadamente por desabrochar la pieza intima que minutos antes había modelado con descaro frente a mi alumno.
Incapaz de hacerlo con una sola mano, me levanté por un momento, me subí la falda y me desenganché la prenda para poderme tocar libremente. De vuelta al inodoro cerrado, abrí mis piernas a su máxima flexibilidad y sin más me ensarté un par de dedos. Fantaseando con el recuerdo de la dura y larga tranca de mi alumno, imaginaba que mis dedos que me hacían el favor por fin, sería aquel pene entrando en mi cavidad mojada.
Metía y sacaba los dedos más largos de mi mano, tan profundo como podía, y aunque no era suficiente, aquella sensación me hacía sentir al fin esos placeres que tanto necesitaba, produciendo esos característicos sonidos pegajosos de mis dedos en mi coño chorreante.
Sabía que a fuera aún estaría mi compañera arreglándose su peinado, pero no me importó en absoluto, lo necesitaba, ya no lo podía soportar un segundo más, el orgasmo era inminente e insoportable.
Entonces, en el recóndito y pequeño cubículo, aceleré los movimientos de mi mano, presionando fuertemente en mi punto de placer al tiempo que mi respiración y jadeos se hacían más evidentes. Poco a poco se me escapaban uno que otro gemido, mientras comenzaba a sentir las contracciones en mi vagina que bombeaban fuertemente desde mi corazón a mi parte más íntima, cuando de pronto sentí al fin, aquel gran orgasmo que se amotinaba en mi entrepierna, explotado fuertemente sin control, entre espasmos que expulsaban todo ese fluido orgásmico que escurría a través de mis dedos, cuando se me escapaba un profundo y agudo grito entre cortado que intentaba capturar con mi otra mano tapándome la boca.
Terminando, tras un profundo suspiro con el que relajaba por completo todo mi cuerpo, agradecido por satisfacer las caricias que tanto necesitaba, salí del cubículo del baño. Ahí mi compañera aún se retocaba el maquillaje muy cerca del espejo. Completamente apenada, me acerqué a su lado en el lavamanos restante para enjuagarme mis manos aún impregnadas de mis jugos vaginales.
Sin dirigirnos palaba alguna, y en cabida de lo posible la mirada, pude ver con mi visión periférica el reflejo de su rostro en el espejo expresando sofoco, vergüenza y sonrojo. Sabía que habría escuchado todo el espectáculo orgásmico, y que perfectamente tendría en conocimiento lo que acababa de hacer, pero ya no había vuelta atrás, estaba hecho y en verdad lo necesitaba. No me arrepentía, me sentía fresca y aliviada.
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