Soy maestra en una escuela privada desde hace cuatro años. Recién había terminado mi carrera y comenzaba a ejercer. Era el reto perfecto; de medio tiempo, pocos grupos y de cupo reducido.
Tenía el horario ideal, podía disfrutar de toda la mañana libre con mi novio y aún en la noche disponía de tiempo para pasarlo sola. No tenía la gran paga, pero era el trabajo perfecto para iniciarme en la labor docente.
Por las mañanas la pasaba con mi novio, teníamos una excelente relación, era el noviazgo de ensueño, típico de los veinte, lo amaba mucho, era el amor de mi vida, tenía muchas esperanzas en él. Era entrenador físico profesional, muy estricto en su trabajo y muy guapo. Tenía el cuerpo perfecto pues así se lo demandaba su profesión.
Conmigo era atento, elegante y gracioso, aunque la verdad lo mejor era el sexo. Hacíamos el amor casi todos los días, ambos éramos muy apasionados, a veces lo hacíamos hasta dos o tres veces al día, en la mañana, antes de irnos al trabajo y por la noche antes de dormir.
Yo lo amaba mucho, era un poco celosa, pero solo lo normal. Lo procuraba mucho, pasaba todos mis tiempos libres con él, incluso cuidaba mucho de mi figura para agradarle y que no necesitará de otra mujer. Llevaba un régimen estricto de alimentación para acompañarlo en el suyo, hacíamos ejercicios juntos y salíamos a correr todos los fines de semana.
Se puede decir que no le faltaba nada, tenía todo lo que un hombre pudiese encontrar en una chica, no me limitaré en decirlo; soy muy guapa, tengo un cuerpo saludable y siempre me he cuidado.
Pero bueno, un mal día todo terminó, me engañó con otra, no había nada que hacer. Por fortuna en esos días terminaba un ciclo escolar por lo que tendría un par de días de descanso para recuperarme de la ruptura.
Novedades
Aún muy deprimida regresaba a mi trabajo, se sentía como empezar de cero, todo de nuevo. La rutina, grupo nuevo y salón nuevo. Y es que como bien dicen “las desgracias nunca vienen solas” y esto lo confirmé cuando me asignaron una nueva aula.
Que llamarla aula era decir mucho, porque lo de menos era manejar el cambio de área, pero aquel a la que debía llamar salón de clases en adelante, no era otra cosa que una vieja bodega con pupitres y un remendó de mesa que debía tomar por escritorio.
Sucede que en la escuela estarían remodelando los salones por lo que los docentes se estarían cambiando constantemente y lógicamente el primero en hacerlo le tocaría la peor parte. Evidentemente la primera sería la nueva en la empresa, es decir, yo.
El primer día, pese a todo, transcurría con normalidad. Lógicamente me habían asignado un grupo pequeño de último grado, de esos que ya solo quieren terminar y no se quejarían por el lugar de trabajo como lo haría un grupo de recién matriculados por ejemplo.
Sin más comencé como un día cualquiera. En esa ocasión solo hubo un alumno que se destacó del resto. Era un joven serio, retraído, inseguro, aislado del resto sentado justo al frente de mi viejo escritorio.
Los días pasaban, pronto se convertían en semanas y meses. Ya comenzaba a olvidarme de mi novio, pero una vez inmersa en mi rutina de trabajo me costaba mucho encontrar un pasatiempo.
Obsesión
Ya entrados en el cuatrimestre me comencé a obsesionar con aquel chico insociable y callado. Le había observado desde hace tiempo y lo había estudiado detalladamente. Era el clásico chico sobre protegido, el típico consentido de mami, y aunque ciertamente era bastante agraciado y de buen cuerpo, obviamente no tenía novia, pues ni siquiera a amigos llegaba.
Su madre lo llevaba a la escuela por las mañanas y puntualmente lo esperaba a la salida sin falta en toda ocasión. Los días con pocas clases incluso le esperaba en un parque cercano, seguro le había visto un par de veces cuando salía por un café, tejiendo o resolviendo crucigramas mientras esperaba a su hijo. Aunque no se le veía de muchos años era todo un cliché aquella señora.
Al pobre chico no le dejaba un suspiro a solas. No me sorprendía su actitud si así era como lo trataban. Me daba mucha pena, pues además de que era muy inteligente se le notaba mucho potencial reprimido, sin dejar de lado que era bastante guapo.
Todo comenzó en un día normal en el salón, fue un jueves cuando me encontraba dando mi clase como cualquier día. Era una materia compleja, no mentiré, mi clase era bastante aburrida, lo que justificaba que mi grupo de por sí reducido fuese aún más pequeño.
Terminaba de explicar un par de cosas que apuntaba en una pequeña pizarra evidentemente comprada de improviso, cuando me senté frente a mi escritorio en una silla de oficina, de aquellas con rueditas, y esperé a que los pocos en clase analizaran la problemática plasmada en aquella pizarra.
Entonces sucedió. Sentada en la misma silla, miraba a aquel adolecente quien fiel a su costumbre, siempre en la primera línea, justo al frente de mi escritorio, ponía de toda su atención a lo que sea que se encontrase en la pizarra, sin importarle nada más.
Fue en ese momento cuando se descarriló mi mente; y es que justo ahí, frente a aquel chico me percaté que entre él y yo, solo se encontraba ese viejo escritorio que apenas podía quedarse en pie.
Ese día vestía un conjunto ejecutivo de lo más común; blusa blanca, saco y falda de color rojo vino acompañado con unos zapatos de tacón alto.
Mirando al adolescente completamente concentrado en la tarea que yo misma le había impuesto, no pude dejar de imaginarme que si no estuviese aquel escritorio en medio, bien podría ver mis piernas y quizá algo más.
No me interesaba coquetearle, para nada, era solo que me intrigaba que siendo tan apuesto no estuviese interesado en ninguna chica, a esa edad y con muchas mujeres de donde escoger me parecía extraño. Podría ser gay, pero no lo era, segura estaba de ello. Lo que sucedía ahí era que la sobreprotección de su familia no le permitía explorar su sexualidad libremente.
Lo único que quería averiguar era que tan arraigado estaba a la sombra de su madre, pues ya con 18 años, tenía edad suficiente para comenzar a alejarse del nido y pasar a ser todo un hombre. Pensaba.
Solo quería descubrir qué sería lo que podría más, si la presión familiar o yo. Es decir, ahí estaba, en frente suyo, una mujer hermosa de cuerpo perfecto, con grandes y firmes atributos, y aun así no me volteaba a mirar siquiera.
Entonces comencé el juego. Me quité el saco y lo coloqué perfectamente en el respaldo de la silla asegurándome que me volteara a ver y regresé a mi postura, pero aquella acción tan solo había logrado que se distrajera un poco para de inmediato regresar la vista a su libreta.
Fastidiada, me desabotoné un nivel de mi blusa, pero nada. Así estuve toda la clase, haciendo circo para distraerle, pero nada de lo que hacía lograba voltearle la mirada a mí.
Terminaba la clase y ninguno de mis intentos habría funcionado. Mientras todos salían aliviados de que la hora terminara, yo me quedaba sentada mirando cómo aquel chico salía al último rumbo a donde su madre, tomándose todo su tiempo para alistar su cuaderno y libro dentro de su morral sin prestarme atención ni siquiera a solas en el salón.
Aquello además de extraño, sin quererlo había desencadenado un sentimiento escondido en mí que no esperaba conocer jamás. El de rechazo e inseguridad. Siempre he gozado de una apariencia linda, mi mayor problema era alejar a los hombres, no como hacer que se fijasen en mí. Fue entonces que puse manos a la obra. Lo tomé como reto personal. Ese sería mi proyecto. Haría a mi alumno todo un hombre y no habría quien me lo impidiese.
Juegos de seducción
La clase siguiente llegaba temprano, no era extraño pues mis alumnos acostumbraban a llegar tarde a esa aburrida clase, no los culpo.
Una vez en mi escritorio me preguntaba cómo lograr mi cometido. Pensé en quitar el escritorio, pero sería demasiado. Entonces me percaté de lo viejo que estaba; la madera al frente de éste, que era la única que impedía que se me viesen las piernas, estaba muy corroída por la humedad, seguro con un poco de esfuerzo no sería difícil deshacerse de ella y con su tiempo de uso nadie sospecharía.
Sin pensarlo mucho me acerqué un poco y de una punta abierta tire de la lámina plastificada de madera, la cual sin mayores problemas se desprendía rompiéndose justo a la mitad, dejando un hueco lo suficientemente grande para que se pudiese ver por él, pero no demasiado como para que cualquiera lo pudiera hacer.
Todo había salido perfecto. Ese día vestía un vestido corto lila sin tirantes, con zapatos altos blancos, y una pequeña chaqueta del mismo color. Nada era fruto de la casualidad.
Poco más tarde llegaban a clase mis pequeños súbditos, aquel chico habría sido de los primeros, quien como siempre se posaba al frente de la clase a escasos dos pasos de mí. Inicié la clase, todo marchaba normal, pero al terminar la tarea del día y regresar a mi escritorio que minutos antes habría roto tomé posición e inicié mi propia tarea asignada.
Tardé un poco en que lo notara pero pronto ese tímido alumno se percató que aquel escritorio ahora mostraba más de lo acostumbrado. Yo, por mi parte, solo me hacía la desinteresada, pero lo cierto era que todo aquel juego me tenía muy ansiosa, la verdad es que era más divertido de lo que pensaba. Se sentía bien.
Iniciaba el baile de miradas, la suya pretendiendo fijarse en su libreta pero desviándose constantemente al agujero del escritorio que dejaría ver mis piernas desnudas jugueteando bajo su sombra. En tanto mi mirada pretendía repasar apuntes de la clase sin dejar de mirar como ese chico me espiaba.
Me sentía extraña, era divertido, pero también era adictivo, me sentía empoderada, controladora, sabía que podría hacer lo que fuese sin reclamos ni consecuencias. Era como lo que siempre quieres hacer pero nunca te atreves por miedo a ser reprendido.
Entonces me desinhibí y comencé a jugar con mis piernas separándolas un poco más cada vez. Fue ahí cuando me perdí. Y es que no recordaba cuando había sido la última vez que había estado con un hombre, desde mi separación con mi novio no había estado con nadie más, ni con migo misma, con todo no había tenido tiempo ni ánimos y estaba a punto de lamentarlo, pues ahora sí que deseaba hacerlo.
Estando ahí jugando a la maestra seductora con el alumno más impopular de la escuela, me estaba provocando otras sensaciones que ciertamente no había esperado. En un momento me puse perfectamente alineada frente a mi alumno y con total descaro le abrí las piernas de par en par haciendo que mi ajustado vestido se me subiese hasta la cadera.
Aquella acción tan atrevida me había embriagado de libertinaje, de poder y liderazgo, pero sobre todo, de excitación. Comencé a notar como mi vagina comenzaba lentamente a inflamarse y humedecerse, acompañada de un tenue escalofrió que hacía tambalear mis piernas.
Sabía que aquel chico podría verme cuando lo quisiese. Llevaba una lanería rosa debajo, pero no era qué tanto pudiese verme, sino el simple hecho de que pudiese hacerlo a escondidas en ese lugar público sin que nadie más lo notase. Eso me tenía muy caliente.
Al paso del tiempo la mirada de aquel pupilo estudiante se desviaba cada vez más seguido al escondrijo que aguardaría mi par de piernas completamente separadas debelando mis bragas húmedas. De tanto en tanto me volteaba a ver el rostro, pretendiendo deducir si lo estaba provocando conscientemente o no. Pero yo no le daba pistas, no me interesaba; me concentraba en mis apuntes mientras por debajo abría y cerraba mis rodillas chocándolas entre sí.
Más tarde debía exponer el último tema del día para dar paso a la tarea del fin de semana. Antes de ponerme de pie, tuve que arreglármelas para acomodarme mi vestido debajo del escritorio sin que nadie lo notara, pues ya lo tenía hasta la cintura.
Estirando la elástica tela inicié el siguiente tema borrando lo escrito en la pizarra y anotando los nuevos datos. Fue en ese momento cuando estando de pie, dando la espalda a mis alumnos, sentí cuan mojada estaba, sentía mis bragas completamente mojadas, temía que aquella humedad se filtrará a mi vestido. Apresurada y entrada en pánico, indiqué la tarea y regresé velozmente a mi silla ocultándome tras mi escritorio esperando a que anotaran lo recién escrito al frente suyo.
Con el infierno asegurado
Mientras mis alumnos trasladaban los apuntes yo intentaba calmarme, temblaba, sudaba y respiraba agitadamente. Estaba realmente caliente. En tanto el joven frente a mí, regresaba su mirada voyerista para espiar dentro del escondrijo que yo misma le había fabricado.
Yo ya no quería seguir, había aceptado que aquello que inició como un juego me había sobre pasado. Tan solo quería tocarme hasta hacerme correr para regresar a la cordura, pero ya no podía salirme de mi propio juego, aquel pequeño estaba frente a mí, y por fin lograba quitarle la vista de sus estudios para acceder a sus instintos de hombre. No me pude resistir.
Comencé a frotarme las piernas una contra la otra, poco a poco al tiempo que lentamente las separaba frente a él apresando su mirada que luchaba por disimular inútilmente, lo que a su vez, me excitaba más y más.
Al terminar, todos en el aula me entregaban su ejercicio pues con ello podían marcharse. Pronto aquel alumno se puso en pie y me entregaba su tarea. Entonces sucedió. Llena de malicia le detuve preguntándole si me pudiera ayudar con los trabajos de sus compañeros al término de la clase.
Con esto estaba hecho, no había marcha atrás, tenía la cárcel y el infierno asegurados, estaba seduciendo a mi alumno, quien presa del pánico enmudeció por un momento para después responder entre titubes un tenue “claro, por supuesto” para regresar a su lugar predilecto.
No pretendía nada, tan solo quería continuar con el juego en el que ya no quería participar, pero tampoco podía salir.
Por fin el último alumno dejaba su trabajo sobre mi escritorio para marcharse alegre de haber soportado tan aburrida clase, dejándome por fin a solas con aquel adolecente quien lleno de nervios e incertidumbre no paraba de temblar en su pupitre.
Me pareció muy tierno, me daba mucha pena, pero era tan gracioso que me era imposible no aprovecharme de él. Así que tomé la mitad de la corta pila de trabajos a revisar y se la coloqué sobre su pupitre acompañado de un seductor “gracias” y una sonrisa pícara de lo más malévola.
La idea era hacerle perder el tiempo para arrancarle de los brazos de su madre y que descubriera los beneficios de la independencia y la libertad. Envalentonada con mi chantajista farsa, me quité mi pequeño saco, me senté frente a él y con todo descaro me acomodé perfectamente en aquel hoyuelo separando las piernas todo lo que pude, provocando que mi corto vestido se me enrollase de nuevo en la cintura, dejando mis piernas y mi ropa interior completamente al descubierto.
Entonces una ola de excitación me abrazo en todo el cuerpo. Sentir como mi vagina ya completamente mojada se despegaba de mis bragas que se me habían metido entre mis labios me había puesto incontenible.
Mirando de reojo cómo aquel chico intentaba concentrarse en la nueva tarea que le había encomendado, intentaba disimular lo excitada que estaba tras ese escritorio. Mientras, bajo la oscuridad, abría y cerraba las piernas cual péndulos hipnóticos, provocando con aquella acción que mis labios se abrieran y cerraran en cada vez, produciendo una inigualable sensación al friccionarse con mis bragas húmedas.
Pero pronto todo fue insuficiente, quería más, realmente necesitaba tocarme y mi alumno ya casi terminaba de revisar los pocos trabajos que le había dado. El muy cabrón quería terminar pronto para irse con mami. Qué bueno, si se quería largar que así fuera, él se lo perdería.
Ya completamente enfadada, frustrada y muy excitada, bajé mi mano derecha hasta mi entrepierna y comencé a tocarme. De inmediato sentí mis bragas completamente mojadas, y esa sensación de estar a punto de hacerlo me invadió todo mi cuerpo. Realmente lo necesitaba.
Cada musculo de mi pubis agradecía aquellas caricias y mi vagina se dilataba más y más, alegre de repetir aquellas sensaciones tan placenteras. Entonces me perdí, cerré los ojos, arqueé la espalda, recline mi cuello hacia atrás y me metí la mano bajo mis bragas.
Seguro que no había olvidado que aquel muchacho estaría mirándome en primera fila, pero ahora era su problema, ya era libre. De él dependía decidir qué era lo que más deseaba, yo, o regresar con su mamita.
Ya decidida a hacerlo sufrir como nunca, comencé a masturbarme como si estuviese en la privacidad de mí recamara. Me masajeaba mi clítoris y me metía un par de dedos en mi mojada vagina. Después me comencé a masajear mis tetas que aún bajo mi vestido y mi sujetador levantaban mis pezones sobre la tela. Sin dudarlo los apretujé apasionadamente restregándomelos con mi mano libre.
Bajo la completa oscuridad de mis parpados me metía los dedos medios de mi mano estimulándome lo mejor que sabía, presionando en todo mi clítoris con la palma de mi mano y arqueando mis dedos para tocarme mi punto de placer, mientras pujaba con firmeza para hacerlo salir de su íntimo escondrijo.
Ahí comencé a sentir como ese entrañable orgasmo se avecinaba, mi respiración se aceleraba, mi cuerpo se estremecía y cuando un par de gemidos se me escapaban de la boca, por fin me hice correr lánguidamente, dejando salir todo mi flujo en mis bragas que escurría hasta la silla, mientras me estrujaba fuertemente mis senos sobre mi sujetador, haciéndome arquear mi espalda y abrir la boca para intentar ahogar un desgarrador grito orgásmico que se me escabullía cortadamente entre gimoteos hacía mis adentros.
Terminando aquel increíble orgasmo y regresando a la realidad, le indiqué al afortunado joven quien valientemente se había quedado a presenciar cómo me masturbaba hasta hacerme venir a chorros, que me regresara los trabajos de sus compañeros y se fuse ahora sí, con su mamá.
Aquel pobre apenas podía reaccionar, lo había dejado marcado para toda su vida. Pero no me importaba, ya estaba lo suficientemente mayorcito como para aprender de los jugos de la vida. O de los míos.
En cuanto pudo reaccionar y moverse para ponerse en pie, tomó sus cosas y se fue sin decir nada. Me dio mucha pena, el pobre caminaba como zombi, quizá si lo había traumatizado, caminaba tambaleante con la mirada perdida y la polla completamente dura bajo sus pantalones.
Ni tan solo había podido acercarse a mí de nuevo para entregarme los trabajos que había revisado, dejándolos así, en el borde del escritorio.
No sabía si estaba apenado o si en verdad había sido demasiado para él, pero recién abandonó el salón me saqué mis empapadas bragas y con ellas me sequé mi chorreante coño para después acomodarme mi vestido, ponerme mi saco y finalmente meter mis mojadas bragas en mi bolso.
Así terminaba mi día, el día más extraño de mi vida, que la cambiaria para siempre. No me arrepiento, fue una gran experiencia, pero no pude dejar de pensar en ello todo el fin de semana, solo quería repetirla. Se pondría mejor.
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