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Tiempo de lectura: 4 minutos

No podía ordenar mis pensamientos, el hijpotua de mi marido me dijo que teníamos que dejarlo, era lo mejor, como si él fuera un puto psicólogo de pago. Veinticinco años con él, dos hijos de por medio. Veinticinco putos años. Claro, yo no poseía carrera universitaria, siempre me lo achacaba, no de forma directa, sino con pequeños reproches. Me sentía como un animal agonizante. Me lo dijo a la una de la madrugada de un lunes, Sara y Marcos estaban en otra ciudad estudiando en la universidad. Se marchó como si tal cosa.

A mis 45 años lo tenía decidido, me mire en el espejo, aunque mis generoso pechos están algo caídos soy lo que dice mi hija una mujer corpórea, con unas nalgas bien ajustadas, sin celulitis, levantadas y redondas, soy de complexión alta — 171 cm — me viene de familia. Soy morena y me dejo media melena por mi cara angulosa y porque me complementa más con las gafas. Aunque esa noche me puse las lentillas y me pinte los labios. Me puse un vestido negro ajustado por encima de las rodillas. Decidí mostrarme descarada y decidí salir desbragada. Iba a por todas.

Cruce media ciudad con el coche, ya eran las 2 de la madrugada de un Lunes. Vi un pequeño garito que aún tenía luz, aparqué enfrente. Me bajé, con taconeo sonoro entré en el establecimiento. El camarero estaba barriendo al mismo tiempo que hablaba con un joven ataviado con un chándal rojo, zapatillas deportivas con suelas grandes, usaba gorra con colores fosforescentes, en su cuello dos collares, dos anillos en ambas manos con sus pulseras correspondientes en la muñeca. El camero cuarentón llevaba delantal, era calvo, con los ojos estrábicos, sin afeitar. Me senté en un taburete de la barra. ¡Ejem!, oí a mis espaldas. Me gire, al mismo tiempo que mi falda había subido.

— Sé que es tarde, pero solo quería una copa, un vodka doble.

— Claro, señora, veo que le va lo fuerte, enseguida se lo sirvo.

Pasó tras la barra mirando al chico que estaba sentado, me sirvió el vodka, se fue a hablar con el chico. En ese momento me ladee de manera que quede perfectamente a la vista de ellos, su posición baja en cuanto a la mía encima del taburete. Cuchichearon entre ellos, pude oír como el chico le decía “la puta no lleva bragas”. Sus miradas hacía mi fueron terribles. Me volví con la mirada clavada en las botellas tras la barra que tenía enfrente. Tras mía note unos pasos ligeros y que la persiana del local se bajaba. Al girarme el chico estaba delante de mi, no era alto, más bien bajito, pero su porte era gallardo y achulado. Se levantó la visera de la gorra y me subió el vestido, quedé sentada en el taburete, notaba mi culo pegado al cojín.

— Mira que eres cerdaca — dijo el chico.

— Voy como me parece — contesté.

Sin más dilación me cogió los tirantes del vestido hasta bajarlos debajo del sostén, después sin desabrochar el sostén me saco los pechos por arriba. El camarero solo miraba. Dio una violenta patada al taburete y quede en el suelo, con los tacones no podía levantarme, al intentarlo ya tuve la polla a la altura de mi cara. Intenté decir algo pero la polla ya estaba en mi garganta. Me tenía atenazada la nuca, literalmente me follaba la boca. No podía ni respirar, oía el tintineo de sus collares y pulseras. Paro un momento y por fin pude tener una bocanada de aire, pero no dio tregua, otra vez me la metió en la boca.

— Intenta tragártela toda, puta.

Mis ojos estaban llorosos, me venían arcadas, babeaba. Por fin me soltó. Me levantó y me llevo sobre una mesa, me abrió las piernas en tijeras y me bombeo hasta correrse. Lo hizo dentro de mi vagina, después vino el camarero y se pajeo encima de mi cara hasta venirse y dejarme la cara embadurnada.

— La hijaputa se ha corrido también — dijo el chico.

— Venía a por rabo y lo ha tenido — contesto el camarero.

Me arregle un poco el vestido, el camarero ya me había levantado la persiana y me fui a escape.

A la mañana siguiente no me reconocía, había sido un impulso alocado. Y la verdad es que en cierta medida lo disfruté, y sí, me había corrido en esa escena de ópera bufa, parecía irreal. Pasaron unas semanas y me sentía sola, aún no habíamos informado de nuestra situación a los chicos. Decidí salir una vez más, sentía ansias de novedades, por una parte me atemorizaba y por otra me sentía atraída, como una adicción. Aproveche para darme una vuelta por la costa, aun no siendo verano ya empezaba a hacer calor. Me aloje en un pequeño hotel, salí por la noche, esta vez con un vestido de estampados florales, también por encima de la rodilla y un generoso escote, y esta vez no solo desbragada, sino que también sin sujetador. Recale en un local fiestero con motivos florales y baile para turistas donde corría la sangría a precio asequible. No estaba el ambiente muy concurrido, empecé a beber sangría. Me sentí observada por alguna gente. En especial por un macarrónico individuo, era alto de movimientos desgarbados, mulato de piel; usaba pendientes en ambas orejas, pantalón vaquero estrecho que le marcaba paquete, deportivas rojas estridentes y camiseta blanca sin mangas de gimnasio. Era fuertote de cara poco agraciada, rapado, de nariz aguileña y ojos pequeños muy juntos. Me miraba de forma escrutadora. Hice que se me cayera el bolso y me agache de forma que se pudieran ver mis muslos. En ese mismo momento su mirada se hizo más radioactiva a través de esos pequeños ojos, vino hacía mi a paso largo patoso. Se presentó como Salimbo, llegado no hacía mucho, fiel defensor de los derechos humanos – de hecho era un sin papeles — del futbol y el culto al cuerpo mediante sesiones de pesas rematadas con flexiones. Rodeo mi cintura con su brazo y me invitó a beber sangría como quien no quiere la cosa. Me pidió dar un pequeño paseo por la playa al mismo tiempo que se agarraba su abultado paquete. Bajamos hasta el malecón. No tardo en tocarme el culo mientras me morreaba; saco mis pechos. Se desabrocho la bragueta y sus pantalones quedaron en sus tobillos. Me ofreció su polla. Era grande, nervuda con unos testículos colgantes. Se tumbó en una hamaca con el cipote enrabado. Empecé a mamarle, lamí el tronco, el glande, succione sus testículos. En un movimiento atlético cambiamos de posición, me comió el coño-culo me levantó las piernas. Yo estaba que chorreaba. Se puso en posición de ataque, empujo, dio bombeos en mi coño. Sin avisar me la clavó en mi zona anal, eche un alarido, la saco y volvió a mi vagina empezando un galope, yo gozaba esa polla. Estreché mis piernas en su cintura.

— ¿La notas?

— ¡Si, si, si! ¡No pares! — dije.

Empezó unas embestidas profundas, de su garganta salían sonidos guturales.

— ¡Toma, toma y toma!

Me corrí como una regadera, él se levantó y me puso su polla en mi boca atenazándome la nuca, note una viscosidad en mi garganta, la mantuve en la boca, respiraba por la nariz; entonces él me hizo la pinza a la nariz, no podía respirar y tuve que tragar. Quedé exhausta, al recuperarme vi que ya se iba. En el malecón hablo con otro, el otro vino hacía mi; tenía las mismas características corporales que Salimbo.

A la mañana siguiente de vuelta a casa pensé en la noche anterior, me habían follado encima de la playa y este compinchado con otro, el cual me había sodomizado. Había sido puesta en posición perruna y tras unos escupitajos fui enculada. Chillé y berreé como una posesa, el culo me ardía, pero no tuvo compasión, me bombeó hasta que se vino dentro de mi culo.

Había pasado un mes de nuestra separación y ya había follado con tres. No sé qué me deparará el futuro, quizá voy para ninfómana.

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