—No toques ahí… No… aquí.
En el momento en que nuestra compañera de trabajo salió a comer y quedamos solos en la oficina cruce la oficina a dos zancadas e introduje mi mano bajo su brasier y apreté su seno completo, terso, suave, delicado, a la vez que ella cambiaba la posición de su mano de apretar mi muñeca a acariciar mi pene sobre el pantalón.
—Tú eres la que no debería tocar ahí, señorita.
Le tomaba el rostro y lo volteaba para besarlo, sentir su lengua dividir mis labios me calentó a un nivel más allá de lo racional, no había nada en mi vida que no deseara más que hacerla mía, fuera como fuera, de ser necesario ahí mismo y sabía que ella, ya había perdido el control, una vez caliente no había nada que la detuviera.
Metió la mano dentro de mi pantalón y apretó mi pene, moviéndolo torpemente debido al poco espacio que tenía, la tome del cuello y la coloque contra la pared bruscamente, ella solo sonrió y lamio la mano con la que me apretaba el pene, le escupí en la boca y ella se tragó mi saliva.
—Si me escupirás algo, que no sea tu saliva.
Mientras decía esto empezó a abrir el cierre de mi pantalón y le dio un delicado beso a mi pene, para luego llevárselo a la boca, sus labios besando la punta de mi pene, su boca devorando lentamente mi pene, lo
Disfruté, como nunca, ella, una señora de unos 40 años, mostraba toda la experiencia que había recabado con los años, me estaba dando la mejor mamada de toda mi vida, una única, una excelente, una sin igual. Recorría mi pene con su lengua, dejándolo lleno de saliva para luego continuar succionando, movía sus labios, su lengua y su cuello, no dejaba ni un solo detalle sin atender, succionaba con amor y dedicación. Me miraba, me miraba con deseo, me miraba con anhelo. Me corrí en su boca y ella se lo trago todo, y abrió su boca para mostrarme que se lo había ganado todo.
Me sentí vacío y solo de nuevo.