Mi familia es muy normal. Papá, mamá, mi hermano y yo, que soy la pequeña. Pequeña, además, de tamaño. Tengo dieciocho años, pero nadie me supondría esa edad. Digo yo que eso irá cambiando, y a lo mejor algún día la gente me toma más en serio porque aparento ser persona mayor. Tenemos una rutina muy normal también, por la mañana desayunamos juntos, y nos vamos todos a trabajar o a estudiar, y no queda nadie en casa hasta la tarde.
El piso es amplio, y cada uno puede tener una cierta intimidad. No nos llevamos mal, aunque mi hermano es un pesado, y a veces nos peleamos. A mi madre le descubrí facetas nuevas, que ya contaré. Mi padre ha mejorado mucho, ahora que lo conozco mejor. Él también piensa que nos conocemos mejor ahora, pero, claro, con lo que hemos pasado juntos…
El día comenzó como la familia, muy normal. Yo me levanté, me aseé, y me estaba poniendo el uniforme, primero la blusa, cuando entró mi hermano, sin llamar, como de costumbre, para devolverme un libro de física que le había dejado hacía ya una semana. Qué gandul es, ay.
—Pero bueno, llama primero, que me estoy vistiendo, dije, poniéndome detrás de la silla. Desde luego, qué falta de educación.
—Vale, vale, te dejo el libro y me voy, qué finuras nos entran.
Lo que tengo que aguantar. Luego, cuando iba a entrar al baño, me encuentro a mi padre sentado, leyendo el periódico.
—Pero, papá, cierra con llave, jolín qué desagradable.
Mi padre gruñó un poco y me fui. Ay, qué jaleos por la mañana. Después de desayunar, y haber protestado yo por la mala educación de los varones de la familia, fui a la academia de preparación universitaria, y hasta la tarde no volví a casa. Un día como tantos otros.
Hasta la hora de la cena todo se había desarrollado de manera habitual. Ni frío ni calor, ni más sustos o alegrías que los comunes en la vida. Cuando terminamos, recogimos y ya estábamos todos en pijama, fui a consultarle a papá mis quince días de experiencia en el trabajo, que pensaba yo que podía pasarlos en su empresa. A ver si echaba mano del nepotismo y me conseguía algo no muy complicado pero sí jugoso. Quedamos en que al día siguiente hablaba con el jefe.
Volví a mi cuarto, y al encender la luz vi que se había fundido la bombilla. Papá vino a cambiarla, con una escalera. No me fío yo mucho de la pericia de mi padre, y lo que pasó me dio la razón. Subido en la escalera hizo el cambio, pero como no encendía cuando yo pulsé el interruptor, apretó un poco, pero nada, y entonces, tocó el lateral del portalámparas, y empezó a moverse y gritar. Le estaba dando un calambrazo bien fuerte. Yo no lo pensé, y fui a tirar de él, sujetándole la mano. Claro, pasó la corriente a mi brazo también, él se cayó de la escalera y los dos caímos desvanecidos.
No sé cuánto tardamos en despertar, pero no creo que fuera mucho. Nos levantamos algo mareados, ahora sí había luz y ya más tranquilos nos fuimos cada uno a su cama. Al meterme en la cama me di cuenta de que mi pijama tenía manga larga y pantalón largo, cuando yo me había puesto un short de felpa y una camiseta de manga corta. Algo me rozaba la entrepierna. Separé el pantalón de la cintura, y vi que aquello no era mío. El grito que lancé se unió con otro mío abriendo la puerta, por lo cual paramos en seco los gritos de los dos, mientras nos mirábamos. Yo estaba en la puerta, asombrada. Pero si yo me veía, ¿cómo podía estar allí?
Yo me acerqué a donde yo estaba, y me dije.
—Soy yo.
—Claro que soy yo. ¿Pero quién eres tú?
—Papá.
—¿Eh?
—Iba por el pasillo y vi que todo estaba más alto, y que tenía fresco en las piernas, y miré y me miré y vi que aquello no era mío, ¡ni yo era yo!
Se nos habían intercambiado las mentes. ¿Qué podíamos hacer ahora? Nos quedamos mirándonos un rato.
—Fue cuando nos dio la corriente, seguro —dijo papá—. Hay que volver a probar con el enchufe.
E iba a meter los dedos en el enchufe.
—Pero, papá, no seas bruto.
En fin, que probamos, pero nada. Papá se echó saliva en los dedos, a ver si así.
—Es que habrá que meter los dedos bien dentro, ¿no?
Subiéndose a la silla de mi cuarto, la que tengo donde la mesa, desenroscó la bombilla y me dio la mano; metió dos dedos en el portalámparas. Calabazo. Nada.
—Pues sí que estamos buenos. ¿Y ahora?
Estuvimos pensando un rato, pero ver que tú ya no eres tú crea una falta de interés en la filosofía y los aspectos prácticos, que no nos dejaba seguir adelante.
—Mira -dijo papá—. Mañana empezamos el día con normalidad, y después de salir volvemos a ver qué se nos ocurre. Yo llamo al trabajo y a la academia, alegando enfermedad, y ya está. Por lo menos, a ver si así estamos más despejados.
—Más bien seré yo quien llame, ¿no? Con esa voz no te van a creer.
—Es verdad, Yuri. Bueno, entonces, de acuerdo.
—Vale. A ver, yo esto no lo entiendo.
Yo fui al dormitorio de matrimonio, y allí le dije a mamá, que me besó y se me insinuó, que estaba cansado, que me dolía la cabeza, tosí, me di la vuelta, fingí dormir mientras la oía mascullar y estar enfadada, hasta que al final se durmió.
***
Cuando mi hija se marchó, me quedé en su cuarto, de colores alegres, fotos en la pared, cama sencilla, y seguí sin ver solución al problema. Nunca había yo oído que pasara esto, y físicamente desde luego no era lo más probable. Eso sí, la agilidad de este cuerpo era notable, en comparación con el mío. Claro, Yuri hacía algo de deporte, y yo ni siquiera veía los partidos en la tele. Podía incluso saltar a la cama y todo, cosa que hice algunas veces. Tenía ventajas este trueque. Otra ventaja era, desde luego, tener un cuerpecito que investigar. Yuri tenía un espejo de pie en su cuarto, y me quedé mirando el pijamita, las piernas, y, naturalmente, el cuerpo de debajo. Qué podía hacer, sino desnudarme, por ganar perspectiva y porque, jobar, esta oportunidad no se me iba a dar más. Y si no me la quitaban (la oportunidad) iba a tener que acostumbrarme a esto. De todas maneras, win-win.
Me desnudé y vi que Yuri se quitaba el sujetador para dormir, supongo que es un engorro, por lo que comenta mi mujer, y el suspiro de alivio que suelta cuando se lo suelta, al llegar a casa. Pechitos pequeños pero monos, apenas despuntaban, pero con unos pezones oscuros y que enseguida reaccionaron cuando los toqué, confieso que con algo de respeto. Respeto el que me dio la sensación, que no fue sólo allá en los pezones, sino el resto del cuerpo, un cosquilleo que ahora no era eléctrico, sino biológico. Bajé las manos de los pezones a la cadera, sólo tocando con la yema de los dedos, y comprobé que el hormigueo placentero me acompañaba. Me toqué un poco más y aumentó el gusto, seguramente porque a mí me estaba poniendo cachondo el ver cómo me movía en el espejo.
La vulva de Yuri estaba despejada, depilada muy bien, y, después del baño, estaba todo limpio y perfumado. Allí fue a investigar. Me acerqué al espejo, me senté en el suelo para tener mejor visión y fui separando con los dedos las partes que iba encontrando, y luego metí esos dedos en misión de exploración. Lo que allí encontré me era conocido, claro, de mi mujer, pero esto estaba todo nuevo, a estrenar. Cómodamente sentado me puse a frotar, y, animado por mi imagen nueva en el espejo, tuve un orgasmo muy pronto, empezaron a temblarme las piernas, se me aceleró la respiración, se me agitó el corazón, me llevé un gusto de muerte.
Descansando en la alfombra, mirando al techo, pensé que ahora que ya tenía esta primera práctica bien podía hacerlo más cómodamente. Me subí a la cama y me empecé a sobar los pechos, que, con la juventud, respondieron enseguida. Vi que había crema, y la apliqué para aumentar la suavidad. Qué fresca estaba, y cómo me gustaba. No llegaba a chuparme las tetas, no tenían bastante tamaño. En fin, no se puede tener todo.
Comencé a frotarme otra vez, y aquello iba en aumento. Estaba todo mojado, tanto que mojé la sábana y todo, pero yo seguía, metiendo los dedos, frotando, lo más que podía, pero, claro, se cansa uno, a pesar de que el deseo era mucho. Yo seguía chof, chof, adelante, venga a soltar líquido, me iba a deshidratar. Estaba cansado, y entonces vi que la puerta se entreabría y se asomaba un ojo, y bajo el ojo una boca que se abría mucho. Era Yoshi, mi hijo.
Sin pensarlo, lo llamé.
—Yoshi, ven acá.
Abrió la puerta y entró, asombrado de lo que veía.
—Pero Yuri, ¿qué haces, sabes el ruido que se oye en el pasillo?
—Ayúdame, no te puedo explicar. Trae la mano.
—¿Qué?
—La mano, venga.
Me dio la mano, metí lo que pude en la vagina y le ordené:
—A meter y sacar la mano hasta que te diga.
Le sujeté fuertemente la mano y le enseñé a qué me refería. Intentó sacar los dedos que tenía dentro, pero le miré fijamente y le amenacé con que le diría a papá (yo) que le cortara Internet porque nada más que veía vídeos porno, producto nacional, eso sí, que en casa somos patriotas. El asombro y aquella situación seguramente le vencieron, además de que las hormonas del tipo de mi hijo, que está muy salido, son como una riada. De modo que allí estuvimos un rato, yo al clítoris y las tetas, él entra y sale, yo a emitir gemidos y líquido, él a quedarse asombrado y empalmado.
Finalmente me corrí con un gran chorro que empapó aún más la sábana. Mañana habría que lavar. Mientras estaba corriéndome, Yoshi se soltó de mi, y se me quedó mirando, viendo aquello que le estaba pasando a su hermanita. Yo me eché para atrás, respirando aceleradamente. Me daba pena el chico, así que después de reposar un poco me senté, y le dije que se bajara los pantalones. Él se me quedó mirando más asombrado todavía. De todas formas me obedeció. Yo tomé la polla en las manos, no estaba mal el chico, y fui frotando con ambas manos, una tocando los huevos, otra adelante y atrás con su pene, hasta que se corrió encima de mí. Qué desastre, estaba todo manchado. Dio unos ah, ah, y se quedó temblando.
Yo le escurrí lo que quedaba de semen, le pasé unos pañuelos de papel, y lo mandé a la cama. Se fue mirando para mi, que estaba en la parte algo más limpia de la cama, más tranquilo que antes, pues este ejercicio relaja. Se tropezó con la puerta, volvió a mirarme, se tropezó otra vez y desapareció.
El resto de la noche lo pasé durmiendo placenteramente.