Una mano amiga
Mi mejor mano amiga es la mía. Cuando me encuentro nervioso por algo pasajero pero que me gustaría alcanzar ya, un remedio es masturbarme, también esto es pasajero, pero inequívocamente alivia. Casi todos aquellos con los que hablo me dicen lo mismo: que les pasa lo mismo y el alivio más a mano, nunca mejor dicho, es masturbarse.
El caso es que a mí me gusta masturbarme. No es que lo haga cuando lo necesite solamente, es que en cualquier momento me digo a mí mismo: «¡Anda, siente el gustirrinín que te entra en los huevos!» y zás, me cepillo mi polla hasta que me sale el grumo, ¡joder!, el gusto que da es impresionante, la mar de agradable y te quedas por un rato más fresco que en la luna de Valencia, que nada tiene que ver con masturbarme, pero es por un decir, porque donde más veces me he masturbado de noche de cara al cielo estrellado y con luna ha sido en Valencia. Allí encuentro una magia con el aspecto masturbatorio que tiene esa luna, aunque lo importante es darle al canuto, ponerlo tieso, y bruñirlo hasta que salga la lefa. Los cojones deben quedarse contentos, pero a la vez enfadados por cómo expulsan de fuerte y vuelven a cargar tan rápido.
Eso de masturbarse debe ser una cosa buena de nuestra naturaleza, porque si fuese mala los testículos se cansarían y nos mandarían a la mierda.
Una mano extraña
Es una mano que no es mía, vamos que no está unida a mi cuerpo. Siempre es una sorpresa cómo una mano extraña sostiene tu sexo y te lo masturba. Tu pene se siente extraño y con nuevas sensaciones al ser acariciado por una mano desconocida. Si sabes quién es porque lo conoces o estás despierto, sientes cariño hacia el amo de esa mano, pero pronto te olvidas, bueno, en verdad soy yo el que me olvido para sentirme lleno de placer.
Con la mano de ella
A algunas personas les gusta masturbarse con el sexo opuesto. Abelardo, un amigo mío, me dice que a él le gusta masturbarse con la mano de su mujer, vamos, que le gusta que su mujer lo masturbe. Bueno, para algo servimos los que vivimos en compañía de otro. Yo también a veces me masturbo por mano de algún amigo mío. Quique es, por ejemplo, mi masturbador oficial, porque es quien más veces me ha masturbado. Lo que le pasa a Quique es que se siente muy femenino, a él le hubiera gustado ser mujer, por eso se viste de mujer de vez en cuando. Pero cuando yo le pido que me masturbe, siempre se viste no solo de mujer, sino muy atrevida, muy puta, ya con solo verlo en minifalda se me pone dura y solo tiene medio trabajo que hacer, solo le queda ordeñármela y beberse mi leche. Así de puto es el muchacho, pero siempre vestido de colegiala, con falda a cuadros y blusa blanca. Lo que no se pone nunca es bragas, pera que no me resulte difícil penetrarlo. Así es Quique. Pero es un gran amigo, que no se retrae para hacerme favores.
La mayor parte de amigos que tengo no son gays, aunque parezca mentira, pero todos son tocados de ganas de sexo y solemos comentar esos deseos y cómo darles solución. Ellos me dicen que prefieren tocar el sexo húmedo de su mujer, hurgar en la concha y besarla, lamerla, husmearla como perros antes que dejarse masturbar por ella. Pero Antonio, con tan macho que es y poco de hacer mariconadas, me ha masturbado más de diez veces. Debe ser por el cariño que me tiene, si no es porque su lengua es atrevida para decir cosas que le dejen en buen lugar. Hasta el momento actual no se me ha resistido ningún hombre heterosexual. «Dejo que me folles si tú me masturbas hasta que me corra» y todos aflojan sus resistencias. También he de reconocer que tengo un culo de puto perdido, y todo ayuda.
Antes de casarse mi hermana Alba, sí le pedía que me masturbara y lo hacía muy bien. No sabe mi cuñado —o quizá sí—, el favor que le he hecho enseñando a mi hermana Alba a masturbar una polla. Llegó a hacerlo divinamente, incluso le gustaba mi lefa. No sé qué hará con su marido, pero si él no aprovecha esa cualidad de su esposa, es tonto del culo.
Mi hermana, cuando yo estaba en mi estudio haciendo los deberes o en mi época de estudiante universitario, se metía debajo de la mesa, me abría la bragueta, me sacaba el paquete y comenzaba a masturbarme hasta que me hacía derramar mi leche. Era mi placer sorpresa. Cuando mi hermana no estaba, no tenía más remedio que con una mano pasar hojas y con la otra, bragueta abierta y paquete fuera, bruñir mi pinga hasta sacar mi lefa.
Con la mano de él
La masturbación recíproca con otro hombre es una de esas cosas que han llegado a formar parte del grupo de mis favoritas. Todos nos tocamos de una u otra manera, unos tocamientos no llaman la atención porque son habituales en público, como un saludo con darse la mano, y otros tocamientos son más agradables y solemos hacerlos con algo más de privacidad. De entre estos hay unos que yo llamo el «acto sensual» —diferente y previo al acto sexual—, aunque no se toque el sexo, se siente en las bolas una especie de cosquillas muy agradables como si fuera una pequeña electrificación que produce mucho placer ¡pero que mucho placer! Todos tenemos diferentes maneras de tocarnos. La mano descubre nuevos objetos de diferentes texturas y nuestros genitales se sorprenden con las caricias que le llegan por comunicación o que reciben directamente.
Es una escena muy tierna, imagínate que estáis tú y tu amigo, amante, esposo u otro, pero estáis dos, dos cuerpos acariciados por los dedos de dos soles, porque dos chicos desnudos juntos son cómo dos soles; dos cuerpos acariciados por las manos de dos artistas, por el abrazo de dos amantes. Tú lo contemplas y lo ves desnudo, ansioso y dispuesto, él te contempla y te ve deseoso, anhelante, ansioso, ávido, expectante, sediento de placer y os contempláis, os miráis y os agradáis. Nos hemos tocado los labios, hemos metido el dedo en la boca, hemos besado los ojos, la nariz y los labios, hemos acariciado los pezones y los hemos lamido, hemos paseado los dedos por los nudos de la columna vertebral como si tocáramos el piano, hemos asomado un dedo en el ano, quizá hemos empujado y se ha metido hasta hacer gemir al amado. Ya, una vez las manos en ese lugar pasan adelante y acarician nuestro pene, luego nuestro escroto, ya lo estábamos deseando. Entonces abrazas con la palma de tu mano y con tus dedos el pene de tu amante, él hace lo mismo contigo, sonríes, cierras los ojos, sientes como mariposas en tu estómago y comenzamos la masturbación lenta, lenta, arriba, abajo, descapullamos el glande, se va poniendo amoratado, lo miramos, nos damos un beso sin interrumpir nuestra mutua masturbación…
¡Qué bueno es masturbarse mientras se contempla el cuerpo deseado!
Sentado, acostado o de pie, disfruto imaginándome y representado a continuación todas las posiciones para la práctica de la masturbación. Sé que masturbarme con mi amigo no consiste solo en un juego de manos, sino que, al igual que los pies y los muslos, otras partes del cuerpo pueden rodear un pene hasta hacerlo vomitar.
Con varios
Me gusta poderosamente cuando dos o varias manos se pasean por mi pene o mi escroto y cuando son varios los que me masturban y también varios los que yo masturbo, aunque sea un rato largo que jamás será tedioso sino placentero. Pero me produce mayor placer cuando dos manos a la vez me masturban al unísono, con el mismo ritmo. Si las dos manos son de dos mujeres diferentes me hacen creerme un dios por ese momento. Me retuerzo, me tumbo, me incorporo, me dejo besar, me dejo adorar.
Me encanta acariciar los cuerpos cuando son dos de mi mismo sexo, llego a su polla, a su culo, a sus pezones…
Hay muchas maneras de masturbarse pensando en la persona deseada. La masturbación siempre es un placer, pero cuando es acompañada por uno o varios es eminentemente placentera. Pone a todo el cuerpo en movimiento, en acción para lograr placer y con el placer quizá también el amor.
Todos salimos victoriosos de nuestras caricias. Todos salimos contentos, todos salimos satisfechos y a la vez deseosos. Algunos dicen que un placer no satisface si se siente deseo de volverlo a provocar. No hay mayor falsedad que esta. Igual que los placeres espirituales del alma humana se desean, nos satisfacen y los volvemos a desear, el cuerpo no es ajeno de estas ansias del alma, porque no es una máquina, porque no es un mero animal que realiza su sexo para ejercer la función reproductiva, el ser humano sabe sacar provecho y elevar a categoría humana singular las pasiones del cuerpo como ha hecho con las del alma.
Dicen que el cielo consiste en contemplar la divinidad, sentirnos satisfechos y volver a llenarse de ese deseo de contemplar para volver a holgar en el amor de Dios en el más allá.
El más acá no es tan extraño a este pensamiento. Lo más íntimo del hombre, aquello en lo que sentimos mayor pasión, deseo y amor, satisface y a la vez enciende para volver a comenzar. La masturbación no tiene barreras, el coito con mujer o la penetración anal con hombre, los necesitas, con la masturbación te vales, con ella, puedes más fácilmente encontrar un amigo que te lleve y de ahí al orgasmo coital solo va un paso.
La masturbación puede ser un comienzo para la realización de todas las formas y maneras del sexo y a la vez para concluir todo el proceso dedicado para manifestar el amor. Es en ese final cuando suelo realizar con mi amigo, ambos tumbados, una masturbación hecha con las plantas extremadamente suaves de los pies.
Mi amigo siempre me agradece que acabemos de esta manera por la suavidad que se siente en el tacto del centro de los pies con el pene. El arco, las almohadillas suaves bajo los dedos y el talón hacen que esta zona sea extremadamente erógena, de modo que concluir el sexo con un masaje de pies en el pene, produce un mayor y excitante relax.