La habitación aún no estaba iluminada con el sol de la mañana, estaba en posición fetal, apretó su cuerpo contra el mío, se movía de una manera que proporciona un placer hermoso. Me hice la dormida, si parece que duermo es mucho mejor, mientras me imaginaba que todo lo ocurrido fue un sueño.
– Buenos días -No respondí. En vez de eso, me apreté más contra ella. Aquella noche habíamos jugado más duro que de costumbre, cosas diferentes.
– Respóndeme -Sus manos me acariciaban la espalda, pasó los dedos de una mano lentamente entre mis nalgas y con la otra buscaba a tientas el baja vientre, no la detuve hasta que alcanzando mi raja, presionó provocando su abertura. Estaba disfrutando con eso y la dejé seguir. Me abandoné a este delicioso preliminar y ella se animó, me estremecí de gusto. Aquel juego me había excitado e irritado a la vez.
– Me has despertado con ganas de jugar y provocando, ahora vas a pagar las consecuencias, puedes empezar oliéndome el coño y trata de recolectar suficiente saliva para después limpiármelo, ¿qué te parece? -Susurré, apoyando mi frente contra la de ella. Cerró los ojos y suspiró mientras le acariciaba un lado de su cara.
– Bien… Pero… ¿tal vez?
– Bien… ¿qué?
– Siiii… Ama -Estaba confusa.
– Has de saber que ahora me perteneces, calla y obedece, sé una buena perra y saca esta parte perversa y viciosa que tienes.
No respondió de inmediato, acercó temblorosa su nariz para que la alegría iluminase mi rostro. Estaba atrapada por mi lujuria. La agarré del pelo, separé los muslos, pegó la boca sacando la lengua, aparte con mis dedos los labios hinchados, lamía vigorosamente hasta que de nuevo con un brusco e incontrolado orgasmo inundé su boca. Me tumbé a su lado, ataqué su boca despacio. Saboreé el gusto salado de su lengua y me deleité degustando mis propios sabores.
– ¿Estás bien?
– Estoy loca – . Asintió sonriente, levantó la cara de mi pecho y acarició mi mejilla. Las dos nos revolcamos sobre la cama dejando marcas de sudor y líquido vaginal, olía a nosotras a SEXOOO!!!
– Tengo que ir al baño, no quiero mojar la cama -dijo de pronto Marta.
La seguí y puso cara de sorpresa cuando entré con ella, le propuse que se contuviera y se colocase de pie encima de la repisa que hay al pie de la bañera.
– Ponte en cuclillas y ya puedes mear.
– No entiendo…
– ¿No tienes la vejiga llena?
– Oh… sí… está… pero es que de esta manera.
– Querida… ¿Alguna vez has tocado el coño de otra mujer cuando esta orinando?
– Oh… no.
Ignorando su súplica coloqué la palma de la mano sobre su vagina, la hice temblar cuando le di golpecitos. Aún tenía resto de cera entre los vellos del pubis. No pudo contenerse por más tiempo, ni un segundo más, la orina caliente mojó mi mano, su chorro salpicó mis pechos y cuando descendió por mi cintura se mezcló con la mía. Apoyada en la pared para no caerse, su coño se contraía en espasmos. Nos dimos una ducha y sin más salí. La esperé en la cocina, entró envuelta con la toalla de baño, yo estaba desnuda, me gustaba andar así por casa y más que en los últimos días de primavera los calores ya se hacían notar.
– Lo de antes, nunca… yo -Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
– Estabas confusa, no pienses más.
– Sííí, ya… Ama.
– Bueno pues ya lo has hecho. ¿Te ha gustado?
– Ha sido diferente.
– Está bien. Te gusta el café recién hecho.
Mientras se hacía, le entregué de nuevo el collar y que se colocase un delantal, tapaba solo la parte delantera. Salí a la terraza, se podía estar en ella desnuda sin ser vista, aunque no me importaba, le indiqué que podía empezar a servirme, ella lo haría en la cocina cuando yo terminase. Cuando ella terminó le di instrucciones punto por punto de como recoger la cocina, cambiar la ropa de la cama y limpiar el cuarto de baño. Y me puse a tomar el sol, cuando dijo que había terminado.
– Túmbate a mi lado a tomar el sol, te ira bien tienes el culo muy blanco.
Sonrió nerviosa, la tranquilicé que nadie nos podía observar. Se tumbó, le unté la espalda con crema solar, al llegar al culo, le di unas palmadas. Nos quedamos recostadas un buen rato, según ella nunca había tomado el sol totalmente desnuda, con Adela lo tomamos a menudo. Al rato hice que se volteara, le daba el sol por entero en su cuerpo, me senté en la hamaca y unté con crema de nuevo mis manos para jugar con sus pezones, acaricié su vientre y cuando alcancé el pubis, recogió las piernas doblándolas por las rodillas, los dedos rozaron su sexo, apreté con la palma de mi mano aplastando sus abultados labios externos. Repetí de nuevo, hasta que suspiró, seguidamente deslice por el centro de la grieta íntima y ya húmeda el dedo índice, roce el orificio de su ano, reaccionó al roce de mi uña, se cerraba y abría, como espasmos. Coloque el dedo entre los dos orificios, justo donde la piel es tan sensible, clavando mi uña hasta que dio un respingo.
Mis dedos empezaron a masturbarla, se abría y enseguida dejó ver el suave rosado de sus paredes internas.
– Veo que mi instinto no me falla. Estas disfrutando.
– Sí… Ama… Haces que todo resulte tan… diferente -Sus labios temblaban y le puse un dedo mojado en su boca, lo chupó.
– ¿Te masturbas?
– Si.
– ¿A menudo?
– A veces depende mi estado de ánimo, pero cuando hablamos por teléfono siempre.
– Bien. Me gustan las conchas bien dispuestas. Veo que la tuya está más que dispuesta. Los labios están inflamados y tu clítoris se sale. Tócatelo. Sóbalo mientras yo te pajeo. Sus dedos, en combinación con los míos, le hicieron acabar en 3 o 4 minutos.
– Tienes instinto de sumisa y de puta. Es una excelente combinación.
Sin darnos cuenta la mañana había volado. Marta me había expuesto su intención de ir a su piso para separar y recoger ropa de los armarios. Logré aparcar cerca de su casa y al pasar frente una tienda de ropa me paré para mirar el escaparate, quise entrar. Ella se excusó que se adelantaba para airear el piso, entré yo sola. Habían dos jóvenes eligiendo y probándose, la dependienta muy amable, me invitó que mirase y si necesitaba algo allí estaba, escogí un top de tirantes y un pantalón.
– ¿Deseas probarlo?
– Sí por favor.
– Ok, usa el probador del rincón está libre, si necesitas algo.
– Gracias -Unos minutos más tarde…
– ¿Sí? ¿Te está todo bien?, ya estoy por ti.
– No estoy segura. ¿Puedes venir y ayudar?
– Por supuesto.
– Gracias -Frente el espejo, me encantaba cómo me quedaba ese conjunto, pero el pantalón no me termina de ajustar. Cyr, así se llamaba ella, se puso detrás.
– ¡Oh, te ves genial! Qué lindo cuerpo que tienes.
– Gracias -respondí.
Estaba a mi altura, aunque sin los zapatos de plataforma seguro la harían más baja, tenía el pelo largo rizado pelirrojo, sujetado por detrás con una pinza, no era muy agraciada de cara, de piel blanca, pecosa, llevaba una camisa semitransparente que hacía adivinar el sujetador, una falda abierta a medio muslo y ajustada a un trasero respingón, todo blanco, le calculé por los 40. Su voz melosa, su amabilidad, la manera de posar sus manos sobre mis caderas ajustando el pantalón, había algo que la hacía diferente y a la vez resultona. No había más clientes en la tienda, cuando ella salió a buscarme otra talla, abrí del todo la cortina y me quedé solo con el tanga.
– Toma pruébate esta… -Su voz tartamudeó al verme. Se quedó al lado de la cortina. Me miraba fijamente los pechos.
– Tienes un hermoso cuerpo… -balbuceó
– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Te gustan? -respondí haciéndome la tonta, mientras con las manos levantaba mis pechos. Seguía sin moverse con la prenda en la mano, la cogí y la colgé. Con movimiento rápido tiré de ella hacia mí, la besé bruscamente en los labios, se echó hacia tras y cerró los ojos. Le cogí las manos y se las acerqué a mis pechos. Sus manos los acariciaron suavemente, las mías la abrazaban por debajo la cintura, arqueando la espalda presionaba mis caderas contra las suyas.
– ¿Te gustan?
– Mucho -Sonreí coqueta por el cumplido.
En aquel momento entró alguien y ella salió presurosa. Creí que no era el momento oportuno y me vestí, además estaba Marta esperándome. Cogí una tarjeta de la tienda donde me apuntó un teléfono.
– Llámame cuando quieras, vuelve, tendré cosas nuevas -Se acercó para darme dos besos en la mejilla, una de mis manos bajó por su espalda acariciándole una nalga, una sonrisa.
– Gracias, por descontado volveré.
Empezó enseñándome el piso, un sobreático, en su habitación tenía ya cajas preparadas alguna ya con ropa, la habitación de Bel, la hija menor, la de la hija mayor, según ella la otra Marta, en esta habitación un marco en la que creí reconocer a la persona que aparecía en la foto. Marta mostró cierto enojo al abrir el armario.
– Desde luego mira que se lo dije, si ella no viene pronto irá todo fuera.
– ¿No tendrá tiempo?
– Para lo que quiere lo tiene -Vi en su cara la expresión de estar enojada. Pasamos al salón, continuó hablándome de su hija. Sus comentarios como se dice coloquialmente la ponían de vuelta y media. Traté de cambiar de conversación, sobre la ropa que había visto en la tienda y la amabilidad de Cyr.
– Tengo sed tienes algo fresco.
– Creo que en la nevera hay cervezas.
– Me apetece, mientras miramos la ropa, al igual me gusta algo.
– Mi ropa por la talla no creo -Soltó entre risas.
Entramos en la habitación de la otra Marta, era la primera después de la sala comedor. Cogí el marco y me fije de nuevo en la foto, no quise preguntar tiempo tendría, pero me era familiar su cara. Descolgó ropa, me probé un par de camisas, alguna prenda aún con la etiqueta de no haber sido usada, al igual que piezas de ropa interior que estaban en un cajón. Del alto del armario bajó una caja, de las que sirven para guardar ropa, estaba atada y con cinta adhesiva, a pesar de exponerle mis reparos se empeñó en abrirla, en su interior dos cajas más, en la primera entre 15 o 20 bragas y tangas de diferentes tipo, color y tamaño, por cierto una braga culote del tamaño XXL.
– Parecen trofeos de caza -Solté yo, entre risas.
Cara de sorpresa y mutismo total por su parte. Y en la otra caja la sorpresa fue aun mayor, una variedad de artículos y juguetes eróticos.
– ¿Para compartir o para uso propio?, desde luego serán interesantes las relaciones de tu hija.
– Siii, la verdad es… que no sé.
– Menuda colección, a cual más excitante -Ella quieta observando como yo colocando sobre la cama, vestimenta erótica, un par de consoladores, un arnés, plug anal, pinzas, bolas chinas, paleta azotadora, una fina cuerda… Me separé un poco analizando sus reacciones. Era obvio que yo disfrutaba con la situación y ella se ponía por momentos más nerviosa.
– ¿No te preguntas que clase de adicciones sexuales tendrá tu hija?
– Desde luego especiales -Dijo, sonriendo tímidamente.
– Todos los ingredientes necesarios para ciertos juegos. ¿Deseas tú, algo especial? -Le susurré al oído.
– Eres una cabrona despiadada.
– Sí, tienes toda la razón, soy una cabrona, pero te gusta que lo sea ¿no?
– Sí… Ama, me gusta -Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro.
– ¿No querrás ser menos lujuriosa que tu hija? -Se encogió de hombros y al ver que no contestaba.
– Te hice una pregunta. Lo mínimo que espero es una respuesta.
– Oh, joder, sí Ama. Yo… hacer…
– ¿Hacer qué? No tenemos prisa. ¿Verdad? -Le puse dos dedos bajo la barbilla obligándola a levantar la mirada.
– Ufff… no, solo pensar me pone nerviosa.
– Que piensas que es lo que te pone nerviosa.
– Ciertas ganas de probar, acatar tus deseos y hacerlo placentero -Su respuesta me dio pie hasta donde podría llegar su sumisión e incluso humillación.
– Para mí desde luego es un placer.
– Qué tal si te vistes con ropas de tu hija y me das un pase. Será divertido.
– ¿No entiendo que quieres decir? ¿Un desfile?
– ¿Vas a hacer todo lo que te diga?
– Si Ama.
– Vamos, que lo harás muy bien -Mientras yo salía para el salón, le indiqué que se pusiese también alguna prenda de las encontradas en las cajas. La oí resoplar, seguramente se debatía el aceptar una proposición quizás humillante o cautivada por el juego.
– ¡Te ves muy elegante! Un traje chaqueta color azul y zapatos de tacón alto. Le ordené darse una vuelta por el salón, yo sentada en un sillón. Parada frente a mí, hice que abriese la chaqueta, un sujetador color gris perla, eran de esos que se abren por adelante. Siguiendo mis órdenes se lo desabrocho, dejando a la vista sus tetas. Se levantó la falda, apareció un liguero color en conjunto con el sujetador, braga y medias negras.
– Sácatela y entrégamela -Tiró con los dedos de la braga de encaje. Yo seguía sentada, las colocó en mi mano, me las llevé a la nariz inhalando profundamente, estaban ligeramente húmedas.
– Muy bien, date la vuelta, tira de la falda para arriba y muéstrame ese culo -Disfrutaba con la visión y se agitó cuando pasé mis manos sobre la curva de las nalgas, apretando la parte más carnosa. Por detrás mis dedos acariciaron la piel de sus muslos, las ingles y por último se colaron entre los pliegues de su sexo. Empezaba a excitarse cuando se inclinó y separó más las piernas.
– Tranquila, puedes salir y volver con otro modelito.
Volvió con un vestido entero negro más corto, seguramente por la talla se ajustaba de tal manera que marcaba con exageración todo su cuerpo, medias, zapatos negros y unos guantes blancos de seda, además se había colocado un collar de la caja. Respiré hondo cuando la vi. Me levante y me situé detrás de ella. Puse mis manos en sus caderas, acerqué mi cara a su cuello, la besé desde la base hasta llegar a su oreja.
– No sabía que fueses así de puta, vamos a comprobar la puta que eres.
Media respiración entrecortada y obedeció. Continué dándole instrucciones, palabras groseras y calientes. Tal como le pedí para mí libertinaje y su obediencia, se desprendió solo del vestido, debajo llevaba un body rojo, separó las piernas, arqueó la espalda, con las manos enguantadas jugueteó con sus pechos y se frotó el coño. Miré la imagen que se estaba desarrollando, como si yo no existiera, se pasaba un dedo por los hinchados labios marcados sobre la tela del body, gemía, arqueando la espalda, con la otra mano levantaba una teta hasta su cara con intención de chuparse el pezón. Abría la boca y sacaba la lengua, me miraba jadeando y con gestos de placer.
– Te gusta masturbarte delante de mí.
– Si, podría decirse que sí -Mientras seguía haciéndolo lentamente.
– Ni se te ocurra correrte. Sigue… ¿Te queda claro?
– Siii… Ama. No me correré -Se le notaba nerviosa, seguramente al ver que yo no me inmutaba sentada, le detuve la masturbación antes de que se corriese, le indique darse la vuelta, le golpeé las nalgas con la mano abierta y que saliese de nuevo. Estaba disfrutando llevándola al límite, al quedarme sola deslicé lentamente mi mano hasta meterla dentro de mi tanga, mi dedo empezó rápidamente acariciar mí coño ya bastante mojado, estaba excitada.
Por tercera vez se repitió el pase. Parecía una colegiala. Con una minifalda plisada de cuadros escoceses, mostrándome toda la pierna y medio muslo, una blusa blanca ajustada donde a punto de reventar los botones, se le marcaban los pezones.
– Estás muy guapa vestida así. Pero por Dios ¿qué puta eres? -Busque en el equipo de música un CD, puse uno de canciones románticas latinas y cuando empezó a sonar…
– Baila y desnúdate para mi -Empezó a moverme al ritmo de la música, me miraba insinuante, rebelde, sus caderas se contoneaban, movía los brazos y se acariciaba con sensualidad, el cabello, el pecho, la cintura…
– Puedes empezar a desnudarte.
– Ven y házmelo tú si quieres… –respondió con una sonrisa.
– ¿Qué has dicho, zorra? -Se encogió de golpe al verme levantar con la mirada encendida
– Nada, no he dicho nada…
– ¿Quién eres? -Me puse delante de ella.
– Tu sumisa, mi Ama -De golpe tiré de la camisa arrancándole los botones, tiré después de la falda y cuando cayó por su propio peso al suelo, dejó al descubierto una de las prendas de lencería que había en las cajas. Un body erótico de tiras de piel para motivar prácticas de bondage y dejarse dominar. Las tiras mantenían en alto los pechos pero dejándolos al descubierto, también sujetaban la braguita de malla con apertura en la entrepierna. Ahora tenía un motivo más, agarré un pezón y lo retorcí, duro, más duro, hasta que gritó, con la mirada perdida.
– Dios, me duele… por favor.
– Me gusta cuando me suplicas. Ruega un poco más.
– Por favor, por favor, Ama -Me detuve, la hice colocar de rodillas, empujando su cabeza se colocó a cuatro patas, le indiqué seguirme y nos dirigimos a su habitación. Se paró en la puerta. Era su habitación.
– ¡Joder, entra! -Le di una bofetada en el culo y luego la empujé directamente hacia adentro. Le prometí recuerdos, calientes, sucios y rudos que nunca olvidaría. Pasé a la habitación de la otra Marta, miré la foto era ella, recogí de encima de la cama alguno de los juguetes y el marco.
– Inclínate sobre la otomana y las manos en el suelo -Mientras le indiqué el gran cuadrado de cuero, empujando su espalda hasta que estuvo boca abajo, con las manos a un lado, los pies plantados al otro. Le até las manos y por debajo pasé la cuerda para hacer lo mismo con los tobillos. Coloqué frente la otomana un espejo de pie y apoyado el marco con la foto de su hija.
– Presta atención. Mantén la cabeza en alto, quiero ver cada reacción que haces, cualquier lágrima, cualquier expresión que hagas. Quiero poder ver esa cara, tus jodidas emociones mientras me odies. Mira a tu hija al igual le gustaría verte de esta manera. ¿Lo entiendes?
-Oh, Dios mío… sí lo entiendo -jadeó, ligeramente. A través de las cortinas la luz de la tarde había oscurecido rápidamente, un trueno retumbó presagio de tormenta.
Arrastré el azotador lentamente, suavemente, por su espalda y las nalgas, se le erizaba la piel. Di un paso atrás, golpeé rápidamente entre la tela del tanga y su piel, la punta rozando su muslo. Apareció una pequeña marca roja. Ella gimió y sin darle tiempo a reaccionar seguido de unos más, pasaba de una nalga a la otra, un chillido.
– No me gustaría oírte chillar y no pienso parar hasta que aceptes lo que yo quiera sin rechistar. Voy a hacer de ti una sumisa obediente -Le coloqué la mordaza de bola. Entre azote y azote le acariciaba las nalgas para calmarle un poco el dolor. Cuando le puse bien rojo, le abrí las piernas un poco más y con mi mano deslizándola despacio por entre las nalgas, roce la entrada del ano y baje hasta su coño.
– Estas muy mojada. Puta. ¿Te gusta que tu ama te azote?
Poco a poco su resistencia la abandonó. Me acerqué a la cocina y volví con unos cubitos de hielo. Se los enseñé y soltó una súplica ahogada por la mordaza, después de pasarlos por sus calientes y rojizas nalgas, le abrí los labios de su coño y acerqué el hielo a su clítoris. La ignoré, temblaba y se sacudía, cuando se lo introduje. Pronto un líquido mezcla de agua y de sus flujos se deslizó por los muslos, con la uña del dedo corazón tracé una línea hasta su ano, empecé a hacer círculos, presionando sobre el agujero. Derramé lubrificante y no costó nada que entrase, así que pasé a introducir otro. Cuando por fin tres de mis dedos follaron su culo, jadeaba, movía el trasero lo que le permitía la postura adelante y atrás al ritmo de mis embestidas. Estaba excitada y creí que la penetración anal apenas le había causado una ligera molestia y aprovechando la dilatación cogí un plug, sin preámbulos se lo inserté de una sola vez.
– Te gustan los juguetes de tu hija. ¿No es así? -Movía la cabeza de un lado a otro.
Recogí un consolador más grande y se lo introduje lentamente en su coño. Dejé pasar unos minutos con ellos puestos para que su cuerpo se adaptara a estar lleno y amenazando con azotarla si tan solo uno se salía. Me eché un poco hacia atrás para contemplar sus dos agujeros llenos. A través del espejo observaba su cara, alguna lagrima resbalándose por su mejilla. Marqué suavemente con las uñas arañando la espalda y las nalgas. Cuando ya parecía relajada, consideré que los consoladores ya no la molestaban, cogí el de su coño y lo deslicé fuera casi por completo, luego de nuevo hacia adentro y lo activé en su velocidad. Gimió de puro placer.
– Oh, esto te gusta mucho, ¿no? -Con los ojos cerrados y lo que le permitía la mordaza, gemía y gruñía. Así que sin más preámbulos lo puse máxima intensidad. Su cuerpo se tensó de inmediato y sus gemidos se elevaron. Cuando aprecié que se acerca a su orgasmo lo apagué del todo, rápidamente giró su cabeza, gesto de sorpresa y mirada de impotencia. Aproveché para soltarle la mordaza.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué lo has parado?
– Pues porque aún no quiero que te corras… y cállate zorra.
– No me hagas esto, déjame… estaba a punto…
– Cállate… No olvides, yo soy la dueña de tu cuerpo.
– ¡No me puedes hacerme esto! ¿Por favor Ama? – Estaba excitada, movía las caderas y rebelde, no parecía dispuesta a callarse por las buenas. Cogí el azotador y sin darle tiempo a reaccionar, descargué un azote sobre su culo. Se retorcía y suplicaba, pidiendo que parara. Al segundo azote dejó de protestar, solté el azotador, tenía mucho cuidado de que no le quedasen más marcas que el enrojecimiento de las mismas, estaban calientes y rojizas. Los consoladores se habían salido casi por completo, pero no me importaba, era buen momento para quitárselos. Le desaté las manos y los tobillos, me quedé a la espera. Quería ver como reaccionaba, en realidad pensé que se levantaría enfadada y montaría un espectáculo. Pero me sorprendió quedándose quieta.
– ¿No te vas a levantar?
– No me lo has ordenado Ama, lo siento sin su permiso.
Su respuesta me sorprendió aún más. Me quedé unos momentos observándola mientras ella sollozaba sin cambiar de postura. Sin mediar palabras le ayudé a levantarse, con un dedo sobre sus labios le indiqué que guárdese silencio y que se tumbase en la cama. Me desnudé y me senté en la cama a su lado y le acaricié la mejilla secando las lágrimas. Acerqué mis labios a los suyos y le di un beso al que respondió de inmediato buscando mi lengua con la suya, el beso seguía y subía de intensidad. Los brazos nos rodearon, mientras nuestras piernas se cruzaban. Mis pechos se aplastaban contra los de ella y nuestros pubis se rozaban, de pronto noté una mano que bajaba hasta por mi vientre.
– ¿Ahora qué quieres?
– ¿Puedo Ama? Tengo muchas ganas… por favor… Ama.
– Bien puedes.
En seguida noté sus dedos jugando con mi clítoris, lo cual hizo que inconscientemente se me arqueara la espalda. Sus manos me empujaron hasta tumbarme boca arriba. Sus labios se deslizaron por mi cuerpo, deteniéndose en mis pechos mordisqueándolos y lamiéndolos por turnos. Tras un rato llevó su boca a mi pubis y lo beso, para después meter la lengua y lamerle el clítoris. No sabría describir la forma en que lo hacía pero me estaba volviendo loca, en algún momento sentía pequeñas punzadas que mezclaban una subida de la intensidad del placer, me lo mordía.
– Para puta. Lo haces muy bien, eres una guarra de primera. Pero quiero un sesenta y nueve.
– Si Ama -Nos movimos sobre la cama hasta quedar ella debajo y yo encima, la cara de cada una contra el coño de la otra.
Empezamos a comernos mutuamente. Yo estaba desesperada por correrme y porque se corriera y creo que ella también, porque cada vez nos lamíamos con más pasión, con más velocidad y con más fuerza. Introduje mis dedos en ella y comencé a follarla con fuerza a lo cual ella correspondió haciendo lo mismo. Mi boca la devoraba y mis dedos se movían rápidamente, cuando de repente noté que un dedo húmedo rozaba mi ano. Un escalofrío me recorrió cuando noté que me penetraba con él. Comenzó a moverlo al tiempo que me follaba con la otra mano y me lamía el clítoris con su lengua. El orgasmo me sobrevino llenando de convulsiones mi cuerpo y haciendo que mis movimientos para con ella se hicieran más salvajes y provocaran el inicio del suyo. Fueron sus gemidos los que más llenaron la habitación. Hasta que por fin llegó la calma y la relajación total. No sé el espacio de tiempo que pasamos acurrucadas la una en los brazos de la otra.
– ¿Cómo estás? -Susurré, apoyando mi frente contra la suya. Cerró los ojos y suspiró.
– Me siento bien. Pero… ¿crudo tal vez? No sé -Me besó suavemente y se quedó allí, respirando conmigo.
– Exacto, eres mía, aunque a veces me asusta, cuando disfruto al ser tu dueña.
– Pero me hiciste sentir increíble.
Me tranquilizó. La sostuve contra mi pecho, con los brazos envueltos alrededor de su cabeza. Ella gimió y se aferró a mi cintura. Nos quedamos así, en silencio. Fuera en la calle llovía intensamente, lejos el sonido de la tormenta.
– Puedo pedirte un favor Marta.
– Pídeme lo que quieras, soy tuya.
– Muy apretado -Mientras ajustaba el arnés alrededor de su cintura.
– No, está bien.
– Estás lista, Marta.
– Si, Noa.
– Fóllame.