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Doña Clara y su criada Celia
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Tiempo de lectura: 5 minutos

A sotavento el barco cabeceaba algo, la mar picada de los días anteriores hacía presagiar una ligera calma. Los cinco integrantes de la tripulación ya estaban cansados, querían llegar a puerto. Todo era un cúmulo de problemas, por una parte en Solandia habían subido a bordo la señora Clara y su asistenta tras una breve negociación con el Capitán. Había insistido la señora Clara que le reclamaban en su país de forma urgente. La necesidad de que embarcaran se les hacía imprescindible. Los baúles precintados de la señora habían sido subidos a cubierta y almacenados, por orden expresa en su camarote.

Doña Clara era una mujer aburguesada, a sus 45 años conservaba ese aura de distinción de gran dama. Había enviudado hacía dos años. De estatura alta, complexión corporal robusta, pero nervuda, con unos grandes pechos y un culo moldeado redondo y aún subido para su edad. En contraste su criada Celia no pasaba del metro y medio y no pesaba ni cuarenta kilos. De cara agraciada, rubicunda con unos pechos como limones y un culo pequeño.

Celia cumplió su misión perfectamente, cada vez que el corpulento marinero pasaba revista a los pasillos se las ingeniaba para evitar que revisara el contenido de los baúles, un requisito necesario a toda tripulación de a bordo indispensable. Doña Clara, había conseguido que los otros tres marineros le subieran la mercancía, su exigencia hacía ellos era autoritaria, apenas los volvió a saludar, solamente cruzaba algunas palabras con el capitán, ya que había tenido la deferencia de embarcarlas en un barco sin pasajeros.

Al atracar en el puerto franco de Sislaya las autoridades pertinentes hicieron muchas preguntas al capitán sobre un material sustraído en Solandia, se trataban de joyas pertenecientes a la corona de dicho país. El capitán sospecho de los baúles, pero se guardó ningún comentario y no mencionó que llevaba dos pasajeras a bordo. Eran conocidos y amigos del capitán y por esas se escapó de su registro. El capitán empezó a sospechar que le hubieran pagada esa suma de dinero por llevarlas en un barco vacío y con esa explicación extraña asegurando que eran objetos personales los baúles.

Levantaron anclas en Solandia de regreso a fin de trayecto. El capitán reunió la tripulación que aparte de él se componía de cuatro miembros: Sulango, un ex presidiario de 38 años, de porte macarrónico y salvaje. Tarasio, de 25 años que se enroló hace unos años después de salir del correccional. Pantaso, de 40 años, mecánico venido a menos por su fuerte adicción a la bebida. Por último Euclides, el vigilante de camarotes, de 51 años, su estatura rozaba los dos metros, llevaba un diente de oro, el capitán lo enrolo hacía diez años, no sé sabía de su vida, pero sí de su voracidad femenina.

El capitán ordeno un registro al camarote de la señora en su presencia. Los marineros se miraron, esa misma mañana Doña Clara había paseado por la proa con aires de reina y grandeza. Euclides se sintió ofendido en su fuero interno por no haber sospechado las risitas y dejado hipnotizar por la diminuta criada bobalicona.

Bajaron al camarote, el capitán llamó. Salió Celia.

—Soy el capitán, salgan del camarote, ordeno registro.

—¿Qué pasa aquí? —dijo doña Clara.

—Colaboren y salgan, soy la autoridad pertinente.

—Esto es una intromisión, una vergüenza —exclamo doña Clara.

—¡Qué salgan ya, colaboren, no hagan que usemos la fuerza!

Doña Clara y Celia salieron asustadas, esperaron en el pasillo. Procedieron al registro y con unas tenazas abrieron los baúles. El capitán ojeó el contenido y dijo:

—Serán recluidas en otro camarote, en dos horas como autoridad que me confiere el barco tendrá lugar el sumario en el salón de actos.

Fueron llevadas a otro camarote por Sulango y Euclides, una vez dentro Sulango miró a doña Clara al mismo tiempo que se ponía la mano en su bragueta y exclamo:

—¡Hijaputa!

A las dos horas eran llevadas al salón de actos y martillo en mano el capitán dijo:

—Como autoridad pertinente que me confiere el mando voy a dictaminar sentencia.

—Esto es un atropello, declaró mi culpabilidad, pero no de… —dijo entre balbuceos doña Clara.

—¡Callen y no me interrumpa más!

Doña Clara y Celia cabizbajas entre lágrimas la última, aunque doña Clara intentaba guardar la compostura

—Dictamino qué, los baúles volverán a su lugar de procedencia y, las acusadas, doña Clara por robo y la señorita Celia por complicidad serán sancionadas a: señorita Celia, por haber engañado al marinero Euclides, será tumbada y gozada por el mismo. A doña Clara, principal acusada, será tumbada y gozada por la tripulación, incluido Euclides. Se hará de la forma que más oportuna crean los marineros, pudiendo utilizar las diferentes vías, ya bien bucal, vaginal y anal, las orejas o el ombligo. Se procederá a dicha sentencia en el plazo de tres horas en este mismo salón. Se levanta el tribunal y no se admite recurso por parte de las acusadas.

Fue una sentencia dura, doña Clara no pudo aguantar el llanto. Tarasio las acompaño otra vez a su camarote, antes de cerrar la puerta les dijo:

—¡Lávense, no nos gustan las putas sucias!

Antes de las dos horas Celia fue reclamada, doña Clara no cabía en si misma, todo era incertidumbre, quién le había mandado meterse en este tipo de negocios, mal aconsejada, claro. El tiempo no pasaba, se mordía las uñas. Se oyeron pasos, era el mecánico del barco, llamado Pantaso, fue el más comunicativo y consolador, le aliso la cabellera y le dio un beso en la boca a doña Clara, apestaba a alcohol.

—Tiene que colaborar señora, bien mirado si fueran repatriadas allí sería peor.

Doña Clara apenas podía caminar, al entrar en el salón la impresión fue enorme: Celia era penetrada por Euclides, ese diminuto cuerpo estaba abierta en tijeras y una gran polla le entraba y le salía, Euclides ya estaba en los últimos bombeos de la follada, doña Clara pudo ver como el grandullón ya estertoreaba y emitía gemidos guturales para quedar parado en seco, vio como sacaba su pene de la vagina de su criada, el coño de Celia goteaba semen. Celia parecía un ser sin peso, sus ojos en blanco. La voz del capitán fue tajante:

—Siguiente, procedan.

La desnudaron el ex presidiario Sulango y el joven Tarasio, quedo completamente desnuda, sus senos eran grandes y algo caídos, no iba rasurada.

—Para su edad es una buena yegua, el tetamen algo caído y lleva mata de pelo en su coño, tendremos que arreglar eso —dijo Tarasio con ojos voraces.

Tarasio la agarro por la espalda mientras Sulango pasaba una cuerda haciendo un nudo corredizo en cada seno, quedando unos pechos atados y tensionados.

Fue tumbada sobre la mesa hasta el borde y atadas las manos con los brazos extendidos. Y las piernas abiertas también atadas, pero con un margen no muy tensionado de las cuerdas, para que pudieran tener movimiento arriba y abajo.

Sulango se quitó la ropa, su miembro erecto de dimensiones considerables se acercó a la cara de doña Clara y le restregó el glande por la nariz, los ojos, la frente y las mejillas. Por su parte baja doña Clara notó que le hurgaban sus conductos.

—¡Tiene el culo cerrado la hijaputa! —exclamo.

A doña Clara le fue introducido el miembro en su boca, no podía apartarla, le faltaba la respiración, Sulango la dejo que cogiera respiración, miró a su compañero, el cual había ido a por la manguera. Doña clara aterrada vio como era introducida en su ano y no tardo en sentirse llena, su barriga se hincho. Sulango no dio tregua, le volvió a introducir el miembro en la boca, lo volvió a sacar para que respirara, su esfínter le estallaba, la manguera ya no sacaba más agua pero estaba estancada en el conducto anal sin dejar que ella la expulsara. Tarasio empezó a bramar, la saco otra vez y le restregó los testículos por la cara sudorosa de ella, los ojos de Tarasio inyectados en sangre mirándola. La introdujo en su boca al mismo tiempo que le hacía la pinza en su nariz, bramo, jadeo como un búfalo. A doña Clara le vino una bocanada de líquido espeso que tuvo que tragar. Le entraron arcadas, Sulango aún con respiración acelerada tenía ya la polla fuera. Tiró de la manquera y del culo de doña Clara salió un chorro a presión de líquido.

—Vía libre al conducto anal, ha tirado hasta mierda la gran diva —exclamo Tarasio.

El mecánico y Euclides ejercían de espectadores, el capitán en calidad de la ley estaba atento.

Doña Clara no tardó en ser gozada por Taranto vía vaginal, las embestidas del joven la hacían balancearse, la vagina tuvo que ser envaselinada por falta de lubricidad, así como su zona anal, la cual le fue imposible a Taranto profanar. Dejo toda su simiente en el coño de doña Clara. Era turno del mecánico, pero su grado de borrachera empezó a pasarle factura. Euclides volvió a entrar en acción, con otro empalme, a sus 51 años era todo un jabato. Sulango le lubrico el ano y le mantuvo dos dedos dentro para dilatar. Euclides dijo que iba a probar el encule, era profanación, lo que le daba ese extra plus. Y la entró a full de un sablazo sonoro para bombearla una y otra vez. Doña Clara gritaba con toda su alma, cuanto más gritaba más adentro se la metía hasta que también se corrió dejando el semen en su culo. Doña Clara estaba reventada, sudorosa, roja, exhausta. Sulango la remato en otro anal, si ya de por si estaba escocida, volvió a dejarla más aún si cabe. También se corrió dentro, para después orinar en la cara de doña Clara.

Doña Clara y Celia, al haberse recuperado, sobre todo la señora, fueron obligadas a la mañana siguiente a limpiar el salón, ya que como bien les dijo el capitán: “aquí no somos cerdos”.

Esa misma noche fueron dejadas en el puerto de llegada completamente desnudas. Encontradas por el guardia de turno fueron llevadas a comisaría y en primera instancia tratadas como vulgares prostitutas.

 

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