Era una tarde de viernes, el trabajo estaba un poco quieto, y sentado en mi oficina veía a mi nueva secretaria, hacienda sus quehaceres en el pasillo justo afuera de mi oficina. Melba era una chica joven, rubia y de un cuerpo bastante aceptable. Melba entro a mi oficina y se puso a recoger y ordenar mí desordenado escritorio, yo me hice el ocupado y solo la miraba de reojo, le tenía unas ganas locas, que mujer tan atractiva, las feromonas volaban por mi nariz y se me erizaban los vellos de solo pensar en estar a solas con ella, ella no decía nada y me avente y le dije si quería tomar algo al final de la tarde cuando ya todos estaría saliendo para sus hogares un fin de semana aburridor.
Note se le abrieron los ojos, esos ojos que parecen adormilados pero sensuales, y me dijo que listo, que saliéramos al barcito a la vuelta del edificio a tomar alguito.
Ya sentados en el bar, picamos lago y nos tomamos unas copas de dulce ron dorado, charlábamos amenamente y después un rato ya las risas y comentarios nos habían dado confianza para tutearnos.
Ya habíamos hablado de nuestras familias, ella soltera, yo casado pero a la vez medio abandonado en mi relación de pareja. Seguimos charlando y una tocadita aquí y una palmadita allá, nos fue acercando y el licor a la vez nos soltaba más, de u momento a otro nos encontramos dándonos picos hasta que no dimos uno de esos besos épicos, un francés espectacular. Disfrutamos nuestros besos, pero ya era hora de regresar a la oficina. Al estar cerca solo caminamos lado a lado ya sin tocarnos, las calles ya solas nos permitían agarrarnos de manos sin los ojos de algún chismoso sobre nosotros. Mi verga estaba dura como una piedra y me imaginaba a Melba con su entre pierna húmeda y un probablemente un aroma dulcemente cautivadora.
Subimos en el elevador magreándonos y besándonos, hasta el piso de nuestra ya abandonada oficina en el piso 28.
Entramos tropezándonos, en la oscuridad del espacio, y tanteando llegamos a mi oficina, encendimos la luz, y baja la persianas de mis ventanas interiores por si a alguno de los empleados se le ocurría llegar de improviso a quien sabe hacer que cosa.
Me acerque a ella y le ofrecí algo de tomar, me dirigí al bar que siempre mantengo surtido y le serví un whisky, un single malt, de 18 años. Observe a mi alrededor, encendí el televisor para poner algo de música, y nos acercamos a mi escritorio. La hice sentar en el borde del mismo de frente a mí, le abrí las piernas lo más que la pequeña faldita permitiera, tomando con aire y buena vista los ajustados interiores de una tanguita moradita, que deseaba quitar con mis dientes.
Los labios hinchados de su vagina inflaban como un globo travieso, la ajustada tanga. Por las comisuras del encaje salían una que otro vello. La baje del escritorio y dándole la vuelta le levante la falda admirando su hermoso culito, esas nalgas duras, y de un tamaño ideal, lo suficiente para llenar mis manos. Le di una palmada, y la condenada, sensualmente me pregunto si la iba a castigar por ser perversa y meterse con un hombre que aunque casi abandonado, todavía casado.
Le di un par de palmadas a esta chiquilla, mi secretaria, mi nuevo juguete, gimió y le di más duro, no se quejaba, pase mis dedos por entre su entre pierna sintiendo la delgada y esponjosa grieta de sus carnosos labios, húmedos , mentira inundados labios.
Me senté al borde del escritorio, me afloje los botones de mi pantalón y ella siguió bajándolos, quitándome los calzoncillos, y así liberando mi duro miembro, cogiéndolo suavemente con sus mano lo jalo un par de veces para luego engullirlo con su boquita, esos labios pintados de rojo dejaron una línea rojiza a lo largo de mi pene. Lo mamo delicioso, lo lamio, lo azoto con su lengua y besaba el glande que morado ya estaba de lo duro que me apretaba el rabo.
En la oficina tengo un sofá grande, que hace las veces de sofá cama a veces cuando me quedo, Melba soltó mi miembro y se sentó en la mitad del sofá, su faldita arremanga me dejaba ver todavía su morada tanguita. Me acerque y le empecé a bajar por sus largas piernas, ese pedacito de tela que nos hace suspirar a muchos sin importar el color y tamaño. Le quite la falda y luego libere sus pechos, esos montículos de carne joven, coronados por su par de negros pezones, duros como una fresa biche.
Lamí sus senos, los apreté, baje mi mano e introduje mis dedos en su sexo, mojándomelos con su delicioso almíbar. Me baje un poco y corrí mi lengua por entre sus labios inferiores, sus gemidos alentándome a mordérselos, un pequeño mordico aquí otro allí y esta chica estaba como un tiro.
Me levante y la puse de espaldas a mí y la penetre primero dulcemente y luego le di duro, que delicia, esa conchita estrecha estaba increíble, estaba siéndole infiel a mi esposa y me importaba un comino, que belleza de mujer la que me estaba comiendo. Ambos disfrutábamos, le di una nalgada lo que la éxito muchos más. Sus senos bailaban debajo de su torso, los cogí y pellizque, parece que le gusto, me pidió se los mordiera, la voltee y penetre nuevamente de frente ya acostados sobre el sofá, le mordí los pezones, al mismo tiempo que se los pellizca, se estaba volviendo loca, se movía como una culebrilla, salí por un momento y corriendo a mi escritorio saque un par de ganchos para unir papales, de esos negritos que con unas alitas metálicas se abren y aprietan los fajos de papel. Me acerque y le puse uno en un pezón al mismo tiempo que la volvía a penetrar, el otro le dije me lo pusiera ella a mí, Wow, que cosa tan fantástica, ambos sentíamos la presión en uno de nuestros pezones, y la arrechera nos tenía golpeándonos duro las caderas, así continuamos por varios minutos hasta que casi que mutuamente tuvimos nuestro primer orgasmo de esa noche. Al venirme, la saque de su apretada concha y cogiéndola por el gancho del pezón la jale a hacia bajo, metiéndosela en la boca donde me corrí como nunca.
Esa noche la disfrutamos al máximo, no sabía cuándo mu mujer volvería y no podía dejar pasar esta oportunidad. Salimos tarde de la oficina, el deje cerca a su casa y quedamos en vernos hasta el lunes en el trabajo. Ya les contare de nuestra siguiente sesión de sexo desenfrenado.