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El Kelvin y sus desventuras
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Malditas las ganas que yo tenía de ir a pintar ese apartamento de mis padres que tenían en la zona costera, pero siendo hijo único no me quedaban más cojones, como decían ellos, dicho apartamento sería mío el día de mañana. De buena gana hubiera enviado un pintor, pero mis padres erre que erre, lo que podía hacer uno mismo no tenía el porqué pagar.

Así que aproveché que mi mujer y los niños habían salido de viaje a ver a mi suegra, la cual había quedado viuda. Con treinta y tres años y mi posición de ingeniero informático todo me chirriaba, había tenido que pedir una semana de mis vacaciones en la empresa que trabajaba. Así que allí estaba, intentado pintar las putas paredes. Pronto me cansé y contrate una cuadrilla de pintores que en un día (un puto día) me la pintaron.

Solo me quedaba descansar esa semana, y claro, me dije que allí mismo me quedaba. Hacía un calor de espanto y fui a la playa, era domingo. La playa siempre me había parecido de segunda, un lugar hortera y vulgar. Ese fin de semana tuve una familia al lado donde yo siempre me solía poner cuando acudía a dicho lugar de niño. Estaba formado por cuatro miembros, un puto gordo de cara roja y dos adolescentes estridentes, aunque la que marcaba la diferencia era la mujer, por su porte.

Hembra sólida, de estatura considerable, facciones marcadas, tetona, culazo marcado, prieta de carnes, su mirada era de pantera, se la notaba relamida, caminaba como una gran diva, con su paso sólido, largo y pisando fuerte.

Oí que me llamaban por mi nombre, no era ni más ni menos que Kelvin, un antiguo conocido de mi padre. Kelvin había trabajado esporádicamente para mi padre los veranos. Era negro, aunque había venido de niño, tendría la cuarentena larga de años. Siempre me había sido simpático conmigo, algo cargante, pero buena persona. Aún me acuerdo cuando limpiaba los jardines de la urbanización, en un rincón echaba una meada, yo nunca había visto una polla negra y me impresionaba, ese rabo negro de tamaño considerable junto con unos testículos también grandes.

— ¡Cuánto tiempo Álvaro! — dijo en tono exclamatorio.

— ¡Hola Kelvin! ¿Qué te cuentas? — dije al mismo tiempo que nos estrechábamos las manos.

— Ya ves, he pintado el apartamento del viejo, ya lo conoces.

— Sí, desde luego, no cambiara nunca, lo vi no hace mucho y a pesar de sus años sigue igual.

— Pues sí, no te equivocas, sigue dando el clavo, pero bueno, ya se sabe los viejos.

— Me alegro, entonces. ¿Aprovechas para disfrutar de la playa, por lo que veo?

— Bueno, digámoslo así, aunque esto está muy aburrido.

— Pues sí, mucha familia de los alrededores que digamos.

— Poca cosa que pillar, entonces — le dije con una sonrisa socarrona, ya que sabía por mi padre que era un gran mujeriego y no desperdiciaba ninguna oportunidad.

— No te creas, alguna cae, sin ir más lejos hace dos semanas cayó una — contesto en tono orgulloso.

— ¿Y ahora, nada a la vista? — contesté.

— La tienes allá — dijo mirando hacía la familia de nuestro lado.

— Tiene meneo del bueno la jamona — contesté.

— Pues sí, el año pasado ya le tenía ganas, pero me la levantó un chulito.

— ¿No me digas? — contesté sorprendido.

— ¡como lo oyes! Así, tal cual, incluso se la tiró a escape — contesto en tono vehemente.

— No entiendo — dije

— Pues ella encontró media hora para pasar desapercibida, se encontraron tras la duna, al lado de los matorrales y allí se la cepilló. Fue polvazo, yo lo vi, le dio tunda de polla en poco tiempo, ni siquiera se quitó el bikini, se tumbaron, ella se abrió y el hijoputa chulango le metió chorra a fondo, pude ver como el pollazo del tío, le entraba y salía. Gemía como una puta. Le descargo y cada cual por su lado. Ella la hijaputa volvió con los suyos. ¿Cómo te has quedado? Fue tal cual lo vi — dijo con entusiasmo.

Tras la charla quedé algo confuso, pero con ese espíritu de iniciativa para poder tener ese aliciente. La hembra lo valía. Madurona, encima me miraba de soslayo. Kevin se dio cuenta, no era tonto, como buen ligón de maduras que era. Empleando su lenguaje (y siendo sincero me molaba) le pregunté:

— ¿Qué edad puede tener la jaca?

— Ejemplar de 46 — me dijo en tono convincente.

Entre chapuzones escandalosos de los chicos y ajetreo de poca gente transcurrió la tarde. A última hora la gente ya recogía y se marchaba, los vecinos no fueron menos. Ella, al pasar me dedico una mirada lateral con movimiento de cabeza que movió su cabellera morena recogida en un moño. Ella iba tras el grupo, los cuales ya llegaban al coche. Volvió atrás, pude apreciar que les decía que volvía por la toalla y la bolsa que había dejado, que empezaran a colocar las cosas en el maletero. Pasó con paso erguido delante de nosotros, de la bolsa saco un cigarrillo. Se dirigió hacia nosotros, y a mi concretamente me dijo si llevaba fuego. Se lo di y dije como quien no quiere la cosa:

— Ya ha terminado la tarde, mucho calor, también nos vamos.

— Prefiero los lunes, no hay tanta gente que moleste — contesto ella con tono engolado al mismo tiempo que me miraba a los ojos con profundidad, al mismo tiempo que daba la vuelta y con un golpe de cadera hizo que su culo se moviera en vaivén.

Quedé impresionado del descaro de ella, Kelvin quedo mirándola fijamente y me dijo:

— La tienes, que suertudo, claro, con tu cuerpo, joven y guapo. Yo que no me lo pensaba, ya que seguro que has pillado el sentido de lo que te ha dicho. A mi ni se ha dignado a mirarme. Me pone la tía montón, tengo la polla tiesa — me dijo al mismo tiempo que se ponía la mano en su paquete.

La verdad es que yo también estaba palote, enrabado mi pene me explotaba. Dejó a las claras que a la mañana siguiente allí estaría.

Por la noche salimos a tomar unas copas con Kelvin, me llevó a una especie de local de baile anticuado, donde se servían licores baratos y dulzones. Iba como un dandi. Yo me aburría, todo eran matrimonios maduros. Kelvin entablo conversación con una pareja, eran extranjeros, pero llevaban años veraneando en la zona. Me resultaba aburrida la conversación ya que apenas entendían nuestro idioma. El hombre debía tener sus cincuenta largos años, ella en apariencia cuarenta y muchos, incluso Kelvin me confirmó que tenía 48. Era delgada, pintarrajeada, teñida de rubio, con gafas, sus pechos eran centrifugados, de piernas algo esqueléticas y aparentaba un culo pequeño bajo su vestido hortera con estampados veraniegos. Pasó la noche, el marido bebía como un cosaco, estaba ebrio. Kelvin se ofreció a acompañarlos con mi coche. Acepte, con la condición de que no me vomitara dentro y poder ir de una puta vez a dormir. Maldecía por haber ido con el puto coche. Nada más entrar quedo dormido en la trasera junto a su mujer. No tardó en despertarse y viniéndole pequeños hipos y arcadas.

— Párate al lado del malecón en ese lado apartado — me dijo Kelvin.

Salió el hombre, yo le ayudé a incorporarse, se arqueó y vomitó. Volvió a incorporarse tambaleándose al coche. Kelvin y la mujer hablaban, ella tenía risa conejera.

— Mira, salimos un segundo nosotros mientras él se recupera y de paso ya mato dos pájaros de un tiro — dijo Kelvin.

— No entiendo — dije.

— Pues que aprovecho que el tío no te vuelva a vomitar y yo al mismo tiempo voy a calzarme la mujer, me la trajino en la arena mientras tú cubres que no venga ni se despierte — dijo Kelvin en tono mandón.

Ellos bajaron tras el malecón, el hombre había quedado dormido otra vez. Pasado un cuarto de hora encendí un cigarrillo y paseé. Oí ronroneos y gemidos junto con esos golpes sonoros prolongados del plof, plof, plof. Se la estaba tirando en misionero, ella con el vestido subido, él con los pantalones y calzoncillos bajados hasta los tobillos de ella con embestidas potentes. Podía ver como en cada mete sus nalgas se contraían y tensaban, la clavaba hasta el fondo y después en el saca, la desenterraba toda y volvía a empujar con fuerza. Pude volver a ver esa polla grande y los testículos de Kelvin, eran encomiables ambos. Las tacadas se volvieron más continuas y rápidas.

El ruido de chapoteos delataba el clímax. Kelvin empezó a embestir como un toro bravo, mientras ella estertoreaba jadeos y empezaba a emitir pedos vaginales. Era evidente que eran los últimos adentros afuera, la lechada no tardaría en realizarse. Kelvin empezó una serie de jadeos guturales al mismo tiempo que gritaba “Toma, toma, toma; por puta, por viciosa, por…” y en un bufido potente dejo toda la simiente en el coño. Ella emitió un suspiro largo quedando tendida, las manos que había arañado la espalda y las negras nalgas de Kelvin quedaron inertes. Kelvin, sin más preámbulos se levantó, ella intento darle besos, pero él lo único que hizo fue limpiarse la polla aún goteante en el hortera vestido de ella.

También cogió las bragas de ella que estaban al lado de ellos en la arena y se las metió en el bolsillo. Ella estuvo un rato tendida abierta de piernas con el vestido subido, estaba exhausta; de su coño goteaba lefa. Kelvin me vio, me miro con complicidad y orgullo. Subí y vi que el hombre intentaba incorporarse en el coche. Llamé a Kelvin, vinieron los dos, ella despeinada y quitándose la arena del vestido, intentando secar la mancha al mismo tiempo. Había cuchicheos, ella pareciera que buscara algo. Entonces pregunté:

— ¿Nos vamos o pasa algo? El tío empieza a despertarse.

— No, nada, simplemente busca sus bragas, podemos irnos — me contesto.

Los dejamos en una urbanización donde residían, él tambaleante y ella llevándolo por la cintura.

Ya de vuelta y llevando a Kelvin a su casa tuvimos conversación machorra.

— Follas de miedo, Kelvin, con decisión, contundencia y ganas. Me has puesto el rabo tieso, la intensidad de esta jodienda me ha dejado asombrado.

— Procuro darlo todo, no desaprovecho oportunidades, aunque me sabe mal no haberte hecho partícipe, un trío hubiera estado bien, pero había que vigilar al marido.

— Bueno, sería un placer, otra vez será, aunque quizá con tu apostura ante la mujer que he podido observar a valido casi más que el trío.

— Me gusta ser el que lleva la iniciativa, tengo orgullo de macho si lo dices por el final de la jodienda de esta noche.

— Me ha impresionado esa soberbia al final, le has esquivado el morreo y encima te has quedado con sus bragas.

— Sí, me gusta dejar claro que lo hago porque lo valgo. Y las bragas, pues me gusta coleccionarlas, son como trofeos.

Al día siguiente volvía a estar en la playa, expectante y algo nervioso. Para más pesar el apartamento de mis padres estaban los operarios de la electricidad, en caso de tener suerte habría que buscar alternativa. No adelante acontecimientos, ya que me suponía que tendría que ser, en caso de triunfar, algo a escape, de veinte minutos.

Apareció al cabo de una hora, altiva, con gafas de sol, apechugada, mirando al frente, como si paseara en una pasarela de moda. Y lo más importante: Sola. El corazón me dio un vuelco, y más cuando vi que se ponía a pocos metros de donde yo estaba. Se quitó el pareo, ante mi deleite ese día iba entangada, pasó a mi lado provocativa hacía el mar, me dio la espalda y vi las nalgas separadas por el tanga, algo en caída pero apetecibles; meneo el culo como si fuera una campana. Fui tras ella a darme un chapuzón, nadé a su alrededor, demostré mis dotes de piscina cuando era universitario. Vi que me miraba penetrante, su rostro se reflejaba en el agua, salimos, su pelo mojado le daba un aspecto salvaje. Fue a su bolsa y volvió a pedirme fuego, me caían sus gotas e mis manos. Se tumbó en la arena. De repente vi a Kelvin, venía decidido, con su toalla roja en contraste con su piel negra; se sentó en la arena a mi lado. El hijoputa venía a incordiar. Ella miró de soslayo hacía nosotros. Kelvin le sonrió, acto seguido me dijo:

— Me he tomado el día libre

— Ya veo, vienes a ver… — dije

— Bueno, los lunes me encargo de la caseta del pequeño muelle, me da algo de tranquilidad, el patrón tiene su día libre también y solo debo vigilar.

— ¿Estás molesto? Te recuerdo que tuve oportunidad con ella — dijo en tono silencioso.

— Eres un mujeriego nato, la verdad, aunque ella creo que empieza a sospechar y me vas a echar al traste el tema — dije algo molesto.

Ella volvió a levantarse, cruzo ante nosotros altiva y segura, volvió a menear el culo con golpes de cadera. Se dirigió al herrumbroso chiringuito volviendo a pasar con supremacía. Ahí no tuve ninguna duda que algo pasaría. Incluso cuando Kelvin le dijo a ella:

— Si quieres algo más fresco para beber estamos en la caseta del muelle.

— Quizá en media hora — contesto segura de si misma.

Fue la palabra definitiva, Kelvin me invitó a levantarme y ir a dicho lugar, unos 200 metros al final de la playa. Constaba de una cochera con aparejos náuticos, un cuarto y un pequeño comedor con un viejo y raído sofá. Olía a salitre de mar. Mire por la pequeña ventana del comedor y la vi a ella caminando decidida frente a la caseta. No cabía ninguna duda que la suerte estaba echada. Hembra a las puertas y trío a la vista. Kelvin por su parte también miró y sus ojos se volvieron voraces. Sin dudarlo se quitó el bañador — ya llevaba un empalme considerable en su gran polla — y se sentó en el sofá con las piernas abiertas. Entro ella algo perdida. Yo le abrí la puerta, entró. Miro a Kelvin, el cual dijo:

— Supongo que no vas de rollo sensual, amoroso y todas estas mandangas y he dado por hecho que valía ir directo al grano — mientras se meneaba la polla.

— ¿Qué te hace suponer eso? — contesto ella algo impresionada al ver su polla.

En ese momento me abalancé sobre ella y la morreé, al mismo tiempo que le tocaba el culazo. Fue receptiva y Kelvin volvió a hablar.

— Despelótala, me gusta ver a la tía que me voy a follar en pelota picada.

Así lo hice, estaba desesperado, al poco tiempo ella mamaba a los dos en el sofá, iba turnando las pollas, una blanca y la otra negra; mientras chupaba una pajeaba la otra, hasta que Kelvin se levantó y mientras ella me mamaba él, le abrió las nalgas, hizo dedo en el coño, le comió el culo y coño. Notaba la respiración de ella en mi polla, la succionaba a fondo. Kelvin dijo que pasáramos al cuarto, ella de pie, nos pusimos en posición de perrito — por indicación de Kelvin — y ella nos comió el culo, huevos y mamó polla. Kelvin fue el primero en empotrarla, le tenía ganas a la hembra. Misionero clásico y bombeos a rabiar. Dejó su lefa en toda la cara de ella. Como un autómata la volví a montar, la besaba, notaba la lefa de Kelvin, me daba igual. Deslefé dentro de ella. Era un coño grande y húmedo, el cual se podía bombear a toda velocidad.

Quedamos algo cansados, el calor y la corrida. Decir que ella se vino con ganas, mojó coño con Kelvin, yo la rematé. Al cabo de media hora, ella se disponía a irse, pero Kelvin le pidió el culo, se lo dio, la enculó con ganas, a fondo; ella berreaba, ronroneaba, suplicaba. El Kelvin la enculó en posición perruna, le tiró del pelo, la penetró hasta el fondo con su enorme polla terminando en su espalda. Quedó exhausta, al verla como un ser sin peso tendida en la cama y intentando incorporarse me entraron ganas. Sí, volví a la carga, también la enculé en misionero con las piernas muy altas apoyadas en mis hombros. Jadeaba, todos sus conductos habían sido usados. Me corrí una vez más, busqué su cara, la aparto, le deslefé en el pelo, en las orejas. Quedó cubierta de lefa.

Tras la batalla se dispuso a marcharse. Verla desnuda, con el tetamen generoso algo caído, su coño depilado aún goteaba mi semen. La habitación ya no solo olía a salitre, también a sudor, semen, a macho y hembra: a sexo. Se puso la parte da arriba del bikini, busco la parte da abajo pero no la encontró de ninguna manera. Se enfadó a ver quién la tenía. Ante la imposibilidad de encontrarla y que ya empezaba a oscurecer opto por ponerse el pareo. Vimos cómo se marchaba, ni una despedida. Solo como sus pasos quedaban marcados en la arena.

Un mes después en mi bandeja de entrada del correo electrónico pude leer:

“Querido Álvaro, en primer lugar saluda a tus padres, espero que se encuentren bien de salud y a tu familia la cual no conozco. Solo decir, que fue un placer volver a verte y te envío archivo adjunto de recuerdo”.

Abrí el archivo adjunto del correo electrónico en el cual había fotografiado un tanga bañador de color negro con un texto: “Aún huele a coño, es uno de los trofeos que he disfrutado más y tuve el placer de hacerlo contigo.”

Mi mujer me llamo, la cena estaba lista.

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