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El deseo de Laura (1)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Nunca imaginé que mi idea de cambiar de la compañía proveedora de televisión de paga fuera a generar un cambio tan radical en la relación entre Laura mi esposa, y yo.

Laura es una mujer hermosa y con un cuerpo delgado, bien cuidado, con unas curvas que, cuando las llega a mostrar, provocan mareos, y sus tetas bien paraditas, no demasiado grandes ni pequeñas tampoco, que se asoman sobre su abdomen plano y su breve cintura, son un deleite para los ojos, los cuales debo admitir que solamente yo y su ginecólogo hemos tenido el placer de disfrutar. Ella es de tez blanca y cabello castaño que lleva ligeramente debajo de los hombros, enmarcando unos lindos ojos de color miel, unos labios carnosos que resguardan una hermosa sonrisa contagiosa. Sé que mi opinión puede estar un poco sesgada, pero, cuando salimos a cenar, atrae miradas al por mayor a pesar de su manera más bien discreta de vestir.

Yo por mi parte soy un tipo normal, que a mis 32 años sigo teniendo una complexión mediana, tirando un poco a lo delgado; de piel oscura clara y cabello negro. No soy un Adonis, pero creo que tuve el suficiente atractivo para atraer a unas cuantas mujeres, incluidas Laura, qué desde el momento que la conocí cambió mi vida para siempre, ya que debo decir que, después de 2 años de noviazgo y 5 de matrimonio, seguimos enamorados como el primer día.

Después de vivir una relación tormentosa con Erika, una chica puramente sexual con la que disfruté de los polvos más excitantes de mi vida y que terminó pintándome el cuerno con mi mejor amigo, la timidez de Laura y su manera tranquila de vivir su vida fue un remanso de paz para mí, aunque debo admitir que a veces, cuando hacemos el amor, tipo misionero, besos en la boca, corrida única de ambos y a dormir abrazados como tortolitos, que no es propiamente material para una película pornográfica, siento un poco de nostalgia por aquellos tiempos turbulentos de mi vida anterior a ella.

El tema es que estábamos viendo la programación de nuestro nuevo sistema de cable cuando seleccioné un canal XXX que venía incluido por un mes como cortesía. La verdad es que en alguna ocasión le había insinuado que viéramos alguna peli porno pero no se mostró muy entusiasmada, cuando estábamos recién casados y decidí dejar ese camino de nuestra diversión cerrado. Ser puritana era parte del paquete de ser ella, y así la amaba y la aceptaba.

Cuando iba a cambiar el canal a otro más convencional, volteé a ver de reojo a mi esposa y noté una mirada de curiosidad en sus ojos, no era lujuria, ni calentura, sólo curiosidad y decidí dejar el canal un momento mas para ver qué sucedía a continuación. En la escena, una rubia escultural estaba siendo taladrada por un actor con una verga descomunal que entraba y salía de ella, mientras la chica gemía como si no hubiera un mañana. Estuve viendo un buen rato la escena con un ojo puesto en la televisión y el otro en la reacción de Laura, que no perdía detalle del asunto que ocupaba a la rubia y a su amante. La escena terminó finalmente con la rubia hincada y recibiendo una abundante descarga de semen en sus enormes tetas mientras miraba a su amante con ojos cargados de lujuria.

– No me imaginaba que hubiera penes de ese tamaño. – Dijo finalmente Laura, saliendo de nuestro forzado silencio.

– No me digas que nunca habías visto uno antes… – contesté.

– Solamente el tuyo. – Dijo y sonrió volteando a verme como disculpándose porque estaba diciendo entre líneas que mi instrumento no podía competir en las ligas mayores. La verdad es que mi verga no es de un tamaño despreciable y es gruesa y aguantadora, pero como diría, Alberto, un amigo mío: “Hay niveles, mi chavo”

– Jejeje, ya sé. ¿Me estás diciendo pito corto? – Dije fingiendo decepción.

– No, cariño, no es eso.

De pronto ambos guardamos silencio. En la siguiente escena, una chica estaba a solas en su casa cuando llegó un plomero a arreglar un desperfecto, tras una trama cuidadosamente elaborada en la película (espero que hayan leído mi sarcasmo entre líneas) el plomero termina cogiéndose a la chica que en esta ocasión era una chica blanca con el pelo castaño que tenía un ligero parecido con mi esposa. Ambos nos quedamos viendo la escena hasta que esta terminó con el hombre eyaculando en el pubis finamente recortado en forma de triángulo de la chica. Un acercamiento de la cámara mostró los restos de semen sobre sus vellos oscuros antes de que la escena se desvaneciera.

– Espero que la próxima vez que venga el plomero al menos esté yo en casa. – Dije sonriendo.

– No seas bobo, así no tendría chiste. No me podría concentrar con él si tú nos estuvieras viendo.

– ¿Cómo piensas qué sería la escena? – Dije empujándola un poco. A través de su camisón pude notar que sus pezones se habían parado como signo evidente de que todo aquello la había excitado.

– Estás loco. Sabes que no te sería infiel, y mucho menos con un plomero…

– ¿Sabes que eso es discriminación, Laura? ¿No te acostarías con él por el hecho de ser plomero?

– No me confundas, Carlos. – Me dijo ya un poco seria. – No es eso lo que quise decir.

– Ya sé, cariño. Estaba jugando contigo. – Dije acercándome a ella y besando sus labios. Ella correspondió al beso y lo sentí más intenso que otras ocasiones.

La besé en el cuello y lentamente le fui quitando su camisón y besé sus pezones erectos. Su gemido se fue incrementando a medida que mi mano bajaba por su vientre hasta que logré colarme por debajo de su panty y acaricié sus sedosos vellos ensortijados, haciéndome recordar la escena del close up sobre el vello púbico lleno de semen en la última escena que vimos. La besé en la boca y esta vez su lengua salió a buscar a la mía, mientras mi mano seguía explorando un poco más abajo. Como lo sospechaba, su coñito estaba empapado y deslicé un par de dedos en su interior, la sentí vibrar me recosté junto a ella mientras le quitaba diligentemente su ropa.

Ya desnudos ambos y a punto de entrar en ella, me miró a los ojos y me dijo

– Platícame como es él… – La miré con cara de confusión, esperando una explicación más clara. – El plomero. – Dijo finalmente. Era un juego que jamás habíamos jugado. De hecho, era la primera vez que jugábamos algún tipo de juego en la cama y no iba a dejar pasar esa oportunidad.

– Se llama Pedro. – Le dije con voz ronca mientras movía mi pene en el contorno de su coño para no enfriar la situación. – Es moreno y con una pequeña panza cervecera. Vino a arreglar la gotera del lavabo del baño y está acostado con la mitad del cuerpo metido dentro del mueble y la otra mitad en el piso. – Estaba tratando de recrear una escena que me había tocado ver en uno de los videos porno que me había tocado ver con anterioridad.

– Sigue… – Dijo Laura susurrando.

– Fuiste a ver si necesitaba algo y al entrar a la puerta lo viste tirado ahí. Su camisa estirada hacia arriba dejaba ver la parte baja de su estómago y a través de su pantalón apretado se notaba el contorno de su pene. – Laura cerró los ojos seguramente para recrear aquella escena. En la tenue luz de la recámara miré su rictus de deseo con sus labios apretados y las escenas eróticas que seguramente revoloteaban en su cabeza pugnaban por salir por sus ojos fuertemente cerrados. Decidí continuar. – Le dijiste qué si necesitabas algo y te contestó que no, que así estaba bien. Insististe diciéndole que acabas de preparar un agua fresca y que hace algo de calor. El finalmente aceptó y te alejaste hacia la cocina. Tenías la imagen de su moreno vientre, de su desnudez parcial en tu mente y sobre todo el bulto que se veía en su pantalón. Te preguntaste si sería gordo y grueso o largo como el tipo de la película. Lo imaginaste con el glande cubierto y sin circuncidar y preparaste el agua fresca que realmente no tenías listas desde antes de ofrecérsela. No querías hacer nada con el plomero, pero el simple hecho de imaginar esa fantasía, te había puesto muy caliente ya. Mientras llevabas el vaso de agua al baño te percataste de que tenías unos pantalones holgados y una camisa vieja que no realzaban tu figura. Te preguntaste que si se pondría duro su instrumento si te viera con una ropa más favorecedora y, sin pensar las cosas claramente, te metiste a la recámara y te cambiaste el pantalón por un short amplio, y una camisa ombliguera que usabas para hacer ejercicios.

– Ahh, Carlos. Qué imaginación tienes. – Dijo mi esposa. En este punto aproveché para entrar en ella de forma lenta y sosegada, dejándola disfrutar de la historia lentamente.

– ¿Quieres que pare? – Dije cuando abrió sus ojos.

– Ni se te ocurra. – Me contestó volviendo a cerrarlos.

– Llegaste con Pedro y le ofreciste el vaso de agua fresca. El continuó trabajando bajo el lavabo sin voltear a verte. Te sentiste decepcionada, pero decidiste intentar algo más. Su vientre seguía parcialmente expuesto y si te asomabas un poco desde el lavabo, podías ver el nacimiento de su vello púbico asomando por su calzoncillo bajo el pantalón.

– Sigue… – dijo mientras seguía disfrutando del mete-saca de mi pene dentro de ella.

– Dejaste el vaso en el lavabo y le dijiste que si quería parar un poco para tomar el agua antes de que se calentara ya que no tenías hielos. Vagamente te diste cuenta que el short era tan holgado que seguramente, si volteaba a verte, vería el contorno de tu pierna y tal vez, tu ropa interior negra contrastando con el tono verde de la prenda. Decidiste ignorar la voz de tu conciencia. Después de todo era un experimento para ver si su verga se le endurecía y había que ayudarle un poco. Al menos eso te dijiste mientras borrabas mi cara sonriente de tu mente para no alimentar a la culpa. “No estoy haciendo nada malo” te dijiste mientras volteabas de nuevo a ver la entrepierna del plomero.

– Ahh cariño. Qué rico. – Dijo Laura retorciéndose debajo de mí. Yo decidí continuar con la historia.

– Finalmente, el rostro moreno de Pedro asomó por el frente del mueble del lavabo y se quedó mirando a tus bien torneadas piernas. Su mirada pasó de la admiración al deseo en un segundo y te sentiste bien por ello. Sentirte admirada era una sensación nueva y bienvenida. De reojo volteaste a ver el bulto en el pantalón, pero al estar el ya sentado, perdiste la perspectiva que tenías anteriormente. “¿Cómo va el trabajo?” le preguntaste mientras le pasabas el vaso de agua fresca. Unas gotas de la superficie sudada cayeron en su vientre expuesto. Pensaste qué se sentiría recoger esas gotas con los labios y caíste en cuenta de que aquella fantasía estaba yendo demasiado lejos ya…

– Acuéstate. – Me dijo Laura girándose para que me saliera de ella. Yo obedecí tomando nota de que aquella no era una posición que solíamos tomar a la hora de hacer el amor.

– ¿Qué me vas a hacer? – Dije fingiendo una voz temerosa.

– Ya verás. – Dijo subiéndose en mí guio mi pene a su interior con torpeza y una vez adentro se empezó a mover con la misma lentitud con la que yo lo hacía anteriormente.

– Hmmm – Gemí. Estaba disfrutando esta leve concesión de mi esposa.

– Prosiga señor… – Me dijo desde su gloriosa desnudez con las tetas apuntando decididamente hacia arriba y los pezones erectos. Los cogí entre mis manos y seguí con mi relato.

– Pedro se quedó mirándote fijamente tratando de adivinar cuales eran tus intenciones. Rehuiste su mirada para no delatar tus pensamientos ni el calor que se empezaba a escapar de tu entrepierna junto con una humedad que empezaba a mojar tus bragas. El plomero le dio un largo trago a su bebida sin perder detalle del espectáculo que, sin saber si era fortuito o no, le estabas dando. Tu permaneciste ahí estoicamente reacomodando la barra de jabón y limpiando una mancha imaginaria en la superficie del mueble. En este punto, Interrumpí mi relato y le pregunté mientras se movía encima de mi con más fuerza y velocidad:

– ¿Quieres cogértelo o solo mirar?

– No lo sé, cariño. Es tu imaginación. Sorpréndeme. – Me contestó entre gemidos y arqueando su cuerpo para sentirme más fuertemente en su interior.

– Pedro volvió a su posición anterior pero esta vez, no sé si por estrategia o por descuido, su pantalón quedó un poco más bajo de lo que estaba anteriormente. Esto, aunado a que su verga había crecido ante semejante estímulo, se alcanzaba a ver un poco del glande saliendo por el borde de la trusa. Como habías imaginado, lo tenía sin circuncidar, pero no alcanzabas a notar qué tan grande o tan grueso era. Pensaste en retirarte y masturbarte furiosamente en el baño de nuestra recamara para saciar al menos un poco tus ganas pero permaneciste en el mismo lugar tratando de sacar una charla trivial con el plomero que seguía trabajando. Cuando estabas describiendo lo fresca que había amanecido la mañana, Pedro extendió su mano y la metió bajo su pantalón para acomodarse su instrumento. Tú pretendiste no haber visto nada pero tu voz sonó un poco distinta, producto de la sorpresa.

– Hmm, ¿la tenía grande? – Preguntó Laura ya completamente inmersa en la historia.

– No lo sé, eso es lo que vamos a descubrir juntos.

– Sigue entonces amor. – Dijo agitada. Conociéndola, intuí que se estaba aproximando un orgasmo de categoría cuatro en su interior. Decidí seguir y elevar un poco más la temperatura del relato.

– Cuando finalmente Pedro terminó de acomodar su instrumento, su glande quedó totalmente fuera del calzoncillo. Era gordo, y moreno como su piel. Tu mirada quedó clavada en esa visión mientras el plomero te platicaba que la falla había estado complicada pero que ya casi terminaba. Sentías inundada tu entrepierna y supiste que era el momento de emprender la retirada. Te despediste de él diciendo que si necesitaba alguna otra cosa te llamara y, cuando te giraste para retirarte, tu pie izquierdo, torpemente, tropezó con la pierna de Pedro y trastabillaste hasta que tu pie cayó justo en medio de su entrepierna. Pedro se agitó dentro del mueble y se golpeó la cabeza con la tubería. Por instinto, te agachaste para tocar el área donde lo golpeaste y tardaste una fracción de segundo para darte cuenta de que le estabas acariciando la punta de su pene con tus dedos. Le preguntaste si le había dolido y te disculpaste mientras seguías sobando su parte afectada. El solo se limitó a gruñir en señal de que aquel pequeño premio le estaba gustando. Mientras seguías en tu ritual de disculpas, tu mano seguía sobando su pene, ya no solo su glande sino el tronco aún dentro de su ropa interior. Pedro se quedó quieto y expectante de tu próximo movimiento. Tú sentías un hormigueo recorrer todo tu cuerpo ante la sensación que te provocaba aquel pedazo de carne prohibida que se agitaba en tu mano. Déjame ver si no te lastimaste, dijiste en una famélica excusa mientras luchabas por bajar el cierre del pantalón y liberar a esa fiera. Finalmente lograste sacarlo de su encierro y lo tuviste en tu mano con toda su excitación. Era un pedazo grande de verga, gordo y largo, y sentiste unos deseos enormes de sentirlo en tu boca.

– Uff, si, dámelo. Pedro, dame tu verga. – Salté de la sorpresa en ese momento. En 5 años de casados, jamás había escuchado a mi esposa decir la palabra “verga”. Hasta había llegado a pensar que era anatómicamente imposible para ella el pronunciarla. Tal vez tendría un candado en sus cuerdas vocales que, al formar esa combinación de letras, entraban en modo alerta y cerraban los conductos de aire o alguna cosa así. Lo cierto es que ahí estaba mi linda y recatada esposa, moviéndose como una posesa encima de mí, mientras se imaginaba devorando la verga de un plomero virtual. Estaba a punto y mi pene me mandó un mensaje para que me preparara porque ya venía mi orgasmo en camino también.

– Lo tomaste en tu mano y te inclinaste hasta sentir el roce del glande en tus labios. Sentiste la mano del plomero hurgando en tu short y, al no ofrecerle resistencia, sentiste su mano sudorosa acariciar tu coñito por encima de tu braga. Sus dedos torpes acariciaban la tela y sentías descargas eléctricas recorrer tu cuerpo y no pudiste evitar que un gemido se escapara de tus labios. Estos, como si tuvieran vida propia se abrieron suavemente mientras tu cabeza bajaba lo suficiente para que su verga entrara lentamente en tu boca. Podías sentir el sabor de su sudor impregnado en su miembro, la sensación de su pubis rozando tu barbilla mientras engullías su verga con gula. Pedro a su vez, había encontrado un hueco por la orilla de tu braga y había logrado colar un dedo en tu vagina empapada.

– Ay no pares cabrón que estoy a puntooo… – gimió Laura. Otra palabra desconocida en su léxico. Ya sin el factor sorpresa, me resultaba bastante excitante el escucharla decir esas palabras en medio de su calentura. Se agitaba arriba de mi como una víbora tratando de escapar y mi cuerpo se movía a su ritmo para hacer más profunda mi penetración. Continué con mi relato.

– Mientras el plomero te seguía dando con su dedo remojado en tus jugos, tú le chupabas la verga ya sin ningún reparo, esmerándote por sentir cada centímetro de ella en tu boca. Sentiste cómo se agitaba al ritmo de tu mamada y tu vista se nubló ante la intensidad de las sensaciones que salían de tu coñito. El dedo de Pedro entraba y salía de ti con un ritmo frenético igual al de tu boca en su miembro. Como en un sueño, lo escuchaste gritar y avisarte que se iba a venir. Dudaste un segundo si sacarlo de tu boca y dejarlo derramarse libremente pero al final decidiste dejarlo preso firmemente entre tus labios y sentiste los chorros de semen estrellándose en las paredes de tu boca y en tu garganta mientras su verga se convulsionaba en ti. Cerraste los ojos y sentiste una descarga eléctrica saliendo desde todos los poros de tu piel hasta el mismo centro de tu coño que estalló en la mano de Pedro en un descomunal orgasmooo, ahhh… me vengo – Dije sintiendo la explosión de mi propio pene subir por mis huevos, pasar como bólido por el tronco y salir en tropel hacia la dulce suavidad de tu coñito que recibió mi semen con gusto.

– Ahhh me vengo, Carlos, me estoy viniendooo… – Fue un grito gutural el que surgió de Laura al final, casi igual al mío, mientras en nuestro mundo de fantasía, Pedro y ella misma se venían también.

Laura se movió y se puso entre mis piernas para meter mi verga en su boca y me la empezó a chupar con desesperación mientras se acariciaba las tetas.

– Dame esa leche Pedro, vente en mi boca cabrón, ven dame tu lechita… – De algún lugar desconocido, mi cuerpo sacó la reserva especial para ocasiones especiales y logró acumular un nuevo chisguete de semen, no tan abundante como el anterior pero si lo suficiente para dejar un hilo blanco que colgaba por sus labios y degustaba con una cara de viciosa que jamás en la vida le había conocido a mi esposa.

Finalmente, satisfechos, apagamos el televisor, y nos acostamos. Era la primera vez que Laura veía porno, la primera vez que fantaseábamos, la primera vez que se montaba encima de mi y la primera vez que me permitía venirme en su boca. Tenía la certeza de que a partir de ahí vendrían muchas primeras veces más, finalmente me venció el cansancio y me acosté junto a mi esposa que ya dormía con una dulce apacible sonrisa en su rostro.

Ah y era la primera vez que dormía desnuda también.

Dark Knight

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