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Fin de semana en Londres
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Nos encontramos en el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, ella venía de Valencia y yo de Santiago de Compostela, íbamos a coger un vuelo a Londres, donde pensábamos pasar el fin de semana. Tanto ella como yo llevábamos una pequeña maleta con ruedas. Ella vestía un vestido verde que le daba por encima de las rodillas y calzaba unos zapatos marrones, yo llevaba puesto un traje gris con rayas negras, una camisa blanca, una corbata gris y calzaba unos zapatos marrones. Al verla quedé gratamente sorprendido, en fotos y por video conferencia era guapa, pero en persona era preciosa. Fui a su encuentro, le di un beso en la mejilla, y le dije:

-Pensé que no vendrías.

-Yo pensaba que el que no vendrías eras tú.

Me voy a saltar el viaje en avión, más que nada porque no me gusta volar, y los recuerdos de mis vuelos nunca son gratos, aunque por un beso de Ariana volaría hasta el fin del mundo.

Eran las ocho de la tarde cuando llegamos a la habitación del Tower Hotel de Londres, que estaba ubicado al lado del Tower Bridge. No era gran cosa, tenía una cama de matrimonio cubierta con una colcha blanca con una franja de color vino tinto a los pies, dos almohadas blancas y dos cojines del color de la franja, un mueble enfrente con una tele de plasma, una mesa, un sillón, una silla, teléfono, un aseo, una ventana con dos cortinas y poco más.

Posamos las maletas, y le dije:

-Sabes. Eres aún más bonita en persona.

Bromeó.

-Y tú aún más feo.

-No digas eso, ya estoy nervioso…

Se me acercó, y mimosita, me dio un beso, me mostró su sonrisa más dulce, y me dijo:

-¿De verdad que te pongo nervioso?

-Mucho, es qué eres tan, tan, tan, tan…

Sin dejar de sonreír, me interrumpió.

-Sí qué estás nervioso, sí. No entiendo cómo una mujer cómo yo puedo poner nervioso a un hombre tan experimentado cómo tú. Pensé que la que se iba a poner neviosa iba a ser yo. Habrá que hacer algo para quitarte esos nervios.

Abriendo el nudo de mi corbata, le dije:

-Soñé con este momento mucho tiempo. Nunca pensé tener a mi alcance a una mujer tan hermosa.

Me quitó la corbata y la echó encima del sillón.

-Eres un adulador.

-Lo que soy es un privilegiado -quité la chaqueta-. Es muy extraño que una mujer enamorada comparta un poquito de su cariño con un hombre cómo yo.

Comenzó a desabotonar mi camisa.

-¿Por qué piensas que estoy enamorada?

-Es de suponer. ¿No crees?

-Si, creo que estoy enamorada de mi novio. Nunca había sentido nada así por nadie. Me gusta cuidar de él y apartalo de la gente que le pueda hacer daño, creo que eso es estar enamorada.

-Te diría que me alegra oír eso, pero… Mejor no lo digo.

Me quitó la camisa, y me dijo:

-Dilo.

-Te lo diré, me jode.

-¿Qué te jode?

-Que estés enamorada de él.

Me quitó los zapatos, los calcetines y los pantalones, mientras decía:

-Lo entiendo. Me gustaría decirte a ti lo mismo, pero a ti solo te quiero y te deseo.

-Jode, pero dime siempre la verdad. Entre nosotros que nunca haya mentiras.

Me empujó encima de la cama, se desnudó, vi su cuerpo, un cuerpo espectacular, y me dijo:

-Me voy a dar una ducha.

Me había calentado y me dejaba en boxers y con la polla dura.

-¡Serás traviesa!

Se dio la vuelta, meneó el culo, y sonriendo, me dijo:

-Las cosas buenas se hacen esperar.

Mientras estaba en la ducha puse un albornoz y pedí una botella de Rioja tinto. Al salir del aseo, solo con una toalla puesta, le ofrecí un copa de vino. Con su eterna sonrisa en los labios, me dijo:

-Tú sin el vino no pasas

-Hoy es un día de vino y rosas.

-¿Rosas?

-Sí, tu eres la rosa mas hermosa de mi jardín de sueños.

-¿Por qué me dices esas cosas tan lindas?

-Por que no sé decirlas mas hermosas.

Al lado de la mesa, y junto a la cama, choqué mi copa con la suya, y le dije:

-Por nosotros, muñequita.

-Por nosotros, bobito.

Bebimos un sorbo de vino, posamos las copas sobre la mesa y nos fundimos en un beso que deseé que fuese eterno, uno, por lo dulce, dos, por lo apasionado, y tres, porque me puso la polla dura cómo una piedra. El beso siguió en la cama. Echado a su lado le quité la toalla, mis manos acariciaron sus sedosas tetas y sus pezones. Ariana metió su mano dentro de mis boxers, cogió la polla y me la masturbó.

-La tienes dura.

-¡Cómo para no estarlo! Estoy acompañado por mi sueño erótico.

Puso morritos, y me dijo:

-No soy un sueño erótico.

-Sí que lo eres.

Con el dedo pulgar de mi mano derecha acaricié el capuchón del clítoris de arriba a abajo, de abajo a arriba y hacia los lados. Mi lengua hacía círculos sobre las areolas de sus grandes y hermosas tetas y lamía los pezones. Ariana, entre dulces gemidos, me dijo:

-Muérdeme un poquito los pezones y las tetas, cariño.

Mordí sin hacer daño. Ariana seguía masturbando mi polla y ya tenía la mano mojada de mi aguadilla.

Bajé a su cuevita. La abrí con dos dedos y vi que estaba cubierta de babitas. La cerré. De su coñito salieron algunos de sus jugos blanquecinos y bajaron hasta el ojete. Lamí los jugos del ojete y del periné sin tocar su coño y bajé besando, lamiendo y acariciando el interior de sus muslos. Le cogí un pie, y lamí la planta haciendo círculos con la punta de mi lengua. Rompió a reír.

-¡Me haces cosquillas!

De su coño salieron jugos en cantidad. Dejé de lamer la planta, se la acaricié mientras besaba, acariciaba y chupaba cada uno de los dedos y entre ellos. De ese pie fui al otro e hice lo mismo, luego subí besando y lamiendo el interior de los muslos hasta llegar de nuevo a la cuevita, se la volví a abrir con dos dedos. Estaba perdida de jugos. Ariana, me dijo:

-Cómela, anda, cómela. No me hagas sufrir más.

-Más me hiciste sufrir tú a mi cuando me dijiste que por fin te corrieras en su boca.

-Ahora es tuya, anda, cómela.

-Date la vuelta.

-Eres malo, eres muy malo.

Se dio la vuelta. El interior de sus muslos y el ojete estaban mojados de sus jugos. Le abrí las nalgas y se lo lamí. Ariana se puso cómo una fiera.

-¡Sigue, sigue que me corro!

Le lamí la espalda por la columna vertebral hasta llegar al cuello. Luego me eché a su lado, le metí el dedo gordo en el culo y se lo follé con él. Ariana giro la cabeza, y me dijo:

-¡Bésame, bésame que me voy correr!

La besé y en nada comenzó a temblar, a gemir, y a querer devorarme la lengua con su boca. Tuvo un orgasmo bestial. Aún se estaba corriendo cuando le di la vuelta, metí mi cabeza entre sus piernas, y le comí el coño empapado. Mi lengua nadaba en sus deliciosos jugos, y más que iba a nadar, ya que al terminarse el orgasmo anal le comenzó otro vaginal o clitoriano, no se de que clase sería, pero tuve que taparle la boca con una mano u oirían sus gritos de placer en todo el hotel. Al acabar de correrse yo estaba empalmado cómo un burro y con unas ganas locas de meter, pero tenía que dejarla descansar. Me senté en el borde de la cama y acabé de tomarme la copa de vino. Ariana, me miró, y me preguntó:

-¿Bebes tú solo?

Se sentó en la cama, le di su copa y tomó otro sorbito.

-Nunca me había corrido así.

-¿Así cómo?

-Comiéndome el culo.

-¿Te gustó?

-Sí, mucho.

-Me alegra saberlo.

-Ahora quiero follarte yo a ti. ¿Me dejas?

Bromeé con ella.

-¿Sabrás follar a un hombre?

Donde las dan las toman, me respondió:

-A un hombre, sí, a un gatito como tú, tengo mis dudas. Ponte cómodo.

Puse las copas vacías encima de la mesa. Me eché boca arriba en la cama con la polla tiesa. Subió encima de mí. Metió la polla en su coñito. Apoyó las manos en la almohada y mirándome los ojos comenzó a follarme lentamente.

-Ahora vas a saber cómo folla una mujer de verdad.

Me besó en el cuello y me lamió las orejas. Yo acaricié sus nalgas y sus caderas… Su boca me traía loco. No me besaba con lengua, solo me daba piquitos. Sus grandes tetas subiendo y bajando me excitaban casi tanto cómo sentir mi polla entrando y saliendo en aquel coñito mojado. No iba a durar nada. Se lo dije:

-Me voy a correr, Ariana.

-Lo sé.

Paró de moverse y me dio las tetas a chupar, después me dio un beso con lengua, largo, largo, muy largo, mejor dicho, nos lo dimos. Comenzó a follarme de nuevo, pero al poco la que se iba a correr era ella, se detuvo de nuevo y volvió a darme las tetas a chupar. Era peor el remedio que la enfermedad, al mamarle las tetas sentía cómo su coñito apretaba mi polla. La paciencia no era una de sus virtudes. Me preguntó:

-¿Nos corremos juntos?

-Será un placer.

Volvió a follarme lentamente, me volvió a mirar a los ojos, y me preguntó:

-¿Cuánto me quieres?

-Más que a mi vida.

-Exagerado.

Me besó.

-¿Si no estuvieras casado te casarías conmigo?

-¿Quieras que pida el divorcio?

-¡No! Tienes una familia hermosa… Y, y. ¡Ay qué me corro! ¡¡Córrete conmigo!!

Ariana se derrumbó sobre mí y se corrió cómo una bendita, esta fue una corrida dulce, sin gritos, con besos suaves, ternos. Así fue aquella corrida suya. Al acabar de correrse, me puse encima. Me dijo:

-No te corriste conmigo.

Le metí un modisquito en el labio inferior, y después le dije:

-No me dijiste cuando.

-Eso es verdad. ¿Me vas a hacer correr otra vez, gatito?

-A eso voy, preciosa.

-Dime cosas bonitas.

Haciendo palanca con mi culo para rozar su punto G al penetrarla, le dije:

-Eres más linda que una puesta de sol.

-Dime que me quieres.

-Te adoro.

-Dame, fuerte.

La follé duro. Los muelles de la cama cantaban la Traviata cuando Ariana me dio la vuelta. Quitó la polla del coño, y empapado, me lo puso en la boca. Se puso mandona.

-¿De quién querías abusar tú, gatito?

La cogí por la cintura con las dos manos y le lamí el ano y el coño. No tardó en decir:

-Para, cielo, para que me corro.

-El cielo es lo que estoy yo tocando con mis manos. ¡Córrete, muñequita!

-¿A qué tu cielo, la muñequita, te ahoga con una corrida, gatito?

-Cobardica.

Se puso brava.

-¡¿Cobardica yo?!

Su coñito voló sobre mi lengua y mi nariz, hasta que se paró, apretó el culo y descargó en mi boca.

-¡Bebe, gatito!

Los jugos de sus corridas eran deliciosos, blanquitos, espesitos, calentitos y con un ligero sabor a orina. Me sabían a gloria bendita.

Tendida sobre mí, al ratito, me preguntó:

-¿Dónde quieres que la meta ahora? Pide y te complaceré.

-Solo queda un sitio.

Me vaciló.

-¡Por ahí no!

-¿No?

-No, tengo cosquillas en los sobacos. Si acaso – la acercó al ojete-. Si acaso por aquí. ¿Quieres que tu gatita la meta en el culo, gatito?

-Sí.

Se le llenó la boca al decir:

-El gatito me salió mariquita.

La metió primero en el coñito. La sacó engrasada y la fue metiendo despacito. Con toda dentro del culo, me besó y me preguntó:

-¿Te gusta mi culo?

-Sí.

-Me gusta que te guste.

Me folló despacito. Sentía su coñito mojado rozar mi pelvis. Sus tetas desaparecían sobre mi pecho y su boca era un manjar que me dio todo el tiempo.

Después de un rato largo, muy largo. Ya ardiendo, me dijo:

-Estoy llegando. Dime cosas guarras e insúltame.

La nalgueé.

-¿A dónde estás llegando, puta?

-¡Al cielo, mariquita!

-¿No sabia que el cielo estaba lleno de mierda, viciosa?

-¡Dame fuerte, cabrón!

Le ataqué el culo con fuertes clavadas. Me corría sin remedio. Tuve suerte, ella también se corría. La quitó del culo, la metió en el coñito, y me dijo:

¬-¡Rómpeme el coño!

Dicho y hecho. La follé a romper y algo se le debió romper dentro porque se corrió a chorros.

Corriéndome con ella, esta vez dejé que se oyeran sus gritos. Que se enteraran cómo se corría una mujer de verdad.

Nos quedaba todo el fin de semana y a fe que lo aprovechamos, podría ser la primera y la última vez que estuviéramos juntos.

Quique.

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