1. Nunca me ha gustado viajar en fin de semana fuera de la ciudad donde resido. Regularmente tiende a ser un fastidio debido a que es justamente en esos días cuando hay más demanda de vuelos y, por consiguiente, es más difícil el lidiar con la gente, las maletas, los espacios reducidos y en general el hecho de que te están robando los días en que te dedicas a descansar haciendo lo que se te pegue la gana.
Pero al ser dueño de una pequeña compañía de servicios, si tu cliente mas importante te dice que tienes que asistir a una reunión de emergencia, tú vas. Sin chistar.
Aunque sea en sábado a mediodía. Aunque sea en la Ciudad de México y se halle a miles de kilómetros de tu ciudad, tú vas.
Y yo fui.
Ahí estaba en el cuarto de hotel en las tempranas horas de la tarde, aburrido como un ostión. Para colmo no había temporada de futbol y toda la programación que había en los canales del hotel era competencia para ver que canal era el más aburrido.
Tenía sed y en mi mente se dibujó la imagen de un tarro sudoroso de cerveza con el líquido ámbar y un poco de espuma en la cima. Lo saboreé en la mente y recordé que, al registrarme, el encargado había comentado que tenían un restaurant bar anexo al hotel pero que estaba abierto al público donde seguramente podría beber un par de ellas antes de que cerraran.
Me puse unos jeans, una camisa deportiva y unos zapatos informales y bajé al citado bar. Era un lugar agradable, de luces tenues con el nombre en la entrada, Restaurant Bar del Sol. Me hizo recordar la canción Peor para el Sol de Sabina y sonreí. “Todos los hombres con alma de depredador deberíamos escuchar esa canción al menos una vez por día” pensé mientras entraba. El lugar estaba bastante más concurrido de lo que yo había anticipado, sin estar a tope, tendría unos 40 o 50 comensales en total. De todos ellos, ella era la que resaltaba por encima del resto. Estaba sentada en uno de los taburetes de la barra, haciéndole el amor a una bebida que llevaba abstraídamente a sus labios y la bebía con lentitud. Usaba una minifalda negra y una ligera blusa roja, su atuendo era demasiado atrevido para ser una mujer puritana y quizá un poquito conservador para ser una puta. Al menos de las que cobran. Era lo que se dice un bombón apetecible y lo justo para un viernes por la noche.
Era morena clara, con unas piernas preciosas y una sonrisa que derramaba sensualidad, de labios carnosos, y una abundante cabellera oscura, una sonrisa que seguramente ocultaba un buen cumulo de pasiones y secretos que no deben dejarse libres antes de las ocho de la noche. Era bajita, sus pies descansaban sobre el taburete y se balanceaban de una manera rítmica y, hasta cierto punto, sensual. “Como si le estuviera haciendo el amor al taburete” pensé mientras me acercaba a ella tratando de lucir mi mejor sonrisa de conquistador.
A mis 45 años me sentía bien conservado y con la suficiente prestancia para jugar el juego de la seducción sin tener ningún tipo de complejos. Mis sienes canas y mi mirada madura eran parte del paquete que tenía por ofrecer y lo aceptaba como tal. Mi experiencia en las lides amorosas era un plus para aquellas mujeres que estaban dispuestas a pasar una noche conmigo. O varias.
– Hola, buenas noches. ¿Cómo estás? – Dije sonriendo. Ella volteó a verme sin despertar mayor interés en su mirada.
– Bien, gracias. Acá tratando de hacer que esta tarde de viernes valga la pena. – Dijo tomando un nuevo trago a su bebida.
– ¿Te puedo invitar una bebida?
– Si quieres y te apetece no te quito la intención. – Dijo.
– Me llamo Jaime, mucho gusto. – Dije extendiendo mi mano.
– Mis amigos me dicen Mariela. – Dijo extendiendo la suya. Su saludo fue firme pero femenino. Su mano delicada se sentía bien en la mía.
– Mucho gusto, Mariela. ¿Te puedo preguntar porqué estás sola esta noche?
– No estoy sola. Vine con mi marido. – Dijo sonriendo. Mi sonrisa se acalambró y mi brazo se quedó a medio camino de hacerle una seña al cantinero.
– Disculpa… no sabía que venías acompañada… – Me sentí como un estúpido sin saber qué decir.
– ¿Y ese pequeño detalle te va a prevenir de que completes todo este acto de seducción? – Me dijo guiñando un ojo y girando el taburete hacia mí. Al hacer esto, su minifalda se levantó y logré mirar una rica mata de vellos entre sus piernas. Me pareció que no traía ropa interior y mi verga dio un bote dentro de mis jeans.
– No, es que no quiero que tu marido…
– ¿Acaso lo ves por aquí? – Dijo volteando a ver hacia el resto del lugar. – Te doy cinco minutos para que me convenzas de que vale la pena tener tu compañía. Cinco minutos. – Una vez dicho esto, levantó su vaso vacío hacia el cantinero, haciendo la seña de que le trajera otro trago.
– ¿Te gusta la infidelidad? – Pregunté aun desconcertado.
– Depende de lo que llames infidelidad. – Dijo e hizo una pausa. Yo permanecí en silencio esperando el resto de la explicación. – Si para ti, eso es engañar a tu pareja, no, no me gusta. El matrimonio debe basarse en la confianza mutua, si no se lo lleva la chingada en un dos por tres.
– Y que otra cosa puede significar? – Dije tratando de recuperar un poco de mi aplomo.
– El acto de estar con otras personas que no sean tu pareja. – Dijo acercando sus labios a mi oído en un susurro. Su perfume inundó mi nariz, era un olor delicioso y sensual.
– Entonces ese…
– Cuatro minutos. Te quedan cuatro minutos. – dijo señalando su reloj en la muñeca izquierda. Al decir esto, tomó el vaso que el cantinero le ofrecía. – El señor paga. – Dijo, señalando hacia mi. Yo asentí y el cantinero se retiró en silencio haciendo la seña de que llevaría la cuenta.
– ¿Entonces ese es el concepto que si te gusta? – dije y tomé su mano en un gesto que la tomó por sorpresa, pero después de verme un momento, decidió no retirarla, aun.
– Bueno, hay muchas cosas que me gustan, sería demasiado tonto poner todo lo que me gusta en usa sola oración.
– A mi me gusta una mujer que me sorprenda, que me ayude a sacar los deseos mas profundos que un hombre puede tener…
– Y que deseo puede tener un hombre que no sea meter el pene en una vagina…?
– O una boca. – Le interrumpí viendo descaradamente sus labios carnudos y apetitosos.
– O tal vez otros lugares. – Dijo sonriendo incitantemente.
– Tal vez. – Dije llamando con mi brazo al cantinero.
Ella guardó silencio en lo que el adusto empleado se acercaba a nosotros.
– De qué cervezas tienes? – Pregunté. El hombre señaló el otro extremo de la barra donde estaban las cervezas de tarro. Era una hilera de cinco o seis dispensadoras.
En un impulso, me incliné para tener una mejor visión de los dispensadores, dejando mi cuerpo encima de la ardiente morena. Empecé a enumerar las diferentes marcas mientras mi mano se deslizaba por debajo de su minifalda hasta lograr tocar su vagina con mis dedos. Como sospechaba, no traía bragas y la mancha oscura que se miraba desde mi posición era una bundante mata de vellos ensortijados y húmedos. No supe si estaba excitada por nuestra conversación o ya estaba caliente de por si, pero me agradó notar que, aunque se sorprendió al inicio, aguantó estoicamente el avance de mi mano sin perder la sonrisa y con el vaso de bebida, una paloma, firmemente sujeta en su mano. Tardé una eternidad en decidirme en escoger una marca mientras la dedeaba de lo lindo sin que el cantinero, ni los demás concurrentes se dieran cuenta. Al final escogí una Pacífico ante la mirada impaciente del cantinero.
– Vaya con el atrevido. – Dijo Mariela. – Creo que debería ruborizarme. – remató mientras me guiñaba el ojo.
– Hay deseos que no tienen que ver sólo con el pene, hermosa. – le dije a mi vez, mientras metia mi dedo con su olor en mi boca y le guiñaba el ojo discretamente.
– Al final solo se trata de meter algo en algo. – Dijo Mariela girando de nuevo su taburete hacia la barra.
– Creo que meter algo en algo es el justo premio de lograr que las pasiones se alineen, lo importante es el preámbulo. Lo que nos lleva hasta ahí. – Dije, tratando de sonar filosófico sin ser pomposo.
– ¿Como atacar a una mujer sin permiso? – Dijo Mariela con su rostro alejado de mi.
– Como indagar que es lo que hace que una mujer se prenda y excite, así como estas tú excitada ahora. – Dije en mi defensa.
Mariela le dio un nuevo trago a su bebida, la contempló a contraluz y finalmente volteó a verme.
– ¿Qué es lo que tú quieres, Jaime? – Dijo volteando finalmente a verme.
– Tratar de ver a donde nos lleva la no…
– Deja las palabras baratas para otro tipo de mujeres, sólo te di cinco minutos y ya van cuatro.
– Hacerte el amor. – Dije tratando de sonar seguro de mi mismo.
– Eso no es algo que se logre en una noche, cariño. En una noche se puede agasajar, besar, cachondear, coger, mamar, hasta dar por el culo, pero hacer el amor requiere mucho mas que un simple acostón de una noche.
– Entonces quiero cogerte. Meterte la verga en esa rajita deliciosa y hacerte venir unas cuantas veces para ganarme el derecho de venirme en ti…
– Muy bien, por allí hubieras empezado. Me molestan los hombres que no saben decir lo que quieren y se andan por las ramas para llegar al guayabo.
– Me dio risa su ocurrencia y su juego de palabras. Era una mujer ardiente, inteligente y seductora, además de guapa. ¿Qué más podía pedir además de que no hubiera llegado acompañada de su marido?
– Muy bien. Permíteme un momento. – Dijo e hizo una señal hacia el fondo del bar.
Un señor de unos treinta y cinco años, moreno, sonriente, se acercó a nosotros hasta quedar junto a Mariela. Ella le tomó con confianza su brazo y le dijo:
– Amor, el señor se llama Jorge y me invitó un trago.
– Mucho gusto, Jorge, – Dijo extendiendo su mano para estrecharme la mía.
– No, me llamo, Jaime. Mucho gusto. – Dije a mi vez. Me sentía un poco desubicado, pero sonreí de la misma forma.
– Bueno, como sea. Resulta que Jaime, me metió la mano entre las piernas y me estuvo acariciando mi raja peluda mientras pedía una cerveza. – dijo Mariela con la misma seriedad como si estuviera dando el estado del tiempo.
Sentí que me puse de varios colores al mismo tiempo. Aquello era de lo más insólito y me quedé esperando el puño del esposo de Mariela en mi cara, o una sarta de improperios por mi atrevimiento. El sólo sonrió y dirigiéndose a su esposa le preguntó:
– ¿Y te gustó?
– No puedo decir que me desagradó. Fue excitante e inesperado. Me gusta lo excitante e inesperado. – Dijo Mariela acariciando el brazo de su marido.
– Asi le dicen a tus puterías ahora. – Dijo el marido.
– Jajaja, si tu lo dices cielo. Como ves, ¿te gustaría que Jorge nos hiciera compañía?
– Jaime… – Corregí. Ella pareció no escucharme.
– Si a ti no te molesta, a mí tampoco corazón.
– Bueno, Jorge. Solo queda una última pregunta. Si la contestas bien, tu nos dices que tienes en mente.
– ¿Cuál es esa pregunta?
– ¿Te molesta hacerlo sin condón?
– Creo que no. – Dije. Por lo regular eran las mujeres las que insistían con el condón por aquello de mas vale prevenir que amamantar. – No me desagrada hacerlo sin condón. Creo que lo disfruto más.
– Bueno, entonces qué tienes en mente. – Dijo Mariela.
– Bueno, yo tengo una habitación en este hotel. ¿Qué les parece si subimos una botella a mi cuarto y nos ponemos de acuerdo?
– Para coger?
– Para cualquier cosa menos hacer el amor. – Dije acariciando su pierna.
– Entonces guíanos a tu guarida, tigre.
Y sin decir nada más, se levantó y empezó a caminar hacia la salida con un paso lento y sensual, haciendo que sus caderas navegaran entre el mar de gente que iba entrando al bar y que invariablemente volteaban a verla para admirar esas bonitas piernas y ese atuendo de puta o en su caso, de ama de casa caliente en viernes por la noche.
“Me han traído hasta aquí tus caderas, no tu corazón” tarareé en silencio mientras le seguía haciendo una seña al marido una vez que le di el número de habitación al cantinero.
2.
Una vez que pedimos un servicio a la habitación, tequila, soda de toronja y hielos, así como un 12 de cervezas, subimos a mi habitación que se hallaba en el piso 8 del hotel. Era un bonito hotel con amplias habitaciones y pasillos alfombrados, ubicado en el Centro Hotelero de Santa Fe, ya en el Estado de México. Mi habitación tenía un balcón que daba hacia la calle principal de donde se escuchaba ya el jolgorio de la vida nocturna, risas, sonidos de claxon y una que otra mentada de madre.
Como una niña pequeña, Mariela fue directo al balcón asomándose para poder ver a los transeúntes 8 pisos debajo de ella. Al agacharse, sin darse cuenta, o tal vez dándose cabal cuenta de lo que hacía, nos dio un espectáculo a su esposo y a mi, de sus ricas piernas, terminando en su rica raja peludita cuyos labios apetitosos se apretaban golosamente en medio de sus piernas. Me acerqué a donde se hallaba para admirar el panorama también y aproveché para tomarla de la cintura, como si la protegiera de una eventual caída, aunque mi intención era más bien tocar ese cuerpo tan rico que se ofrecía ante nosotros. Ella siguió absorta mirando a la calle mientras apuntaba con su dedo, hacia la esquina donde iban caminando una pareja de homosexuales con una vestimenta extravagante.
Poco a poco, mi mano bajo por la parte de atrás de su falda, explorando su trasero firme hasta detenerse al final de ella, donde sentí el húmedo contacto de su rajita. Con mi dedo corazón empecé a rozar toda la extensión de esos labios vaginales abultados y sentí cómo su cuerpo se tensaba ligeramente sin abandonar la posición en la que se encontraba.
Lentamente la fui penetrando con mi dedo y empecé un rico mete-saca, mirando hacia la calle al igual que ella. Nadie que nos pudiera ver podría sospechar lo que hacía con ella a excepción, claro está de su esposo que nos contemplaba desde el interior de la habitación. Ella respondió moviendo sus nalgas hacia mí, tratando de sincronizar su movimiento con el mío al a vez que abría más sus piernas para facilitar mi movimiento. Cuando lo logró, de sus labios escapó un largo suspiro que hizo que mi verga se pusiera en estado de alerta, lista para la batalla. Así estuvimos un buen rato hasta que sus gemidos se hicieron mas intensos y sus movimientos mas frenéticos. Cuando sentí que estaba a punto de venirse, saqué mi mano, me hinqué ante ella y metí mi cabeza entre sus piernas abiertas para rozar su rajita abultada y mojada con mi lengua. Estaba abierta ante mi como una fresca almeja, destilando jugos que caían golosamente en mi boca abierta. Ella se inclinó aún mas y pude finalmente rozar sus labios vaginales con mis labios y mi lengua en un beso deliciosamente sexual. Me dediqué a lamer su clítoris con maestría y lograba escuchar sus gemidos a pesar de tener mi cabeza presa entre sus temblorosas piernas. Seguramente las personas que caminaban a un lado del hotel podrían oírla teniendo una rica sesión de sexo oral prácticamente al aire libre.
Cuando sentí que ya había recibido suficiente de mi lengua, y consciente de que su rajita era un charco lleno de sus jugos y mi saliva, empecé a rozar su clítoris con mi dedo mientras seguía rozando su vulva con mi lengua y eso fue todo lo que necesitó para que estallara en un orgasmo de antología, mi boca recibió una cantidad de líquido caliente, y oloroso que parecía que estaba orinando mas que alcanzando el clímax.
“Cabrón, me matas, me vengo, me veng, ahhh” – gritó mientras se convulsionaba y apretaba aún mas mi cabeza entre sus piernas.
Dejé mi lengua vagar por toda la extensión de su rajita hasta que sentí que ya estaba mas relajada y, a regañadientes, me retiré de ese paraíso mojado y excitado que había devorado con gusto.
Así como estaba, me bajé los jeans y mi ropa interior y puse mi glande en la entrada de su rajita. Mariela brincó de gusto al sentir la presencia de mi pene buscando abrirse camino entre los pliegues de su vagina. Estaba completamente abierta y no tuve dificultad en entrar y cogérmela. Se sentía delicioso, entrar con un ritmo semi lento mientras ella se balanceaba en el barandal del balcón. Giré la cabeza y vi que su marido se había sacado la verga y se la jalaba pausadamente mientras nos veía sin perder detalle de la cogida que le estaba dando a su esposa.
Cogí sus senos por detrás por encima de su delgada blusa, eran pequeños pero firmes y tenían sus pezones erguidos y duros también. Tome nota mental de que también los chuparía mas tarde y sentí que mis huevos empezaban a dar aviso de una venida inminente. Le acaricié y empecé a cogerla mas rápido y mas profundamente, a lo que ella reaccionó, empujando sus nalgas hacia mi para hacer mas profunda la penetración. De nueva cuenta empezó a gemir con pequeños gritos que podían se oídos hasta la calle si alguien estuviera atento a nosotros. Pienso que eso también era parte de la excitación que sentíamos ambos, de hacerlo tan cerca de la multitud y a la vez tan lejos.
Sentía mi pene ya a punto de explotar dentro de ella y la cogí de la cintura para prepararme. Estaba aguantando lo mas que podía para ver si ella lograba tener otro al mismo tiempo o antes que yo cuando…
Tocaron a la puerta. “Maldición” pensé para mí mismo. “Alguien se quejó con el hotel”.
De mala gana me salí de la rajita tan rica de Mariela, me levanté los jeans como pude y fui a la puerta, ya resignado a encontrarme con un administrador de gesto hosco para cuestionarme por los ruidos y cuando abrí la puerta,
Era el botones del hotel que traía las bebidas que habíamos pedido. No supe si el suspiro que di fue de alivio o de resignación ante el hecho de que me había perdido de una super corrida en esa cuevita mojada que había dejado con asuntos pendientes en el balcón.
El botones, un muchacho de unos 25 años, delgado y alto, con cara de timidez pero ojos perspicaces, se quedó viendo a Mariela, que nos veía desde el fondo de la habitación, aún con su minifalda y su blusa desarreglada por mi toqueteo. Con seriedad, puso los vasos, el hielo en la hielera, los refrescos y la cerveza en la mesita de centro de la habitación y finalmente me dio a firmar un recibo que tomé y dejé sobre la misma mesa.
En todo este proceso, el joven no le quitaba la vista de encima a Mariela. Su esposo estaba del otro lado de la habitación fuera del campo de visión del botones.
– Muchas gracias. – Le dije una vez que hubo terminado. – Ahora, para la propina tienes dos opciones.
El muchacho me vio con cara de desconcierto, sin saber qué decir.
– Te puedo dar una propina de 100 pesos, o ¿prefieres que nuestra amiga te de una rica mamada?
El muchacho me miró sorprendido y volteó a ver a Mariela, a la vez que yo lo hacía. Si esto la sorprendió, no dio el menor indicio de que así fuera y siguió sonriendo esa sonrisa cachonda que tanto me agradaba.
– No entiendo señor…
– No hay nada que entender, muchacho. O cien pesos o la mamada pero tienes 10 segundos para decidirte. – Le dije mientras tomaba la cartera para sacar el billete.
– La mamada. Quiero que me la mame. – Dijo apurado y temeroso de que se hubieran agotado los 10 segundos.
– Mariela, ya sabes que hacer. Dije haciéndome a un lado para que se acercara al joven. – Te recomiendo que te vayas bajando el pantalón…
Mariela, obediente, se acercó al joven y le abrió el pantalón del uniforme, hincándose frente a él, le bajó su truza y, como un resorte, saltó su verga como si tuviera vida propia apuntando a la cara de Mariela como si se estuviera ofreciendo como voluntario para su felación.
La chica tomó el pene del muchacho, ya completamente erecto y lo acarició con su mano en un suave movimiento. Era un pedazo de buen tamaño, no estaba circuncidado y se agitaba en su experta mano. El joven la veía con una mezcla de temor, sorpresa y excitación sin saber aún qué había hecho bien para merecer tan rico premio.
Mariela se metió la verga del joven en la boca, y con una gran delicadeza, fue devorándolo mientras le daba delicadas chupadas al glande. Finalmente, el botones cerró los ojos y se dejó llevar por esa excitante emoción de una mamada inesperada.
Poco a poco, Mariela fue intensificando su movimiento a la vez que acariciaba los huevos del muchacho, su cabello alborotado, sus ojos semicerrados y ese gesto de puta en celo, eran un poema erótico. Era una excelente mamadora y mi verga se empezó a poner dura de nuevo.
Me puse detrás de ella y empecé a acariciar sus tetas de nuevo. Me fascinaba sentirlas en mis manos, como dos pequeñas palomas temblorosas que se agitaban al contacto de mis manos. Pellizqué levemente sus pezones y volteó a verme en un gesto de aprobación aun sin soltar la verga del afortunado botones.
Lentamente le empecé a desabotonar la blusa hasta que finalmente se la quité por completo. Sus pezones estaban duros, parados, excitados. Si no estuviera comiéndose la verga de nuestro amigo, me hubiera lanzado a devorárselas ahí mismo.
De pronto el botones empezó a gemir de manera incontrolable abriendo los ojos enormemente. Fue el tiempo suficiente para quitar mis manos de sus senos, antes de que explotara en una venida brutal en su boca, de la comisura de sus labios empezó a caer su semen en las tetas que segundos antes estaba acariciando yo.
Mariela dejó unos segundos mas el pene en su boca, asegurándose de que no perdía nada de la acción hasta que el muchacho se calmó y dejó de temblar. La chica le dio una última chupada a todo el tronco y el glande antes de dejarlo libre finalmente. Lo vio con ojos de deseo y le dedicó una ligera sonrisa.
El joven se volvió a acomodar su pantalón y dándole un apresurado “gracias” se lanzó en pos de la puerta junto con el carrito de servicio vacío.
Una vez en la puerta, lo acompañé y le di los cien pesos de propina guiñándole el ojo.
– Muy bien. Aquí no pasó nada. ¿Está claro?
– Si señor. Pierda cuidado.
– Si tienes un compañero que quiera venir a ver como está la fuga del baño en una o dos horas, dile para que esté listo.
– ¿Cual fuga del baño? – Dijo el botones, perplejo.
– La… fuga… del… baño. – Dije guiñándole el ojo de nuevo.
– Ah, claro. Entiendo. – Dijo y se marchó.
Mariela estaba acostada en la cama para cuando me di la vuelta. Su marido le chupaba las tetas con diligencia, limpiando la leche del muchacho. Ella tenía aun puesta su minifalda y me acerqué tomándola de la cintura para quitársela junto con sus altos zapatos de tacón. En un dos por tres, estaba completamente desnuda y a nuestra merced.
Me metí entre sus piernas le empecé a comer de nueva cuenta su rajita. En esta posición era mucho mas fácil para mi hacerlo ya que se abría ante mi cuando abrió sus piernas por completo. Su vagina rozada se veía completamente expuesta y empecé a chuparla con diligencia. Voltee a verlos y su esposo había terminado de limpiarla. Estaban enfrascados en un ardiente beso, seguramente degustando los restos de semen que le hubiera podido quedar en su boquita mamadora.
La acomodé en el borde de la cama mientras me quitaba el pantalón y la ropa interior de nuevo y de un empujón la volví a penetrar. La posición no era ideal porque tenía que doblar las rodillas para estar justamente a su altura y no quería acostarme encima de ella para no estar tan cerca a su marido. Como pude me acomodé y empecé a cogerla entrando lo mas profundo que mi postura lo permitía. Tenía los huevos hinchados por causa de tanta excitación y necesitaba desahogarme. Su esposo se quitó finalmente y me acosté encima de ella en la posición de misionero mientras continuaba penetrándola sin misericordia.
Nuestros rostros quedaron a unos centímetros y escuché sus jadeos y gemidos como música celestial. En un impulso, me acerqué a su boca y le di un beso largo y profundo con mi lengua buscando la suya con desesperación. Estaba consciente de que era la misma boca que había recibido una carga brutal de semen hacia apenas unos minutos, pero no me importó y seguí atacando su lengua con la mía mientras seguía cogiéndola con un bamboleo delicioso.
– ¿Estás gozando, putita? – Le dije con una voz gutural cargada de deseo.
– Hmmm. Si. – Gimió ella.
– Dímelo. Dime que te gusta que te coja. Me encanta que te portes como puta en la cama.
– Ahh, si dame esa verga, cabrón. Me encanta que me cojas, ahh, que rico., que rico.
– Así me gusta. ¿Quieres que me venga dentro de ti?
– Sii, por favor, quiero sentir tu lechita caliente en mi, dámela toda, por favor, me vengo…
– Yo también. Dije. Era casi como un rugido o gemido. Estaba ardiendo y mis huevos pedían, imploraban alivio. Ella se convulsionó en mis brazos cuando empecé a chupar su pezón con desesperación
– Ayy cabrón me vengo, me vengo… Agggggghhh
En un concierto de gemidos, nos vinimos los dos al mismo tiempo. Yo deposité mi carga dentro de su rajita, temblando de placer al verla con sus ojos entrecerrados disfrutando de su orgasmo igual que yo el mío. Fueron unos segundos en los que pasó toda la gama de emociones por nuestro cuerpo y pareció que éramos un solo cuerpo temblando y gimiendo por la interminable gozada que poco a poco fue desvaneciéndose.
Mariela me besó en los labios. “Gracias”musitó. “Ha sido algo delicioso”
– Y lo que nos falta aún. Alguien quiere una cerveza. Dije a lo que ambos asintieron. Ella me hizo la seña de que quería una paloma y el simplemente una cerveza.
Miré el reloj del buró de la cama. Eran apenas las 10 y media y la noche seguía poco a poco ofreciéndonos promesas de una velada espectacular.
Continuará.
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Este es un relato dedicado a una colega que se prestó a ser la musa de esta historia basada en su excitante personalidad. Ejecutiva MX, espero que disfrutes tanto leerlo como yo disfruté el escribirlo.
Dark Knight