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El abuelo (Parte 4)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Todo el mundo se extraña de la actitud liberal de mi familia. Unos piensan que no tenemos principios, otros que somos muy ligeros y cada cual tiene su propio pensamiento. Nosotros no decimos nada porque para nosotros todo es libertad. Lo que cada quien haga consigo lo que desee, mientras no dañe a los demás, es libre de hacerlo. Lo nuestro nunca ha sido el gregario, ni el qué dirán.

El verano acabó. Tuve que ingresar en la Universidad, para lo cual me trasladé a vivir a Madrid. Vivía con mis abuelos porque su vivienda estaba cerca de la Universidad. Ellos me preguntaban si estaba contento; era mi abuela la encargada de preguntarme, aunque siempre mi abuelo la instigaba. Mi respuesta siempre era la misma:

— Abuela, no te preocupes, no me pasa nada y estoy bien.

Ellos debieron de haber hablado con mis padres por mi modo de manifestarme, muy serio y entristecido. La idea que ellos tenían de mí de cuando vivían mis padres en Madrid es de ser un muchacho juguetón, divertido, sin problemas, buen estudiante, rodeado de cariño, alegre y con la sonrisa siempre en la cara. por el contrario, ahora, aunque era obediente, estudioso y cariñoso con limitaciones, no asomaba la sonrisa por mi cara, estaba siempre serio, hablaba poco y no hacía nada por tener amigos.

Mis padres fueron a hablar con Anselmo. Fue gracioso cuando me lo contó Anselmo. Esa noche mismo, como tenía costumbre cada día, me llamó y me contó la idea que tenían mis abuelos y la preocupación de mi padre:

— Parezco el abuelo consejero de todos. Pero si de verdad me quieres, ponte alegre, feliz y llena de alegría a tus abuelos.

— Pero…, ¿cómo voy a poder hacer eso si me faltas tú que eres lo mejor de mi vida?

— Yo no te falto, estoy aquí y cada día hablamos…

— Sí, pero no follamos…

— Pero te muestro mi cuerpo por FaceTime como ahora, te masturbas, nos reímos y eso a diario, no te me portes mal con tus abuelos, por favor.

— Si yo me porto bien…

— Sí, pero están preocupados…

— Hace un mes que no te tengo a mi lado, no te acaricio, no siento tu aliento, me falta parte de mi vida.

— Este fin de semana voy, habla con tus abuelos que tus padres me han dicho que no saben nada; diles todo, explícales y les hablas claro para que no se preocupen y viernes vas a esperarme al AVE y estamos juntos hasta el domingo por la tarde.

— Ya, ya estoy contento.

Al despertar, ya en el desayuno, les dije sonriendo a mis abuelos que cuando regresara de clases tenía que hablar con ellos de algo muy importante. Besé a mis abuelos y me fui silbando a la calle.

Encontré las clases muy interesantes por primera vez desde que iba a la Universidad, incluso hice alguna pregunta a ciertos profesores. Uno de ellos me llamó al acabar la clase y me dijo:

— Llevamos un mes de clase y nadie me ha hecho una pregunta o intervención que valga la pena, hoy has resucitado mi clase, les has dado nivel y categoría con tu intervención, pero hasta ahora no te conocía, ¿acabas de venir por primera vez?

— No, señor; he venido a todas las clases, pero no me interesaba nada, hoy comienza a interesarme todo en mi vida.

— ¿Qué ha pasado, pues?

— No sé si debo decirlo…

— Tú verás, pero estoy en deuda contigo…, si en algo te puedo ayudar…

— Se lo digo, señor, y usted ni se entere, por favor…, el caso es que este fin de semana viaja a Madrid mi novio solo para verme y estar conmigo…

— ¿Es guapo tu novio?

— Muy guapo, al menos para mí es lo mejor de lo mejor.

— Está visto que eres gay…

— Sí, señor.

— Yo también lo soy, ¿este fin de semana…? Bien, mi esposo estará en casa, os invito a ti y a tu novio a cenar en mi casa…

— Pero…

— No se hable más, es mi deuda por el valor que has dado a mi clase.

— Pero, yo…

— Otro día hablamos, ahora tengo que salir rápido, hasta el sábado, toma mi tarjeta.

Recibí la tarjeta, me quedé sin habla, pensé si metía a Anselmo en un grave compromiso y decidí contárselo esa misma noche. Las clases transcurrieron con normalidad, pude intervenir en dos ocasiones más. Los compañeros que venían a mis mismas clases estaban extrañados por mis intervenciones. Yo también lo estaba. Desde este día me interesaba la Universidad, sus clases, sus profesores, mis compañeros, todo y comencé a indagar si había clubes deportivos en la universidad para integrarme.

Llegué a casa a la hora justa de comer, porque tomé el bus y ese día tardó en llegar. Me senté a la mesa, mis abuelos estaban esperando. Comimos y pasamos al salón como cada día, mi abuelo tomaba su café y conversábamos como si nada hubiera pasado. Por fin, mi abuelo dijo:

— Juan Pablo, hijo, dijiste esta mañana que tenías algo importante que decir, estabas muy alegre como ahora lo estás, si no es molestia, puedes hablar. Empecé así:

— Abuelo, tengo novio.

Se quedaron mirándome y mi abuelo dijo:

— ¿Y?

Eso es lo que dice cuando espera que siga la explicación o el razonamiento consiguiente. Poco a poco y con toda clase de pelos y señales les fui explicando mi relación con Anselmo. Les dije que viajaba a Madrid el viernes hasta domingo para estar conmigo y me pidieron que se lo presentara.

— Me parece que todavía no, abuelo; quizá la siguiente vez, porque a Anselmo no le va mucho la improvisación, necesita prepararse.

— Como desees, sabes que no juzgamos tus actuaciones, queremos tu bien, pero compete a tus padres más que a nosotros un asunto como este. Nosotros no tenemos que decirte otra cosa que esta: queremos que seas feliz y aproveches bien los estudios.

— Soy feliz y os quiero mucho. Comprendería que no me entendierais, pero además me comprendéis y eso hace que os quiera más.

— Pero a mí me tendrás qué explicar algún día cómo eliges un novio dos años mayor que tu abuelo, —dijo mi abuela.

— Un día te lo explicaré, abuela.

Y esto fue todo con mis abuelos, desde ese día mi sonrisa llegó a mi rostro y mis ganas de estudiar aumentaron. Además, me inscribí en el Club de natación, no era exactamente universitario, pero estaba cerca y acudían muchos compañeros de la Universidad.

Viernes en la tarde, estaba en la estación de Chamartín, ya que el hotel se encontraba en las cercanías, ya había dejado mis cosas para los dos días en la habitación del hotel y fui a recibir a Anselmo. Verle salir y abalanzarme sobre él fue lo mismo, tenía enormes ganas de verle. Salimos en dirección al hotel para dejar la bolsa de Anselmo e irnos a pasear.

Cuando llegamos al hotel, como ya todo estaba registrado, mostré mi llave de tarjeta y directamente subimos al ascensor. Dentro del ascensor besé a Anselmo y me besó. Apenas cerrar la puerta de la habitación, comencé a desnudarlo porque quería tomar una ducha para refrescarse del viaje. Nos desnudamos mutuamente y pasamos a la ducha. Anselmo había comprado un anillo para su pene, por congraciarse conmigo ya que se lo había sugerido para que retardara un poco más su eyaculación. Me di cuenta del anillo cuando le acaricié sus bolas, ya en la ducha, previamente a darle la mamada que yo necesitaba hacer y Anselmo recibir. Le quedaba bien, me gustó. Cuando ya le había hecho gozar lamiendo continuamente su frenillo y acariciando sus nalgas, me puse agachado en la posición del jabón, aunque con mis manos abriendo mis nalgas para que me ensartara su polla sin consideración. Ya sabía Anselmo que no necesitaba preparar mi culo, porque me gusta que él me produzca un poco de dolor, ya que el placer es mayor para los dos.

Anselmo estaba de pie detrás de mí me recostó hacia adelante para que yo proyectara mi trasero y quedara totalmente expuesto mi ano para su polla. Me sostenía con las manos en el equipo de grifería para descansar la tensión en mi espalda. Luego, gracias a mi flexibilidad apoyé las manos en el piso. Anselmo me sujetaba por la cintura para no empujarme hacia adelante con el impulso de su vaivén. Pero yo controlaba el ritmo. Yo mantenía las piernas abiertas en el momento en que me iba a penetrar y las mantuve así, de vez en cuando las cerraba para sentir mayor nivel de fricción. Tenía la espalda bien curvada y eso permitía que mis nalgas no generaran mayor amortiguación del impulso y la penetración fuera más completa y profunda, facilitándole el ejercicio a Anselmo. Como yo tengo buena resistencia, no me cansé de mi posición hasta que Anselmo se vació en mí. Luego sacó su polla me abrazó por la espalda, me enderecé y giré mi cabeza hacia él y nos dimos un beso largo, mientras Anselmo me masturbaba y me hizo eyacular.

Después de esto, me di la vuelta y nos abrazamos. Anselmo me dijo susurrando a mi oído:

— Ay, mi niño, mi niño, tendré que venir cada quince días para que estudies más, no quiero que ni tus padres ni tus abuelos tengan quejas a causa de tu nostalgia por mí.

— Me harías muy feliz, mis abuelos te quieren conocer y les he dicho que esta vez no, porque solo quiero que seas para mí, la próxima vendrás a conocerlos y te van a querer.

— Como quieras, mi niño, mi alegría.

Nos duchamos y mientras me secaba se fue a su bolso de viaje y extrajo un anillo similar al suyo, me lo colocó y besó mi polla cantidad de veces. Me la mamó y me produjo una erección obligándome a darle mi lefa a su boca. Después de correrme en su boca, lo levanté y nos besamos. De este modo saboreé mi lefa desde su boca. Nos lavamos la boca los dos, nos vestimos y salimos a la calle. Íbamos algo arropados porque, aunque de día hacía aún algo de calor, en la noche refrescaba. Paseamos por Madrid y nos fuimos a cenar pronto para ir luego al cine a ver «Sauvage». La noche en el hotel se presentaba maravillosa. Y así fue.

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