El culito del chaval resultaba apretadito y muy jugoso, por el seminal que salía de mi polla y la segregación de sus jugos, entraba en él con largos movimientos buscando el ángulo perfecto para rozarle o impactar con el glande en la próstata. Cuando lo lograba se estremecía y dejaba salir un chorrito de seminal.
-¡Ahh! Ángel que placer, me voy a correr, necesito hacerlo. -me acariciaba los costados del cuerpo y a veces me encadenaba con sus piernas, sujetándome las mías, poniéndose rígido y contrayéndose, estaba gozando de lo lindo y eso me volvía loco, su penecito apuntaba al ombligo y casi no se movía por lo tirante y rígido que lo tenía, de un rojo muy fuerte para estallar.
-Córrete amor, es lo que quiero. -aguantaba y a veces me incrustaba las uñas en la piel, hasta que no pudo más y elevó el culo buscando que mi verga le entrara todo lo profundo que pudiera.
Era una autentica hermosura ver a aquel delicado ser contorsionarse, morderse los labios y jadear convulso, ver salirle espuma por la boca y los ojos girados en blanco, con dificultad para respirar mientras de su pene salía una increíble cantidad de semen.
Lo miraba pacientemente, deseando correrme a mi vez, pero aguantando y disfrutando de su momento de gloria, hasta que se quedó agotado y sin vida, sujeté sus piernas para que no se cerrara y expulsara mi polla y empecé a follarle con unas ganas tremendas de llenarle la tripita de leche.
Abrió los ojos, jadeaba y gozaba mirando como en mi desenfreno final me tensaba metiéndome en él con fuerza.
-Córrete Ángel, lléname de leche, me gusta Ángel, ¡Oh sí! -sus palabras fueron esenciales para hacerme acelerar los movimientos y sentir que cooperaba apretando su ano para darme gusto.
-¡Ya, ya Etel! me voy bebé. -el chiquillo me abrazó contra su pecho mientras me vaciaba en el fondo de su recto.
Salíamos de la ducha después de enjabonarnos mutuamente, acariciarnos y sintiendo la finura y suavidad de las pieles, el pequeño me había dejado algunas marcas que no tardarían en desaparecer, me daba por satisfecho y él sonreía victorioso, había ganado una batalla que contaría algún día a sus nietos.
-Ha sido estupendo Ángel, no pensé que esto fuera así. Migue no es como tu, solo me la mete y me da verga hasta correrse y todo se termina ahí. -observé su sonrisa feliz y le aparté el pelo de la frente.
-Puede que algún día se arrepienta por no haber sabido sacar lo mejor de ti, lo importan es que tu sepas que esto se puede disfrutar, y ahora eres un hombre, me has dado por el culo y muy bien, me ha gustado Etel. -su sonrisa se volvió orgullosa, satisfecho de su proeza.
-Me gustaría que volviéramos a vernos. -me suplicaba con los ojos y me lo pedía por la boca.
-Todo puede suceder Etel, pero todos no son como tu primo y el criado de tu abuelo, seguro que entre tus compañeros hay quien desee estar contigo, tu eres precioso. -le di un dulce beso en los labios y le acompañé hasta la puerta de la biblioteca, me despedí para darme la vuelta y entonces se me abrazo.
-Gracias Ángel tu no eres un puto como dice mi abuelo. -aquello me hizo sentir suficientemente compensado. Y he de reconocer que había pasado un buen rato, primero con su abuelo y mejor con él.
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Transcurrieron unos días y estábamos a finales de Junio, el calor ya era implacable y pasábamos mucho tiempo en la piscina, a las mañanas con Ana María, ahora que no estaba Pablo nos llevábamos mejor, algunos días nos acompañaba Oriol.
A las tardes las reuniones en el bar se habían trasladado al pabellón de verano en la casa de Eduardo, el que Ian participara era lo normal y Alberto llegaba tarde después de trabajar. En resumen, el pabellón de verano y la piscina se convirtieron en nuestro lugar de juegos y entretenimiento.
Alberto pasaba la mano lentamente por mi espalda, repartiendo la crema protectora con profusión, temía no llegar a coger el moreno fuerte que mi piel adquiría al estar expuesta al sol.
-¿Ya has decidido lo que vas a estudiar? -me sorprendió su pregunta, estábamos los dos tendidos sobre el verde de la hierba y en la piscina jugaban los demás.
-Me gusta magisterio, poder enseñar a los niños. -era lo que siempre había pensado y no lo necesitaba pensar más.
-No se, quizá te interesaran las ciencias económicas, así además de trabajar estarías preparado para controlar tus bienes. -dejé escapar una carcajada y Ana un poco más lejos nos miró por encima de sus gafas de sol.
-¡Oh Alberto! dices unas cosas increíbles, yo no tengo nada y no creo que lo tenga alguna vez. -a pesar de que su piel había cogido cierto bronceado, noté que se puso rojo y balbuceó una disculpa.
-Perdona, no quise ser indiscreto, pero te aseguro que en la sociedad donde trabajo tendrías un lugar, ¿no es poco, verdad? Allí te podría ayudarte y algunos que tu conoces tienen bastante influencia. -en principio me gustaba que mostrara ese interés por mi futuro y que se preocupara de mi.
-Te aseguro que lo pensaré y lo hablaré con mis profesores para ver si es posible. -Alberto siguió repartiendo la crema por mi espalda sin responder y más tranquilo.
En realidad no había dicho toda la verdad, aunque tampoco creía que fueran posesiones que me resolvieran la vida los regalos que mis amantes me seguían haciendo.
La noche anterior Eduardo me había entregado dos paquetitos de regalo, enseguida adiviné que serían la compensación que enviaban aquellos poderosos hombres que disfrutaban follándome.
Los abrí delante de él y no me había equivocado, uno contenía un precioso reloj Cartier ovalado con la esfera plagada de brillantes, el segundo una larga cadena trenzada en oro blanco y rojo con brillantes engarzados, podía ser usada como collar, o dándole dos vueltas como pulsera.
Muy bonitos y valiosos los dos, Eduardo no me dijo de quienes procedían, pero supuse que eran de los dos primeros hombres con los que estuve, lo cierto es que nunca me dijeron sus nombres ni me preocupaba.
Unos magníficos regalos para pagar…: ¿el qué?, ¿el polvo disfrutado de un puto de lujo? ¿Una hora de servicio de un puto valía tanto?… O lo hacían para quedar bien con Eduardo, o aquellos señores nadaban en dinero y no sabían en que gastarlo.
En la agencia donde trabajaba Yasin había muchachos bellísimos, pasivos dispuestos a entregarse por unos cuantos billetes. Eduardo me había entregado el último catálogo, para que escogiera los chicos que me gustaran, ahora que no estaba Pablo deseaba verme ser follado por otros hombres y quería que fueran de mi gusto.
Deposité los regalos después de mirarlos en sus respectivos estuches, ya no usaba mis valioso pendientes, los agujeros en las orejas terminarían por cerrarse, ni tampoco las otras joyas que él mismo me regalaba, prefería estar sin adornos que no me aportaban nada.
O sea que algo si tenía, pero no al punto de necesitar estudiar una carrera para controlar mis posesiones. De todas las maneras lo hablaría con Oleguer y Guido, me interesaba la perspectiva de trabajar en la ciudad, ¿a su lado?…
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Esa mañana, me sentía lánguido, pensaba en Pablo mientras me desperezaba y hasta debajo de la ducha mi pensamiento estaba en él, solamente recibía contadas llamadas suyas, para decirme que los recién casados no había regresado del su viaje de novios, que trabajaba mucho preparando sus proyectos y cosas así, para nada hablaba de nosotros.
Me dirigí al comedor del lado de la cocina como era habitual, Dulce saltó y corrió hasta ponerse de pie abrazado a mis piernas y lo tuve que coger para frotar mi nariz con la suya, ya casi no podía con él. Berta, acompañada de Alicia y Carmen estaba en la cocina, sentadas tomando un café. Las saludé y me encogí de hombros pidiendo mi desayuno con ese gesto.
-La señora está desayunando en el comedor principal y te espera. -me gustaba el trato que tenía con aquellas agradables tres mujeres, las saludé y fui donde Ana me esperaba.
Tomás estaba sirviendo el café y mientras me acercaba donde Ana para darla un beso colocó sobre la mesa, enfrente de la silla de al lado un nuevo servicio para mi.
-¿Querías verme?
-Solamente es para darte un recado de Eduardo, tenemos una reunión esta mañana y no quería que te colocaras el bañador para tener que quitártelo.
-¿A qué hora es la reunión? -le hablaba a Tomás que untaba de mermelada de naranja dos rebanadas de pan para mi.
-A las once, las demás personas que ha citado llegaran a esa hora. -no eran muy frecuentes esas convocatorias, casi siempre los asuntos de la casa se resolvían y hablaban en las comidas o cenas, pero si había personas de fuera de la casa quería decir que se trataba de asuntos más serios.
Después de que Tomás nos informara comíamos en silencio.
-Los padres de David quieren pasar unos días en Niza, ahora en Julio, y piensan ir con Oriol, David no pude acompañarlo por su trabajo. -escuché poniendo atención a lo que parecía un monologo que hablara para si misma.
-Nos han invitado para que vayamos con ellos, a Eduardo no parece gustarle mucho la idea…, no creo que sea un problema ahora que le han suspendido la medicación y que para él sería un cambio que le favorecería. -suspendió la disertación que se traía, no llegaba a entender que era lo que deseaba de mi y no continuó hablando ni volvió a hacer referencia al tema.
Me entretuve en mi habitación para dejar pasar los minutos que faltaban, respondí correos que tenía pendientes y rompí papeles viejos, me preparé para la reunión, y aunque no me puso en bañador, si que me coloqué un pantalón corto y holgado con una camisa de verano a juego.
Había escuchado el ruido de motores de vehículos deteniéndose en la entrada principal pero no sentía curiosidad, solamente pensaba en lo extraño de aquella reunión.
Llegué con un minuto de antelación, para ser el último pero sin llegar tarde. En la biblioteca encontré un nutrido grupo de personas conocidas, Ana María sentada en uno de los sofás, flanqueada por David y Oriol, y la persona que menos esperaba encontrar, uno de los hombres que días atrás había gozado de mi cuerpo, estaba junto a él don Manuel, los dos en otra butaca enfrentada a la otra, Eduardo parecía presidir la reunión desde su mesa.
El ver a aquella persona me avergonzó, supe que me había puesto rojo y que estaba muy nervioso, no entendía su presencia en aquella reunión. Ana me indicó que me sentara a su lado. Me sentía tan nervioso que entrelazaba las manos esperando que tuvieran que decirme algo negativo sobre mi comportamiento, la vedad no sabía que pensar, además estaban todos muy serios.
Una vez que me senté Ana María me cogió del brazo.
-No pasa nada, tranquilízate o terminarás con mis nervios -también ella estaba que saltaba como yo, pero sabía disimularlo. Todos miramos a Eduardo cuando comenzó a explicarse.
-Solamente quiero que todos los interesados conozcáis mi voluntad… -todos teníamos los ojos fijos en él como hipnotizados.
-Quiero decir lo que se hará con mis bienes cualquier día de estos… -se detuvo de hablar para mirarnos de uno en uno.
-Falta Pablo pero no importa. El notario os leerá el documento que atestigua mi deseo y Manuel será, desde ahora, el albacea que lo llevará a cabo. -no parecía tan interesado en lo que se trataba, al revés de los demás que estábamos expectantes, curiosos, quizá algunos como yo, pensado que sobrábamos en aquel acto.
-Como Eduardo os ha dicho ha formalizado su testamento, sus voluntades… -se detuvo un momento mirando hacía Eduardo y éste le hizo una señal animándole a que continuara.
Resumiré sus palabras para no hacerlo muy largo: Eduard deseaba desde hace tiempo, y ahora urgido por su enfermedad, dejar sujetos a un documento oficial el destino de sus bienes cuando el faltará.
La casa donde nos encontrábamos, disponía que pasara a ser propiedad de Ana María, la fórmula era más rimbombante y aludía al compromiso que suscribió en su día con el abuelo de Oriol don Ernesto, el resto de sus bienes se repartiría a partes iguales, en quintas porciones, salvo algunas cantidades que dejaba a sus fieles sirvientes y sociedades culturales y de caridad a las que pertenecía.
Los cinco agraciados por la fortuna nos encontrábamos allí excepto Pablo, Ana María, David, Pablo, Oriol y yo mismo, luego comenzó a relatar una lista interminable de los bienes que conjuntaban el legado hsta que Eduardo le hizo una seña con la mano.
-Es suficiente, el detalle lo conocerán en su día. -el hombre, o notario como Eduardo le había nombrado, nos fue pasando unas hojas que teníamos que firmar aceptando lo que nos dejaba, después los abogados se aplicarían en organizarlo, recogió los papeles en su attachet de cuero marron y se despidió dándonos la mano.
Don Manuel se quedó para seguir hablando con su amigo y comió con todos nosotros, antes estuvimos un tiempo en la piscina, todos impresionados por lo que había pasado, al menos yo lo estaba.
Mientras tomaba el sol al lado de David y Oriol, pensaba en que sería lo que ya sabría Alberto, enseguida relacioné la herencia de Eduardo con lo que me dijo sobre estudiar C. Económicas.
Tardaría muchos meses en asimilar aquello, de momento no era dueño ni de mi destino y dependía principalmente de Eduardo.
Durante la comida todos permanecíamos callados, aquello parecía un cementerio por el ominoso silencio reinante, solo se escuchaban el tintineo de los cubiertos y las pisadas del mayordomo con sus cuchicheos a Alicia para que pasara la bandeja. Tuvo que hablar Eduardo para animar la comida.
-No pongáis esas caras, quiero dejar bien concretados mis deseos y por ello no voy a morirme, vais a tenerme que soportar mucho tiempo. -entonces don Manuel comenzó a hablar sobre algo referido a Pablo y los proyectos que le había presentado.
Pensé que, excepto Ana María, el resto de los afortunados no nos lo esperábamos.
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Ana María consiguió lo que deseaba, cuando lo planteó dos días después en la comida, y Eduardo me pedía mi parecer también yo estaba de acuerdo, había pensado en todo ello y me ilusionaba poder pasar unos días en Niza, con Oriol, disfrutando de nuestra juventud, de las playas que imaginaba sublimes, con noches de fabulosas fiestas.
Ana y la madre de David se encargaron de preparar lo necesario, todo ello minuciosamente detallado con la asesoría de una agencia de viajes. El grupo lo compondríamos diez personas: El doctor Salvatierra con su esposa, Oriol, una doncella y su chófer. Por nuestra parte: Eduardo, Ana María, Carmen, Justino y yo.
Ana María quería que fueran los dos chóferes, habían encargado, en alquiler, dos coches y también el servicio de valet para los señores. Ana y la madre de Oriol tenían “in mente” visitar el cercano Mónaco, atraídas por su afición al juego, y los casinos de Montecarlo ejercían una poderosa influencia en ellas.
Iríamos en avión, menos cansado para Eduardo, para él ya era suficiente esfuerzo las cuatro horas de vuelo y las esperas en los aeropuertos.
La última tarde de piscina, antes de emprender nuestro viaje, habían llegado gran cantidad de amigos entre ellos Ian y Alberto, organizaron los juegos de piscina, competiciones de natación y partidas de cartas dentro del pabellón. Berta se esmeró con sus increíbles sándwiches y Alicia en servirlos entre sonrisas.
Mientras los visitantes comían con ganas, después de cansarse por el ejercicio, pude quedar a solas con Alberto unos minutos.
-Va a ser un bonito viaje, lo pasaréis bien todo el día en la playa y aquella gente agradable y servicial.
-Eso espero y estoy ilusionado, ¿lo has visitado alguna vez?
-Si, varias veces, pero no he estado tanto tiempo allí como vais a hacer vosotros. -esto no era de lo que deseaba hablarle pero para comenzar no estaba mal.
-He consultado con Oleguer y Eduardo lo que me dijiste sobre mis estudios, te dan la razón y me matricularé para hacer esa carrera.
-¡Ah, sí! -quería hacerse el distraído y ataqué directamente para conocer lo que deseaba saber.
-Tu sabías aquel día lo de la herencia, por eso me hablaste de los estudios. -Alberto se puso nervioso.
-¡Perdona! Fui un imprudente y tu muy listo para conectar las dos cosas. Tuve que encargarme de inventariar las pertenencias de Eduardo y trabajar directamente con la notaría, no tuve otra relación, todo puramente profesional. No pensé que pudieras relacionar mi comentario. -le veía preocupado por no haber sabido contenerse y hablar demasiado.
-No tienes que preocuparte, no voy a pregonarlo y tampoco es tan importante, al final tenía que enterarme.
-Sí, claro, eras uno de los interesados en el reparto, y ahora ya ves, una persona rica. -parecía disgustado por haber sido afortunado y elegido por Eduardo.
-¿Rico? ¿Dices que soy rico?, ¿se trata de tanto como insinúas? -sinceramente imaginaba que así era pero no tenía ni la más remota idea.
-Creo que puedo orientarte, no es un secreto y en cualquier revista especializada podrías medio informarte, según lo que he estimado hablamos de más de cinco mil millones, después de pagar los impuestos de sucesiones, repartidos en cinco partes iguales.
Comencé a imaginarme la cifra y no me cabía en la cabeza, no podía imaginar lo que suponía aquella inconcebible cantidad, y creo que cuando tuve una remota idea la cabeza me estallaba y me temblaban las piernas. Alberto debió imaginar lo que pasaba por mi cabeza.
-Por eso te decía que deberías prepararte para controlar esa fortuna que, seguramente, los gestores de Eduardo irán aumentando cada día.
-¡Dios mío! ¿Por qué habrá hecho eso?
-Lo importante es que está hecho y habéis aceptado recibir la herencia, ahora los técnicos trabajaran para que paguéis lo menos posible. -Alberto, sin duda, conocía mucho sobre estos temas que a mi se me escapaban.
-Eres millonario Ángel, aunque no dispongas de la herencia de momento, técnica y legalmente lo eres, podrás comprarte todos tus caprichos, marchar lejos si lo deseas, buscarte nuevos amigos. -la amargura de su voz y lo último que dijo no me gustaron en absoluto.
-Eso no cambia nada Alberto, soy el mismo Ángel de antes, y a pesar de lo que me acabas de decir, por mi parte no voy a cambiar mis sentimientos, tu eres mi amigo, de los mejores, ¿o ahora quieres dejar de serlo?, ¿¡no!, verdad? Pues yo tampoco. -Alberto pensó que me iba a poner a llorar y me cogió de los brazos.
-Discúlpame Ángel, soy tan torpe, deseo seguir siendo tu amigo como tu dices. -a pesar del calor que hacía mi cuerpo temblaba sin saber el motivo.
-Siempre he necesitado amigos que me aprecien y quieran y ahora más que nunca Alberto, creo que tu ayuda y consejos me van a ser muy valiosos. -tuvimos que dejar de hablar, el resto salían dispuestos a seguir divirtiéndose hasta que la noche y el cansancio los devolviera a sus casas.
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El Radisson Blu nos acogió con todos los honores, y nada más entrar en la habitación me tiré algo cansado sobre la gigantesca cama, Oriol llegó hasta la ventana y abrió la puerta para pasar a la terraza, una pieza de la longitud de la habitación y colgando dos metros de fondo en el vacío sobre los jardines laterales del paseo marítimo, se tendió en una de las dos tumbonas.
Habíamos hecho el viaje sin problemas, dejaron los coches en el parking del aeropuerto para tenerlos a la vuelta, y la espera para coge nuestro vuelo no se nos hizo tan larga.
En la salida de la terminal 1 del Nice Côte d’Azur, nos esperaban los coches que habían contratado y de los que se hicieron cargo los chóferes, ahí tardamos unos largos minutos, nada que nos impidiera llegar a tiempo al Radisson para comer después de prepararnos.
Habían reservado habitación para Oroil y otra para mi, él enseguida dispuso que ocuparíamos solamente una para los dos y en recepción ordenó las maletas que tenían que subirnos a nuestra habitación.
Al entrar me di cuenta de que tenía razón, la habitación era enorme, para sentir miedo estando uno solo, aunque la decoración fuera funcional, luminosa y moderna.
Junto con nuestras maletas llegó Carmen para abrirlas y que pudiéramos elegir la ropa para la comida. Nos dimos una rápida ducha para quitarnos el sudor, bajamos al comedor acristalado y con vistas al paseo que discurría antes de la playa que no parecía tener fin.
Durante la comida no podía evitar mirar el variopinto público que se sentaba en las mesas más cercanas: Matrimonios con niños pequeños, adolescentes, algunos chicos jóvenes como nosotros, acompañados de personas mayores, algunos que se les notaba su reciente casamiento, pero todos bajo un denominador común, eran clientes adinerados en un hotel lujoso y de los mejores de la ciudad.
Entonces me di cuenta de que me encontraba en dificultades, todos sabían francés, más o menos, a mi no me sonaba esa música y tenía que recurrir al conocimiento de los demás para hacer mi pedido. Eso no era lo más importante para mi, lo era el lugar maravilloso donde me encontraba, el público al que observaba curioso y la rica comida que habían elegido para mi.
Después de lavarnos la boca y descansar un corto tiempo, llegó el momento de inspeccionar lo que había en el hotel: Nuestra fantástica habitación con zona de estar incluida y comodísimas butacas, La pequeña terraza que Oriol ya había probado, el enorme baño con dos lavabos independientes sostenidos con barras que bajaban del techo y plato de ducha donde podían meterse cuatro personas.
Paseamos por el hotel, tenían varias cafetería con restaurantes de diferentes cocinas, la piscina con vistas al mar y la playa, salas de juegos…, y al final nos cansamos.
Después de la cena bajamos al paseo de la playa, atravesamos la carretera e inmediatamente estábamos en la arena, el escaso púbico que había a aquellas horas lo componían grupos pequeños de jóvenes, permanecían tumbados fumando y bebiendo indolentes en la arena, la suave brisa del mar nos traía el murmullo tenue de sus conversaciones acompañadas de alguna risa.
Paseamos unos minutos sin acercarnos a la primera linea de playa, donde rompían en silenciosos susurros las olas, la vuelta la hicimos por el interior, siguiendo la hilera de las desarrollada palmeras.
Nos subimos a la acera donde se sucedían uno tras otro los acristalados veladores, al otro lado del vidrio las mesas estaban ocupadas por clientes consumiendo sus bebidas. La gente estaba de vacaciones y nadie tenía prisas.
-¿Quieres tomar algo antes de volver al hotel? -Oriol agarró mi mano para hablarme
-Se está mejor en la calle que en la habitación, de acuerdo. -anduvimos unos minutos mas, Oriol continuaba sujetándome la mano y yo no hacía nada por soltarme, y al fin encontramos una terraza con varias mesas vacías y nos sentamos.
Bebimos el refresco de menta que Oriol había encargado mientras mirábamos a la gente desfilar por el paseo. Mi amigo me sujetó por el brazo forzándome a que me girara.
-La muchacha lo está rechazando y el chico no se da por vencido. – me hablaba colocándose la mano delante de la boca para que los que estaban cerca no le oyeran.
Me quedé un momento observando y no lograba ver nada, hasta que, de detrás de una palmera gorda y sin gracia, salió una chica corriendo internándose en la arena de la playa, el muchacho corrió tras ella.
Unos metros más adelante la alcanzó y al intentar sujetarla ambos cayeron, quedaron ocultos por la ondulación de una duna dejando de existir. Instantes después nos alcanzaban las alegres risas que salía de la negrura tras la duna de arena.
-Al final lo consiguió. -Oriol se puso a reír sin elevar el tono.
-¿Quién puede detener al amor, o a la necesidad imperiosa del deseo? -no le contesté, solamente le miraba para volver a reconocer, una vez más, la belleza perfecta de su cara, ahora iluminada por la picardía latente que le brillaba en la mirada.
Seguirá…