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Romper la rutina, dos pendejas de regalo
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Cuando se carga con varios años de casado en el debe de la vida, y se llega al balance final de la gestión, la rutina suele ser casi siempre el saldo deudor de nuestro porvenir.

Con el síndrome de los cuarenta realicé el balance de la gestión como individuo. La rutina diaria, es como la cizaña a los sembrados. Cómo erradicarla: Rompiéndola. Cómo romperla, buscando nuevas alternativas.

Eso fue precisamente lo que me propuse, dar un nuevo impulso a mi vida, retomé el hábito de ir a pescar, cazar, y otras actividades similares los fines de semana.

Un par de días antes había tenido un encuentro con un primo, al que hace tiempo no tenía noticias, luego de tomarnos unas copas me invitó a que fue de visita por su campo, sabiendo que soy aficionado a la caza me invitó que fuera a cazar liebres o pescar en el río aledaño. Se lo propuse a mi amigo, cargamos todos los elementos para pasar el fin de semana.

Me había indicado que el mejor lugar para la caza era ir al puesto de la estancia que estaba en Guerrero, sobre el río Salado y cercando a la ruta 2. Después de recorrer 200 Km. Llegamos al lugar indicado. La gente del puesto había sido anoticiada que llegaríamos, al llegar nos reciben con la cordialidad y simpleza de la buena gente de campo.

En el puesto estaban el encargado, don Pedro, su esposa, la cuñada de él y tres hijos, dos muchachitas y un jovencito. El puestero, hombre bien de campo de unos sesenta años, casado con la Ernestina de menos de cuarenta, Paula, cuñada, Javier el hijo varón, Laura y Selva eran las florcitas de 18 y 19 años que engalanaban con bulliciosa alegría la vivienda.

La vivienda no era muy amplia, solo tres habitaciones, la del matrimonio y otras dos, una para el varoncito y la tía y otra para las niñas. De entrada no más el ambiente fue de lo más agradable. Como no era cosa de ponerlos en gastos, como primera medida, decidí ir al pueblo cercano a realizar las compras para nuestra estancia en la casa. Me acompañaron, riendo todo el tiempo las dos jovencitas.

Durante el trayecto, la mayorcita, Selva iba a mi lado y con cualquier excusa se frotaba la pierna contra la mía, en un momento como al descuido hasta posó su mano sobre mi pierna y llegó a tocar, como al pasar, a mi masculinidad. Como en estudiado descuido se miró en mis ojos, como para comprobar el resultado obrado, entre sorprendido y gratificado respondí con gesto cómplice sonriéndole.

Descargamos las compras, nos llevamos dos perros y nos fuimos a recorrer el campo hasta bien entrada la tarde. Regresamos cansados y con el magro botín de tres piezas nada más, lo que causó la bromas y chanzas de las mujeres de la casa, al final terminamos todos riendo. La señora nos miró como estábamos y dijo:

– Tendrán ganas de ducharse?

– Y…, sí, dijimos a dúo.

– Vengan, dijo la señora y nos indicó el camino.

Se duchó mi amigo, luego fue mi turno. Con el jabón aún metido en los ojos, a tientas busco la olvidada toalla. Llamé a Daniel, para pedírsela, no hay respuesta, vuelvo a llamarlo. Se abre la puerta y me acerca la toalla.

La puerta entreabierta, los ojos llenos de espuma, estiro la mano, tanteo en el aire buscando… Toco algo, trato de agarrarlo, no es la toalla, es tela con carne debajo, con los ojos entrecerrados, y a través de la espuma puedo ver que tengo uno de los pechitos de Selva en mi mano. Reímos por la situación, no solté, no se retiró, al contrario, acaricia y retiene la mano con agradecido gesto, hasta me tiró un beso, dominando la escena con seguridad.

El resto del día y la cena estuvo cargado de miradas, gestos y roces demostrando que la joven tenía a todas sus hormonas trabajando a full. Todos sus gestos eran señales para indicar cuánto le agradó sentir mi mano tocándole el seno.

A la hora del sueño la señora de la casa le indica a Daniel que tiene la cama en la habitación de Javier y su tía, me pareció ver el agrado del amigo, parecía que él y la tía del joven habían pegado onda. Para mí habían dispuesto una cama en la habitación de las muchachas.

Nos dimos las buenas noches y dispusimos en los dormitorios asignados. Por respeto entré luego que las jóvenes estuvieran en sus camas, di las buenas noches, apagué la luz y desvestí en la penumbra. Sabía que Selva me estaba observando por el trasluz que filtraban los visillos de la ventana, en lo oscuro movía el miembro para que registre la notable erección.

Me costaba conciliar el sueño, intentando no pensar en la carne trémula de Selva, me justificaba que no estaba bueno tener esas intenciones en la casa de gente tan hospitalaria. Entre sueños siento como calorcito en la espalda. Los ojos cerrados, una mano suave va deslizándose por mi cadera, llega al miembro y lo toma, lo aprieta con suavidad pero con firmeza. Sentía los pechos de una mujer frotándose en la espalda, el pubis con suave vello acaricia mis nalgas, abre las piernas, siento los jugos de la conchita pegados a mi piel. Quién será? será ella?, bueno era una mujer con eso basta y sobra para calmar mi calentura.

– Sh, sh!

Me tapa la boca, pide silencio cómplice, susurra:

– Te necesito, te necesito, déjame hacer.

De lo dicho al hecho no hubo trecho, siguió moviendo la mano en una incipiente masturbación, la cabeza húmeda respondía a su estímulo. Los pechos y pezones me masajean la espalda.

– Tranquilo, quietito, soy Selva dijo al sentir mi gozoso estremecimiento.

– No está bien, que van a decir, no sé…

– Sh, sh!, quién se va a enterar, dejate llevar!

– Y tu hermanita?…

– Duerme.

– Pero si se enteran o escuchan? Quería zafar para no tener problemas.

– Nadie sabrá, ya no soy virgen. Lo hice una vez con el hijo de otro puestero, pero no me gustó tanto como esperaba. Házmelo como sabes. Porfa, necesito que me garches!!!

Me apreté contra esos pechos chicos de pezones duros por la excitación, la mano me conduce al vello suave que cubre la chucha tan mojada por la calentura. Metí un dedo dentro de su calentura y lo muevo dentro, dos la ponen mejor, tres la sacuden. Necesité apretarla contra mí para contener los gemidos producidos por la violencia del orgasmo.

Le pido, ordeno que no haga ruidos, que se aguante los gemidos si no paro de franelearla. Puesta de espaldas, me llené la boca con sus tetas, la estremecen de pies a cabeza por la electricidad que transmite la lengua al recorrer y morder los pezones. Debo sostenerla para que no caiga de la cama. Todo su cuerpo manifiesta un sinnúmero de nuevas sensaciones que está aprendiendo a manejar y procesar su sexualidad. Me estruja la mano contra su sexo, la quiere meter dentro de sí. Ahoga los gemidos mordiéndome el pecho.

Para terminar con el alboroto que estaba armando, me deslizo a su vientre, voy recorriéndolo bajo la ropa, en la oscuridad busco con la lengua la entrada de la mujer. Abre las piernas, separo el suave vello con los dedos, abro los labios y con la lengua recorro todo el espacio de la vulva, meto la lengua en la conchita, disfruto la humedad, subo al clítoris y doy una prolongada lamida hasta que se me acalambra la mandíbula.

Selva, caliente vibra al sentir que la están estimulando en el centro neurálgico de su ser, la vagina inquieta no deja de latir, su cuerpo es un mimbre agitado. Por instinto levantó las rodillas, me introduje más y mejor en ella, con una mano le toco el culito y un dedo humedecido en su flujo se encuentra con el esfínter, abre y se le mete dentro del ano.. Se dejó hacer, se dejó sentir todo, estaba por sentirse mujer, próxima, sin saberlo.

Apretó mi cabeza contra la cocha, se mordía los labios para no gritar, aprieta con más fuerza, más tensa, como un resorte. Movimiento instintivo, subiendo y bajando la pelvis contra mi cara. Se detuvo un momento, yo también, reanudo el movimiento de lengua, se convulsiona nuevamente, otro orgasmo tan intenso como el anterior. El dedo dentro de culo, se movió todo el tiempo simulando el miembro que entra y sale de él, incansable, le agrada, lo goza.

Me compadezco de su humanidad y dejo que descanse. Beso profundo su boca, para que no grite. La lengua toda dentro, la acaricia por dentro, toma sus propios sabores y devuelve atenciones con su lengua dentro de mi boca. Está aprendiendo a besar, a ser besada por un hombre.

Apenas serenada, solo un poco, abrazo con ternura, se deja contener complacida. Me besa el pecho, y como al descuido la voy llevando abajo, a lo que tiene entre manos: La pija.

Baja y se la mete en la boca, toma la cabezota húmeda con sus labios afiebrados, el glande tiembla en su boca. La siento dura y late dentro de la boca de ella, tomándola de la cabeza ayudo en sus movimientos para hacer el coito bucal. Le aviso que estoy por llegar, que viene la leche, que se salga porque si no voy a terminar en su boca, trato de sacársela de la boca. No deja, sigue apretándome, apura el movimiento. Entiendo su calentura, me dejo ir dentro de su boca.

Complacido y más excitado, ayudo con el movimiento de mi cuerpo, entro en ella y acabo dentro de la boca. ¡Qué acabada!

– Qué rica lechita, que calentita, saladita. Me gustó.

Quedé laxo, disfrutando del calor de la boca de Selva, solo se sacó el miembro de la boca para dar las gracias y poder tragarla. El calor de la boca y las caricias de la lengua la mantuvieron en activa erección. Su calentura y mis revitalizados cuarenta abriles me pusieron al palo como si nada hubiera pasado.

La saco encima de mí y me colocó entre sus piernas, sobre mis hombros, y con pocas sacudidas se la mando toda dentro, se quejó un poco del dolor, pero sus ganas podían, necesita garche. Está toda dentro, se estremece, vibra, gemidos y jadeos reprimidos. Hago un movimiento como para sacarla, lo impide apretándome cuanto puede, también los músculos de la vagina se cierran entorno al choto, nos movemos acompasadamente.

– Ah, ah, otra vez, estoy llegando de nuevo! Me susurra al oído.

Sigo empujando mientras acaba, ahoga sus gemidos contra mi pecho, estoy próximo a terminar, y no tengo preservativo colocado, no hago a tiempo a buscarlo, se la saco, me arrodillo y acabo sobre las tetas, no pude llegar a su boca, se la esparce con su mano sobre los pezones.

Sentí el alivio de haber cumplido y saciado en parte la calentura, ahora todo volvería a su sitio, pero nada sucedió como pensé. La calma nos duró poco, las manos inquietas buscando el sexo del otro, el beso de lengua enciende la hoguera.

El placer de cogerla estaba condicionado por el temor permanente de que la hermana se despierte y me cree un problema mayúsculo, pero la muchacha tenía una voracidad sexual imposible de calmar. Se la volví a poner, menos ansiedad y tan silenciosos como podíamos, se tendió boca abajo y se la mandé desde atrás, ensartada hasta el mango, nos cuesta evitar los ruidos, por suerte no demora mucho en venirse, ahoga los jadeos en la almohada.

El peligro a ser descubierto genera una dosis extra de adrenalina, ésta me pone fuera de onda, me hace perder el sentido del peligro, el frenesí de la cogida me hace ensartarla con mucha vehemencia.

Montado en ella, le permito moverse y acabar cuantas veces quiera. Le metí uno y luego dos dedos dentro del ano, se molestó pero no podía gritar.

– Qué quieres? No estarás pensando en…

– Sí, y no hagas ruido, está tu hermana…

– Con cuidado, me dijeron que duele bastante.

– No te puedo acabar en la conchita, dónde quieres que me venga?

– Que sea en mi colita, por favor, despacio.

Con más urgencia que deseo, se la apoyé en el esfínter, la calentura exige, sin demasiada preparación se la mandé, despacio pero hasta el tope. La voy guiando, hablándole en voz baja, al oído, recordándole relajarse para evitar el dolor inicial. Empujo y espero, empujo y espero, lo suficiente para que su ano se acostumbre al intruso. No sé cuánto duró, pero con paciencia fue tolerando el pedazo que se le adentraba en ella.

Mitigaba su dolor con besos en el cuello, toma aire con fuerza y se la entierro con todo, a fondo, para aguantar muerde la almohada. Quedo dentro, todo adentro, deliciosamente largo, era para quedar toda la vida en él. Pasado un poco el efecto, empiezo a moverme en ella, la calentura me lleva a las nubes moviendo la pija en el recto, la saco hasta la puertita, y al fondo!, nuevamente a la puertita y a fondo!

Lamentablemente no puedo aguantar mucho más y le aviso que se prepare a recibirme en ella. Un último empellón y me derramo en su interior. Se acaba el mundo, lo único que siento es latir mi corazón, quieren estallar los pulmones por el esfuerzo y el alma puestos en el polvo.

La pija había dejado toda su carga de leche, estaba aprisionada fuertemente por el esfínter, que se negaba a liberarlo.

Comencé a moverme para sacarla de la prisión, se negó:

– No, no! Quedate adentro, me duele si la sacás ahora, esperá que se achique un poco, me duele.

Esperé para sacarla, el calzoncillo sirvió para limpiarse, en la mañana se verían rastros de sangre del desvirgue anal.

El descanso fue muy breve, volvimos a tocarnos, chuparnos y cogimos otra vez antes de que se volviera a su cama. La hermanita dormía.

No dormía, por la noche, nos dimos cuenta que no dormía. Fue un acuerdo cómplice entre ambas, era el arreglo que habían hecho, esa noche ella quería cobrar el silencio con tal de tener sexo conmigo. Esta hermana era virgen, por eso solo tuvimos sexo por el ano.

Esas dos noches rompieron la rutina y algo más, pero me enseñaron que con un poco de suerte y creatividad se puede superar. Hoy estas niñas están estudiando gracias a una beca que les otorgo, la tengo cerca, tienen sus noviecitos, somos amigos y amantes. Tenemos sexo, y del bueno, de a dos, o los tres juntos, la creatividad rompe la rutina.

La rutina es la tumba del amor y a veces del sexo. Romper la rutina, es el mensaje positivo.

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Nazareno Cruz

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