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Ya soy el puto del equipo (XVIII)
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Tiempo de lectura: 13 minutos

El triste regreso a casa.

Todo acaba, y después de tanto desenfreno, había que acabar con todo aquello e irnos a casa. La verdad es que nos fuimos todos por aquello de que las penas fueran menos penas, porque Abelardo y yo nos regresamos al día siguiente después de hablar con el padre de Abelardo.

En efecto, la mamá de Abelardo vino a casa para decirnos que su esposo estaba en casa esperándonos, así que, sin pérdida de tiempo nos fuimos con ella en un taxi que yo había llamado. Llegamos a la casa y los hermanos pequeños de Abelardo, que son cada uno un amor, se alegraron mucho de verlo. Para ellos Abelardo estaba muy cambiado, porque ellos lo vieron por última vez ensangrentado y siempre vistiendo con ropa similar y ahora lo veían un poco más fuerte, robusto, aunque delgado, pero no flaco y con ropa de verano muy a mi estilo, jeans y camisetas. Nos habíamos puesto un jean sin desgastes cada uno y una camisa de manga corta a cuadros, Abelardo en rojo con gris y negro y yo en verde con azules y negro. Sí, parecíamos hermanos, pero a esa altura nos importaba poco ya que fuéramos amigos, hermanos o novios. Ibamos a volver a las paces con el padre a Abelardo y su mamá fue la medianera. Pero el padre de Abelardo no estaba en casa. Su madre se puso a llorar y apareció la hermana mayor de Abelardo, Ifi o Ifigenia, que se abrazó a su hermano y le dijo:

— Me alegro mucho de verte, pero papá se ha ido porque es un cobarde; él quisiera volver en paz pero ganando…; si yo fuera tú me olvidaría de papá, no te merece…

— Ifi, mira mi mamá como llora y sufre, antes prefiero una nueva paliza de papá que el sufrimiento de mamá, —respondió Abelardo abrazando a su madre y llenándola de besos.

— Eso te honra, Abe, pero papá no te merece, hermano, —dijo su hermana.

Los niños pequeños se pusieron a llorar al ver a la mamá llorando y mi corazón se acongojó y me dije: «¿Para qué he venido yo aquí? Alguna razón ha de haber que me haya metido en este asunto». Le dije a Abelardo que consolara a su mamá y hermanos y a su hermana le dije:

— Ifi, ¿quieres salir conmigo a la calle un momento?

Salimos y allí le pregunté:

— Es una pena que nos conozcamos en estas circunstancias pero creo que debemos aprovecharlas, ¿sabes donde puede estar tu papá?

— Sí, claro que sí, donde se refugia siempre, en el bar, luego vendrá a casa a matarnos a todo el mundo, pero su cobardía se lo impide.

— ¿Me quieres acompañar al bar?

— Voy contigo, pero a darle una paliza a ese viejo de mierda, —dijo Ifi.

— Y ¿qué ganas con eso? Vamos a conversar con él y a darle esperanza…

— Vamos, pero no sacarás nada en limpio de ese hombre…, —comentaba Ifigenia.

Llegamos al bar y en efecto, en la barra, con la cabeza gacha estaba delante de un chato de vino a medio tomar. Me puse a su lado en silencio. Se acercó el barman y me preguntó que deseaba.

— ¿Cuántos lleva?, —pregunté señalando el medio chato.

— Es el primero…, pero cuidado, está muy nervioso…

— Pon dos, del mejor que tengas.

El papá de Abelardo levantó la cara a mirarme y volvió a agacharse, cuando llegaba el barman con los dos chatos, aparté el que tenía a medio tomar y le dije al barman:

— Deja ahí la botella que he visto que has abierto y sírvele a la joven que está sentada en la mesa lo que desee.

La trajo y se encontró con cincuenta euros sobre la barra. Trajo el cambio, lo guardé dejando la propina y le dije al caballero:

— Por favor, brindemos por la alegría y la felicidad.

— ¿Qué alegría y qué felicidad puedo tener yo?

— Usted tiene unos hijos y una mujer que le aman a pesar de todo…

— Pero no sé cómo hacer, me propongo algo y luego me acobardo…, —dijo tras un largo rato de silencio.

— He venido a presentarme ante usted: Me llamo Doroteo, he albergado a su hijo en mi casa y nos hemos hecho amigos; ahora sé las dificultades de su casa, pero estoy dispuesto a ayudar. Abelardo debe seguir en la Universidad porque es muy buen estudiante…

— Sé quién eres, te he visto algunas veces, pero yo no tengo más posibilidades… para que mis hijos estudien en la Universidad…

— Pero Abelardo es mi amigo y yo las tengo…, pero el papá de Abelardo ha de ser también mi amigo, porque su hijo sufre, su hija sufre, los pequeños sufren y su mujer es una joya de madre…

— Es también una joya de esposa, pero yo no la merezco…

— Pero usted le ha dado los hijos que tiene y usted tiene que cuidar de todos…

— ¿Cuidar…? Cuidar…, no tengo nada para poderlos cuidar…

— Pero usted tiene un trabajo…

— Hace dos meses que no tengo trabajo…

— Ahora tiene usted un trabajo vigilando la portería de una edificio y los aparcamientos.

— ¿Qué? ¿Cómo?

— Mi administrador se pondrá mañana mismo de acuerdo con usted. Con ese trabajo podrá mantener a su familia, estabilizar su persona y dar estudios a sus hijos; además, económicamente no se ha de preocupar de Abelardo. Pero tiene que regresar a casa, tiene que mostrar un rostro más natural y más familiar y sus hijos no pueden ser objeto de sus contrariedades. Abelardo espera para darle un abrazo, adelántese usted y gánele la partida. Además, no venga más a la mi calle frente a la puerta de mi casa para espiarnos a Abelardo y a mí, mejor llame a la puerta y entre, donde viva su hijo es también su casa.

*****

Abelardo suele ir a su casa con cierta frecuencia, visita a sus padres y hermanos, suele llevarles algunos chuches a sus hermanos más pequeños. Alguna vez voy con Abelardo a su casa, pero me he aficionado a pasar por donde trabaja su padre. Allí hay cerrada una oficina de mis padres, me espera para ocuparla con mi profesión. La finca es de mi propiedad, allí todo son oficinas y estacionamientos. No hay viviendas familiares. El trabajo del vigilante es necesario, recibe encargos, el correo, orienta a los clientes de las diferentes oficinas y autoriza o deniega el paso según se le indica desde cada oficina.

No había ido nunca a ese lugar, como no he ido a tantas propiedades porque mi administrador don Fermín, me tiene al tanto. Pero ahora que está el papá de Abelardo me da ganas de ir y aprovechar para saludarlo, hablar con él y conseguir que pacíficamente se entere y acepte de lo que es necesario que sepa y de lo que debe aceptar. Si me da tiempo ya explicaré un día estos detalles.

De momento Abelardo y yo hemos regresado a la casa de la playa para relajar nuestro espíritu. Las cosas comienzan y acaban y es necesario sosegar los ánimos y abrir las mentes. Esta semana tenemos con nosotros a sus tres hermanos pequeños, Eusebio de 13 años, Manolín de 11 años ya cumplidos y Pablito de 9 años y también a Ifi que cuida de los niños. Por la mañana, Abelardo y yo nos levantamos temprano y vamos corriendo hasta la playa nudista, antes de llegar nos entretenemos tomando nuestro desayuno en un puesto junto al mar, entramos a la playa y estamos hasta que se hace la hora de regresar a casa a comer. Allí nos esperan los tres niños e Ifi para comer lo que ella ha preparado. Por la tarde los acompañamos a la playa que está al frente y distraemos a los niños. Ifi se viene con nosotros y su hermano Abelardo le lleva la sombrilla de playa para que la chica está a salvo de los excesos de sol. Resulta muy agradable.

La segunda noche que estaban en nuestra casa, decidimos que había que informar a Ifi de nuestra vida, antes de que se diera cuenta. Estaban los niños ante el televisor, les saqué una coca a cada uno y Abelardo les dijo que íbamos un rato a pasear para conversar. Les prometió algunas cosas y los niños se quedaron tranquilos.

Ifi se extrañó de que la quisiéramos abordar, pero consintió. Estuvimos un largo rato en silencio…

— Ifi, necesitamos decirte algo que cuesta un poco por si no entiendes…, —dijo Abelardo.

— Me lo explicáis para que entienda y ya está, contestó Ifi.

— Mira, Ifi, es que, ¿sabes?, bueno, no, ¿cómo vas a saber?, pero que te explique Doro…

— Es muy simple, Ifi, ¿sabes lo que es ser homosexual?, —pregunté.

— Sí, un maricón o un gay, un chico que quiere a otro chico, —contestó Ifi.

— Pues, escucha y entiende, Abelardo y yo somos homosexuales…, ¿lo has entendido, verdad?

— Pero…, ¿os habéis enamorado uno del otro?

— Pues va y sí, estamos enamorados, —le dije yo.

— ¿En serio? ¡Qué buena elección has hecho, Abe, ya me había enamorado yo de Doro, tú me lo pillas… bueno, tienes más derechos…, —dijo Ifi como si para ella fuera normal.

— No, Ifi, no tengo más derechos, es que nos queremos, entiende eso, entiéndelo bien… —suplicaba Abelardo.

— Si yo lo entiendo, no es difícil, tú amas a Doro y Doro ama a Abe, ¿qué más hay que entender…?, pero, Abe, ¿tú sabes lo que mola tener un hermano gay?, —se explicaba Ifi.

— Doro, creo que ella no puede entender esto, —dijo Abelardo.

— ¿Cómo que no? Claro que entiende…, el que no entiendes eres tú, ¿no acabas de darte cuenta que Ifi está feliz por lo que le hemos contado?, —le explicaba yo a Abelardo.

— Pero mi hermana debía resistirse, ¿no?, y nosotros debiéramos convencerla…

— Abe, a mí no me tienes que convencer de nada…, hace tiempo que yo imaginaba por cosas que dices y haces que eres gay, ¿cómo no te voy a entender? Lo que me cuesta aceptar es que a mí me habéis dejado fuera, porque si los dos sois gays y os habéis enamorado…, ¿ahora que pinto yo aquí?

— Ifi, te necesitamos como hermana, porque tu hermano no se conformó con perderte, él te quiere, pero es que yo nunca he tenido una hermana a quien consultar cosas y me gustará tenerla en ti, al menos hasta que encuentres un hombre para ti…

Abelardo con sus gestos de manos y cara iba afirmando, asintiendo y confirmando mis palabras como si las pronunciara él mismo. Entonces comenzó una conversación entre nosotros más familiar, amable y delicada en la que le explicamos que nosotros nos consideramos pareja, pero dejaremos pasar el tiempo hasta formalizarla ante toda la toda la familia, sin embargo —le iba explicando—, que antes del compromiso, teníamos dos años de estudios difíciles y nos íbamos a ayudar aunque no estudiamos lo mismo, mientras explicaríamos a los familiares nuestra condición de algo más que amigos, de amigos especiales, pero que para ella éramos novios y queríamos que lo supiera, porque nos tiene que ir ayudando a explicarlo bonito para que todos los familiares lo puedan entender. Estuvo encantada de nuestra propuesta y se puso en medio de nosotros dos, nos cogió de nuestros brazos, se apoyaba en nosotros y nos dijo:

— En lugar de perder un hermano, he ganado otro, ya tengo dos hermanos casi de mi edad para que nos entendamos.

La besamos encantada. Pasaba gente mirándonos y lo más que ocurrió es que se reían de ver a tres jóvenes, una chica y dos chicos, felices. Esto me hizo reflexionar, con lo fácil que es obtener y dar felicidad, ¿por qué las personas nos empeñamos en atormentarnos unos a otros con desprecios, diferenciaciones y descalificaciones? Lo más bonito que hay en la vida es el amor, del cual debemos participar y disfrutar todos. Fuera guerras, fuera divisiones, que acaben los odios, los rencores, las envidias y discordias. Hay que hacer un mundo mejor en lugar de deteriorarlo.

Pasamos una bonita semana, los niños muy contentos, el viernes por la tarde se iban sin ganas, pero lo habían prometido a sus padres, quedamos en que volverían. Se iban rojos como cangrejos y con una mueca de tristeza en sus rostros. Tampoco Ifi podía disimular su pena, sobre todo antes de subirse al taxi le dio un abrazo a Abelardo del que no podía soltarlo, pero es que luego me lo dio a mí del mismo modo y entonces le dije:

— Estáis el fin de semana con mamá, le ayudáis y os esperamos el lunes. Os mandaré este taxi a las 8 de la mañana, tráete a los niños; ya nos encargamos nosotros de comprar todo lo que necesitaremos. Los niños están rojos y hay que ponerlos morenos.

Desde dentro del taxi se escuchó una aclamación de alegría y aceptación a lo que escuchaban. Cuando se fueron le dije a Abelardo:

— Otro grupo que cuando se va se pone triste y quieren regresar, ¿no sería hermoso que nuestra casa, la tuya y la mía fuesen siempre acogedoras y los nuestros quisieran estar siempre con nosotros?

— Tú siempre tan soñador, todo lo que se te ocurre te hace feliz.

— Mira, una vez don Fermín me dijo que, aunque yo quisiera derrochar, jamás acabaría con mis bienes… ¿por qué no van a participar de ellos estos hermanitos míos…?

— Eh, eh, eh…, para ahí, son mis hermanitos, —protestó sonriendo Abelardo.

— Si tú eres lo que yo más quiero y todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío, yo solo puedo darte dinero y cosas, tu tienes personas mucho más valiosas que el dinero, tus hermanos, deja que los sienta como hermanos míos…

Me besó y se puso a llorar. Para calmar la situación le propuse:

— Hemos de adoptar virtualmente a tus hermanos para darles estudios; así tu padre podrá pagar tranquilamente los estudios de Ifi. Porque no conviene que anulemos el deber de los padres, aunque podamos hacerlo todo. Así que a partir de ahora has de preguntar a tu mamá que te diga las cosas que necesitan tus hermanos, se lo llevas a ella para que lo reparta con ellos, tú les compras cosas caprichosas, camisetas, bañadores, algún jersey estrambótico en invierno y los sacamos de vez en cuando con nosotros a pasear y tú nos invitas a todos.

— Pero entonces el cariño de mis hermanos será solo para mí y no para ti, —reflexionó Abelardo.

— A mí me has de querer tú, eso me llena, no necesito reconocimientos, que también me satisface la felicidad de la familia de mi novio.

— Eres un sol, eres mi sol, —y me besó profundamente.

— La segunda cosa es que tenemos que hablar con papá, perdón, con tu papá…

— Me ha gustado, Doro, me ha gustado, a él también le hubiera gustado…

— Pues digo, que hemos de hablar con papá de lo nuestro, no dejemos que juegue su imaginación.

— Acepto de total acuerdo, —me contestó.

— Y la tercera es que a tus hermanos tienes que meterlos en los equipos o en algún equipo, que no se aíslen, que compartan y que se ganen a su papá para que vaya a verlos jugar.

— Eso no presenta dificultad, —dijo Abelardo.

— Por fin la cuarta: quiero que hagamos el amor y que me poseas y me ames.

Esto quedó todo del claro y de inmediata realización.

Nos fuimos a la habitación, dejamos la cena para después, pues ¿qué importaba la cena, si estábamos envueltos por el amor? Nos miramos a los ojos, sonreímos, nos pusimos serios. Estábamos uno al frente del otro, nos separaban cuatro pasos. Avancé un paso y avanzó un paso, estábamos a dos pasos. Nos miramos fijamente a los ojos. Sonreímos. Abelardo se quitó su camiseta, me quité mi camiseta. Avanzamos un paso más a la vez y nos abrazamos juntando nuestros pechos. Sentí la piel fría de Abelardo en mi pecho y noté por contraste un calor inmenso en mi cuerpo. ¡Qué paralizado me quedé! Paralizado quedó Abelardo y pensé que estaba sintiendo como yo. Había sintonía de sentimientos. El abrazo se apretó más gracias a la fuerza de los brazos y mi boca quedó lamiendo y besando su cuello. Abelardo besaba mi hombro, cerca ya del cuello, y mordisqueó suavemente mi piel. Sentíamos deseos de ser cada uno el otro y los lametones y suaves mordiscos indicaban el deseo que sentíamos cada uno por el amor del otro. Ma acordé de unas palabras de mi taita cuando era pequeño: «Te comería a mordisquitos para saborearte del todo». Y se me escapó susurrando al cuello del Abelardo muy cerca de su oído:

— Te comería a mordisquitos para saborearte del todo.

Y escuché igualmente susurrando:

— Quisiera poder meterme dentro de ti y ser uno solo contigo.

Me puse a besar desde el cuello al pecho y sentía sus besos en el inicio de mi espalda desde el cuello. Llegué al pecho de Abelardo y lamí sus pezones uno y otro y de uno al otro. Succioné el derecho y no necesitaba que saliera nada, me transmitía el amor con un beso a mi espalda por cada succión a sus tetillas. ¡Cómo me enamora Abelardo! Es lo que sentía abrazado a él. No sentía necesidad de nadie y de nada, solo sabía, y constataba, que yo era suyo y él mío. Sonaba una sinfonía musical acompasada por cada beso y los sentidos se ponían atentos. Mis oídos escuchaban el latir del corazón de Abelardo, mis besos y sus susurros:

— Te quiero, te quiero tanto, quiero mucho, hasta más que a mí mismo.

Hacía mía sus suaves y cadenciosas palabras y en mi mente se organizaban las notas de una composición musical de amor. Abelardo abrió el primer botón de mi pantalón, yo acariciaba aún sus costados que sentía hermosos en el tacto suave de su piel. Abrió el segundo botón de mi jean y el miembro dormido y cobijado en el jean comenzó a despertar, seguía besando agachado al extremo su abdomen y llegando a su precioso ombligo, donde cobijé mi lengua para que llegara a lo profundo. Abelardo se estremeció y desabrochó el tercer botón, después de lo cual metió sus manos por detrás para acariciar mis nalgas. Suaves manos frías que estremecieron de nuevo mi cuerpo tan caliente como estaba.

Ya no podía agacharme más y abrí el botón de la cintura de su jean con esfuerzo, descubriendo a mi vista su pubis afeitado de cuatro días. Pasé mis labios por él encerrando mi pubis por mi abdomen que estaban juntos ya y presionando las manos de Abelardo por la tela de mi jean. Sentía las puntas de los pelos casi recién crecidos, como púas de un cepillo. Sentí la fortaleza de mi hombre al que amaba y me puse de rodillas, liberando las manos de Abelardo que se pusieron sin dudar en torno a mi cabeza acariciando mi cara. Descorrí la cremallera y dejé caer el jean sobre las rodillas. Atrapé el bulto escondido dentro del jocks turquesa de Abelardo y lo lamía y mordisqueaba por encima de la suave polyamida mojándola con mi saliva hasta hacerla casi transparente. Allí estaba el objetivo de mi hombre.

Lo agarré por la cintura, se dejó llevar en volandas hasta el borde de la cama y bajé sus ajustados jeans hasta los tobillos y los saqué de sus pies, echándolos sobre una silla. Bajé la cinturilla de sus jockstraps y descubrí su hermosa polla. La olí, la volví a oler, inspiré el olor hasta que me llegara a la garganta y noté que penetraba por el esófago. Tiré del jockstraps obligándole a mi amor a que levantara el trasero y dejara pasar la cintura elástica, puesto que ya iba sacando del todo con mis dientes. Se los saqué por los pies y, como ya sentía la necesidad de comerme aquello que estaba ante mis ojos, le dije:

— Te los como como están, sabrosos, y no paramos hasta que me des tu leche, que mañana te los afeito.

Abelardo guardaba silencio, es lo que hace el amor, consiente los deseos del amado y el amado entiende que luego le tocará su turno. Acercándome a su pubis, me puse su polla en mi boca, la lamí, la chupé, la besé la mordí con suavidad, la volví a besar y me la puse entera a la boca hasta que llegara a mi garganta. No llegaba, pero crecía, se estaba poniendo dura y tocó lo más profundo la garganta hasta la epiglotis, tuve una arcada y entendí que no puedo meterla en la parte prohibida. La succioné, le pasé la lengua varias veces por el frenillo y el anillo de su glande y comencé a sentir los espasmos de Abelardo y cómo se apoyaba fuerte en mis hombros. Ya no apretaba mi cabeza, porque yo la mantenía fija lo más cerca posible, ahora me follaba la boca con fuerza y rápidamente hasta sacar toda su lefa. Me tragué el esperma de los primeros embates y luego ya mantuve el resto en la boca mezclando con mi saliva para saborear el amor de mi amado. Si su amor es como el esperma que me dio, mucho es el amor que me tiene… Se dejó caer sobre la cama tal como estaba. Me puse de pie y me tumbé para besarlo y darle a saborear su propio néctar mezclado con el sabor de mi saliva. Sus ojos manifestaban satisfacción, alegría y deseo de mí. Me besó fuertemente y me dio la vuelta, situándose encima de mí para besarme más a gusto.

Se levantó, saco el último botón de mi jean de su ojal y tiró desde los pies para sacar el pantalón de una vez. Como había hecho anteriormente yo mismo, él tiró mi jean encima del suyo, diciendo:

— ¡Que se enamoren los pantalones como sus dueños!

Me mostró su mueca de sonrisa al mismo tiempo que yo me sonreía y comenzó a mamarme mi polla. Abelardo había avanzado mucho, de ser un macho ha pasado a ser un amante. De ser un enamorado de penetrar culos se ha convertido en un amante de hacer feliz a su amado con todas las posibilidades que el sexo permite que no son pocas. Me chupó tan magistralmente que fui más rápido al eyacular. Lo hice sin poesía, sino con solo el placer. Abelardo me dio mucho placer son su mamada y con las manos que no tenía quietas tocando el escroto, el perineo suavemente y metiendo dedos en mi culo. Reaccioné tal cual esperaba mi amante y le ofrecí seis trallazos de lefa contenido durante tanto tiempo. Se enderezó, me besó y solo me dio el olor y sabor de mi lefa desde su boca, porque se la había tragado toda. Así me ama Abelardo.

Nos sentamos en la cama y nos besamos hasta no sé por qué que nos pusimos de pie, nos lavamos la boca y, desnudos como estábamos, nos fuimos a preparar la cena y cenamos los dos en un solo plato, no hacían falta dos. Me daba de comer y yo le daba de comer. No faltaron los besos durante la comida así como compartir algún trozo de carne como dos leones jóvenes que se la pelean hasta cortarla con los dientes. No hacían falta las palabras, nuestros gestos nos decían: «amor» y nosotros vivíamos el amor en cada momento.

Nos fuimos luego a la piscina. Nos sentamos al borde de la misma, uno junto al otro y abrazados por la cintura con una mano y con la otra para acariciarnos.

— Doro, ¿no te parece que somos como niños?

— Abe, somos como niños

— ¿Qué hace que estemos así?

— Pienso que es amor, vivimos el amor con intensidad y hoy nos ha dado esta locura.

Allí estuvimos algo más de una hora mirándonos, haciendo pequeñas conversaciones, sobre la taita, la mamá, el papá, el placer, filosofamos sobre las estrellas que veíamos en el cielo y nos abandonábamos dejando caer nuestras cabezas sobre los hombros. Entramos en el agua. Nadamos un rato en silencio, luego abrazados dentro del agua, nos besábamos y juntábamos nuestros cuerpos totalmente, desalojando el agua de nuestro pubis porque los penes se erectaban. Salimos del agua, nos hicimos secar por el calor y nos fuimos a la cama. Nos acostamos, desnudos sobre la sábana, soportando el calor.

— Abe, quiero que me poseas.

— Date la vuelta y prepararé tu culo para no hacerte daño.

Empleamos todas las posibilidades a nuestra disposición e hicimos el amor como nunca lo habíamos hecho. No hubo mucho dolor, y lo poco que pareció haber se convirtió pronto en placer. Hicimos el amor cara a cara. Mis pies rodeaban su cintura y sus manos atraían mis caderas. Me penetró, sentí inmenso placer. Holgué maravillosamente, me sentí atravesado por una saeta de amor. Se sintió recompensado porque no le permití que se saliera de mí y pudo eyacular dos veces en mi recto sin salirse y yo igualmente sobre su abdomen. Le dije que durmiéramos con su polla dentro de mí. Me contestó:

— Dentro de ti podré estar acostado, pero no sé si dormiré; si te siento, mi vida es tuya.

— Pues permanece así hasta que puedas y te venza el suelo.

Creo que no tardé en dormirme. Parece que no tardó en dormirse. Me desperté por la luz que penetraba en la habitación y tenía su polla dentro de mí.

— ¿Duermes?

— No.

— ¿Qué haces?

— Amarte.

No tardó en bombear y eyaculó. Ya nos fuimos a duchar y a desayunar. Pasaría el fin de semana y esperábamos ansiosamente a Ifi con los niños. Cinco días más con nosotros. La mamá de Abelardo visitaba a mi taita y merendaban juntas. Ambos, Abelardo y yo, teníamos taita y mamá. Las mujeres se complacían. Cuando quisimos hablar de nuestro amor, ya todo fue tan fácil, que nos animaron a perseverar en nuestro afán de amarnos. Hasta el papá de Abelardo se sentía feliz de saber cómo nos amábamos tanto. Eso fue lo que le hizo cambiar a favor nuestro. No poca parte les corresponde a mi taita y a Ifi, que hablaban de nosotros como pienso que no merecíamos. En realidad, lo digo por mí, pero puedo decir lo mismo por Abelardo, nosotros éramos unos egoístas, porque queríamos sembrar la alegría para podernos amar con paz y alegría. Todavía decían que les dábamos lecciones. Pero así de travieso es el amor.

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