En una noche estrellada del mes de junio, Iria, se bañaba bajo la luz de la luna en el río que atravesaba su huerta, una huerta amurallada. Iria, era de estatura mediana y estaba en su peso, 56 kilos. Su piel era morena de trabajar en el campo. Tenía una larga melena de cabello marrón. Enjabonó sus grades tetas, con areolas oscuras y gordos pezones, luego su cintura, sus anchas caderas. Una mano enjabonó su culo y el otro el coño. Se masturbó unos cinco minutos. Magreando tetas, metiendo un dedo en el culo, follándose el coño con dos dedos y acariciando el clítoris, al final, se oyó:
—¡Me cooorro!
Corriéndose, se sumergió en las aguas del río… Después volvió a aparecer cómo una ninfa de las aguas, una ninfa con vello marrón en los sobacos y en su coño. Sí, una ninfa le pareció a Nicolás, su hijo, que la estuviera espiando detrás de un manzano y se corriera al mismo tiempo que ella.
Nicolás, estaba obsesionado con su madre desde que oyera sus gemidos al correrse en la habitación (sus habitaciones las separaba una pared) y se percatara de que su madre se masturbaba. Desde esa noche, noche tras noche se ponía a escuchar y cada vez que ella se tocaba y se corría se corría él imaginando que estaba con ella. Y en verano, en noches calurosas cómo aquella, se la cascaba viendo como se bañaba en el río.
Cuando Iria llegó a casa llamó por su hijo, Nicolás, le respondió desde la huerta.
—Voy, madre.
Al entrar en casa, Iria, vio un largo bulto en el pantalón de su hijo que le bajaba por la pernera y le llegaba casi a la rodilla. (Nicolás tenía una verga de más de veinte centímetros y el grosor era importante) No se podía ni imaginar cómo sería su polla de empalmada. Le preguntó:
—¿Qué estabas haciendo ahí fuera? ¿Me estuviste espiando? —Nicolás, bajó la cabeza. ¡¿Viste lo que hice?!
—Te deseo, mamá.
La respuesta le dijo que la había visto.
—¡¿Qué voy a hacer contigo?! De momento te quedas un mes sin postre. ¡Tira para cama!
Iria tenía ahora 36 años, y desde que aquel mal polvo, que echara con el señorito de la casa en la que estaba sirviendo, no había tenido más sexo que el que le daban sus dedos.
Nicolás tenía 18 años y era un cuadro de su padre. Rubio, alto, de ojos azules y de complexión fuerte.
Llevaba Iria media hora en combinación sobre la cama, dando vueltas, pensando en si tocarse o no tocarse. Por un lado la verga que le adivinaba a su hijo, imaginándola en su boca y en su coño y viendo cómo se la pelaba a su salud, la estaba humedeciendo, y por el otro era su hijo. Metió una mano dentro de las bragas. Dos de sus dedos se deslizaron entre la humedad y acabaron dentro de la vagina, los sacó, los llevó a la boca, los chupó y susurró:
—¡Cómo estoy, Dios mío, cómo estoy! No puedo evitarlo. Necesito hacer un dedo y correrme.
Su mano volvió a bajar y sus dedos comenzaron a masturbar el coño… En estas estaba cuando oyó unos pasos y después sintió cómo Nicolás se metía en la cama. Quitó los dedos de coño y se hizo la dormida.
Nicolás, había dado un paso al frente. Se echó a su lado y mirándola, meneó la verga… Unos minutos más tarde, arriesgándose a que su madre se despertase, le tocó un pezón con un dedo. Iria, hizo cómo que se despertaba.
—¡¿Qué haces en mi cama, Nico?!
—Deja que te toque un poquito, mamá.
Iria, encendió la lámpara que estaba sobre la mesita de noche y vio la tremenda verga de su hijo. Era del tamaño de un salchichón. Tapó la boca con una mano, y al quitarla, exclamó:
—¡Jesús, María y José! ¡¿Que tienes en la mano, hijo?!
—Un problema.
—¡Y gordo, muy gordo! Vuelve a tu cama y desahógate allí.
—Ayúdame, por favor. Ver cómo te corrías me puso enfermo.
—Vuelve a tu cama que una madre no ayuda con esas cosas a un hijo. Si no anduvieras de fisgón… ¡¿No te masturbarías viendo a tu madre?!
—Sí, madre, lo hice. Mi leche blanca y calentita regó la hierba de la huerta.
Iria, quería acabar aquella conversación, pero su coño, mojadito no la dejaba.
—Eres malo, muy malo.
—Deja que te toque el coñito un poquito.
—¡Ni lo sueñes!
—¿Y las tetas?
—¿Qué pasa con mis tetas?
—Que las tienes preciosas y tocarlas ayudaría a que me corriese.
Iria, dejó de hacer de madre.
—Después de correrte vuelves para tu cama.
—Sí.
—Y nunca más volverás a pedirme que te deje tocar las tetas.
—Si tú no quieres, no, mamá.
—Promételo.
—Te lo prometo, mamá.
—Toca un poquito.
Nicolás le magreó las tetas por encima de la combinación. Los pezones eran grandes, se pusieron duros y se marcaron en su ropa. A Iria se le empezaron a abrir y cerrar los dos agujeros, el del coño y el del culo. Nicolás, le preguntó:
—¿Me dejas que te las chupe?
Iria sabía que ya no podía dar marcha atrás. Estaba demasiado caliente.
—Chupa si crees que te ayudará.
Machacando la verga, le dijo:
—Verás cómo me ayuda.
Iria, ya se moría por follar. Viendo que la cosa tiraba para largo. Se la cogió con una mano, y sin mirar para ella, le dijo:
—Va a ser mejor que te ayude yo, o no vamos a acabar en toda la noche.
Iria, se la meneó. La verga comenzó a mojar su mano, y cómo llevaba más de 18 años sin ver una polla delante, se confesó. Le dijo:
—Mamá se está poniendo malita, cariño.
—Ya casi estoy, si me la chuparas un poquito…
No quería que acabara, ni iba a dejar que lo hiciera, pero le dijo:
—No debía, pero si vale para que acabes, lo haré.
Acercó su boca a la verga y le lamió el glande. Después la metió en la boca (casi no le cabía) y se la mamó. Al ratito le dijo:
—¿Crees que ayudaría a que te corrieras si me doy la vuelta y restriegas tu polla en mi coño?
—Creo que sí, mamá.
Iria, se dio la vuelta, se quitó las bragas. Nicolás le restregó la verga en el coño.
—Estás muy mojada, mamá.
—Si, hijo, si, métela un poquito a ver si ayuda.
Nicolás le metió la punta. Entró tan apretada que casi se corre. Iria, lo notó, y se quitó la careta:
—No te vayas aún, hijo, no te vayas que mamá necesita correrse.
Iria, se apartó. Se quitó la enagua y subió encima de su hijo. Metió la cabeza de la verga en el coño, y le dijo:
—Deja que mamá la meta poquito a poco… Tú acaríciame las tetas.
Poquito a poco la metió y despacito lo folló, al principio, luego, al sentir que le venía, aceleró los movimientos, y le dijo:
—No me mires a la cara, hijo. Mamá se va a correr y no quiere que la veas.
Iria, comenzó a jadear y a agitarse con el gusto que sentía. Sus ojos se cerraron. Le dijo:
—¡¡Mamá se corre, cariño!!
Nicolás, encendido, le dijo a ella:
—Mírame, mamá.
Iria, abrió los ojos y Nicolás vio que los tenía en blanco. La visión hizo que Nicolás sintiera que le venía. Quitó la polla y se corrió en la entrada de su culo. Al acabar de correrse, la cogió por la cintura, la levantó y le puso el coño en su boca, Iria, mientras su hijo saboreaba sus jugos, frotó el coño contra la lengua y le regaló otra corrida. La verga de Nicolás se puso tiesa de nuevo. Al acabar de correrse su madre, Nicolás, se la puso en la entrada del ojete. Iria, le dijo:
—¡Por ahí no. Nico!
¿Le rompería el culo?
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Kiko.