Era una noche estrellada de verano de 2013. Eduardo iba conduciendo su Mercedes Benz Clase E Coupé por una carretera secundaria de Galicia. A los lados de la carretera proyectaban sombras los eucaliptos y los pinos. En una curva sus luces largas iluminaron a una muchacha vestida con una minifalda, un top y unas botas de caña alta, la ropa y las botas eran de color blanco. La chica estaba haciendo autostop en medio de la nada. A Eduardo le vino a la cabeza la leyenda de la muerta de la curva.
Eduardo, era un joyero, cuarentón, moreno, bajo de estatura, regordete, feote, casado y con tres hijos, dos niñas y un niño.
Decidió ayudar a aquella desvalida, que probablemente había sido abandonada a su suerte por algún desgraciado. Paró el auto un poco más adelante. La chica llegó a su lado, Eduardo, abrió la ventanilla. La chica, le preguntó:
-¿Puede llevarme?
-Sube.
La muchacha tenía el cabello rubio y largo. Andaría en los 20 años, tenía los ojos negros y un cuerpazo. Después de Sentarse en el asiento y poner su bolso blanco sobre el salpicadero, le dijo:
-Gracias.
-De nada. ¿Qué te pasó para acabar aquí?
La muchacha, sonriendo, le dijo esa frase que se usa tanto en las películas de acción:
-Si te lo digo que tendría que matar.
Eduardo, se sobresaltó.
-¡¿No serás la muerta de la curva?!
-Soy. Una vez al año tengo permiso para dar un paseo.
Eduardo estaba cagadito.
-Bromeas.
-Claro que bromeo.
-Si fueras la muerta, la leyenda dice que ahora vas a desaparecer.
La muchacha le echó mano a la cremallera, le sacó la polla y le preguntó:
-¿Me pagarías 50 euros por el servicio?
-Cuenta con ellos.
Eduardo paró el coche, apagó las luces de carretera, encendió la luz del techo, y reclinó el asiento de la rubia. La muchacha quedó con las bragas al aire. Sus piernas eran largas y moldeadas. Le quitó las bragas blancas y le levantó el top. Unas tetas medianas, redondas y duras quedaron al descubierto. Se quitó la camisa. Buscó los labios de la muchacha, que lo recibió echando los brazos a su cuello. Al besarla, Eduardo, se puso perro, perro, perro. Pasó de aquellas deliciosas tetas y metió su cabeza entre las piernas. La muchacha estaba húmeda. Le comió el coño, que tenía un sabor entre salado y agrio… Sabor a limón con unas arenitas de sal.
La muchacha, con aquella lengua experta follando su vagina, lamiendo sus labios y lamiendo y chupado su clítoris, no tardó en correrse.
-Me voy a correr y aún no sé tu nombre.
-Me llamo Eduardo, pero todos me conocen por el Joyero.
-¡Me voy a correr en tu boca, Eduardo!
-¡Córrete, bonita córrete!
La rubia, haciendo un arco con su cuerpo, exclamó:
-¡¡Me cooorro!!
La muchacha, moviendo la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo, sacudiéndose y gimiendo, le llenó la boca de jugos al Joyero.
Al acabar, fue Eduardo el que se echó en el sillón y la muchacha la que subió encima de él.
Cuando la joven cogió la polla y la metió, en el coño, Eduardo, no se lo creía, la polla entraba tan apretada como si fuera la primera vez que la follaban, y eso que estaba más que lubricada, tan lubricada estaba que el interior de los muslos los tenía mojados. Le preguntó:
-¿Eras virgen?
Follándolo, le contestó:
-No, lo que pasa es que tu polla es la más gorda que entró en mi coño.
A Eduardo se le hinchó el pecho. La puta vanidad masculina. Dijo:
-No es delgada, no.
La muchacha le dio las tetas a mamar y lo folló a su aire… Hasta que vio que se iba a correr. En ese momento, le echó una mano al cuello y apretó, y con otra mano le tapó la nariz. Eduardo, corriéndose dentro de ella, con el placer que sintió y al faltarle el aire, se desmayó… La rubia lo siguió follando hasta que se corrió ella.
Cuando Eduardo volvió en sí, la muchacha ya no estaba, dijo:
-Quieres ver que era la muerta de la curva. ¡Follé con una muerta!
Una semana más tarde, le llegó un paquete a la joyería, en el paquete había un CD. En la trastienda lo visionó y se vio en el coche follando a la rubia.
El paquete traía una nota, que decía:
“Manda 100.000 euros a una dirección que te daré por teléfono si no quieres que tu mujer reciba una copia de lo que acabas de ver”.
La muerta estaba muy viva. Y el bolso con cámara oculta que pusiera sobre el salpicadero era su modo de ganarse la vida.
Kiko.