Enrique llegó al aeropuerto de Maiquetía Simón Bolívar cuando ya decaía la tarde del viernes. Un taxi lo llevó al hotel Tamanaco a unos 4 kilómetros de Caracas.
Abriendo la bolsa de mano, recordó lo que le había preguntado a Ariadna, después de haberse cruzado un montón de correos y de confesarse cosas íntimas:
—¿Te masturbas? Si te tocas. ¿Cómo lo haces?
Esperaba que le respondiese a la primera pregunta, pero no a la segunda. Estaba equivocado, Ariadna le mandara un correo, diciendo:
—Pues te cuento como me masturbé anoche. Estaba en mi cama. Abrí el correo que me escribiste. Y antes de empezar a leerlo me quité el short y las bragas. Abrí mis piernas y mientras lo hacía me tocaba las tetas. Lamía los pezones y los mordía fuerte, me gusta así. Empecé a rozar los labios de mi coñito, (ahorita tiene más vellito del que usualmente llevo, suelo llevarlo muy bien depilado) mis labios son gruesos y mi clítoris grande, gordito. Noté como me mojaba, me mojo mucho y bastante rápido, sólo con leer algo que me guste o que me besen me mojo y puedo empapar las bragas.
Empecé a rozar mi clítoris y al momento quería tocarlo brusco, como si me follaran rápido. Cuando me excito mucho meto dos deditos dentro, al rato seguí estimulando mi clítoris, probé mis flujos. De lo rápido que lo hacía acabé en minutos.
La polla de Enrique se había puesto dura. Recordó la cara de Ariadna y en la suya se dibujó una sonrisa tan amplia como la que la chica tenía en una de las fotos que le había mandado.
Sus fotos, el deseo de conocerla en persona y aquel correó erótico lo habían llevado a Venezuela.
Ariadna, en foto, era guapa, pero por algún extraño motivo, veía en si misma más imperfecciones que belleza, Veía la imperfección en la cicatriz de un golpe que llevara, y no veía la belleza en sus senos casi perfectos (le había mandado una foto) Veía imperfección en su cabello corto y no veía lo bien formado que tenía el talle o sus preciosas piernas, veía imperfección en su piel, que según ella no tenía el tacto de la porcelana, o en su vientre que no era plano y no valoraba en lo que valían sus sensuales labios o sus lindos ojos.
Pasaron las horas y Ariadna, fuera por el motivo que fuera, porque Enrique la intimidaba, porque pensara que no le iba a gustar o porque Enrique tenía 63 años y ella era una veinteañera, y en el fondo, sólo quería coquetear, el caso fue que Ariadna no acudió a la cita.
Lejos quedaba aquel:
"Hola que tal?
Hace poco leí uno de tus relatos eróticos y la verdad es que me excitó mucho.
¿Se puede saber más de ti?"
Aquel "… me gustaría tomar un café contigo". Aquel "… me gusta mucho el sexo, empecé a experimentarlo muy joven. De adolescente veía mucho porno y me masturbaba, aunque perdí la virginidad hace sólo un par de años". Aquel "… te mordería los labios, me gusta mucho hacerlo". Aquel "… me gustaría que me dejaras hacerte lo que yo quiera y que hicieses con mi culo, mis tetas y mi coño lo que quisieras". Aquel "… nunca han acabado dentro de mí, nunca he sentido la leche de nadie dentro, me da mucha curiosidad saber que se siente". Aquel "… mi jugo vaginal sabe dulce". Aquel "… me gusta besar al chico después de haberme comido el coño". Aquel "… me gusta mamar polla y tragar la leche de la corrida". Aquel "… me han enculado, pero aún no me he corrido así". Aquel "… en un polvo me he corrido tres veces". Aquel… "comería un coño y dejaría que me lo comieran, me gusta experimentar". Aquel "… me masturbo a menudo, soy muy caliente, especialmente después de tener el periodo". Aquel "… anoche volví a leer lo que me escribiste, me puse muy cachonda, me toqué y tuve un orgasmo delicioso". Aquel ¿si estuvieras en mi cama que me harías?", y la respuesta de Enrique.
—Si te tuviera en mi cama, al ser la primera vez, te haría el amor con dulzura. Te comería la boca, te besaría el mentón, el cuello… después mi lengua haría círculos sobre los pezones, te chuparía las areolas y te magrearía las tetas. Cuando tus pezones rayasen diamantes te los mordería con la fuerza justa… Largo rato estaría turnando tu boca y mi boca con las tetas… Bajaría lamiendo y besando tu vientre, te besaría y lamería el ombligo, y como te tengo tantas ganas, metería mi cabeza entre tus piernas, lamería con la lengua plana desde tu ano hasta tu clítoris y saborearía tu humedad. No, la primera vez no te follaría el culo y el coñito con la punta de mi lengua. Levantaría tus nalgas con mis manos y lamería el clítoris de abajo arriba, de arriba abajo, hacia los lados, alrededor y te lo chuparía, todo muy despacito. Volvería a recorrer tu cuerpo con mis labios. Volvería a comer tu boca para que saboreases tus jugos mientras mi polla rozaba a la entrada de tu coño. Te metería la puntita y después la sacaría para volver a recorrerte con mis labios en sentido descendente hasta llegar al coñito de nuevo. Mi lengua volvería a jugar con tu clítoris. Tú, gimiendo, sentirías como tus jugos descendían y mojaban tu ano. Cuando tu respiración y tus gemidos me anunciasen que te ibas a correr, te metería la punta de la lengua en la vagina y con el resto de la lengua apretaría el clítoris, tú moverías la pelvis buscando el orgasmo, y tirándome de los pelos, te correrías en mi boca.
Enrique bajó a la cafetería del hotel. Un par de horas más tarde, sin haber cenado, y después de varios whiskys comenzó a sentir la soledad del corredor de fondo. El barman, un joven venezolano muy atento, le preguntó si quería compañía femenina para esa noche, pero para Enrique, o era Ariadna o no era ninguna.
Volvió a la habitación, una habitación que tenía una cama de madera roja a la que cubría una colcha con los colores blanco y vino tinto, dos mesitas de noche, un par de sillas, un aparador, un pequeño armario, tres cuadros en la pared, uno encima de la cabecera de la cama, otros dos a los lados y un gran ventanal con tres cortinas
Enrique se metió en la cama, cerró los ojos y volvió a ver a Ariadna en aquella foto que le mandara con la camisa abierta mostrando un sujetador negro que cubría sus bellas tetas y el pantalón vaquero también abierto y mostrando sus bragas de color marrón claro, foto con la que se había masturbado en el salón de su casa imaginando que le quitaba el sujetador, le comía las tetas, se arrodillaba ante ella, le quitaba las bragas y le comía el coño hasta que Ariadna se corría en su boca. Había ido a Venezuela a hacer ese sueño realidad y se volvía a encontrar con la polla en la mano y más sólo que la una. Recordó lo que le había dicho en uno de sus mensajes: "¿Te gustaría que me masturbara por ti? ¿Te excitaría?"
La imaginó desnuda, sentada en una de las sillas de la habitación. Mirándose a los ojos, se tocaban, él en la cama, ella en la silla. Le dio a la polla con ganas, y cuando vio que se iba a correr, Imaginó que Ariadna, a punto de llegar al orgasmo, se levantaba de la silla, se metía en la cama, subía encima de él, se metía la polla en el coño, se estiraba sobre él lo besaba y lo follaba… Imaginó que Ariadna se corría bañando su polla y le llenaba el coño de leche. De la polla de Enrique comenzó a salir leche en cantidad. Abrió los ojos y quiso besar a Ariadna, pero Ariadna… Ariadna no estaba.
A las 10 de la mañana del día siguiente, a Enrique le llamaron un taxi y fue al centro de Caracas. Aprovecharía para hacer turismo, pasó por la plaza Bolívar, por delante de la Basílica de Santa Teresa, de la catedral metropolitana de Santa Ana. Caminó por el Paseo de los Ilustres, vio la casa amarilla…
Cerca del hotel se decantó por el Restaurante Buddha Bar. Pidió un vino, y al rato, oyó una voz a su espalda, que le decía:
—Pensé que lo de venir lo decías en broma.
Allí estaba Ariadna, ahora a su lado. En persona aún le pareció más bonita, pero no se lo iba a decir, sabía que se podía molestar. Enrique, sonriendo, se levantó, y le dio dos besos en las mejillas.
—Ya ves que no es así.
Se fueron a una mesa, Enrique, retiró la silla, cuando Ariadna se sentó la acercó a la mesa, luego fue y se sentó él en su lado. Mientras tomaban un tente en pie, y ella hablaba, Enrique se perdió en la profundidad de las miradas de sus bellos ojos, entre sus sonrisas. Era encantadora, dulce y sensual. No parecía ni de lejos la chica atrevida de los correos, hasta al mover sus manos para describir algo, se veía que era una mujer única. Enrique estuvo tentado a decirle que le había mentido cuando ella le dijera que al verla cambiaría de opinión y la vería normalita, pero no pudo, ese tema no se podía tocar. En algo podía tenía razón Ariadna. Podía tener razón cuando le dijo que puede que no acabasen follando. Y es que Enrique no debía acostarse con ella. No le debía hacer daño a algo tan dulce. Él era un hombre casado buscando salir de la rutina y ella era una princesa, que no sabía bien donde se metía.
Conversaron casi una hora y… hay veces en que la tentación es tan grande, que aun sabiendo que se puede hacer daño, se tira hacia delante pensando que puede que al final acabe siendo un bello recuerdo para los dos.
Acabaron en la habitación del hotel Tamanaco.
Ariadna llevaba puesto un vestido negro que le daba por encima de las rodillas y calzaba unas sandalias de tacón alto. No llevaba medias. Al acercarse Enrique a ella, bajó la cabeza, comenzó a temblar como una chiquilla, y le dijo:
—Sabía que me ibas a intimidar.
Enrique, con un dedo le levantó el mentón, le dio un piquito, y le preguntó:
—¿Quieres que tomemos algo y sigamos hablando?
Ariadna volvió a bajar la cabeza, y le respondió:
—No.
Le dio otro piquito, y otro, y otro y otro… Los brazos de Ariadna acabaron rodeando el cuello de Enrique, y al hacerlo, Enrique, la besó con ganas atrasadas. Ariadna le devolvió beso por beso. Besaba de maravilla. Con aquellos labios tan frescos a Enrique no le hacía falta Viagra. Ariadna era el afrodisíaco perfecto.
Ariadna sentía la polla empalmada de Enrique latir en su vientre y sus bragas se iban mojando cada vez más.
Enrique tenía una necesidad imperiosa de quitarle el vestido, desnudarla y comerla viva, pero no quería que se sintiese intimidada. Se quitó primero la chaqueta del traje marrón con franjas negras, la corbata y su camisa blanca. Las prendas acabarían sobre una silla.
Su torso quedó al descubierto. No era un torso atlético, pero no estaba mal. Ahora fue Ariadna quien le dio un piquito, Enrique, besando su cuello, le bajó la cremallera del vestido, que acabaría encima de sus prendas, le quitó el sujetador blanco y vio sus tetas. Eran mucho más hermosas que en la foto que le había mandado. Le cogió la cara con las dos manos y la miró a los ojos. Ariadna, sonrió, y cohibida, le preguntó:
—¿Qué?
Enrique estaba viendo algo muy especial, pero no podía decirle que era preciosa, ni que tenía razón cuando le dijo que su piel no era como la porcelana, pues su piel tenía el tacto del terciopelo, se molestaría y rompería la magia del momento, ni podía decirle que la belleza está en los ojos que miran. Le dio un beso con tanta dulzura, que sin decírselo, se lo quiso decir todo, luego acarició, besó y chupó aquellas maravillosas tetas, con areolas de color marrón claro… besó, lamió, chupó y mordió sus grandes pezones. Saboreó las tetas casi sin creerse la suerte que estaba teniendo, por eso lo hizo largo rato. Luego se quitó los zapatos, los pantalones, los calcetines y los bóxers. Su verga, erecta quedó apuntando al coñito perfectamente rasurado de Ariadna y sus huevos llenos de leche impacientes por vaciarse. La volvió a besar, Ariadna, tímidamente, le cogió la verga. Mojó su mano con la aguadilla que salía del meato y la movió de arriba abajo y de abajo arriba media docena de veces.
Enrique, como en sus fantasías, se arrodilló ante ella. Le besó y le lamió el ombligo. Le quitó las bragas blancas, que estaban empapadas, después las sandalias, y acto seguido le pasó la lengua de abajo arriba por el coñito. Se le fue llenando la boca de jugo. Cogiéndole las nalgas, le lamió los labios y le folló la vagina con la lengua. Ariadna iba a durar muy poquito… Enrique sintió que se iba a correr y paró de jugar con la lengua en su sexo. Quería follarla y sentir como el coñito de Ariadna bañaba su verga, pero Ariadna cogió su cabeza con las dos manos y volvió a llevar la boca de Enrique a su coñito. Enrique lo metió entero en la boca. Su lengua cubrió labios y clítoris. Con el dedo medio de su mano derecha acarició la entrada del ano. Ariadna, echando la pelvis hacia delante, y moviendo el culo hacia los lados y alrededor, empezó a correrse. Sus piernas comenzaron a temblar. Su ano se abría y se cerraba, Enrique le metió la punta del dedo dentro. A medida que su coñito se contraía y soltaba jugo sobre la lengua de Enrique, el dedo fue entrando hasta perderse entero dentro del agujero de la gloria. Los gemidos de placer de Ariadna eran tan sensuales que la verga de Enrique latía sin control y no paraba de soltar aguadilla mientras él saboreaba la deliciosa ambrosía que eran los jugos de la corrida.
Al acabar de tener aquel delicioso orgasmo, Enrique, la cogió de la mano y la llevó a la cama. Ariadna, echó hacía atrás la colcha y una sábana y se puso boca arriba sobre la otra colcha. Enrique se echó a su lado. La besó, le acarició las tetas y se las volvió a comer. Se acababa de correr y debía darle tiempo.
Ariadna, le preguntó:
—¿Sólo te trajo a Caracas la gana de tener sexo conmigo?
—También quería saber si en persona perdías tanto como decías. Y…
Lo interrumpió.
—Mejor no me lo digas.
—Cómo quiera.
Cambió de opinión.
—¿Me ves más fea que en las fotos?
La miró a los ojos, y le dijo:
—¿Podrían ver feo el cielo las aves mientras vuelan por él?
La besó sin dejar de acariciar sus hermosas tetas, mojó dos dedos en el jugo de su coñito y acarició su clítoris con ellos. Ariadna le estaba dando sus mejores besos cuando le cogió la verga a y se la masturbó. Enrique le metió dos dedos en el coñito. Se masturbaron mutuamente. Poco después, Enrique, acercó la verga a la entrada del coñito y empujó. La verga entró apretada y produciendo gran placer a ambos. Enrique, sin dejar de besar a Ariadna y de ser besado por ella, la folló lentamente, al principio, luego la clavaba con fuerza, una docena de veces y volvía a follarla lentamente, más que nada porque si fuese más allá de doce o trece fuertes clavadas, como Ariadna estaba tan buena, se correría antes de tiempo. Ariadna, cada vez que la follaba lentamente se movía debajo de él, levantando la pelvis para sentir la verga muy dentro de ella y luego moviendo el culo hacia los lados y alrededor… Unos quince minutos más tarde, entre gemido y gemido, le dijo Ariadna:
—¡Me corro!
Ariadna apretó con su coñito la verga de Enrique, y el coñito abriéndose y cerrándose se lo bañó de babitas.
Enrique, viendo como Ariadna se retorcía de placer, y como los dedos de sus manos agarraban la sábana con fuerza, sintió que le venía, recordó las palabras de la muchacha. "Nunca acabaron dentro de mí. Nunca sentí la leche de nadie dentro. Me da curiosidad saber que se siente". No iba a ser él quien lo hiciera. Ariadna no tomaba anticonceptivos y sería arruinarle la vida. La sacó y se corrió en su vientre.
Ariadna, al quitarse Enrique de encima, se limpió el semen del vientre con unas toallitas, y sorprendió a Enrique dándose la vuelta y quedando boca abajo en la cama. Sin decirlo, le estaba diciendo que quería que la enculase.
Enrique tenía que poner dura de nuevo su verga. Le besó el cuello. Le mordió los lóbulos de las orejas y la besó en los labios. Con un dedo acarició su columna vertebral de arriba abajo, luego se la fue besando y lamiendo hasta llegar al culo. Le abrió las nalgas, se las besó, lamió y mordió. Le lamió el periné y el ojete. Metió una mano debajo de ella para magrearle la teta derecha. Ariadna se puso a cuatro patas y Enrique, lamiendo su ojete le magreó las dos tetas. Después le folló el culo con la punta de la lengua. La nalgueó. Ariadna ya estaba otra vez cachonda y Enrique empalmado. Le metió un dedo en el ano, después dos y al ratito tres. Los movió alrededor para hacer hueco para la verga. Al quitarlos, lamió varias veces desde el coñito hasta el culo. Los gemidos de Ariadna eran de pre orgasmo. Paró de lamer y le metió la punta de la verga en el culo. Apretadísima, fue entrando hasta llegar al fondo. Le volvió a coger las tetas. Le apretó los pezones y le folló el culo.
En minutos, el ano de Ariadna apretó la verga de Enrique y luego, al tener Ariadna su primero orgasmo anal, se abrió y se cerró.
Enrique, viendo caer gotitas de jugo del coñito de Ariadna, le llenó el culo de leche.
Al acabar, Ariadna, ya no se sentía intimidada, se sentía bien y le iba a demostrar a Enrique lo que era, una mujer ardiente e insaciable.
Quique.