El ascenso al puesto de director de mercadotecnia coincidió con la firma de mi divorcio, después de siete años de matrimonio. Dicha dirección se convirtió en un desafío profesional pero al mismo tiempo en uno personal, como lo explicaré más adelante. Desde la dirección general se me otorgó total libertad de efectuar cambios en la estructura organizacional, salvo la recomendación de que, si no era necesario, conservara a la secretaria, quien era una señora madura, cincuentona, con años de experiencia en el área y muy profesional.
Yo trabajaba en otra área de la empresa, por lo que ya conocía a esta señora pero muy superficialmente: me llamaba la atención cuando coincidía con ella, puesto que es guapa y se mantiene muy bien conservada. Sin embargo, proyectaba una exagerada seriedad y su vestimenta parecía a la de una monja: vestidos largos, flojos y zapatos bajos, y siempre con un chongo. Su marido pasaba por ella después del trabajo, decían que tenía seis hijos, sin saber si era verdad.
Ya como director, mi trato con ella fue en el orden estrictamente laboral, sin embargo, al verla más seguido y convivir con ella, empecé a conocerla más y sobre todo a poner atención a su figura, a su cuerpo. Se notaba que la señora estaba muy bien, pero muy discreta en su vestir y exageradamente seria en el trato. Se decía que era, y lo digo con respeto a las creencias de cada quien, del opus dei o testigo de jehová.
Con más de dos años de divorciado, 41 años, y soltero, nuevamente me sentía en total libertad. Yo creo que como mi ex era muy joven, me empecé a fijar en mujeres más maduras, no tanto como mi secretaria, sin embargo, con el pasar de los días, esta señora empezó a provocar mi atención más de lo normal. Como la veía diario y la tenía cerca, la empecé a observar con mayor detenimiento y me di cuenta que la señora, a pesar de lo discreta que era para vestir, estaba buenísima: caderas anchas, muy buenas piernas, un gran trasero, alta, blanca de piel, un poco pelirroja, boca grande, labios carnosos.
Supongo que al vivir solo, mi ayuno sexual se agudizó, por lo que me la imaginaba seduciéndola, y bueno, hasta teniendo sexo con ella, pero el reto no era fácil y creo esto se empezó a convertirse, primero, en un desafío y luego en una obsesión. Pretendí relajar un poco la relación con ella, más no expresaba más de lo debido, hablaba mucho de su esposo y sí, de sus seis hijos. Intenté insinuarme pero no cedía. En una ocasión la invité a salir, con el pretexto de ver cosas del trabajo, pero no, sólo un par de veces, pero en compañía de otros compañeros.
Cada día que la veía se me antojaba más, pero tenía que ser cuidadoso para no entrometer esta situación con el trabajo, después del ascenso que me habían dado. Ella, por su parte, nunca dio indicios de nada, empezó a sonreír más y por obvias razones a establecer mayor comunicación conmigo y por tanto a saber un poco más de mi situación personal, como el hecho se saber que estaba divorciado y el tiempo que le dedicaba al trabajo.
Pasó un año y nada, por más intentos que hice. Ni una aceptación a comer ni a nada, sólo en una ocasión a un desayuno y nada más. Esa vez la sentí ansiosa e incómoda. Deje de insistir, mas no dejaba de imaginármela, pues a pesar de su edad, como decía, la señora se veías riquísima.
Se aproximaba la convención anual de ventas, pasaron por mi mente muchas cosas, como tener la oportunidad de seducirla en otro ambiente, pero cuando me solicitó autorización para que fuera su marido, por lo menos dos días antes de terminaba la convención (que ya lo había hecho con el anterior director) mis expectativas decayeron. Le dije que no existía inconveniente, que lo podía invitar. Así que me dejó sin posibilidad de alguna maniobra. Se cumplió la fecha y realizamos la convención, en una playa, como sueles suceder, en esos resorts de todo incluido. Todo estuvo muy bien, ella fue parte del éxito de la organización y operatividad de este evento. Su marido llegó en la tarde del penúltimo día y se presentó con ella a la cena de ese día. Me lo presentó, me cayó bien, pero me llamó la atención que ella venía vestida completamente diferente a como se vestía en el trabajo (dije entre mí, tal vez por el lugar, el calor, etc.).
Esa noche confirmé mi certeza (pues aunque su vestimenta seguía siendo discreta, el vestido que traía le llegaba a las rodillas, ceñido en la parte de arriba y suelto en la parte de abajo, y luego con zapatos de tacón), la señora estaba buenísima: unas piernas preciosas, blancas, excitantes y unas pantorrillas bien formadas. Me quedé estupefacto al verla y la verdad se me antojó más. Hubo un momento en que fue al baño, acompañándola su marido, y no pude ser discreto al mirar ese trasero espectacular, redondo y carnoso. Pensé en lo suertudo que era de su marido y también en que por eso le había hecho seis hijos.
Pero en la cena de gala, la última noche, la vestimenta con la que llegó, no dejó ninguna duda, un vestido completo color carmesí, de satén, arriba de las rodillas, ligeramente pegado, mostrando los hombros y unos tacones como de cinco centímetros. Había dos lugares a mi lado y cuando llegaron les pedí que se sentaran junto a mí, ella lo hizo a mi lado y luego su esposo, al lado de ella, por supuesto. Todo transcurrió en completa normalidad. Esta vez, cuando fue al baño, fue sola, no la acompañó su marido, así que tenía que ser muy discreto si la quería mirar. Preferí decir que también iba al baño, ella ya se había adelantado y ya no la vi. Me metí al baño y no tardé mucho. Cuando salí, ella ya se enfilaba hacía la mesa y en ese momento fue como mejor la vi, caminando, en tacones, viendo sus pantorrillas, sus piernas y sobre todo sus nalgas, como se movían, de un lado a otro, pero firmes todavía; no dejaba de mirarlas, espectaculares simplemente. Esta señora era otra con ese vestido, se había transformado.
Ya sentados nuevamente y yo excitado, en momentos pegaba mi hombro junto al de ella, o mis piernas a las suyas, y para mi sorpresa no mostraba incomodidad o molestia. Deliberadamente provoqué que se me cayera la servilleta de tela debajo de la mesa, me agaché a recogerla para mirar sus piernas de cerca. Esto me empezó a excitar todavía más, los latidos de mi corazón aumentaron y la erección de mi miembro no se detenía. Después la convivencia se empezó a relajar y en una ocasión, dirigiéndose a mí, para preguntar algo, y viéndome a los ojos, tocó con su mano mi pierna, después yo hice lo mismo pero muy rápido. Me llamó la atención el cambio en su lenguaje corporal, había bebido una copita de vino pero nada más.
Pero lo más interesante vino después. Yo seguía excitado, con mi miembro erecto. Ella de repente se dirigía a su marido y decían palabras que no lograba descifrar por el bullicio del momento. De repente sentí su mano en mi pierna pero no la quitaba de mi muslo izquierdo. No pude más, la tomé y llevé su mano a mi miembro. Lo tocó, y dejó un instante su mano sobre él: luego lo apretó, después quitó su mano y subió su brazo a la mesa. Yo, discretamente, toqué la parte interior del muslo de su pierna izquierda, tampoco dijo nada. Se volvió a dar la misma situación dos o tres veces más. Ella me tocaba mi miembro y yo le acariciaba su pierna.
Finalmente, su marido dijo que ya se retiraba y que le dijo que si quería continuar allí con nosotros no había problema. Ya no nos tocamos, pues al poco tiempo ella dijo que también se iba; yo me ofrecí a acompañarla. En el trayecto aproveché para hacerle cumplidos, los cuales aceptó de buena gana pero con sus reservas. La invité a caminar un momento por la playa, pero se negó. También la invité a uno de los bares del hotel pero tampoco aceptó. Me dijo que ya la esperaba su marido y que no interpretara mal las cosas si quería que nuestra relación siguiera funcionando. Salió a colación la lista de los nombres para el chek out, y le dije que tenía una en mi habitación, y que allí se la daría; ella aceptó.
Ya en la habitación la invité a tomar algo, me dijo que no, que tenía que estar con su esposo, pues habían acordado que él se dormiría un rato y después de que llegara, irían a tomar algo juntos en algún bar del hotel. Yo seguía excitado y no me pude contener. Pretendí abrazarla y besarla, pero se resistió y me dijo que no, que era un absurdo lo que estábamos haciendo. Yo le respondí que estaba muy excitado y que ella me había puesto así, con esa forma d vestir. Entonces, en lugar de aceptar un beso, se volteó para que la abrazara por detrás. Lo hice y pegué mi miembro a sus nalgas, lo aceptó un poco. Después empecé a tocar sus caderas sobre el vestido y buscaba el resorte de sus pantaletas pero no lo sentían mis manos. Esto me excitó todavía más, al imaginarme que no traía calzones y que lo había hecho deliberadamente para mí. Así que la llevé a la orilla de la cama y con mis piernas hice que pusiera sus rodillas en la cama para ponerla en cuatro, se dejó llevar. Le levanté el vestido y en efecto, no traía ropa interior. Entonces me dijo “No me puse ropa interior por ti, si no por mi marido, pues tiene meses que no me toca”. En la posición en que estaba contemplé su enorme culo, espectacular. Lo acaricié y quise meter mis dedos en su vagina pero me los hizo a un lado. Empecé a penetrarla, se dejó, no decía nada, pero me dijo que le dolía, que estaba reseca, que lo hiciera despacio.
Empecé a embestirla, pero ella no se movía. Me decía que le dolía. Me hizo a un lado y dejó de estar en esa posición, se bajó el vestido. Entonces se dirigió a mi miembro y lo empezó a acariciar, con las dos manos. No dejaba de mirarlo y al mismo tiempo, con su dedo pulgar, empezó a masajear en círculo mi glande. Yo estaba a punto, ya no podía contenerme, hasta que me pidió que fuera al baño y me lo lavara. Lo hice, entonces llegué nuevamente con ella. Lo tomó con sus dos manos y se lo llevó a la boca, dándome la mejor mamada que me han dado en la vida, notaba cómo también ella disfrutaba, pues de repente miraba hacia arriba para encontrarse con mis ojos. Eyaculé bastante, pues tenía tiempo sin hacerlo. Terminó y casi de inmediato se marchó sin ninguna palabra de por medio, sólo le dije que me enviara un whatsapp cuando llegara.
Me lo envió como a las dos horas, en donde me decía “Ya estoy en la habitación”. Yo le dije que si había tenido algún problema pues había tardado más de dos horas. “Es que ya me esperaba mi marido para ir a tomar una copa al bar”. Y qué tal? Le pregunté. “Bien. Ahora estoy en el baño escribiéndote y poniéndome gel lubricador pues mi marido reaccionó muy bien con mi vestimenta y sobre todo cuando se dio cuenta que no traía ropa interior”.
Sin saber qué decirle, sólo atiné a preguntarle si le había gustado lo que habíamos hecho en mi habitación. “Sí”, fue su respuesta. Algo en particular, le pregunté “Pues la mamada que te di pero lo que más me gustó fue la fuerza con la que salió tu semen”. Por qué? “Pues mi marido ya no eyacula con esa fuerza”. Luego le dije: te fuiste muy rápido, sin despedirte, ni siquiera entraste al baño para tirar el semen de tu boca. Dónde lo tiraste? le pregunté? “Me lo tragué, tenía tiempo sin tragar semen” Te gustó?, le volví a preguntar “Sí”, me respondió. Por qué?, le pregunté: “Pues primero me gustó la fuerza con que salió y luego su temperatura y su consistencia, por lo que no dudé en tragármelo”.
No imaginaba lo que me estaba escribiendo esta señora, aparentemente seria y reprimida. Después me escribió: “Te digo, pues me espera mi marido y quiero estar con él”. Una última pregunta, le escribí: ¿te gustó cuando te penetré por atrás? Y ella me respondió: “sí, pero me dolía”. La quise sorprender diciéndole “pensé que te dolía por el tamaño de mi miembro”. Entonces ella me contestó: ”Mi marido la tiene más grande, está muy bien dotado, por eso me vestí así pues, ya extrañaba sentir su verga dentro de mi vagina y empezar a cabalgar”.
En ese momento, se desconectó. No sabía qué pensar. Estaba sorprendido cómo una mujer a esa edad, cincuentona, aparentemente seria, podía disfrutar del sexo… Me sentí un perfecto idiota.