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En la ferretería
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Supervisaba un proyecto en Chorrera, una ciudad cerca de la capital. Me tocaba ir donde un proveedor constantemente y ahí encontré a Pablo. Todo en él era grueso: sus cejas, dos matas de vello hirsuto y negro azabache sobre sus ojazos cafés, labios gruesos y bien moldeados, dos brazotes musculosos, una ligera panza que comenzaba a notarse bajo sus pectorales, dedos gruesos, sucios de trabajo, piernotas, gruesas. Tenía el cabello en doble tono y cada movimiento que hacía con sus nalgas era pausado, como si supiera que las tenía ricas y deseables.

Después de unas 4 veces de verlo, lujuriarlo y conversar ligeramente con él ya sabía todo: su Facebook, su hija, donde vivía, su edad… En la era del internet ya no tienes privacidad. Un día me preguntó si tendría trabajo extra los domingos, el salario no le alcanzaba y el necesitaba hacer algo de dinero extra. Por supuesto le contesté y me puse de acuerdo para vernos el domingo temprano.

Ese día fuimos a cargar unos materiales en mi camioneta. Todo el rato estuve tirándole fuertemente, preguntándole cada cosa y tratando de acercármele. En varios momentos le veía el bulto en su pantalón y él se daba cuenta que yo estaba embobado. A cada rato se acomodaba la pinga, se levantaba la camiseta y yo veía su ombligo velludo. Un tipo rudo, sin educación pero con un atractivo sexual definitivamente poderoso. Estoy seguro que está acostumbrado a dominar y eso me gustaba.

Durante todo el rato que estuvimos cargando vainas yo tenía un cooler lleno de cervezas y se las servía generosamente. Con la excusa de que estaba tomando medicamentos yo solo tomaba un sorbito de soda a cada rato. Tener cervezas frías gratis mientras le pagaban por un trabajito extra era un sueño hecho realidad. Casi al mediodía estaba bien entonado y yo cada vez que podía le respiraba cerca, lo rozaba y me le quedaba viendo con ganas. El parecía disfrutar de mi arrechera pero no se veía tan interesado, más bien divertido y estoy seguro que no era la primera vez que un hombre se le insinuaba.

Cuando estuvimos listos para salir de la bodega ya lo veía con los ojos rojizos y aliento alcohólico y mucho más relajado. De repente siento como me presionó contra la camioneta y me pego su frente sudorosa en el cuello, empujándome la verga dura a través del pantalón presionando mis nalgas. Me apretaba y comenzó a decirme toda clase de vulgaridades, como te gusta la verga cueco, vas a ser mi mujer? Yo estaba un poco nervioso porque se había transformado, ya no era amable, ya no me estaba tratando como su jefe sino como su juguetito.

Me bajé el pantalón y Pablo enseguida mojó uno de sus dedos ásperos y comenzó a hurgarme el ojo del culo. Se sentía rasposo pero la arrechura era demasiada. No entraba. Me lo metió en la boca y lo ensalivé lo mejor que pude y ahora si entró. Me levantó con el dedo y yo le agarré la pinga. Una vaina curva, gruesa, dura. Con una mano me abría las nalgas y con la otra me abrió el culo con dos dedos. Me dolía un poco pero me fue lubricando con más saliva y yo mismo me acomodé la cabeza de la pinga en el ojo del culo y le pedí que me dejara acostumbrar pero él estaba como loco y me zampó el huevo de todos modos. Yo sentía el mete y saca y su sudor me caía en la nuca. Me agarró por el cabello y me seguía culeando de pie, con mis pantalones apenas en las rodillas. Yo también sudaba pero el nerviosismo no dejaba que me calmara, estaba arrebatado dándome pinga sin parar. Mi culo estaba tan abierto pero aun así me seguía ardiendo. Creo que me culeo como 10 minutos sin parar y cada vez que yo podía mojaba su vergota gruesa para que no me hiciera tanto daño. De repente comenzó a quejarse y se vino dentro de mi culo, bien adentro. Yo le agarré los pelos de la verga para que no se moviera mientras sentía como me bombeaba ese litro de leche adentro de mis entrañas.

Solo se subió el pantalón, me dio dos nalgadas y se fue a tomar otra cerveza.

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