Conocí a Ludger en el avión de Miami a Madrid, coincidimos uno al lado del otro y un señor mayor que estaba en la ventanilla, yo estaba junto al pasillo y Ludger en el centro. Como Ludger es guapo, me apeteció hablar con él. A las primeras palabras ya sabía que era holandés y le hablé en holandés, de modo que nadie hizo más caso. Pedimos dos veces a la azafata botellines de whisky, dos para cada uno cada vez, la primera pagué yo y luego quiso pagar él. Tan amena se puso nuestra conversación que en el momento en que ya todo el mundo dormía, fuimos a la cola del avión para seguir hablando y tomando otro whisky, hasta que la azafata nos pidió por favor que nos sentáramos.
Sí, Ludger es guapo, tanto que no pensé que podría ser holandés cuando subió al avión, pero sí, también hay holandeses guapos y muy guapos. Ludger solo es 2 años mayor que yo, por tanto tiene 25. Yo había ido a Miami a pasar dos semanas de vacaciones en casa de un primo mío que trabaja allí, el cual me había invitado y deseaba que le complaciera, sobre todo en la cama, claro, ya quería pollas hispanas y decir tacos a la española mientras follaba. Cuando regresaba fue cuando conocí a Ludger. Nos hicimos amigos, muy amigos, hasta el día de hoy. Mi amigo Ludger quería tener conmigo sexo en público, es decir, pretendía que folláramos desnudos en un lugar discreto de mi ciudad pero que alguien nos viera. La idea me gustó, pero le dije que si nos veían podrían llamar a la policía y tendríamos problemas por escándalo público o alguna multa. Pero él me decía:
— Yo pago lo que sea, pero quiero follar en público.
Yo pensé que no teníamos nada que perder. Si nos metían en alguna celda de comisaría por exhibicionistas, allí follaríamos para entretenernos. Así que le dije que sí y salimos esa tarde a buscar un lugar, donde hubiera gente sin exceso. Avistamos un parque con bancos. No deambulaba nadie, pero todos los bancos estaban ocupados.
— Este es un buen lugar, ¿te parece?, —preguntó.
— Pienso que sí, en un par de horas más, ya será de noche y habrá bancos libres o podremos follar en el suelo, —le respondí.
— Prefiero banco, pues donde hay bancos, la luz está cerca y nos verán, pues quiero que nos vean, —insistió decidido.
— Ese es el objetivo, me va a gustar la experiencia, pues nunca lo he hecho en la ciudad, —dije.
— Ah, pero ¿tú ya has follado en público?, —preguntó Ludger.
— En la playa nudista, detrás de las dunas, bajo el sol y con gente cerca que veían y otros hacían lo mismo, —le expliqué.
— Entonces ya sabes algo; yo he intentado varías veces pero nadie me había aceptado; así que vamos a cenar y luego venimos, ¿qué quieres cenar?, —preguntó Ludger.
— Pizza cuatro quesos, —respondí sin dudar.
Me hizo llevarle a una pizzería y pedimos dos diferentes para compartir, una de cuatro quesos y la otra boloñesa, y sangría "para calentarnos", como decía Ludger: «en España guica sanguiguía paga calentagnos», por más que lo intenté no hubo modo de hacerle pronunciar la erre, todo era «egue». Buenas pizzas, pasta crujiente y bien cargada de queso. El litro y medio de sangría que tomamos nos puso contentos y salimos de la pizzería cogidos del cuello y con las caras juntas.
Por el camino nos dimos algunos piquitos a la boca, pero me cogí a Ludger por los hombros, acerqué mi boca a la suya y apretando con mis manos sus nalgas por encima del short vaquero —ambos íbamos igual como gemelos con short vaquero y camiseta de tirantes, la mía es blanca y sesgada hasta la cintura, la de Ludger roja con espalda de nadador—; Ludger rodeaba con sus manos mi cintura. Algunos que pasaban nos miraban, pero nadie dijo nada.
Nos paramos cerca de una esquina para besarnos profundamente. Pasaron como 15 minutos que los disfrutamos bien. Ludger incluso metió sus manos por dentro de mi short y, al no llevar interiores como siempre, me acariciaba mis nalgas y mi agujero mientras nos besábamos. Cogidos de la mano y dándonos picos de vez en cuando llegamos al parque.
Seguían ocupados todos los bancos. Ludger con tremendo descaro me llevó a un banco donde había una pareja heterosexual algo mayores, nos sentamos, abrió su pantalón, separó el slip y sacó su polla diciéndome:
— Menéame la polla o, mejor, chúpala y me das una buena mamada.
Le seguí la corriente, me puse de rodillas frente a él e hice el ademán de mamar aquel pene grueso y largo. De inmediato, la pareja se levantó, nos regalaron el banco sin despedirse ni con un buenas noches y desaparecieron. Ludger se quitó su camiseta y se tumbó a lo largo del banco para celebrar su victoria, luego se sentó y se sacó el short, yo hice lo mismo, solo que me quedé desnudo, mientras Ludger llevaba aún su mini slip puesto.
— De alguna manera hay que comenzar, ¿qué te parece un 69 para calentar motores?, —preguntó Ludger.
Hacía mucho calor, me levanté para que Ludger se acomodara y ponerme encima al revés. Pude ver que éramos observados desde los otros bancos y por alguno que paseaba. Eso me calentó más y comencé a empalmarme y mi polla se iba poniendo dura. Ludger se tumbó con las rodillas dobladas y mirando al oscuro cielo y yo me acomodé, colocando primero mi polla sobre el rostro de Ludger, que de inmediato me la cazó con su boca, me agaché y recogí la dormida polla de Ludger para ponerla en tensión. Creo que yo mamo mejor que Ludger, pero el chico no tiene desperdicio. Conseguí poner erecta la polla de Ludger casi de inmediato.
Mientras me comía aquella bestia con una mano, iba acariciando ora la bolsa del escroto, ora el agujero del culo de Ludger. No pretendía dilatarlo, solo deseaba producirle placer porque cada vez iba metiendo el dedo medio más adentro y por el movimiento de Ludger supe que había dado con la próstata, así que seguí golpeando e hice venirse a Ludger en mi boca. Aunque apreté los labios para tragarme el semen de varias explosiones, no pude contenerlo todo para irlo tragando, porque la eyaculación de Ludger fue muy seguida. Algo se cayó sobre su zona púbica que chocaba con mi barbilla. No tardé en eyacular. Ludger, que es un buen catador de semen, gracias a la postura en que estaba, se lo tragó todo. Descansamos uno encima del otro. La gente no se fue, miraban hacia nosotros, hombres y mujeres.
Como estábamos, hablamos poco, pero permanecíamos abrazados. Mi cabeza reposaba sobre los muslos arqueados de Ludger, de modo que su polla en reposo y sus bolas caídas quedaban a la altura de mi nariz, mis ojos las miraban, mi nariz olía el semen y mi boca lo deseaba. Después de un largo rato, nos sentamos y Ludger inclinó su cabeza sobre mi hombro, yo incliné la mía sobre la suya. Y conversamos.
— ¿Te parece que ya cumplí mi deseo?, —preguntó el muy cabrón.
— Pienso que no; tu fantasía es follar en público. Aquí tienes mi culo y anima esa polla, —respondí como quien reta.
Por un momento seguimos hablando porquerías para calentarnos hasta que con mi mano comencé a manosear la polla de Ludger, mientras hablaba groserías:
— Está puta polla va a destrozar mi culo, me va a tratar como una maricona de mierda podrida, tu dueño se comportará como un burro semental y me va a joder hasta dejarte muerta de asco, maricona perdida, como una puta rastrera. Esos huevos de mierda producirán maldita leche para amamantar mi culo de gloria. ¡Joder, machoı, atraviesa a esta puta con esa tranca, maricón, hijo de tu puta madre, cabrón de mierda.
Así no paraba hasta que me agarró fuerte con sus manos y bien caliente y me dio media vuelta para sentarme en su regazo con mi agujero sobre su polla. Ya estaba bien cachondo, estábamos mirándonos y me puse a besarlo mientras él con sus manos guiaba su polla hacia mi agujero feliz y cuando apuntaba me dejé caer de golpe y grité:
— waaaaggggg…
Me dolió el culo como si me hubieran atravesado con una espada cortante y comenzó a poner saliva a la mitad de su polla. Aunque el dolor era fuerte, el doble placer de tener una buena polla en mi culo y que, además, nos vieran, porque nos miraban y escuchaban mi grito y mis gemidos, me ponía igualmente o todavía más cachondo, pensando que los presentes se estaban poniendo igualmente cachondos. Yo comencé mi vaivén y, después de un largo rato, cogiéndome fuerte, se levantó Ludger, rodeé su cintura con mis piernas, vi cuántos miraban, algunos bastante cerca y de pie, como si vieran una película porno al paso. Ludger se dio la vuelta espectacularmente y me sentó por la espalda en el banco y comenzó por su parte en mete y saca de caballo hasta lo más profundo de mis entrañas. Entonces me vine sobre mi pecho, mi abdomen y sobre el abdomen de Ludger. Nos quedamos hechos una mierda, pero muy felices. Felices también porque hubo algunos que aplaudieron cuando sucumbió Ludger sobre mí y otros que se estaban agitando su polla o masturbando.
Al rato, Ludger sacó su polla de mi culo, yo comencé a derramar el semen desde mis entrañas, delante de los que seguían mirando. Estábamos contentos porque Ludger había cumplido uno de sus grandes sueños. Seguimos tocándonos y jugando con nuestras manos, mientras conversábamos porquerías y palabras soeces. Por fin decidimos que lo mejor entre nosotros iba a ocurrir en el hotel, en la ducha y en la cama; así que de momento lo más favorable era dejarlo.
Estábamos sudorosos y pringados de semen por todas partes y le dije:
— El hotel está cerca, es tarde ya, pues ya estamos en mañana, solo estará el portero y el vigilante; vamos a ir desnudos; si en el hotel lo impiden, allí nos ponemos el short o les decimos que venimos de una fiesta o, ¡mierda!, que estamos borrachos o qué sé yo.
— Vale, eso me gusta, afirmó Ludger.
Nos fuimos con el short y la camiseta doblados bajo el sobaco, nosotros cogidos de la mano, entramos en el hotel, Ludger mostró la tarjeta llave y no hubo impedimentos ni preguntas ni nada más; nada más, sí; les escuche sonreír y conversar en voz baja a nuestra espalda, cogí a Ludger por los hombros, me lo encaré y le di un beso largo y profundo mientras restregaba polla contra polla. Cesaron las risas burlonas y los comentarios de los dos hombres y entramos en el ascensor.
Supongo que luego seguirían comentando, pero de otra manera y sin risas burlonas.
Pero lo mejor es que nosotros continuamos en lo nuestro, casi toda la noche nos la pasamos follando y pensábamos que valdría la pena al día siguiente, en el que ya estábamos, volver a tentar la suerte. Lo hicimos, tuvimos más éxito y quedamos totalmente satisfechos.