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Noche de pasión en Lisboa (II)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Estoy en Lisboa nuevamente. Aprovechando que la próxima es la ‘semana loca’ de diciembre, ya que los días 6 y 8 son festivos en España, y el 6 cae en martes, me he venido ayer viernes y voy a disfrutar de casi 10 días de vacaciones. Me he levantado tarde, ya que arribé al hotel casi a las tres de la madrugada y después de desayunar me he ido a la zona del Rossio a pasear y tomar un aperitivo. Desde una cafetería llamé a Amália, a la que ya presenté en mi primer relato, avisándole que estaba en Lisboa, con la intención de quedar con ella, en el caso de que no tuviese un compromiso anterior. Ella me confirmó que no tenía nada comprometido y me preguntó dónde me encontraba. Quedamos en una cafetería del Campo Pequeno que ambos conocíamos y me dirigí hacia allí a fin de tomar un aperitivo y luego irnos a comer juntos.

Mi relación con ella es un tanto especial, ambos tenemos nuestras propias vidas y por lo tanto, otras amistades y conocidos. Ella no pregunta y yo a mi vez, tampoco. Cuando nos vemos puede ocurrir cualquier cosa: Podemos hacer el amor y cada mochuelo a su olivo; podemos hacer el amor y dormir juntos, en su cama o en la mía del hotel, o podemos dormir juntos sin que ocurra nada, aunque suene raro. Nos encontramos bien juntos y no necesitamos del componente sexual para divertirnos. Se lo comenté una vez y me respondió:

– E que nos somos un casal (en portugués la palabra casal define tanto una pareja como un matrimonio), así que en realidad hizo un juego de palabras.

Y es cierto, la verdad es que nos comportamos casi como un matrimonio consolidado de muchos años, pero ambos nos encontramos cómodos con ese rol.

Me gusta llegar antes que la persona con la que esté citado, de manera que no tenga que esperar por mi, así que tomé un taxi y me dirigí al lugar de encuentro. Cuando llegué pedí un café mientras esperaba la llegada de mi acompañante, lo que no se demoró demasiado; con puntualidad británica vi entrar por la puerta a mi amiga.

Como siempre, venía espectacular, aunque más bien ella es un espectáculo de mujer en sí misma. Venía ataviada con un pantalón palazzo de pernera muy ancha, de color azul marino, una blusa en crepè anudada con un lazo al cuello en color azul celeste y remataba el vestuario una chaqueta Chanel en tweed harrys; completaba el conjunto unos zapatos de tacón en ante negro y un bolso negro a juego con los zapatos. En su mano derecha destellaba un brillante montado en una montura Tiffany y en sus orejas unos pendientes de esmeraldas a juego con sus ojos; en su muñeca izquierda, un pequeño reloj de señora, redondo, con pulsera de oro. Su melena cobriza, como era normal en ella, ondulada y peinada al estilo de los años 40 del siglo pasado.

Tomamos un vermouth y le propuse ir a comer al restaurante del zoo, ya que me apetecía comer un rodizio, que para quien no lo sepa, es un despropósito de asado, de origen brasileño, en el que te van sirviendo cortes de vacuno, cerdo, pollo y ananá hasta que digas basta, acompañado de feijoada y farofa. Estuvo de acuerdo con la opción, así que pagué las consumiciones, y salimos, cogí un taxi y nos fuimos al restaurante.

Durante la comida, y aunque solemos charlar por teléfono, nos pusimos al día de las últimas novedades de nuestras existencias, y así, charlando me dijo que ya que me había cumplido el capricho de la comida, que en justa correspondencia yo debía cumplirle otro capricho a ella, a lo que accedí gustoso (nunca lo hubiera hecho, parece mentira que tenga los años que tengo).

– Esta tarde, tengo ganas de ir a bailar – Tierra, trágame-

– Quieres ir a una boite?

– No, hay un hotel que tiene salón de baile, y son bailes más tranquilos.

Menos mal, pensé, por lo menos no vamos a retorcernos en una pista, así que accedí:

– De acuerdo, pero tengo que cambiarme de calzado, el que traigo tiene el piso de goma y no es el más adecuado para una pista de baile.

– Yo también necesito cambiarme de ropa, me gusta más bailar con falda que con pantalones y estos zapatos se me pueden salir.

Terminamos de comer, salimos paseando y paramos un rato en un salón de té a tomarnos un café. La llevé a su casa y acordamos que la recogería en una hora, mientras yo me cambiaba en mi hotel y hacia allí me dirigí.

Como la conozco, sabía que mi atuendo no era acorde con el que ella llevaría así que me puse un terno gris marengo con camisa blanca y una corbata azul marino con lunares pequeñitos blancos; en los pies unos Oxford con el piso de suela. Pañuelo blanco con plegado presidencial en el bolsillo del pecho, y tomando un abrigo largo, azul marino y unos guantes, me dirigí a recoger a Amália para ir a bailar.

Cuando llegué, la llamé desde el taxi y me dijo, que subiera al piso, que aún necesitaba un ratito para terminar de arreglarse, así que despedí al taxi y llamé desde el portal. Ella me abrió la puerta y subí al piso. Al llegar la puerta del apartamento estaba entreabierta, así que entré, avisándola en voz alta que ya estaba arriba al tiempo que cerraba la puerta. Amália me contestó en voz alta que me pusiera cómodo que ella aun tardaba, así que me serví una copa mientras esperaba, con la familiaridad que me daba el haber estado varias veces en aquella casa.

Para quien no haya leído mi primer relato pongo aquí la descripción más aproximada que se me ocurre de Amália para que se den una idea de cómo es. Mide aproximadamente 1.60 m. de estatura, y cuando dije en mi primer relato que estaba un pelín entrada en carnes, creo que no le hice justicia, en realidad tiene un tipo parecido a las actrices de Hollywood de los años 40-50 del pasado siglo, o sea, que está más rellenita de lo que hoy se consideraría buen tipo, tiene unas bonitas piernas, con los gemelos altos y el tobillo fino, pero lo que destaca en ella sobre todo es su pecho: Tiene dos mamas con tamaño de copa E, lo que en según que momentos es una molestia y en otros es el Cielo en la Tierra. Le calculo alrededor de 50 años, nunca hemos entrado en ese tema, y como la verdad, me trae sin cuidado, no se lo he preguntado. Lleva el pelo normalmente peinado en una melena ondulada con aire retro, como dije, a la moda de los años 40, siempre con un color cobrizo oscuro. A mi me recuerda en cierta manera a Rita Hayworth, aunque realmente no se parecen. Ah! Y tiene los ojos color esmeralda.

Oigo un taconeo por el pasillo y me vuelvo para verla entrar al salón, cuando la tengo delante no me defrauda. Trae una blusa negra, brillante, opaca en el cuerpo y transparente en las mangas, cerrada con un cuello militar; falda gris perla con mucho vuelo, a la altura de la rodilla por delante y bajando el largo por los laterales hasta llegar a la altura de los gemelos por detrás. Una tira de perlas ciñendo el cuello y en los pies unos zapatos negros, de charol, con tiras cruzadas que protegen unas medias con costura trasera y talón cubano. Hoy viene guerrera: No se ha puesto uno de sus sostenes habituales, trae uno normal, con lo que su busto luce en todo su esplendor. En su brazo izquierdo trae plegado un abrigo de color marfil y en la mano, calza un guante y trae el otro sujeto.

Mientras le ayudo a ponerse el abrigo le digo:

– Estás preciosa hoy.

– Gracias. Ya me he dado cuenta de adonde se te iban los ojos.

– ¿No sentirás molestias llevando el pecho tan suelto a bailar?

– Probablemente al final, pero si me molesta, me lo quitas y listo –dijo guiñándome un ojo con picardía.

Pedí un taxi desde casa, bajamos y cuando ya estábamos montados, Amália le facilitó al taxista la dirección del hotel donde se celebraba el baile. Al llegar, nos dirigimos a la zona de guardarropía a dejar los abrigos, mientras esperábamos, se oía en la sala Taquito Militar de Mariano Mores, lo que me extrañó pues no es normal escuchar tangos en los bailes en Europa. Amália se dio cuenta y me dijo:

– ¿No te lo había dicho? En este salón todos los primeros viernes de cada mes el baile temático es el tango.

El mundo se me vino encima y lo vi todo negro de repente. Trataré de explicarme, adoro el tango, tanto oírlo como bailarlo, y aunque en la pista no soy tan buen bailarín como para jubilar a Juan Carlos Copes, me defiendo diría mejor que bien, pero Hollywood ha hecho mucho daño. Mucha gente en Europa dice que sabe bailar tango, aunque una gran mayoría bailan eso que se ve en las películas americanas y otra parte baila el “tango deportivo”, ese en el que van haciendo posturitas en las que parece que llevan 2 tallas menos de braguero y algún día a alguno se le va a caer la cabeza al suelo con los golpes de cuello que dan, así que sin pensarlo, dije mi frase estándar para estos casos:

– Pero Amália… es que yo no sé bailar tango – Fue la única vez que le mentí.

– Bueno, cariño, no te preocupes, aquí nadie es profesional, tú haz lo que puedas y yo te sigo.

Nos dirigimos hacia el salón de baile, a mí los pies ya me pesaban una tonelada cada uno, iba a ser una tarde para olvidarla. Al entrar, la disposición de la sala era la típica, una tarima sobre elevada para la orquesta, a continuación una barra de bebidas atendida por dos camareros y mesas para 2 personas a lo largo de las paredes restantes, dejando una zona central despejada para las evoluciones de los bailarines.

Nos dirigimos a una mesa y le hice señas a un camarero, mientras esperábamos que nos atendiesen, me fijé en la composición de la orquesta: Piano, 3 violines, 1 contrabajo, 3 bandoneones y un cantante, alto, chupado y repeinado de gomina, que me recordaba al polaco, aunque si Goyeneche tenía voz de bajo, este la tenía de sótano.

Nos tomaron la comanda y nos trajeron las bebidas, y en esto la orquesta se arranca con un tango orquestal, cuando al octavo compás hicieron un silencio de 2 compases, reconocí inmediatamente La Cumparsita, en la versión de Arienzo, Amália me dijo si bailábamos ya, y le dije que me apetecía escuchar esa pieza, al tiempo que echaba un ojo a los bailarines para ambientarme. Para quien no lo sepa, esa versión de La Cumparsita es larga como un día sin pan, y como me temía que mi compañera bailaba “a la europea” no me apetecía verme en ese berenjenal tanto tiempo. Como me temía, solo con verlos abrazarse ya vi que había varios bailarines al estilo Hollywood y dos parejas “deportivas”. Nadie bailaba tango en aquella sala, así que hacía falta más cebo para que “el tigre de Villa Urquiza” metiese el cuello en el lazo.

A continuación, la orquesta atacó Flores del Alma que es un vals, y Milonga Celestial, que como su nombre indica es una milonga, así que fui teniendo cuartelillo, pero para mi desesperación el primer fuelle se arranca y al segundo compás del fraseo ya sé que lo que toca es Chiqué y observo que mi compañera me mira como diciendo “a ver, que yo quiero bailar”, así que dándome al cuchillo, me levanto, le ofrezco el brazo y la saco a la pista.

Ella se queda firmes a 2 pasos delante de mí, lo que me llama la atención, pienso que a lo mejor me he equivocado. La embrazo a la altura de su escápula con mi brazo derecho y ella con su brazo izquierdo apoyándolo sobre el mío, hace presa a la altura de mi deltoides, le levanto su brazo derecho con mi izquierdo ofreciéndole la mano y ella, tomándola, echa la cadera atrás, apoya su pecho en el mío y junta su frente con mi cara. Mmmm mi compañera sabe bailar tango. Comienzo a tantearla a ver hasta adonde puedo llegar, y aunque nunca voy contando mientras bailo, no se me ocurre como describir el baile si no hago parte del conteo de pasos.

Salgo sin florituras, y completamos los pasos de la base, así que viendo que la cosa va bastante bien comienzo a bailar con el corazón y no con la cabeza. Vuelvo al primero de la base, segundo y en el tercero le marco el paso atrás y a mitad de paso la freno y quedamos ambos con un pie retrasado, la empujo hacia abajo, nos semiarrodillamos, la pego a mi pecho y le hago una hamaquita, nos erguimos… tercero…cuarto… ocho atrás, quinto con cruce de ella por delante y cuando sale, la freno y giro hacia la izquierda a su alrededor haciendo pivote sobre el pie que ella tiene cargado su peso, esto va de maravilla.

Amália en este momento, con su boca pegada a mi oreja me dice:

– Me has mentido, sabes bailar tango. Esto lo vas a pagar.

No me preocupo mucho de su comentario, supongo que tendré que invitarla a algo que se le ocurra y nada más (imbécil de mi). El baile continúa, y noto como ella mueve su pecho contra el mío y en las evoluciones en que ha de pasar sobre mi pierna, se roza con el interior de sus muslos más de lo necesario, dándome de vez en cuando un beso en el cuello, así que, poco a poco, casi sin notarlo voy teniendo una erección que comienza a ser problemática, pues cuando termine la pieza va a ser manifiesta para todo el que por casualidad me vea. Entonces, llegamos a una figura en la que yo clavo mi pie izquierdo haciendo de pivote y ella gira a mi alrededor mientras mi pie derecho, con la punta apoyada en el piso va trazando una circunferencia, para después haciendo un rulo, terminar haciendo un sanguichito en su pie derecho. Pues no llegué a la parte del rulo sin que ella materializase su venganza. Cuando estábamos girando, puso su mano izquierda en mi nuca y me estampó el “beso asesino” en mitad de la pista.

– La madre que te pariooo, me corro.

– Te dije que pagarías el haberme mentido. Y mi madre no tiene la culpa, jajajaja.

Para los que no sepan a que llamo “el beso asesino”, si leen mi primer relato lo comprenderán, Amália tiene una forma de besarme, poniéndome una mano en la nuca al tiempo que me estampa en los labios un beso sin lengua, que hace que si estoy excitado siento un calambrazo en los riñones y eyaculo inmediatamente como un primerizo. Solo me ocurre con ella, y como no es la primera vez, ni la segunda y ella lo sabe, lo utiliza cuando y como le apetece, y en este caso, lo hizo para vengarse por el engaño.

Ya no tenía que preocuparme por la erección, pero el problema era más peliagudo, como se rozase contra mi pernera iba a ser peor todavía, pero no es tan retorcida y tuvo buen cuidado de no ir a más.

Acabé el tango como buenamente pude, las piernas me respondían con tembleques. El minuto escaso que faltaba fue un verdadero suplicio.

Nos dirigimos a nuestra mesa, la dejé y me fui raudo al aseo a tratar de arreglar aquello como buenamente pude, me metí en una de las cabinas y con papel higiénico me limpié y enjugué lo que pude de aquel desastre en mis calzoncillos.

Volví a donde me esperaba mi acompañante y cuando me vio llegar, inclinó su cara hacia su regazo y me miró de reojo mientras en su boca aparecía una sonrisa de niña traviesa y cuando estuve a su altura, en voz baja me preguntó:

– ¿Es muy grande el desastre? ¿Podemos seguir bailando o necesitas que nos vayamos?

– Si no me vuelves a hacer otra como esta puedo aguantar la incomodidad, pero al terminar tenemos que ir a mi hotel, necesito cambiarme porque tengo la ropa interior completamente mojada.

– Pues yo, la verdad no.

Así quedó la cosa, continuamos bailando por espacio de un par de horas y al salir, tomamos un taxi en dirección a mi hotel, para poder asearme y mudarme. Cuando llegamos, Amália subió a la habitación conmigo y cuando empecé a desnudarme me dijo:

– Déjame ayudarte, que al fin y al cabo estás así por mi culpa.

Diciendo esto, me soltó el cinturón mientras yo me quitaba la chaqueta y la corbata, me abrió la bragueta y me bajó el pantalón y el calzoncillo en el mismo movimiento, al tiempo que se arrodillaba delante de mi. En ese momento quedó enfrentada a mi miembro y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se lo metió en la boca. Me pilló de sorpresa ya que no esperaba que comenzásemos nada en ese momento pero la dejé hacer. Ella retiró el prepucio hacia atrás y fue lamiendo y ensalivando todo el glande, metiéndose la totalidad del pene en la boca. Yo estaba en la gloria con aquel tratamiento, pero ella se levantó y comenzó a besarme mientras yo le sacaba la blusa por fuera de la falda, y metiendo mis manos por debajo, llegué a su pecho, lo agarré por encima del sostén, y noté que era una prenda tenue de algún tipo de tul que difícilmente podía contener y soportar aquellas maravillas. Amália me fue empujando hacia la cama, tropecé y caí atravesado en el colchón, quedando mis pies en el suelo y mi miembro apuntando al techo. Entonces ella se subió la falda y vi que debajo no tenía bragas, quedando a mi disposición aquel sexo depilado que tanto me gustaba. Se subió a horcajadas sobre mí y sin preámbulos se empaló de un viaje. Comenzó a moverse lentamente, como a ambos nos gusta, estaba totalmente lubricada, sus maniobras en el baile también le habían pasado factura a ella. Se abrió la blusa y sacándose las tetas por el escote del sostén se dejó caer hacia adelante quedando su pecho pegado al mío. Comenzamos a besarnos y acariciarnos y con el lento movimiento de su cabalgada en poco tiempo me susurró al oído:

– Alfredo, en nada me voy a correr.

– Yo también, cielo. Te aviso y te sacas.

– Si, hoy si, porque así no puedo ir a cenar goteando lo que me dejes.

Así lo hice, en el momento en que me iba a correr, le avisé y ella me pidió que aguantase un poco más, aceleró y levantando su espalda quedó de rodillas sobre mí, noté como se contraía su interior y al tiempo que echaba su cabeza atrás con un gemido gutural tuvo un orgasmo brutal. Siguió moviéndose hasta que le dije que no podía más, momento en el que se descabalgó y metiéndose mi miembro en la boca me hizo eyacular y se tragó todo lo que le solté.

Nos aseamos, nos recompusimos el vestuario y salimos a cenar y a dar una vuelta por los locales del Bairro Alto.

Esa noche volvimos a dormir juntos, esta vez en mi hotel.

CONTINUARÁ…

Espero sus comentarios, a favor o en contra.

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