EL ACUERDO:
Una semana había pasado desde aquella noche, la noche en la que por primera vez realicé una felación a un hombre. Fernando, mi primer hombre. El hombre que desapareció de mi vista igual de rápido que había llegado, el tiempo que yo tarde en subirme las bragas y los pantalones. Sólo me dejo tres cosas. El sabor a pene en la boca, la mancha de semen en el pantalón, y su número de teléfono. ¿Estaría casado? ¿Tendría hijos? ¿Familia? Quizás fuese su hombría, su sentimiento de dominación sobre mí, sus hormonas de macho quemando su cuerpo, o quizás, su desesperación, su falta de cariño, su soledad, lo que le llevó a tener que desaparecer tras eyacular sobre un chico como yo tras sólo un par de minutos de mamada.
Mi vida continuaba, y nada en mi cambió. Misma rutina, misma soledad, mismo cuarto en el que me encerraba. Quizás algo sí era diferente. Ya no tenía que recurrir a material pornográfico. Recordar su pene en mi boca, ese olor, ese sabor, esa fuerza con la que intentaba llegar a mi garganta, eran suficientes para mis sesiones diarias de masturbación anal.
Pero una noche, mientras cenaba en compañía de mi madre y su pareja, el móvil vibró. Era Fernando, mi Fernando, el hombre que primero profanó mi boca. Me puse nerviosa en ese momento, y apenas podía llevarme a la boca la cuchara sin temblar. ¿Qué debía de hacer? ¿Volvería a utilizarme para después desaparecer sin un adiós? ¿Seguiría manchándome quitándome el resto de mis virginidades?
No quería contestarle, pero la gata en celo de dentro de mí le ganó la partida a mi yo racional. Me había hablado mi macho, me había mordido el cuello, y yo estaba indefensa. Me dirigí a toda prisa a mi habitación, me metí en mi cama como una carta en un sobre, y por inercia, bajé mis pantalones y calzoncillos hasta mis rodillas. Entonces, contesté a su mensaje, como una loba que contesta la llamada de la manada.
-Hola, soy Fernando te acuerdas de mí? Keria pedirte perdón por lo del otro dia, no se x k actue de esa forma. La verdad es que estoy en un mal momento de mi vida y lo pago con quien no debo, podemos hablar? Si no contestas lo entenderé.
Un mensaje que no sólo destacaba por su mala ortografía, sino por el mal olor que desprendía a engaño. Sin embargo, no había nada que yo pudiese hacer. Ahora era suya. Él me había marcado con su semen aquella noche, como un perro que marca las esquinas con su orina.
-Claro.
Fue mi única contestación. Desde ese momento, 5 horas transcurrieron, en las que yo me limité a ser una simple oyente. Nuevamente me convertí en su recipiente, no de semen esta vez, sino de algo mucho más denso y amargo. Sus agonías. Intentaré describir en estas pocas líneas su historia.
Fernando era un hombre casado, de 52 años (mucho más de lo que había pensado, se cumple así mi segunda teoría de ser un señor bien conservado). Estaba casado desde hace 20 años, una relación fruto de la cual había tenido dos hijas, de 18 y 21 años. Su mujer, desde hacer un par de años, había sido diagnosticada de una enfermedad degenerativa, que día a día hacía su vida más complicada. Sus hijas, ambas universitarias, vivían de alquiler en otra ciudad realizando sus estudios universitarios. El deseo sexual había desaparecido, y era totalmente incapaz de penetrar a su mujer, ahora enferma, y que ya no era la misma de hace 20 años. ¿Triste verdad?
En ese momento, dejé de juzgar a Fernando. En la vida, ponemos valor a una persona por las cosas mal que han hecho. Sin embargo, nos olvidamos siempre de las cosas buenas. Hay tantos sentimientos como circunstancias, y tras aquel hombre que huyó de mi tras follarme la boca, quizás había un hombre en soledad, que había trabajado toda la vida para sacar a sus hijas adelante, que a pesar de no poder penetrar a su mujer la quería como el primer día, y cuya homosexualidad, probablemente había nacido fruto de la imposibilidad de mirar a otra mujer con los mismos ojos que su esposa enferma a la cual tanto quería. Necesitaba ahora de un hombre.
Mientras leía sus mensajes, yo me estaba masturbando. La mete del ser humano es a veces retorcida, y cuando me habló de sus hijas universitarias, mi pequeño pene recordó su pasado heterosexual en un fugaz atisbo de sufrir una erección. No sucedió, yo se lo impedí, metí un dedo en mi culo y volví a ser la hembra de siempre. Ahora que había logrado aceptar mi Yo mujer, no quería perderlo.
Yo, también le conté mi historia. La misma que ya os he contado a vosotros. Ambos fuimos sinceros (o al menos eso creo). Él fue claro, quería que volviese a ser su hembra, no por una noche, sino de ese momento en adelante. Me necesitaba para ahogar sus penas. Él quería pagarme. Yo me negué. No era una prostituta.
Muchos llegados este punto pueden criticar mi relación con él, pero la verdad, es que ambos nos necesitábamos mutuamente. Él, a sus 52 años, necesitaba de nuevo de frescura y juventud que pudieran encender de nuevo la llama, y sobre todo, ver un pene al penetrar para olvidar la imagen de su mujer. Yo, necesitaba de un hombre, maduro, con experiencia, varonil, que me hiciera día a día sentirme como si fuera una mujer. Cada vez era mayor en mí la necesidad de sentirme mujer, tanto que de serlo realmente habría sentido la necesidad de quedar preñada en uno de mis encuentros con él.
Hablamos durante toda la noche, intentando hacer el mínimo ruido con las teclas para no despertar a nadie. Por supuesto, sólo había un tema. El sexo. Sus fantasías, algunas de ellas nuevas para mí. Pies, tacones, medias, tangas, cuerdas, joyas anales. Algunas incluso me avergonzaba hablar de ellas. ¿Qué pensaría su mujer si lo supiese? ¿Qué pensarían sus hijas si viesen a su padre teniendo sexo con un chico de su edad? ¿Qué pensaría mi madre si viese a su hijo a cuatro patas esperando el pollazo de su macho?
Finalmente, llegamos a un acuerdo. Nos veríamos, cenaríamos juntos, y después consumaríamos. Me abriría para él y le entregaría mi virginidad anal. Le dejaría eyacular en mi “vientre” y me convertiría en su mujer.
CAMINO DEL HOTEL:
Llegó el día. Una semana transcurrió sin apenas haberme dado cuenta. Por la noche me encontraría con él en la habitación de un hotel. Le pedí no ir a cenar, ya que no quería correr el riesgo de ser vista por nadie conocido que pudiese descubrir mi secreto. A cambió, yo cedí en una cosa, y es en el ir vestida con la ropa que él quisiese para cumplir sus fantasía. Deseaba verme con peluca, tacones, falda y ropa interior femenina. Literalmente, tal y como él me dijo, “estilo puta de carretera”.
Obviamente no tenía esa ropa, por lo que por la mañana tuve que ir a comprarla. Fui a un centro comercial, y tras deambular por varias tiendas, no me atreví por vergüenza a comprar nada. ¿Qué pensarían si me viesen comprando un tanga? Pasé por un baño, y no pude evitar la tentación de entrar, pero no en el de hombres, sino el de mujeres. Sé que está mal entrar al baño de otro género, pero al fin y al cabo, para nada creo que se es más mujer por tener tetas o llevar falda. Yo estaba segura de sentirme igual de mujer que cualquier otra chica normal. Si me descubrían, podría fingir haberme equivocado. Así pues, sin pensármelo dos veces, y cuando nadie pasaba por el lugar, entré en el baño. Rápidamente cerré la puerta con pestillo. Como os podréis imaginar, oriné de igual forma que haría una chica. Bajé mis pantalones y calzoncillos hasta las rodillas, y sentándome en la taza tras limpiarla, comencé a orinar. Me sentí muy mujer.
Como no pude comprar la ropa necesaria, me dirigí al único sitio donde no pasaría vergüenza comprando ropa femenina, en una tienda china. No es por ser racista, pero no me importaba mucho la opinión que pudiesen tener de mí personas que por sus costumbres les cuesta diferenciar caras occidentales y probablemente se olvidaría de mi a los 5 minutos. Tras casi una hora decidiendo, pude reunir todo lo necesario. Un tanga rojo de hilo, unos pantalones vaqueros tipo short poco más grandes que unas bragas, y una peluca de color morado. Faltaban los tacones, allí no había. Se los quité a mi madre.
Llegó la noche. No podía salir de casa vestida así, y menos andar por la calle. Me vestí de chico con ropa común, y guardé la ropa de mujer en una mochila. Nuevamente cogiendo un taxi, me dirigí al hotel donde había reservado la habitación (pagó él). Era un hotel mediando, de unas 5 plantas, y de 3 estrellas. Yo, disimuladamente entré en el hotel pretendiendo ser un cliente normal, y entrando en el ascensor, me dirigí a la habitación nº X (no me acuerdo siendo sincera) de la planta ¿4ª? Estaba entrando, literalmente, en la boca del lobo. En esa habitación me esperaba mi depredador natural. Sabía que una vez que atravesase esa puerta no habría marcha atrás. Continué andando hasta llegar a la puerta.
CONTINUARÁ…
Espero que os haya gustado el relato.
Como siempre, cualquier comentario es bienvenido aquí o en mi correo [email protected].
Besos.