Hay decisiones que uno toma que no tienen retorno. Casarse, divorciarse o traicionar. Para mí no fue sencillo darme cuenta de que me estaba metiendo, contra todos los códigos, con la mina de mi papá. Peor aún, para la mayoría de la gente era más que la mujer de mi papá, era como una madre para mí. Y vaya si lo era. O al menos eso creía yo.
Me llamo Marcelo, tengo 22 años y trabajo en la inmobiliaria de mi padre desde que terminé el secundario y no tenía más ganas de estudiar. Mi madre falleció cuando yo tenía 7 años por una penosa enfermedad que le descubrieron a los pocos meses de mi nacimiento. Mi viejo enviudó a los 27 años así que decidió rehacer su vida a los pocos meses de la muerte de mamá y se casó con Silvana, que tenía 21 años recién cumplidos. Silvana era una mujer espectacular, simpática, atenta, muy linda y divertida. Años más tarde supe que la historia con mi padre era bastante anterior a la muerte de mi madre, pero no había motivos para enojarse con nadie por cómo se dieron las circunstancias.
Mi padre siempre se sintió culpable con nosotros por la muerte de mamá y por eso trató de que Silvana fuera como una madre sustituta. Desde que la conocimos, papá nos obligó a mi hermano y a mí a que la dijéramos mamá. Por la diferencia de edad (conmigo era de 14 años y con mi hermano 12), era imposible que ella nos hubiera parido. Ahora tiene 35 años, pero conserva todos sus encantos. La mayoría de los que la conocen, no le dan más de 29 y encima, suele vestirse con la misma ropa que usamos nosotros: jeans gastados, musculosas, polleras y vestidos simples. Es muy elegante y tiene un cuerpo en el que, todavía, genera suspiros, piropos y miradas alevosas cuando vamos por la calle o la acompaño al supermercado.
A medida que fui creciendo mis intenciones con Silvana fueron variando, sobre todo en lo que pasaba en mi cabeza cuando veía sus enormes tetas mientras desayunaba en camisón o las tanguitas diminutas que se ponía para dormir que le marcaban bien el culo y le resaltaba los cachetes. Era como mi madre, pero no era mi madre en definitiva. Me inmovilizaba más pensar en que era la mujer de mi padre que algún tipo de relación filial conmigo.
Silvana era un infierno de mujer y hacía gala del apodo de “Tana” con la que le decían sus amigas. “Cuando me caliento, me caliento de verdad eh!”, solía retarnos cuando dejábamos toda la casa desordenada. Obviamente hablaba de un enojo, pero yo me la imaginaba caliente y se me ponía dura la verga.
Una vez me descubrió en el baño mientras me estaba masturbando con una de sus tangas. Abrió la puerta de improviso y se quedó congelada cuando vio que yo estaba en sentado en el inodoro, con una mano subiendo y bajando por mi miembro y con la otra sosteniendo una de sus bombachas diminutas a la altura de mi nariz. Cerré rápido la mano para que no la viera, pero era de un rojo inconfundible. Ella miró mi entrepierna e hizo el gesto como que se tapaba los ojos con una mano mientras con la otra volvía a cerrar la puerta.
Hubo varios días que traté de evitar cruzarme con Silvana, tenía vergüenza y temía que se enojara por haberme masturbado con su ropa interior. Pero ella lo tomó con naturalidad, apenas si me hizo una sonrisa cómplice un día que yo salía del baño y ella estaba esperando afuera. “Hoy no hubo ninguna sorpresa, jaja” y me dio un beso en la mejilla que me puso al palo mal y con ganas de cogérmela, aunque estuviera traicionando a mi viejo.
Yo seguía haciéndome pajas imaginando sus tetas en mi cara, o frotándolas por mi pena. También estaba seguro de que debería ser una gran mamadora: tenía la boca grande y, sobre todo cuando tomaba unas copas, se le notaba que era una viciosa. A veces me quedaba en casa y era impresionante verla haciendo gimnasia con unas calzas diminutas y sus tetas al viento que a mi me tenían hipnotizado.
Mi segundo encuentro con ella fue una noche que volvían de una fiesta de su trabajo. Mi padre estaba completamente borracho y se ve que habían discutido porque ella hablaba entre sollozos y se sonaba la nariz. También estaba medio borracha. “Siempre igual vos, siempre tenés una excusa por el trabajo o porque estás cansado. O como siempre, porque te ponés borracho y no se te para la pija”, escuché que le decía Silvana a mi viejo.
Ellos no advirtieron mi presencia y me quedé callado en el sofá del living con la luz apagada hasta que pasara el vendaval. “Si estás caliente porqué no te vas y te cogés al primer boludo que se te cruce. Dos minutos te aguanta. A mí no me calentás más”, le dijo mi viejo con una borrachera que daba más lástima que vergüenza.
Silvana le cerró la puerta de un portazo y vino corriendo para el living comedor. Yo estaba con los auriculares puestos mirando Netflix en la Tablet. Sin ver que yo estaba ahí, se tiró al sillón y se topó con mis piernas. Fue un golpe fuerte e inmediatamente se puso a llorar desconsolada. Yo no sabía qué hacer. Cómo ella se había quedado quieta apoyada en mis piernas, tenía toda la espalda al aire por el escote del vestido de fiesta y unos hombros preciosos. Su cuello era una invitación y olía a perfume. Traté de pensar en otra cosa para evitar una erección, con su cabeza apoyada en mis muslos podría notarlo y sólo atiné a hacerle unas caricias en el pelo, para que supiera que estaba al tanto de la situación, pero sin ninguna doble intención.
Ella se quedó un buen rato llorando. Al rato se sentían los ronquidos de mi padre que, cuando se emborracha, retumbaban el doble en toda la casa. Silvana se fue calmando, su respiración comenzó a parecer normal. Yo seguía haciéndole mimos en la cabeza y en la espalda. Desde mi posición podía ver su culo, tenía muchas ganas de tocárselo. Ella empezó a hacerme mimos en los muslos muy suavemente iba y venía con sus manos hasta que yo sentí que sus dedos casi entraban en contacto con mi pene. Sus manos eran suaves y me tocaba con la yema de los dedos muy suavemente, subía y bajaba por mi pierna y cada vez más sus dedos se encontraban con mi pija que ya a esa altura era una piedra de lo duro que me la había puesto.
“¿Pudiste resolver lo del baño?”, me preguntó en el mismo momento que con tres dedos se apoderó de mi miembro y lo hizo asomar por la parte de abajo de mi bóxer. Yo me quedé en silencio. Ella seguía con los ojos cerrados masturbando levemente mi miembro. Cuando llegaba arriba jugaba con sus dedos en mi cabeza y así lo hizo por un buen rato. Yo seguía acariciándole la espalda, jugando con mis dedos hasta casi llegar a su culo. Noté también que esas caricias la calentaban.
Mi pija ya estaba por completo fuera del calzoncillo. Ella seguía apoyada en mis piernas pero se dio vuelta y su boca quedó a centímetros de mi pene. Lo miró con ojo clínico y me dijo: “Cómo crecen los chicos eh!”. Cuando quedó dada vuelta para mi lado pude ver sus hermosas tetas sueltas en el escote del vestido. Tenía unos pezones diminutos pero que sobresalían de lo parado que los tenía.
“Si no lo resolviste, yo te puedo ayudar”, me dijo y se prendió a mi pija. Empezó a chuparla lentamente. Lo mismo que me había hecho con sus dedos ahora me los estaba haciendo con la boca. Y cuando terminaba de jugar con mi cabeza se la metía casi hasta los huevos, que ella acariciaba y oprimía con suavidad. No pude aguantar nada, le descargué un chorro de leche que fue tan intenso que le machó la cara, el pelo, el cuello y el vestido. Ella siguió chupándomela porque advirtió que era mi momento de mayor satisfacción. Se levantó sin decir nada y se fue a pegar una ducha. De buen modo hubiera entrado para coger ahí mismo, pero no me anime.
A pesar de que para mí desde ese momento mi único objetivo era cogerme a Silvana, ella muy por el contrario siguió actuando conmigo como si nada hubiera pasado. Yo no me podía sacar la imagen de su lengua recorriendo mi miembro, levantando a su paso los rastros de semen que habían quedado después de esa exquisita acabada en el sofá. Pasaron los meses y fue proporcional: mientras mi viejo más se peleaba con Silvana, ella mejor onda tenía conmigo.
Y el acercamiento final se dio el día que me enteré que mi novia se había curtido a uno de mis mejores amigos y se había enterado todo el mundo. “No va a ser la primera, ni va a ser la última. Y en cuanto a eso de los códigos que tanto le gustan a los hombres, para mí esos códigos son de mafiosos. Me reconfortó saber que pensaba así, porque le quitaba una buena proporción de morbo a mi relación con mi viejo.
Las borracheras se hicieron algo diario y desagradable para todo. A tal punto que Silvana se mudó a dormir al sillón. A las pocas semanas escuché una conversación que tenía con una vecina. “La verdad es que estamos para el culo, hace como un año que no me pone una mano encima. Yo estoy desesperada y tengo miedo de hacer una locura”. Mientras escuchaba a Silvana, mi pene se había puesto a mil. Me sentía mal por mi viejo, pero esto ya no tenía retorno. Me la iba a coger seguro.
A partir de esa charla empecé a ser sumamente gentil con Silvana. Le preguntaba si estaba bien, porque no la notaba muy bien de cara. Si necesitaba algo, si quería que hablara con mi viejo por el tema del alcohol. No desperdiciaba ninguna ocasión para alabarla, decirle que estaba espléndida. Que esta o aquella pilcha le quedaba mejor, que tenía que mostrar más sus curvas porque estaba “para el crimen”.
Varias veces, cuando terminaba su clase de gimnasia, la esperaba en la cocina con el desayuno que ella adora: un yogur, un buen café con leche y tostadas con mermelada. Ese día me la jugué entero: “Silvana, tenías razón con lo que decías de las mujeres. Que no va a ser ni la primera ni la última. Lo que pasa es que mi padre tuvo mucha suerte, no todos encuentran a alguien como vos”. Noté que mis palabras la habían perturbado, al menos que se sintió tocada. Para sacar tajada de mi frase, la abracé lo más fuerte que pude y ella se puso a llorar. Estaba como cazador frente a una presa herida. Le levanté la pera y le di un beso apasionado que me devolvió con la misma pasión. Aproveché para meter mis manos en su culo, apretarle los cachetes para que sintiera mi erección. Y cuando nos despegamos me agaché y le di un beso en cada uno de las tetas por arriba de la ropa. Nunca la había visto tan perturbada. Mi jugada había dado resultado, ahora era ella la que me quería coger a mi…
Pasaron dos semanas desde ese beso. Yo seguía tratándola como a una reina. Sólo una vez bromeando le apreté uno de los cachetes y le dije: “Le hace falta más ejercicio, y le di una palmada. “A ver si a los 35 estás espléndida como yo”, me dijo entre risas como aceptando la nalgada.
El golpe lo di un viernes en el que mi padre y mi hermano se habían ido al campo que tenemos en el Sur. Uno de los dos siempre lo acompañaba porque teníamos miedo de que manejara en pedo.
Silvana se había prendido la tele del living con una picadita y un vino y me preguntó que qué iba a hacer. Yo le dije que tenía una cita. Ella me ayudó con la ropa y hasta me pellizcó la cola cuando me probé uno de los pantalones de papá. “Te quedan bárbaros, tenés una cola muy linda. Hoy vas a ganar”.
Tenía todo pensado, cuando vi que Silvana se metió en la ducha para darse un baño, la saludé. Ella me dijo que esperara y salió del baño cubierta con una toalla. “No me vas a dar un beso?”, me dijo. Y cuando me acerqué soltó la pequeña toalla con la que se había cubierto y me comió la boca como yo se la había comido la otra vez. Esta vez hice el mismo movimiento cuando terminó el beso y chupé los dos pezones que salían como flechas.
Me fui a comer una pizza y a la hora volví. Toqué el timbre acusando que me había olvidado las llaves. Silvana me abrió en bata porque ya estaba metida en la cama. “¿Qué pasó?”, me preguntó sorprendida. “Nada, esa hija de puta se hizo negar”, le dije con mi peor cara de amargura.
Ella me abrazó, pude sentir el aroma de su piel suave y me excité de tal manera que sentía que me iba a reventar el pantalón. Como un acto reflejo, también la abracé, la besé en el cuello y traté de llegar a su boca, pero ella me separó bruscamente y retrocedió. “Acá no, nos pueden ver. Esto está lleno de cámaras”.
La situación algo la enojó así que cuando entramos a la casa directamente encaró para su cuarto. Di mil vueltas en la cama. Sabía que era ahora o nunca. Ella estaba tapada con las sábanas, mirando hacia la ventana con las luces apagadas. Entré sin hacer ruido y me metí en la cama. Ella seguía inmóvil. Con mis manos le empecé a acariciar la espalda. Bajé lo más que pude y me encontré con su vagina empapada. “nooo, Marcelo, nooo, está mal”, decía mientras se retorcía entre mis manos.
Yo estaba en calzoncillos, pero había sacado mi miembro para apoyárselo en la cola. Yo seguía jugando con su clítoris mientras con la otra mano le pellizcaba los pezones son suavidad y ella daba grititos de placer. Se llevó mi mano hacia la boca y empezó a chuparme los dejos como si fueran pijas. Movía su cintura para quedar más pegada a mi pija y frotarse la vagina.
“Ah, pendejo, meteme los dedos, sentís lo mojada que me pusiste. Este es nuestro secreto ah, pero quiero que me metas esa hermosa pija que tenés”.
A partir de ese momento se invirtieron los roles y empecé a disfrutar realmente de lo que tenía enfrente. Una mujer con experiencia, súper sensual que estaba muy, pero muy caliente. Me dijo que me pusiera boca arriba y me recorrió todo el cuerpo con su boca. Se detenía en las tetillas y volvía a subir hasta mi cuello. Así fue bajando por todo mi abdomen hasta llegar a mi pija. Siguió por mis piernas sin tocarla y luego volvió a subir. Ahí apenas la rozó con la punta de su lengua. Silvana me hacía desear porque sabía que tenía el control de la situación.
Se acomodó entre mis dos piernas y comenzó a jugar con sus senos. Puso mi pija entre los dos y los movía como si me estuviera haciendo una paja. Cuando la cabeza de mi pija asomaba por la canaleta de sus tetas, la apretaba con sus labios y succionaba. No pude más y otra vez le acabé en la cara. “Vos sabés pendejo lo que a mí me gusta, dámelo ahora. Ah”. Y se tragó hasta la última gota. Yo estaba tan caliente que después de acabar mi pija no se bajó ni un centímetro.
“Prométeme que va a ser por esta única vez”, me dijo y yo asentí con la cabeza. Ella se sentó arriba mío y se hundió la pija de un solo movimiento hasta quedar pubis contra pubis. Gemía como una gata caliente y me clavaba las uñas en los hombros. Subía y bajaba y me decía obscenidades y me pedía que le pellizcara los pezones.
Sentí que me iba a triturar la pija cuando empezó a tener contracciones en primer orgasmo. Descansó unos minutos y se puso en cuatro patas a los pies de la cama. “¿No te gustaría meter esa pija en este culo?”, me preguntó con cara de puta y dándose palmadas en las nalgas.
Me puse como loco y tuve que contenerme para no acabar antes de tiempo. Ella me la volvió a chupar. “Para que esté bien lubricada y no me duela”, me aclaró. Yo estaba en el paraíso. No podía creer que cogiera tan bien. Me acomodé por detrás y la penetré por el culo lo más suave que pude. No por temor a lastimarla, más bien por temor a eyacular antes de entrar. Duré apenas unos minutos y le llené las entrañas con mi semen caliente.
Silvana se retorcía como una perra, seguía caliente y volvimos a hacer el amor dos veces más esa noche. Tuvimos un fin de semana a puro sexo. Hasta me despertó en la madrugada con una mamada increíble que disfruté casi dormido y no paró hasta dejármela seca y limpita.
Ya pasaron seis meses y nunca más volvimos a tener sexo ni a tirarnos indirectas ni nada. Seguimos tratándonos cariñosamente como antes de llenarle el culo y la boca de leche. “Podés seguir diciéndome mamá”, me dijo después de tres días de locura sexual. Me había pedido en serio esa promesa de una única vez.