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Una madre insatisfecha
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Mi madre es una mujer hermosa de 42 años, mi diosa y amor platónico durante muchos años. Una hermosa mujer dedicada a sus labores y su familia. Mi padre es un hombre de negocios, más dedicado en su empresa que en mi madre.

De estatura pequeña, tetas promedio, caderona, cabello negro largo, de ascendencia asiática. Me gusta todo de ella. Como se mueve, sus gestos. Su suave perfume. No dejé de mirarla con disimulo.

Así que me convertí en su apoyo y ella en el mío. La pasábamos bien saliendo a divertirnos y nos repartíamos las cuentas. Tenía sueños húmedos continuos con mi mamá. Tratando de quitar los malos pensamientos los planté en un papel:

Fue ella la primera mujer en la que me fijé. Cuando empecé a ser hombre era ella la que estaba a mi lado. La primera a la que deseé. Y aún la sigo deseando. Eso me hace sentir mal. No está bien que tenga estos deseos hacia ella. Es mi madre. La amo como madre. Pero la deseo como mujer.

Yo tenía 19 y trabajaba medio tiempo mientras iba a clases en la universidad.

Todo iba bien hasta que un día oí a mis padres discutir en el cuarto:

Mamá: ¡Ya no me tocas! ¡Yo también tengo necesidades!

Papá: Llego cansado del trabajo.

Mamá: ¡Tu trabajo, siempre tu trabajo!

Papá: Te prometo que hoy te lo recompensaré y te daré la mejor noche de tu vida.

Mi padre se fue a trabajar y mi madre se echó a llorar. Ninguno de los dos se percató de mi presencia.

Por la tarde mi padre volvió a casa para buscar su maleta, justo mi madre había salido. Me dijo que se iría dos días de urgencia a la sucursal en el otro lado del país. Que le diga a mi madre que luego la recompensaría con una cena y que cuide a mi madre. En mi cabeza estaba la idea de que pasaría dos días solo con mi madre.

Al llegar a casa mi madre se sienta en el sillón. Al oír pasos piensa que es mi padre. Sin perder oportunidad le vendo los ojos mientras me acerco por detrás y empiezo con un masaje de hombros besando sus mejillas y cuello. Ella me corresponde con un beso tierno, siento su aliento cálido y un poco de saliva en la mejilla. Empiezo a acariciar sus tetas por encima de las prendas sin dejar de besar su cuello. Siento como sus pezones se erectan.

—¡umhh! ¡Qué rico! ¡Sigue esposito!

Sus palabras me excitan aún más, porque a ella le gusta cómo la toco. Continúo acariciando su cuerpo, quitando las prendas.

Sus tetas en punta con aureolas marrones se quedan a la vista.

Empiezo por sus zapatos. Sus pies siempre me han seducido. No pude dejar de lamer y besar sus bellos pies pequeños, tocar su piel suave y subir mis manos por sus piernas hasta llegar a su pelvis.

A pesar del grueso calzón pude sentir lo mojada que estaba y algunos vellos púbicos saliendo de la prenda.

Quité la prenda e inicié dando un rico cunnilingus. Su vagina era caliente, húmeda y con olor a mar, sus bellos púbicos me causaban cosquillas. Sentir sus manos cogiendo mi cabello y sus gemidos hicieron que me corriera antes de la penetración.

Empecé a jugar con su chochito y lamerlo. Mientras con mi pulgar hacía círculos alrededor de su clítoris.

—¡Ah! ¡Sí! Nunca me habías hecho esto. ¡Qué rico!

Mi madre se corrió arrojando todos los jugos sobre mi boca. Sus piernas temblaban.

—¡Ahhh! ¡Nunca me había venido de esa manera!

Es el momento donde reacciona y se da cuenta que no soy mi padre. Se quita la venda de los ojos y me queda mirando asustada.

Le digo:

—Mami, papá se fue de viaje por dos días. Te amo tanto (sin dejar de besar su cuerpo) y si él no te complace yo lo haré. ¡Te amo tanto, mamita linda!

En ese momento sus pensamientos eran erráticos. Más tarde me los confesó: ¡Pobre mi niño! De haberlo sabido… ¡No sabría qué habría hecho! Mi moral y mi deseo hubieran entrado en conflicto. No sabría cuál hubiera ganado. El morbo de estar con su propio hijo la excitaba más y su vagina era una cascada en ebullición.

—Sigue mi amor.

Su corrida se hizo más intensa. Yo creí que fue porque lo estaba haciendo bien, pero era por la entrega de amor y la pasión por lo prohibido.

Mi madre me bajó el pantalón y se quedó mirando mi pene por un momento.

Mi madre aceleró su respiración y sus gemidos se hicieron más audibles.

Iba a penetrar a la mujer que amaba, iba a perder mi virginidad con mi madre. Estuve nervioso por mi primera vez sobretodo porque no sabía si la complacería, si mi pene era lo suficientemente grande.

Le abrí las piernas, pude ver su vagina totalmente peluda. Eso me gusta mucho. Lentamente empecé con el mete-saca haciendo círculos y con mis dedos sobaba su vagina y tetas. Era mi primera vez, pero había soñado con el momento tantas veces y visto en películas porno.

—¿Te gusta, mami?

—¡Sí! ¡Tu pene es mejor que el de tu padre! ¡Sigue bebé! ¡No pares, cariño!

Continué con mis arremetidas mientras lamía y sobaba sus tetas.

—¡Oh! Mamita, bella. Tu piel es tan suave. Tan perfecta.

—Mamá es toda para ti, para que hagas lo que quieras. Soy tuya, mi cielo.

Ya no pude más y me corrí dentro de ella. Agitado, tratando de recuperar el aliento me eché a su lado.

Mi madre se acurrucó en mi pecho y empezó a hacer círculos con los vellos de mi pecho mientras susurraba palabras dulces al oído. Lamí sus tetas haciendo círculos con mi lengua en sus aureolas, mientras sobaba su coño peludo.

Acaricié su coño alrededor de sus labios vaginales, tocando sus fluidos y mi semen que salía por debajo.

Coloqué a mi madre de costado y empecé de nuevo, en posición cuchara.

—¡Ya mi amor! No tienes que esforzarte tanto.

—Quiero satisfacerte mami, quiero que te corras y que pienses en mí al follar.

Acaricié los pelos de chocho y estómago. Cogiéndola de las nalgas mientras le besaba el cuello y le susurraba cosas a sus oídos.

Esa noche dormí con mi madre. A la mañana siguiente se despertó con culpa y no quiso que la tocara.

—Hijo, por favor. ¡Olvídalo! Trata de pensar que esto no pasó. Soy una mujer casada. Soy tu madre.

—Mami, solo quiero hacerte feliz.

Salió de la cama y se puso a hacer sus labores. En la cocina me acerqué por detrás y la abracé, pero ella me rechazó.

Por la noche llegó mi padre. Al acostarse me supuse que estuvieron haciendo el amor. A eso de media noche se abrió la puerta de mi cuarto. Entró mi madre con bata. La abrió. Pude apreciar su cuerpo desnudo.

—Hola amor, no pude dejar de pensar en ti. Por favor hazme tuya.

—Soy tuyo, mamá. Solo quiero hacerte feliz.

Cogimos hasta quedar satisfechos, cansados y sudorosos. Mi mamá salió del cuarto con una sonrisa en los labios, tambaleándose con las piernas flojeando.

Desde esa noche ponía media píldora para dormir en la comida de mi padre y entraba a mi cuarto. Las noches eran nuestras.

A los días me confesó que desde hace un mes no podía evitar sueños eróticos con su hijo. Al despertar se vio en el espejo: Sus tetas estaban un poco caídas y su estómago ya no era plano. No entendía cómo su hijo la podía ver sexy. ¿Cómo era posible aquello? ¿Cómo podía desearla así? No sentía una mujer deseable. Y menos para un joven como su hijo. No sabía que pensar. Cómo sentirse.

No pudo evitar masturbarse pensando en su hijo. Se convenció a si misma de que mientras todo quedase así, sólo dentro de su cabeza, no era tan horrible. Que así lograría no sentirse tan sucia. No podía controlar lo que su cabeza pensaba.

Ahora que se había concretado, al principio sentía culpa, pero el morbo a lo prohibido lo hacía más placentero y al aceptar que su hijo y ella eran una sola persona de nuevo. El placer se había incrementado como nunca imaginó.

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