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Una juventud madura (VIII): Fin del campamento
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Fue inesperado no encontrar a Iván en el comedor. Era la hora y el tiro con arco había terminado hacía horas. Estuve esperándole para comer juntos, pero, tras 30 minutos largos, ya no pude resistirme más. La barriga me rugía como si de un león se tratase.

—Hola Fran. ¿E Iván dónde está? —me preguntó la cocinera que siempre nos servía, sorprendida al no vernos juntos.

—Pues no sé. Le he estado esperando, pero no ha aparecido y me estoy muriendo de hambre.

—Ya lo supongo. Eso de no desayunar… ¿qué ha pasado? ¿Qué se te han pegado las sábanas?

—Algo así. —Contesté medio avergonzado— Bueno, si ves a Iván dile que ya he comido por favor, que no sea que me espere.

—Tranquilo, si le veo se lo digo.

Fue nada más acabar de comer ese estupendo plato de pavo que Laura nos había preparado cuando comparecieron los demás chicos mayores, pero no todos. Ni Iván, ni Lucas, ni Martin estaban. Los saludé, me despedí y me fui a mi cabaña suponiendo que Iván estaría allí, pero sólo estaba Roman. Sin querer lo sorprendí cambiándose el bañador y él, tapándose las partes con una mano para que no se las viese, se puso rápidamente una toalla envolviéndosela a la cintura mientras yo me iba a tumbar a la cama.

—¿Has visto a tu hermano, Roman?

—Sí, antes ha venido con Lucas y me ha dicho que se iba a dar una ducha y que luego volvían.

—Gracias. Nos vemos luego. —Le dije mientras me disponía a salir rápidamente.

—Fran —me cortó en seco— ¿puedo preguntarte algo sin que se lo cuentes a mi hermano?

—ammm… Sí, supongo que sí —le contesté sorprendido y desconcertado.

—¿Me lo prometes?

—Que siiii.

—¿Piensas que soy atractivo? —me pregunto en voz tan floja que casi no le entendí.

—¿Y eso por qué me lo preguntas?

Roman resopló dándome a entender que se trataba de algo difícil de decir.

—Porque he visto como las chicas miran a mi hermano y comentan lo guapo que es y de mí no dicen ni mu. Según tú, dime, ¿soy atractivo o no? —Me volvió a preguntar quitándose la toalla que lo tapaba y quedándose desnudo delante de mí.

—AMMMM… Sí, yo te… veo atractivo. Tienes unos ojazos… —contesté un tanto nervioso.

—¿y el resto? ¿Cómo me ves el cuerpo? —dando un paso hacia mi

—Muy bonito

—¿Y… mis partes qué te parecen? —continuo preguntando y acercándose hasta estar frente a mí.

—Ammm… Muy bonitas también. —dije ya desconcertado con lo que estaba pasando.

Roman cogió mis manos y volteando su cuerpo las llevo a sus nalgas formulando la última pregunta a mi oído.

—¿Y mis nalgas?

Noté como una de sus manos desabrochaba mi pantalón mientras la otra me acariciaba el paquete. De un empujón con las dos manos lo separé de mí tirándolo al suelo de culo.

—¿Pero qué haces? —Le pregunté reaccionando enfadado y un poco excitado.

—¿Qué pasa? ¿No te gusto? Se me da bien, no te preocupes. Puedo chupártela, o que me comas el culo, o penetrarme si quieres. Lo que tú quieras. —Me contestó medio sollozando y tocándose el trasero adolorido por el impacto contra el suelo.

—¿Pero por qué dices eso? Vístete o te visto yo a las malas. Tu hermano puede llegar en cualquier momento. —Le dije enfadado

—¿Por qué con mi hermano sí y conmigo no? Puedo hacerlo, no sería la primera vez. Se me da bien. No me harás daño.

—¿Qué? Mira da igual. Ahora no quiero hablar de esto.

Roman, dándose por vencido y volviéndose a tapar con la toalla me miraba como me dirigía a la puerta con paso firme.

—¿Se lo dirás a mi hermano? Por favor, no se lo digas. —me suplicó asustado

—No se lo voy a contar, pero luego tú y yo vamos a charlar. —Acabé, saliendo por la puerta y dirigiéndome a las duchas más cercanas.

Allí sólo había críos desnudos haciendo guerras de agua y jabón. Ni rastro de Iván ni los otros. De vuelta, me encontré con Martin que se dirigía a su cabaña. Me comentó que había visto a Lucas e Iván entrando en la cabaña del primero, así que me dirigí allí, pero al llegar la puerta estaba cerrada. Toqué, pero nadie contestó. Se oían ruidos dentro, pero a diferencia de nuestra cabaña, la de Lucas tenía un suelo tapizado con moqueta. No podría ver a través de las baldas del suelo.

Dando una vuelta a la cabaña vi que la ventana estaba entreabierta, así que ya por curiosidad me asomé para ver si estaban allí. Desde la ventana podía ver la cama de Lucas. Había dos personas desnudas gimiendo, una de ellas parecía ser Lucas, pero la otra no conseguía verle la cara. Lucas estaba penetrando a alguien que se encontraba bocarriba con las piernas sobre sus hombros. Por los pelos de estas podía entenderse que era un chico. Me temía lo peor. Únicamente podía ver la espalda de Lucas, sus nalgas con el continuo vaivén y esas piernas retorciendo los dedos de placer. Sería en el cambio de posición cuando se descubriría el pastel. Mis sospechas eran ciertas. Lucas estaba sodomizando a Iván, haciéndole gemir como una perra. Se me vino el mundo encima, incluso mis piernas cedieron haciéndome caer al suelo. No pude hacer nada más que levantarme, salir corriendo e irme a al baño más lejano del campamento a soltar toda la tristeza interior que había acumulado.

Odiaba que los demás me vieran llorar. De hecho, incluso me metí en la ducha con el agua abierta para disimular mi llanto y mis lágrimas. Yo nunca lloraba, pero en esa ocasión tenía motivos para hacerlo. El chico de cabellos de oro del que me había enamorado me había cambiado por otro como un juguete viejo.

Tengo que ser sincero. La tristeza me duró muy poco ya que en apenas unos minutos ya estaba pensando en mi propia venganza.

¿No me ha sustituido él por otro? Pues… ahora es mi turno. —pensé

Me levanté del suelo de la ducha en la que me había acobijado, me dirigí a la cabaña y entré. Roman estaba tumbado en la cama en boxers con los ojos cerrados durmiendo como un angelito. Me acerqué a él, puse una rodilla en la cama, me agaché y buscando despertarle le besé primero la espalda y subí hasta su hermoso cuello. Cuando Roman estuvo lo sufientemente despierto, sin previo aviso, antes de que pudiera decir nada, le planté un morreo en sus labios húmedos y carnosos que lo acabó de despertar. Me subí a la cama sentándome sobre la parte baja de su vientre y disfrutando otra vez de su lengua en mi boca. Roman podía ser un poco más joven que yo pero era cierto que dominaba la técnica. Su lengua juguetona bailaba sobre la mía mientras notaba como su pene escondido bajo los calzoncillos empezaba a rozar mi culo bajo la tela de mi bañador.

Me levanté la camiseta aceleradamente dejando mi torso al descubierto. Vi como a Roman se le escapaba un suspiro de lo caliente que estaba. Le comencé a lamer los pezones y bajando por el abdomen, que subía y bajaba aceleradamente por su respiración acelerada. Al llegar a la zona del ombligo él levantó ligeramente el culo y cogiéndose los calzoncillos se los bajo para mostrarme el hermoso pene que anteriormente había podido ver. Un rabo, con una piel suave y rosada y con un prepucio estirado hasta los topes por la descomunal erección de Roman.

Seguí mi camino por su cuerpo dirigiendo mi boca directa al objetivo primordial. Me metí su miembro entero en la boca y casi los huevos también, porque Roman cogió con fuerza de mi cabeza empujando su pene hacia mi garganta. La sensación fue increíble. Todas las veces anteriores en las que había realizado una mamada siempre había tenido arcadas, pero al tener un pene un poco más pequeño (que tampoco era para desmerecerlo), el poder disfrutar del sabor, de la textura y de los gemidos de Roman sin sufrirlo me hizo gozar al máximo.

Paré de succionar y volviendo a su boca le volví a morrear.

—¿Te está gustando? —le susurre al oído

—Me encanta y ahora me toca —contestó bajándose él a la altura de mi pilón. Me levanté de la cama para desnudarme por completo y dejar mi cuerpo a merced de su lengua.

Pobrecito, al principio le costó un poco metérselo entero en la boca, pero después de un par de arcadas y de salivarlo bien, empezó a tragárselo entero. Podía ver como se le abría la garganta cada vez que se lo introducía y como el bulto se marcaba en su cuello moviéndose en dirección a la nuez. Era exquisito. No recordaba una chupada tan rica en ninguno de mis anteriores encuentros.

Pasados unos minutos le hice parar por miedo a que se atragantase, bueno… y para no acabar yo antes de hora porque… estaba más caliente que una perra, pero con tal de complacerme Roman se levantó sobre la cama donde estaba tumbado y sin previo dedeo se sentó poco a poco sobre mi pene introduciéndolo en su ano hasta entrar en contacto con mis huevos. Su perfecto y redondito culo me envolvía alojando mi polla en sus intestinos dilatados. Parecía como si me estuviese succionando. En la primera penetración la cara de Roman mostraba claramente signos de dolor, pero nada más empezar el vaivén estos fueron cambiando a placer. Roman gemía mientras saltaba sobre mi instrumento recto y duro como una piedra, pero poco tiempo después sus piernas ya se habían cansado y tuvimos que cambiar de posición. Tal cual como estábamos, sin sacarla del agujero, Roman se tumbó sobre mí, con sus pechos sobre los míos y con su cabeza junto a la mía como si nos estuviésemos dando un abrazo. Sus piernas estaban dobladas a los lados de mi cintura haciendo que su pene rozase sobre la parte alta de mi pubis y con sus manos sobre sus nalgas intentaba abrirse el culo para que entrase mi miembro más adentro.

Me toco hacer juego de cadera para poder introducírsela más y más. Me encantaban los gemiditos que pegaba con cada andanada. Roman tenía razón, se le daba bien. Acompañaba a mi movimiento con uno suyo de cadera tipo honda que me permitía metérsela hasta la bolsa de los huevos. Era increíble.

Pasados unos minutos de puro éxtasis, Roman, tímido, me preguntó si podía penetrarme él y yo excitado hasta los topes e impaciente por sentir a Roman dentro, le morreé y sacando mi pene de él me di la vuelta dejando las nalgas al aire.

Roman al principio empezó a lamer mi orificio provocándome un placer y unos escalofríos increíbles. De vez en cuando se me escapaba algún que otro gemido.

—¿Estás preparado? —Me preguntó

Al principio me reí pensando que debía ser la primera vez de Roman y que debía estar nervioso, pero algo me hizo pensar lo contrario. Al meterme su miembro noté como este se adentraba poderoso e implacable rozando las paredes y estimulando justo la zona de mayor placer. Podía ser que fuera la más pequeña que me habían metido hasta la fecha, pero vaya técnica. Cada penetración me hacía sentir una sensación inigualable. Dejé mi cuerpo relajado y con la cara entre cojín y cojín, dejando que Roman hiciese el trabajo y gozándolo como si no hubiera mañana. No reprimía mis gemidos, no porque no pudiese hacerlo, sino porque me daba más placer el gritar cada metida. La saliva se había vuelto de un sabor metálico y notaba como todas las extremidades se tensionaban por si solas. Era increíble.

Unos minutos después Roman la sacó toda de golpe haciéndome pegar un grito de dolor. Se disculpó rápidamente acercando su cabeza a mis nalgas y besándolas varias veces y lamiendo el orificio totalmente dilatado y abierto que había dejado su pene tras de sí. Seguidamente me puse bocarriba con la cadera torzonada dejando las rodillas sobre las costillas, agarrando las piernas con las manos y los pies en el aire. Roman se colocó de rodillas frente mi orificio y me la volvió a meter de golpe toda entera haciendo que volviera a sentir ese placer indescriptible.

—aaaaa, que rico se siente Roman —Le dije viendo como una gota de sudor caía por su axila recorriendo su cuerpo hasta sus nalgas.

—Te gusta ¿ehh? Te voy a dilatar y rellenar como un pavo de navidad.

—mmmmm. Eso espero de ti. —Le contesté gimiendo

Notaba como de cada vez iba más y más rápido y que Roman aceleraba sus gemidos y sus penetradas. Llegué a tal punto que me pareció sentir como si la zona entre el culo y los huevos empezara a vibrar por si sola (la zona perineal). Finalmente, poco después de sentir eso y de gemir como una perra me corrí inexplicablemente soltando un gemido fuerte y alargado y sin tocarme ni siquiera el pene. Esa escena le provocó tanto morbo y satisfacción a Roman que, casi de forma seguida a mi corrida, acabó dentro de mí llenándome hasta los topes. Tenía el esfínter tan machacado y tan dilatado que una vez sacado el pene de Roman, su leche salió de mi culo como una fuente descontrolada, llenándolo de la cara a la barriga con su propia leche calentita.

Nunca me había corrido sin tocarme, pero me había gustado más que cualquiera de las otras veces. Me incorporé sobre la cama para agradecérselo a Roman con un beso, que duro un par de minutos.

Pasamos de limpiarnos. Igualmente no podíamos ir a las duchas ni a la playa, era demasiado pronto y la gente aún paseaba por los caminos en dirección a estos. Así que Roman me abrazó pringado de semen riéndose y nos acurrucamos sobre la cama.

—Ha sido increíble —le dije en voz baja besándole de nuevo.

—Ya te dije que te iba a gustar.

—¿Y quién te lo ha enseñado?

—Nadie me lo ha enseñado. He aprendido experimentando.

—¿Con quién?

—Con mi hermano. A él le encanta.

—Pero… eso no está bien. Sois hermanos.

—Ya pero lo mío con mi hermano no es amor, sólo es jugar, sexo, placer. Es como hacerte una paja, pero en vez de eso se la metes a alguien. Pero lo nuestro es amor. Desde el primer día que te vi sentí algo por ti. Pero al ver que Iván lo hacía contigo me puse muy celoso, no por ti sino por él.

—No te preocupes. Tu hermano y yo ya no volveremos a estar juntos. Me ha cambiado por otro. ¿y tú cuando te diste cuenta que lo habíamos hecho?

—No os disteis cuenta que estaba despierto eh… “Roman, ¿dónde estamos?” Dijo Roman con voz de burla imitando a su hermano el día anterior.

—Mi pequeño pervertido… Eres un cabroncete. Ya te imagino después de que nos fuéramos. Te la debiste machacar como un campeón

—jajajaja. Sólo te puedo asegurar que no me fui a dormir con las pelotas llenas.

Tras hablar un largo tiempo y echarnos unas risas, apareció Iván por la puerta encontrándonos desnudos en la cama.

—¿Pero qué cojones? ¿Roman? ¿Qué has hecho? Es mi chico.

—¿Ahora soy tu chico? —contesté yo— Hace unos minutos lo era Lucas.

Iván se quedó mudo tras saber que había sido descubierto.

—No te preocupes, sé que lo nuestro sólo ha sido sexo y nada más. En parte me alegro. Una vez acabe este campamento me va a gustar saber que me lo he pasado de puta madre haciendo lo que he querido con quien he querido. —le avancé enfadado

—Lo siento. No sé qué nos ha pasado. Lucas se ha desnudado en la ducha y se me ha puesto dura y no sé cómo finalmente hemos acabado en la cama.

—No hace falta que te expliques. Yo no te voy a explicar lo sucedido con Roman.

—Vale, entiendo que estés enfadado, pero perdóname. Yo te quiero.

—Yo también le quiero —saltó Roman a su hermano.

—Pero tú eres un crío que no sabe nada del amor —contestó Ivan

—No Iván. Roman me ha demostrado que sabe más del amor que tú.

—Enserio, perdóname. No volverá a pasar. Te lo prometo. —Volvio a repetir Iván poniéndose de rodillas y casi llorando.

Fue en ese preciso momento, mientras Iván seguía con sus explicaciones y súplicas, cuando me di cuenta. No éramos más que unos críos jugando a un juego de mayores y eso, además de ser peligroso, nos estaba presionando de tal forma que casi se podía rozar la ansiedad. Yo no tenía nada que perdonarle a Iván porque no éramos nada, sólo estábamos experimentando al igual que yo con Roman. Nuestra relación era únicamente fruto de nuestra imaginación y de nuestras ansias por probar experiencias nuevas. Pero todo eso tenía que acabarse. Habíamos sobrepasado la línea del sufrimiento. Debíamos volver a la normalidad y disfrutar de lo que quedaba de campamento olvidándonos de todo aquello que tanto daño nos había hecho.

—Mira, no te voy a perdonar porque no tengo nada que perdonarte. Somos los dos libres de hacer lo que queramos con quien queramos y aunque me duela que me hayas cambiado por Lucas, tengo que aceptar que lo nuestro sólo ha sido un juego. Un juego de amigos. Y la amistad y la fraternidad con Roman creo que son más importantes que todo lo demás, por ello, seamos sólo amigos y disfrutemos de los días de campamento que nos quedan.

Ahora dirigiéndome a Roman. —Roman, te debo una disculpa. El rencor me ha cegado y siento si te he causado algún daño. Lo nuestro ha sido fantástico, pero no he sentido nada de amor, de hecho, creo que nunca lo he sentido con nadie. Necesito descansar de todo, encontrarme a mi mismo, volver a ser el chico de antes y vosotros deberíais hacer lo mismo. Ya tendremos tiempo de encontrar a alguien que nos enamore tanto por fuera como por dentro, ahora es el momento de disfrutar y pasarlo bien sin preocupaciones.

Hay que ser sincero. En ese momento me sentí raro. Era tanta la tensión que había acumulado en tan pocos meses (desde que David me descubriera el mundo del sexo) que el querer pasar página y volver a la normalidad me liberó de toda carga mental. Quería sólo hacer cosas de críos; y, a pesar del silencio inicial, Iván y Roman acabaron entendiéndolo y aceptándolo.

Pasado un rato los tres aun seguíamos de pie en círculo mirando el suelo. Ninguno quería hablar más ni romper la formación, pero finalmente, tras unos minutos tensos, Roman se acercó a los dos y cogiendo de nuestras manos nos juntó para que nos diésemos un abrazo de hermanos, un abrazo de perdón entre amigos que, a pesar de ser largo, se nos hizo más que corto. Todo el odio y rabia que habíamos adquirido en esa tarde fue completamente disipado con ese abrazo.

Los días restantes transcurrieron felizmente en el campamento. Recobramos la participación a todas las clases, recuperamos esa felicidad amigable del primer día entre Iván y yo, y a Roman lo veía por las mañanas de vez en cuando durante las gymkhanas y por las noches en la cabaña, donde nos dedicábamos a contar chistes, hacer juegos y contar historias de miedo.

A Iván no le hizo falta hablar con Lucas. Al día siguiente Lucas se comportó como si no hubiese pasado nada o como si no recordara nada de ello, por lo que todo quedó olvidado de un día a otro..

Y respecto a mí, aunque me hubiese vetado yo mismo el tener relaciones con otra gente, tengo que reconocer que las pajas seguían cayendo como siempre, pero ya más desde la intimidad. Eran 4 días los que restaban para volver a casa y mantenerme todos esos sin descargar hubiese sido imposible, por ello, tras cada cena, cuando todos ya estábamos en la cama aprovechaba para machacármela y correrme bajo las sábanas. Y estaba seguro de que Iván y Roman hacían lo mismo porque se oía a veces el típico shof shof que hace el prepucio con el glande cuando está mojado y uno frota sobre el otro, al igual de algunos gemidos esporádicos.

El último día fue el más duro. La despedida. A mí me venía a buscar el mismo chófer que me había traído, mientras que a los dos hermanos les pasaban a buscar sus padres. Sabía que ese momento iba a llegar pero no pensé que fuese a ser tan duro. Cogí la maleta llena, me acerqué a la puerta y…

—¿Qué pasa? ¿Qué te vas a ir sin despedirte? —Me dijo Iván acercándose y dándome un beso en la mejilla y un abrazo de oso— Recuerda siempre que te querremos.

—Y yo a vosotros

—¿Y a mí no me vas a dar ningún beso? —Dijo Roman haciendo lo mismo que su hermano.

—Chicos os voy echar de menos. Os quiero muchísimo. —Dije medio llorando.

—Bueno, bueno. No te me pongas a llorar, que no va a ser la última vez que nos veamos; y te hemos dejado una sorpresita en la maleta para cuando llegues —contestó Iván haciéndome un guiño.

Les volví a abrazar y sin decir nada más y con la lagrimilla en la mejilla salí por la puerta.

Varias horas más tarde, después de un largo viaje de vuelta a casa y de un largo interrogatorio de mis padres para que les contara todo (todo menos lo que ya sabéis), tuve ese momento de intimidad para abrir la maleta deshacerla y encontrar la sorpresita con la que tanto había pensado durante el viaje. Era una caja donde había una carta firmada por los dos hermanos en la que me explicaban lo bien que lo había pasado y lo mucho que me querían; y en el fondo había los calzoncillos de Iván que me había puesto esa noche de locura del primer día, y justo al lado había otros de Roman; ambos tenían el nombre en grande en la parte del trasero con un corazón y lo que más ilusión me hizo: en la etiqueta de cada calzoncillo había su respectivo número de móvil apuntado.

Eso fue uno de los regalos que más feliz me han hecho en mi vida; y hoy en día, a pesar de haber pasado ya unos cuantos años, puedo decir que bajo mis bóxer y slips de mi cajón sigo teniendo dos calzoncillos que ponen “Iván” y “Roman”.

TO BE CONTINUED…

 

Relatos anteriores:

1-Una juventud madura

2-Una juventud madura (II): Más allá del conocimiento

3-Una juventud madura (III): La mejor mañana para despertar

4-Una juventud madura (IV): Pasión de venganza

5-Una juventud madura (V): Ojos que solo ven lo que el corazón siente

6-Una juventud madura (VI): Campamento de verano 1

7-Una juventud madura (VII): Campamento de verano 2

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