Ana, ha hecho su juramento y se plantea la duda de si no sería mejor acabar aquí. El final parece amable y sin trampas, parece en verdad un final y el conjunto tendría gran ventaja de su brevedad. Ana se sentía irresistiblemente atraída por Franz, eso si que era un hombre. Aunque las cosas había que presentarlas bien y como eran. Lo afrontaba con serenidad pero con fuerza. A sus 24 años, se encontraba en Mozambia para abrirse un futuro, venida desde casi la otra punta del mundo para obtener beneficios rentables de ese nuevo negocio, el trayecto era largo, pero los artículos que necesitaba para su nuevo gimnasio hacían que el viaje hubiera valido la pena. Franz en vísperas de sus 40 años era todo serenidad pero con fuerza.
— Puedes estar contenta, ya has hecho el primer pago y los envíos se harán de forma regular, a tu edad eres toda una emprendedora.
— Me alegro tanto de haberte conocido que no sé que hubiera hecho sin ti, tus consejos, tu ayuda y, sobre todo, ese cariño que me has dado, siento algo profundo por ti, y creo que es amor.
— Las cosas son como son y nos volveremos a ver, en cuanto a mi ayuda, he hecho lo que he podido, si esa gente hubiera querido un segundo interlocutor, pero eran tan reticentes, que solo he podido aconsejarte.
— No sabes como te lo agradezco, tus negocios con este país te hacen ser un experto, aunque en este tema de las vitaminas hormonales y debido a la intromisión de otra gente los capullos no se fiaban, será por ese control de aduanas que tienen aquí. No olvidare nunca estás dos semanas, quiero volver a verte pronto — dijo Ana dándole un romántico beso aprovechando la detención del auto en un semáforo.
Ana y Franz se conocieron en un pequeño mercadillo, aún recuerda como le recomendó que regateara con los pequeños comerciantes, era muy extendido entre la población. Ese mismo día Franz, afable y caballero la invito a desayunar contándole las peculiaridades del lugar. A la mañana siguiente Franz ya está esperando a Ana para mostrarle el lugar y orientarla en lo que pueda para su nuevo negocio. Ágil como una gacela, parecía que flotaba en vez de caminar, musculada, pechos turgentes y esa media melena le hacían sentirse segura, era la vida del gimnasio. Por su parte Franz era todo elegancia, de elevada estatura, muy asentado en el suelo, seguro de si mismo le daba ese aire de glamour que a Ana le encantaba. Esa misma noche un cielo estrellado miraba la habitación de Franz el cual hundía su cabeza entre las piernas de Ana y ella le chupaba su pene; fue un 69 que inició todo el proceso de apareamiento durante una semana, cada día follaron con pasión y ternura. Ana pensaba que ese altruismo gratuito era debido — como bien le había dicho él — a esas negociaciones con Mozambia a esa gente desfavorecida. Siempre atento a gente como ella, en aras de hacerse un pequeño negocio en su país, incluso ingeniaba artículos para los necesitados como había podido comprobar con esa batería casera que daba electricidad, se entretenía, en lo que él decía, ese pequeño generador de corriente; o el depósito de agua que sacaba el agua a través de un – botón y una manguera; o ese círculo oval de metal, que mantenía la boca abierta, útil para la limpieza bucal. Le pedía detalles de sus negociaciones, ya que como le había dicho era algo inexperta. La víspera de su partida habían hecho el amor en la playa, un misionero soberbio por parte de él, gozó mucho, en esa semana había hecho el anal por primera vez y sentía complementada.
— ¿Me echaras de menos? — pregunto Ana.
— Será por poco tiempo, pronto vendré a vete a tu país.
— Eres fenomenal, tan bueno con la gente, no sé que hubiera hecho sin ti — dijo Ana en tono cariñoso.
— Sabes, es que en mi país, todo es egoísmo, ese consumismo exagerado, es por eso que me gusta ayudar a esta gente con pequeños detalles, incluso me gusta hacerlos, poder dar ese pequeño generador de corriente para gente que no tiene, ese bidón de agua que sale sola, o para los niños ingeniar ese aparato bucal, es tan fácil hacerlos felices — dijo Franz en tono cariñoso.
El corazón de Ana late con fuerza, se da cuenta, con gran sensibilidad, de cualquier acechanza de sus compañías dudosas en su país. Esto le ha dado fuerza para confiar en ella misma, porque su estrella, bajo cuya luz ella vino al mundo, seguirá siendo su guía constante y le ha ayudado a encontrar la persona que hará su felicidad completa.
Se han besado efusivamente, se dirige hacía el avión, ni siquiera hay zona de embargue en el destartalado aeropuerto y no más de veinte pasajeros, sube la escalinata y se acomoda en su asiento, se alegra de poder estar sola y no tener ningún vecino de vuelo.
— ¿No estás seguro Franz ? — pregunta una voz tras él.
— No, y me gusta dejar las cosas claras, no soy amigo de dejar asuntos pendientes — responde Franz.
— En ese caso…
Desde la ventanilla Ana observa como se acerca un pequeño Jeep del cual bajan dos policías, hay algún revuelo en el avión, uno de ellos habla con el piloto y entra en el pasillo del avión, se detiene ante Ana, es un hombre fuerte de carnes abundantes.
— Señorita, tendrá que acompañarnos — dice en tono castrense y autoritario.
— ¿A qué… a qué… vie… viene eso, yo… yo…? — responde en tono asustadizo.
— No me lo ponga más difícil…
Los dos hombres habían pasado a una sala contigua, delante de ellos unos vasos y una botella.
— Un habano Franz, es de calidad superior, sé que te gustan, y por favor, sírvete tu mismo de la botella.
— Tienes buen gusto cabrón, lo consigues todo, bueno por eso tienes tus contactos, este whisky de 20 años no desentona, no.
— Sé que te gusta la calidad y más ahora que me han informado… — dijo mientras daba fuego al habano de Franz — Ya tendrás…
— Si, el tercero, para ser exactos, nacerá de un momento a otro, de hecho me voy directo para allá mañana mismo. La familia me tira mucho, es mi debilidad, somos felices. Hablando de trabajo, ¿quién se ocupa…?
— Otto, se que es de tu confianza.
El teniente Otto caminaba de arriba abajo de la habitación, Ana estaba sentada.
— Dígame una vez más como se llamaba, ¿de qué le conocía? — preguntaba Otto en tono intimidatorio.
— Yo… yo… yo solo sé que le llamaban Luders… no… no… por favor… — dijo entre sollozos ella.
— Y los otros, ¿cómo se llamaban? — pregunto gritando el teniente.
— ¡Yo solo trate con ese! ¡por favor! ¡créame déjeme!
— ¡Por última vez, ¿quién era el otro enlace?! — pregunto mientras descolgaba el teléfono.
Mientras tanto en otra habitación distendidos y relajados, los dos hombres charlaban.
— Eres un buen colaborador Franz, y te lo agradecen, no te gusta dejar ningún cabo suelto y el C.I.M (Centro de inteligencia de Mozambia) lo sabe.
— Tú también como inspector de operaciones haces una labor encomiable.
— Cada uno sabemos nuestra tarea, yo como inspector local conozco todas las fuentes de información y por ello confío en ti — dijo mientras descolgaba el teléfono y se ponía al habla —. Perdón, era Otto, dice que no colabora, o no sabe, pide permiso para actuar o, si creemos conveniente dejar el caso cerrado, tú decides.
— La cosa está empezada, que actué con el protocolo, que pruebe con intimidación, quizá nos de resultados — dijo categórico Franz.
Otto colgó el teléfono al mismo tiempo que se alisaba su blanco bigote, su cara adusta y avejentada, llena de arrugas le daban esa austeridad castrense. Más de 35 años de servicio le daban esa disciplina de saber actuar en todo momento. Caminó hacía la puerta con brusquedad al mismo tiempo que la abría gritaba a los dos guardias:
— ¡¡¡Despelotadla y llevadla a dar el paseillo, que vea un poco el lugar, igual se le aclaran las ideas y recuerda mejor!!!
— ¡¡No!! ¡¡no!! ¡por Dios! ¡no sé nada, lo juro! — gritaba Ana en tono suplicante.
Es desnudada, indefensa con su cuerpo sin ropas se muestran unos pechos turgentes y unas piernas moldeadas a base de gimnasio, tiene el pelo desaliñado, las lágrimas le caen, se pone las manos delante de su sexo y es obligada a caminar por el pasillo con Otto tras ella; en el pasillo hay puertas abiertas, hay expectación de policías mirando, aunque no se atreven a hablar, Otto impone respeto, es su teniente y es muy estricto. Otto llama a una puerta y entra.
— ¡Vaya! ¡qué tenemos aquí! —exclama, un hombre calvo de edad avanzada y con unos galones de sargento.
— ¡Ya ves! No quiere colaborar, por un simple nombre me hace pasar por un hombre malo —dijo en tono socarrón Otto.
— Tú, zorra, si supieras quien es el teniente y lo que les pasa, no te atreverías a…
— Te doy otra oportunidad —dijo Otto— dime nombres.
— ¡Juro por Dios que lo que he dicho es la verdad! –dijo en tono suplicante al mismo tiempo que lloraba.
Franz se levanta con el puro en la boca, mira a través del espejo que da a la sala contigua, va de un lado para otro, el repiqueteo del teléfono le hace pararse.
— Si, dígame… de acuerdo… consultaré a Franz —dijo el inspector—. No acata, Franz, tú decides…
— ¡Que siga el protocolo! Vamos a probar con la sala de interrogatorio — dijo mirando a través del cristal la escueta sala contigua.
— ¿Crees que sabe más nombres? No creo que conozca más enlaces, es probable que solo fuera embaucada.
— Solo se trata de ser fiel a la regla del combate, no podemos dejar que esta gente arruine la reputación del país —dijo acalorado Franz.
— Si, pero si tu la habías seguido, no siendo capaz de obtener otro enlace.
— ¡Qué proceda!
Ana fue conducida a una sala de luces escuálidas, solo una silla y una cuerdas colgadas del techo, el ambiente era aséptico y sepulcral; Otto junto a dos subordinados invita a Ana a sentarse, ella está histérica empieza a sollozar, por lo que Otto ordena que la sienten. Una vez sentada es atada de manos y pies a la silla, está frente a un cristal ahumado.
— Está tan guapa, aún con todo el maquillaje corrido — dijo Franz.
A través de la puerta que da a la otra habitación entra Otto donde se encuentran Franz y el inspector.
— Me alegro de verte Franz — dijo de forma efusiva Otto —, ya me he enterado de tu próxima paternidad.
— Si, siempre es un aliciente, son mi vida —respondió Franz al mismo tiempo que se abrazaban—. Y los tuyos supongo que ya harán su vida. Me han dicho que ya eres de nuevo abuelo.
— Ya son mayores si, el más joven de los cuatro ya tiene 28 años, si no fuera por los nietos los cuales me dan muchas alegrías —dijo en tono fraternal.
— Bueno, vamos a por el trabajo que nos ocupa Otto, ¿has visto lo que te he traído?
— Si, una hembra algo atemorizada y estridente, con sus herramientas en un pequeño carrito de compra. Piensas en todo, eres un manitas, ¿por donde empiezo?
— ¡¡Electrificación!! — dijo Franz categórico.
Otto entro en la sala que estaba Ana y se quita el chaleco, queda en botas, pantalones y tirantes; del carrito saca una pequeña batería con y se coloca de pie delante de Ana. Es el emblema de la autoridad, de su superioridad sobre ella. Es una pequeña caja metálica con dos cables con pinzas. Otto va de un lado a otro, con la vista baja. Ana tiembla, lloriquea al mismo tiempo que Otto se dirige a ella y le coloca las pinzas en sus pezones. Se aparta y gira un pequeño dial al número 1. Ana se estremece, intenta hablar, se tensa, chilla. El sudor le cae a borbotones, sigue gritando hasta que no puede más. Ceden los estremecimientos.
— Quiero nombres ya… —dijo Otto.
— ¡¡No!! solo sé… qué se llamaba Luters… ¡Hijo de la gran puta, cabrón! Franz… conocí a Franz… ¡¡No!!
Otto volvió a entrar en la habitación contigua donde estaba Franz y el inspector.
— Te ha nombrado, al menos empieza a desembuchar — dijo Otto.
— Sírvete uno de esos puros — dijo el inspector ofreciéndole la caja — haces una labor encomiable Otto, siempre defiendes lo que es justo, aunque quizá la chica no conozca a nadie más y diga lo que sabe.
— Entonces voy a seguir, ¿o, que hago? — pregunto Otto mirando a ambos.
— ¡¡Hazle el alternador!! — grito Franz.
— Veo que es una cuestión de principios Franz, ¿te ha molestado que te nombrara? — dijo el inspector.
Otto a pasos largos vuelve a entrar en la sala de interrogatorios, da una calada a su puro mientras mira a Ana y grita a sus subordinados:
— ¡¡Atadle las piernas al reposabrazos de la silla, quiero ver esos agujeros bien abiertos, tanto su puto coño como el de su puto culo!!
— ¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!! — grito Ana a pleno pulmón.
Una vez atada y colocada en esa posición, Otto se acerca con la pequeña batería y le coloca las pinzas en sus labios de la vagina, después le enseña una bombilla.
— Te lo voy a enroscar en tu puto culo y te daré corriente hasta que se encienda —dijo Otto echándole una bocanada de humo a la cara y enroscarle en su zona anal la bombilla.
En esta posición, recibió la primera descarga, sus muslos se tensaron, su boca estaba abierta, el sudor corría por todo su cuerpo, el dial de la batería estaba en posición 2, un ligero amago de encenderse la bombilla aunque la corriente interior no bastaba. Y se para, Ana está blanca como la pared, intenta balbucear algo.
— ¿Se te ofrece algo, quieres hablar? — pregunta Otto dando una bocanada al puro.
— Si… se… creo… no sé como se llamaba, los primeros… días… me presenta… presentaron…
— ¡¿Quién te lo presento?! ¡¿Cómo se llamaba ese otro?!
— Yo, yo… no… sé…
Otto volvió a accionar el dial en el numero 3, vuelven las convulsiones a Ana, su cuerpo se agarrota, las venas se le hinchan, la bombilla se enciende, de la vagina de Ana empieza a salir orina a causa del esfuerzo, la tensión es enorme. Se para.
— Ha empezado a cantar, Franz, no creía que supiera más — dijo el inspector.
— Confió mucho en Otto es perro viejo — dijo Franz al mismo tiempo que Otto entraba.
— Parece que había otro, un poco más de tiempo y canta quien le proporciono la mercancía — dijo pletórico Otto.
— Continua Otto, hazle el aljibe.
Otto salió con paso decidido, cogió el pequeño depósito de agua con motor, con la manguera se acercó a ella, sus dientes castañeaban, sudorosa.
— ¡No! ¿que va a hacer? ¡No!
— Haz memoria puta — dijo al mismo tiempo que abría con sus manos su ano e introducía la manguera.
— ¡Le llamaban Herbert… solo se eso! —exclamo ella.
El mecanismo casero empezó a bombear agua, el líquido subía, Ana empezó a sentir una sensación de hinchazón del intestino, sus músculos estaban tensados al máximo.
— ¡¡Herbert y Danton!! ¡¡No sé más!! ¡¡Pare!! ¡¡Pare!!
Otto paró el pequeño motor, retiro la manquera y tapono su ano con su dedo corazón al mismo tiempo que a pocos centímetros de la cara de ella le obsequiaba con una bocanada de humo.
— ¿Alguien más había? Haz memoria
— ¡¡No!! ¡¡Es todo lo que sé!! — Grito Ana.
Otto aparto el dedo de su ano y acto seguido su ano expulso de forma compulsiva agua como un grifo a presión.
Exultante por su buen trabajo Otto entró en el departamento donde estaba Franz y el inspector.
— ¡Fenomenal! Conocemos a los dos sujetos, buen trabajo —dijo el inspector.
— Siempre he confiado en ti Otto, ha cantado —dijo Franz.
— ¿Y ahora? La dejo, o… —pregunto Otto.
— Barra libre, si quieres puedes gozarla, como siempre en estos casos — respondió Franz.
— Será un placer observarte, si se puede, vamos… — dijo el inspector.
— Faltaría más, nunca he tenido secretos — dijo exultante Otto.
Tras la breve conversación volvió a entrar en la sala y exclamo a sus subordinados:
— ¡¡Crucifixión a cuerda asistida!! Preparadme la hembra. Vas a tener polla en todos tus conductos — dijo mientras miraba a Ana con ojos feroces.
Ana es y atada e izada con poleas en posición de cruz mientras Otto está en el otro compartimento, los dos subordinados ultiman los detalles.
— Levanta más de esa parte que quede bien tenso el cabo, se nota que es tu primera vez — dice uno de ellos.
— Ya, es que no estoy acostumbrado, y ahora, que le va a hacer — contesta el otro.
— Estará expuesta así en cruz un rato, cuando entre el sargento la pondremos en horizontal y tiraremos de las cuerdas de los pies para abrirlas hasta que encuentre la alineación adecuada para que el mismo sargento se la pueda fornicar — contesta el otro mientras Ana solloza.
— ¿Y siempre lo hace así? — pregunta asombrado el otro.
— Con las jacas que valen la pena si, he perdido la cuenta la verdad, quizá sea la que hace trescientas desde que estoy aquí, es un auténtico toro bravo el teniente.
Ana tensada en cruz y el pulso desbocado le daba embates por las venas. Volvió Otto y mirando a Ana, como un fiel devoto mira a su cristo desde abajo del altar. Y, movido por un repentino impulso y bruscamente alterado, sudando por todos los poros dirigió una iracunda mirada a Ana, la cual rendida ya sentíase ajena, sacada de si misma, como situada en el umbral de una época de transformaciones.
— ¡Bajadla ya! — dijo al mismo tiempo que se quitaba los pantalones, quedando con la camisa y dejando unas piernas velludas, junto con un pene erecto.
Ana fue bajada y puesta en horizontal, el aire estaba inmóvil.
— ¿Así mi teniente?
— ¡Abridle más las piernas! — contesto Otto.
— Tira más de cuerda — dijo el otro al novato.
— Mi teniente, ya la tiene alineada.
Otto, pene en mano, embistió como un tren de mercancías dando trallazos pélvicos, cada embate era más agresivo que el anterior. Estremecíane en cada embestidas las nalgas de Otto emitiendo sonidos guturales de su garganta. El sostenido embate de Otto se iba rompiendo en ritmo — unas débiles; otras brutales; siempre más espaciados — y, con pasmoso desenfado, se despojó de la camisa, quedando completamente desnudo. En la brusquedad del atolondramiento, Ana no acababa de entender lo que ocurría, daba por terminada su penetración vaginal, pensaba ella. Movido por un estallido nervioso, Otto escogió esta vez el conducto anal y volvió a embestirla sin compasión. Ana buscaba donde arañar, solo encontraba aire. Otto la miraba con media sonrisa desencajada, lo que revelaba una portentosa capacidad de humillar. El conducto anal quedo abierto en la penetración. Fue bombeada durante unos minutos con determinación y potencia, vum, vum, vum; plof, plof, plof.
— ¡Ponedle el aro bucal! — exclamó Otto.
Ana, vio como ese implante bucal diseñado por Franz le era colocado en la boca, quedaba abierta sin posibilidad de cerrar las mandibular. En esa posición Otto introdujo su pene en su boca y vació una abundante lefada…
Franz y el inspector terminaban su comida y se disponían a degustar un licor y unos puros, cuando entro Otto.
— No os encontraba, no sabía que estabais en el restaurante — dijo Otto.
— Ya ves, dispuesto a partir después; y tú ¿qué tal? — dijo Franz.
— Ya ve, también para casa, lo decía por si quería ver a la chica antes de irse, ya la he terminado, pero la he dejado a exposición de la tropa… — dijo orgulloso Otto.
Movido por una repentina impaciencia Franz se dirigió hacia la sala de interrogatorios, una vez allí pudo observar como Ana era follada al mismo tiempo que otro le introducía el pene en la boca, los dos estaban en el éxtasis ya convulsionaban y no tardaron en soltar el semen sobre Ana: uno dentro de la boca, el otro en su zona vaginal. La cara de Ana parecía un lodazal de esperma, así como sus conductos vaginal y anal; el suelo estaba en estado deplorable, lleno de líquido seminal, el ambiente apestaba a lefa. Los dos se quedaron mirando a Franz y uno de ellos dijo:
— Tu turno, ya hemos acabado.
— No, no… solo venía a verla, ya que por lo visto está bien servida — dijo Franz.
— No te quepa duda, somos los últimos de la tropa del cuerpo de guardia, te aseguro que sequedad vaginal no tendrá — dijo riendo jocosamente junto con su compañero.
— Podéis bajarla ya, quitadle el aparato de la boca.
Fue bajada hasta el suelo, una calma de sensaciones se apodero de la habitación, Ana rendida con el semen cayéndole de la frente, de las sienes, de la boca saliéndole unos hilillos babeantes. El pie de Franz patinó de forma ligera al acercarse, la miró largamente.
— Ere… ere… eres un… un… un… un… mal… malvado — balbuceo ella.
— Así es la vida nena — contesto Franz, al mismo tiempo que se bajaba la cremallera de la bragueta, sacando su pene flácido, descapullándose el glande, para orinar abundantemente sobre ella, moviendo su pene de un lado a otro.