Mi novio y yo vivimos hace casi dos años juntos en la casa que me compró mi padre para que tenga cierta seguridad. Mi casa actual está en el centro y gozamos de una excelente tranquilidad. Mis padres viven en un pueblo donde tienen su negocio que les va bien y yo vivía en la ciudad para poder estudiar en la Universidad. Me había alquilado una pequeña vivienda con dos habitaciones, una para dormir que tenía un baño completo y otra para estudiar, en un edificio medio destartalado que estaba a las afueras de la ciudad, en un barrio muy oscuro y, según decían, muy peligroso pero nunca hice caso de eso, hasta que me ocurrió lo que voy a narrar.
Había conocido a un chico que me gustaba, Corny es su nombre, guapo, bien hecho, muy similar a mí en estatura e ilusiones. Me cayó bien apenas lo conocí los primeros días de clase. Deportista como yo, solía correr en las mañanas muy temprano, sin embargo yo corría por las tardes porque tenía mi primera clase temprano y no deseaba ni llegar tarde ni estar cansado, porque cuando me pongo a correr pierdo la noción del tiempo.
El día que conocí a Corny y hablamos nos intercambiamos nuestros deseos, costumbres, hábitos de vida e ilusiones y lo mas importante, nos gustábamos. Me enamoraron primero sus labios gruesos, todavía recuerdo que ese día nos despedimos con un beso y no me lavé los dientes en tres días.
Corny tenías costumbre de correr en la mañana y por mí lo dejó para las tardes, así que, cuando era la hora, nos juntábamos en una esquina que venía de paso a los dos y ahí comenzábamos nuestra carrera. Nunca hicimos competición entre nosotros, íbamos hablando y cuando queríamos apretar la marcha nos dábamos el aviso y solíamos ir acompasados, cada veinte minutos solíamos detenernos para hacer ejercicios gimnásticos o estiramientos.
Una de las cosas que noté en Corny es que para correr se vestía con ropa muy vulgar y que él miraba mi ropa y parecía como si la deseara. Aproveché un cumpleaños suyo muy cercano para comprarle de regalo ropa como la mía, pantaloncillos ajustados que marcaban bien el trasero y el paquete, las correas para el pene y tres camisetas de tirantes con espalda de nadador, todo de una marca australiana muy sexy. Al día siguiente me llamó para preguntarme qué me iba a poner y le dije que pantaloneta negra con raya roja y camiseta gris. Cuando llegué a la esquina me lo encontré vestido como yo. No me desagradó, pero le dije que no era necesario y solo me contestó que era por tratarse del primer día. Así nos pasamos unos cuatro meses haciendo deporte todos los días corriendo, excepto uno en que nos íbamos al mismo gym. Estas correrías nos ayudaron mucho a comprendernos.
Un día sus padres le dijeron que me invitara a comer a casa, se trataba de un domingo muy importante para ellos, pues era el aniversario de boda de sus padres. La cosa es que querían conocerme. Fue un momento muy grato, aunque a decir verdad yo iba con un poco de temor, sobre todo porque yo le dije a mi amigo que era gay y pensé que ese era el motivo, pues Corny no me había dicho todavía su orientación sexual ni sus opciones, hasta el extremo de que yo pensaba que era heterosexual.
Un día mientras corríamos junto a un río, ya a las afueras de la ciudad, me invitó a bañarme en el propio río, la verdad es que hacía calor y el agua estaba limpia y transparente. Le dije que yo no solía bañarme con bañador y que por eso no lo traía, tampoco me hacía ilusión ir a casa de vuelta con la ropa mojada, lo que comprendió. Seguimos corriendo y se paró en seco para decirme:
— Oye, Julio, qué más da, pues te bañas en pelotas, si ahora no pasa nadie por aquí…
— ¿Y tú qué…? —pregunté con pesar.
— Yo llevo mi speedo debajo, no hay problema, además, tú me gustas, yo te veo y luego te enseño lo mío… jejeje… —contestó.
— Claro, como en el gimnasio, allí siempre me ves, pero tú te vuelves de espaldas y con la toalla tapándote… —dije medio burlonamente.
Me hizo ademán de bajarnos y el lugar era apetecible y resguardado. Me quité las zapatillas, las medias invisibles, la camiseta, la pantaloneta, el jockstraps y la anilla. Me eché al agua, nadé. Él hizo lo mismo, pero se quedó con su speedo puesto, se le marcaba muy bien su paquete, destacando su polla por encima de las bolas. Nadamos y jugamos un rato en el agua. Salimos para secarnos, pasó un tío con muy mala cara, nos miró y siguió adelante. Luego me preguntó porqué llevaba la correa que me ponía al pene y que él no sabía para qué era. Entonces le hablé de los muchos usos, uno es retener la eyaculación, pero que yo la usaba para separar los huevos de las piernas y evitar rozaduras. Eso le convenció y me dijo que se la pondría. Nos vestimos y regresamos. Varios días hicimos eso mientras duró el tiempo cálido en el mes de mayo y comienzos de junio. Cuando llegamos a la esquina me preguntó:
— ¿Te puedo besar?
— ¿Por qué no? —respondí repreguntando.
— ¿Sabes? me gustas…
— Y tú a mí, además te quiero y me atraes, pero no sé tú qué piensas… —dije con cierto temor.
— Yo no soy gay… —me miró fijamente a los ojos—, soy bisexual, mi madre lo sabe y mis hermanos también, creo que mi padre piensa que soy gay… —me contó.
Nos besamos y quedamos como cada vez hasta el día siguiente. Pero la costumbre de besarnos al encontrarnos y al despedirnos en la esquina ya se hizo firme. Incluso cuando a veces venía uno de sus hermanos o los dos, también nos besábamos nosotros dos y ellos no se extrañaban, a ellos yo les daba la mano.
El asunto que nos ocupa es el siguiente:
Un día tras despedirnos en la esquina con un beso, como ya era costumbre, nos íbamos trotando cada uno por su parte. Pero a mí me interceptaron el paso cuatro tíos muy mal encarados. Uno de ellos me pareció el que nos había visto en el río pero no lo sabía seguro. Me pegaron, me dieron algunas patadas y me rompieron dos costillas. Ya tenía las narices sangrando. Me cogieron entre tres bien amarrado, uno por el cuello y los otros dos por una pierna cada uno y, aunque yo daba patadas, no podía defenderme contra los cuatro. Me arrancaron mi pantaloneta y me resistí fuerte cuando iban a sacarme el jockstraps, entonces el que estaba frente a mí me dio una patada en los huevos y me dolía enormemente y con desesperación. Rompieron las cintas del jockstraps y lo dejaron colgando, rompieron mi camiseta de tirantes y comenzó el que estaba libre, se bajó sus pantalones y calzoncillos a sus tobillos y sin más me clavo su polla en mi culo, me violó y dejó dentro de mí su lefa, sin compasión ni miramientos, ni para noda contó que yo no lo disfrutara; luego sustituyó a otro amarrando mi pierna para que me follara lo mismo, y, aunque intentaba resistirme, me hacían más daño. El tercero en violarme, el tío que nos vio en el río, no solo tenía la polla más gorda, sino que sentí un dolor fortísimo como que me desgarraba y partía el culo y después de soltar su lefa, con la mano apretó fuertemente mis bolas y ya me dejó desarmado, creía morir. El cuarto, porque yo me retorcía de dolor, me dio un puñetazo en mi vientre muy fuerte, tanto que él se quejaba de haberse dañado la mano, pero yo creía que me remataba. Cuando acabaron me soltaron al suelo de golpe y con mi cabeza di en la acera. Como que me faltaba la respiración y no sabía qué estaba pasando pero sentía como si me dieran bofetadas muy fuertes. Se fueron y quedé totalmente aturdido y sin poder moverme.
No sé cómo fue, pero, cuando desperté, me vi rodeado de enfermeras y médicos sin poder hablar, luego me explicaron que habían hecho radiografías de todo, que tenía dos costillas rotas, un corte sangrando en la cabeza, sangre en el ano y muy hinchado el escroto, y varios golpes por la cara; me habían hecho análisis de sangre, pero yo no necesité hablar, ellos vieron que había sido violado. Cuando pude, después de varias horas, pedí que llamaran a Corny. Al rato llegó con sus dos hermanos. Me preguntaron y antes que les pudiera contestar ya estaba la policía, pues los médicos habían dado parte. Respondí a sus preguntas y entendí que sabían de quienes se trataba.
Me repuse, aunque me costó como dos semanas hospitalizado. Los padres de Corny me llevaron a su casa para cuidarme durante la convalecencia. A ellos dos a solas les dije todo, que era gay, que me había enamorado de Corny, que su familia como gustaba. No me dijeron nada, ni me recriminaron ni me insultaron, solo su padre dijo:
— No pienses en nada más que en ponerte bien; si tú y mi hijo os queréis son cosas vuestras, no nos opondremos, el asunto son tus padres.
— Ellos ya lo saben, pero estarán preocupados porque, desde lo que me pasó como me hospitalizaron, no les he llamado.
Al día siguiente estaban mis padres en casa de Corny y fue cuando ayudados por el señor Gustavo, el padre de Corny, buscaron una vivienda amplia y la compraron. Allí vivimos ahora Corny y yo en buena armonía, pero tenemos que ir en domingos alternos a casa de nuestras respectivas familias, porque de lo contrario se quejan de no saber cómo nos encontramos. No sé qué hizo la policía con lo que les dije, pero ya no he vuelto a ver a mis agresores. No obstante, no me rindo, este tipo de violencia debe acabar y no voy a acobardarme.
Mi suerte, que nos es poca, se llama Corny, me adora y le adoro, nos queremos como si no hubiera nadie más a quien querer. Pero tiene mucho cuidado de no hacerme daño ni físico ni sentimental. Corny es un amor. Su madre me dijo un día que me llevaba lo mejor que ella tenía. Yo así lo creo, pero los demás hermanos son dulces, candorosos, los dos tienen novia y nos juntamos las tres parejas con mucha frecuencia como amigos. Gracias a Corny y a sus hermanos he podido superar el trauma. Sus padres han ayudado mucho con su cariño y acogida. Me he ganado o, mejor, me han ganado para la familia.