Mi madre Felisa, que fue la que me dio a luz, murió siendo yo muy pequeño, a decir verdad no me acuerdo de nada, si aún no había cumplido los 4 años cuando mi madre murió. Mi padre nunca descubrió necesidad de hablarme de mi madre y, si me habló, tampoco me acuerdo. Pues es que se vino a casa una señora que se había divorciado de un hombre porque, según él, la engañaba con otro, pero nunca halló causa. Este hombre hacía sufrir a su mujer, Martina, la que vino a vivir a casa siendo yo pequeño, y también hacía sufrir a su hijo que ya tenía 7 años. Cuando se divorciaron, solo por fastidiar lo más que pudo a su ex-mujer, consiguió que el juez le concediera la custodia de su hijo al padre. La señora con mucha pena por su hijo cuido de mí y yo la llamaba mamá. La verdad es que mamá Martina me trataba muy bien, como a un verdadero hijo, creo que hizo conmigo lo que hubiera hecho con su hijo Gonzalo.
Es claro que las cosas nunca vienen solas. Resulta que el señor Juan Manuel dio una paliza a su hijo Gonzalo y tan amargamente gritaba el chico que, avisada por el vecindario, se presentó la policía en la casa de Juan Manuel y Gonzalo y se los llevaron a comisaría. Dieron parte al juzgado de menores y llevaron al niño a una residencia temporalmente. Cuatro días estuvo allí, porque mi padre y mamá Martina se presentaron al juez y mi padre lo admitió en casa para cuidar de él con su madre.
Un día no muy lejano de estos acontecimientos, se casaron mi padre y mamá Martina. Por una parte habían dicho al juez su intención de casarse y querían cumplir, pero también es que mamá Martina se había quedado en estado de buena esperanza y poco tiempo después nació Jacinto, al que llamamos siempre Sinto. Así que en casa éramos tres niños, Gonzalo el bravo, Julio el gallardo, que era yo, y Sinto el esperado.
Fuimos creciendo y Gonzalo se apartó de nosotros porque no quería que supiéramos a qué se dedicaba. Pero yo lo sabía, su trabajo no era otro que vender droga y nos pusimos a mal él y yo, porque le dije que en su vida hiciera de su capa un sayo, pero si me volvía a enterar que distribuía entre los niños del que había sido nuestro Colegio, yo no me callaría. Entonces buscó camelarse a mi hermano Sinto. Un día Sinto me preguntó:
— ¿Qué es eso que vende Gonzalo y dicen que gana mucho dinero?
— ¿Por qué lo preguntas?, pregunté a mi vez.
— Es que los chicos dicen que les vende si yo intervengo, pero con tanto secreto que ya no he querido hacer de intermediario, —aclaró Sinto.
— ¿”Ya no has querido”? ¿Eso quiere decir que lo has hecho?, —dije muy en serio.
— Sí, pero me pareció tan raro que he dicho que no.
— Bien hecho. Para no disgustar a los papás, no digamos nada de momento, pero has de saber que lo que vende es droga, tú no puedes ignorarlo.
Hablé con Gonzalo. Yo iba a la Universidad, segundo año y para Sinto era un apoyo en sus estudios y en su vida, aparte de que en secreto el muchacho me gustaba y lo cuidaba, por la actividad de nuestros padres. Una tarde me apersoné por donde sabía que él traficaba y le dije:
— Esta es la última vez que te aviso; si tú vas a la cárcel, me dolerá a medias por el amor que le tengo a tu madre, por acompañarla a ella iré a verte; pero, ojo, si por tu culpa me sacas a Sinto de casa y hace algo por lo que la policía y un juez se lo llevan, te juro que te mato, aunque me vaya a la cárcel para toda la vida.
— Claro que sí, no me extrañaba nada esto, tú, maricón, y Sinto que está saliendo también de maricón, tenías que emprenderla conmigo; préndete a tu padre que os ha dado el gen del mariconerismo.
Iba a darle una bofetada y se puso no sé quién por medio y mandó a mi hermano Gonzalo lejos, luego me dijo que no me quería ver más por allí y le dije:
— En serio, si Gonzalo no deja tranquilo a Sinto, correrá sangre. Díselo, quiero que lo sepa. Ya la tengo preparada y conozco los fallos de Gonzalo mejor que tú.
— No sabes dónde te estás metiendo.
— Sí lo sé, por eso te lo digo, dos palabras mías y la mitad de vosotros os cagáis en vuestros pantalones y la otra mitad huirán, porque los jefes son siempre cobardes, —dije esto sin pensarlo bien, como de película.
La verdad es que cuando regresaba a casa para decirme a mí mismo lo satisfecho que me había quedado, solté un par de pedos de esos que ni se notan, pero yo sí noté la humedad en mi trasero. Estaba asustado y por mi manía de usar jockstraps había embreado de mierda los pantalones. Llegué a casa y me duché para cambiarme. Yo mismo lavé mis pantalones y mis jockstraps porque las cintas se habían ensuciado.
Pero ya no supimos nada de Gonzalo hasta tres años más tarde, justo el año que Sinto ingresaba en la Universidad. Pidió a su madre si podía vivir con ella y como nos daba pena, a todos nos pareció bien. Fue entonces cuando Sinto y yo nos acomodamos en una habitación para dejar a Gonzalo la habitación que había ocupado antes. Sinto y yo fuimos siempre los que teníamos que reunirnos en una habitación, pero antes, cuando éramos más pequeños era todo acostarnos y dormirnos hasta que mamá Martina nos despertaba, pero desde que yo dejé el colegio e iba a la universidad ya éramos más independientes. Ahora las cosas cambiaban, porque yo amaba a Sinto, no solo con amor de hermanos, sino que era el chico que me gustaba y me lo estaban poniendo en mi cama hasta que compraran una para él.
Varias cosas concurrían juntas: la estrechez de la cama hacía que nos notáramos incluso la respiración, yo ya me había acostumbrado a dormir desnudo, mi corazón vibraba con solo ver a Sinto medio desnudo, Sinto comenzó a meterse en la cama desnudo como yo, la primera noche no pude dormir porque Sinto se movía mucho y es que no se podía dormir tampoco. Me levanté tres veces a masturbarme y supe que Sinto también se levantó varias veces y supuse que le pasaría otro tanto. Por fin concilié el sueño entre pajas y cansancio y nos levantamos tarde, suerte que era sábado.
A la hora de comer estábamos todos, los cinco, pero Gonzalo estaba muy callado y no hice nada por mostrar curiosidad acerca de lo que había pasado para que Gonzalo regresara. Sinto quiso preguntarle algo y por debajo de la mesa con mi mano quería indicarle que callara, pero infortunadamente no le di al muslo sino a los huevos, y se puso a reír como si fuera un ataque entre risa y tos. Así hubo silencio al respecto.
Apenas habíamos comido Gonzalo se encerró en su habitación y los demás pasamos a la sala para ver televisión. Como se trataba de una serie de drogas, el cartel de Medellín y tal nos fuimos a nuestra habitación también. Nos acostamos hablando sobre la cama, mientras hablábamos nos pusimos de costado mirándonos. Sinto me pareció más hermoso que nunca, tenía la cara bonita, pelo muy negro y ensortijado, las cejas rectas y los ojos de su madre, muy verdes, su nariz recta y ancha en la parte inferior, sus alas son perfectas e iguales y muy anchas y abiertas, su boca grande con labios gruesos y dientes muy blancos como los míos. Es muy guapo y me enamora. estando hablando acostados y de cara le gasté un broma sacándole mi lengua como de burla, abrió su boca, sacó su lengua y la juntó con la mía —cuesta menos de hacer que de contar—, me sorprendí, iba a retirar la lengua, pro la mantuve, nos sonreímos y noté que la humedad de nuestras bocas aumentaba y poco a poco corría la saliva muy líquida de ambos por la lengua y por la comisura de los labios, enderezamos las lenguas y nos las metimos en nuestra boca, cerrándola con nuestros labios con el beso más largo que hasta ese momento había conocido, nuestras lenguas, en la oscuridad de nuestras bocas se hicieron muy atrevidas e iban alternando de boca y de vez en cuando parábamos para respirar. ¡Qué buen sabor tiene mi hermano Sinto!
Mi polla había despertado y la sentía muy cohibida dentro de la ropa. Toqué con una mano la zona genital de Sinto y estaba también totalmente empalmado. Abrió sus ojos, le guiñé el ojo y sacó su lengua de mi boca. Me enderecé y comencé a desnudarme, Sinto hizo lo mismo, nos tumbamos totalmente desnudos, nos abrazamos con los dos cuerpos muy unidos, cara con cara y en permanente beso, brazos de ambos por la espalda del otro, las dos pollas enterradas en nuestra zona púbica y restregándose una con la otra con nuestros movimientos apasionados, las piernas cruzadas sin dejar de movernos, y sin tocarnos los huevos ni la polla, al rato largo de gozar apegados uno al otro comenzó un largo orgasmo casi simultáneo que llenó nuestro abdomen de lefa. Estábamos cansados y sudados de apretarnos y nos separamos para ver el desastre, totalmente impregnados sin saber qué era de quién. Con dos dedos como cucharilla, recogí del abdomen de Sinto, me lo puse en la boca, gusté, me gustó, recogí de mi abdomen y le di a Sinto, lo engulló con avaricia y avidez. Luego me dio a mí de su abdomen y seguimos todo el rato dándonos, hasta que quise lamer su cuerpo y en un 69 involuntario nos limpiamos nuestro cuerpo con la lengua.
Como nos supo a poco, alargamos la boca a nuestras pollas. Esta vez lo inició Sinto y yo le seguí, pero pronto levanté la mano y le fui pasando mis dedos mojados por el orificio del culo, hasta que metí un dedo muy poco a poco y comencé a meterlo y sacarlo, no se quejó, movía su cuerpo a espasmos y noté que se venía, cerré bien mi poca en torno a su polla y comenzaron los chorros disparados por su polla, con mi dedo seguía hurgando adentro y afuera. Yo estaba ya muy caliente y cuando Sinto metió su dedo en mi culo, como yo estaba totalmente distendido, lo clavó de inmediato, me dolió un poco, pero no tarde en disparar, Sinto con su gran boca no tuvo ninguna dificulta, nos enderezamos juntos y nos abrazamos, el beso nos dio un nuevo y agradable sabor en la boca y le dije:
— ¡Mi querido Sinto, qué guapo eres y qué bueno estás!
— A ti se te nota que vas al gimnasio, eres puro cuero… —me dijo Sinto con una sonrisa de satisfacción.
— Tu cuerpo no tiene nada que envidiar, pero te iría bien venir a mi gimnasio, —le dije.
— Hecho; ¿y ahora qué?, —preguntó
— A la noche lo decidimos, ahora salgamos a dar una vuelta y luego nos vamos al cine, —le respondí.
Fuimos al cine, nada interesante, pero en la oscuridad nos tocamos y nos divertimos bastante. Al acabar la película, nos regresamos a casa, a cenar y a ver la televisión con nuestros padres. Gonzalo cenó y se metió en su cuarto. Los cuatro conversamos pero nadie tocó el asunto Gonzalo. Nos fuimos a la cama. Era lo que deseábamos Sinto y yo. Cuando nos desnudamos, nos metimos bajo la sábana para dar más morbo a la situación. De repente, me para Sinto y me dice:
— ¡Quiero que me la metas!
— ¿Seguro?
— Quiero que me poseas, hazme tuyo —dijo con la cara seria.
Eché la sábana al suelo, le besé como sabíamos hacerlo y, soltándose de mi beso, se me puso como perrito, comencé instintivamente a comerle el culo y a meter la lengua, noté que suspiraba, gemía cuando pasaba la lengua y apretaba con la yema del dedo, y me dijo:
— ¡Déjate de mariconadas, estoy viendo tu polla dura, ¡¡métela dentro de mí!!
Puse mi polla acariciando su culo y escucho:
— ¡¡Métela, joder, métela de una puta vez!!
— ¿Quieres eso, maricón?, pues toma.
Y la inserté de una vez casi entera, gimió fuerte pero tuve tiempo de meter mi mano en su boca para que no se escuchara. Tras un momento de quietud, cuando noté que se había acostumbrado continué manteniendo la mano en su boca y la metí del todo. Se derrumbó y se cayó como aplastado sobre la cama y mi polla a la fuerza salió de su culo. Respiró profundo y comenzó a ponerse en la forma del perrito, pero le di la vuelta, puse sus tobillos sobre mis hombros y mirándonos, le metí poco a poco mi polla en su interior y no le costó nada asumirla. Me quedé quieto, me sonrió, le sonreí y comencé los movimientos de mi pene, al comienzo moviendo mi trasero circularmente y muy lento para que lo gozara y luego comencé a follarlo con mayor velocidad. Ya no podía yo aguantar más e iba a comenzar a eyacular y dije:
— Me voy, me voy, voy a salir pa…
— ¡No salgas, la quiero dentro!
Continué y descargué no sabría decir cuánto, pero me quedé exhausto y al que iba a caer encima de él, se vino también Sinto muy abundante, sobre mi cara cayó un chorro y los demás en sus piernas, mi abdomen y finalmente se empapó su pubis con las últimas gotas. Apretaba con su ano mi polla como si no quisiera que me saliera. Y me dijo:
— Ahora me siento lleno de ti, gracias, eres un amor. Esta no ha de ser la última vez.
Verle la cara de alegría y satisfacción me hizo echarme a su cuello y a su boca, llenarlo de besos y se salió involuntariamente mi polla de su culo. Nos quedamos abrazados hasta dormirnos.