Era una calurosa tarde de verano y recibí un mensaje de mi mecánico pidiéndome vernos que salía antes del taller. Sin pensármelo dos veces acepté su invitación, me puse las mallas y los tirantes, cogí el coche y me fui a nuestro punto de encuentro. Nuestro sitio era bastante discreto y perfecto para nuestras quedadas.
Cuando llegué allí ya me estaba esperando. Movimos los coches hacia el final de nuestro sitio para apartarnos un poco de la carretera y así escondernos. Se bajó antes que yo y se acercó a mi coche. Nada más salir de mi coche, cerré la puerta y me dio un apasionado beso apoyándome sobre la puerta del coche. Durante un rato subíamos la temperatura a besos y suaves caricias que se hacían menos inocentes según pasaban los minutos.
Mis manos empezaban a perderse bajo su camiseta mientras las suyas agarraban con fuerza mis nalgas sin despegar nuestros labios. Sin esperar más, le quite la camiseta bajando mis labios para mordisquearle el cuello sacándole los primeros suspiros de la tarde. Pronto me arrancó mi camiseta y el sujetador para perder sus labios entre mis pequeños pero juguetones pechos. Los primeros suspiros comenzaban a salir de mi boca mientras él acariciaba mis pechos, mordisqueaba mis pezones y se perdía por mi cuerpo.
Lentamente nos desplazamos a la parte delantera de mi coche y con un suave empujón me subió sobre el capó para acto seguido quitarme mis mallas y mi tanga y perderse entre mis piernas provocando que de mi boca salieran sendos gemidos que cada vez iban en aumento. Sus dedos acariciaban mi clítoris en círculos mientras su lengua se perdía dentro de mi vagina. Mis primeros orgasmos llegaban en ese momento.
Tras varios orgasmos, me dejé caer del capó y lo apoyé a él contra el coche para buscar bajo su pantalón algo que ya llevaba un rato duro. La saqué y lentamente la acaricié con la yema de mis dedos mientras acercaba mi lengua. La recorrí entera con mi lengua antes de llevármela a la boca y hacerle una de mis ricas mamadas con la que sus primeros gemidos harían acto de presencia. Sus gemidos, sus ojos en blanco y sus manos sujetando mi pelo hacían ver que estaba disfrutando de aquel maravilloso momento.
No aguantaba más. Me levantó, me dio la vuelta haciendo que pusiera mis manos sobre el capó y sin previo aviso metió su polla hasta el fondo de mi vagina. Aquella tarde nos apetecía hacerlo duro y nuestros gemidos eran cada vez mayores según me la metía mientras me propinaba algún azote. Cambiamos de posiciones hasta que, sin poder evitarlo más, dejó resbalar todo su semen sobre mi abdomen antes de que yo me arrodillara para llevármela a la boca. Pero aquello no terminó allí. Él quería más. No tardó en volver a ponerse duro y esta vez su polla fue a terminar dentro de mi culo que estaba sin explorar previamente. Al principio fue dolor, pero pronto llegó el placer hasta que tras un rato me agarró fuerte contra su cuerpo y acabó corriéndose dentro de mi culo sin poder evitarlo.