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El lunes pasado (Continuación)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

-¿Por qué no le dices a tu padre, que te quedas a pasar la noche?

– ¿Quieres que me quede?

– ¡Por supuesto!

Dejé caer las manos, y agarrándole por las ingles, aumenté el ritmo y la fuerza de mis envites.

-¡Agh!… ¡Agh!… ¡que me corro!… ¡buhhh!… ¡uff!

Quique acababa de correrse, aunque yo seguí pegándole zambombazos.

Después de correrme, yo también, le abracé y esperé hasta que terminé de vaciarme; y luego, me lo llevé hasta el sofá; y nos dejamos caer sobre él. No pude evitar volver a acariciarle.

– ¡Me gustas mucho!, nene. Lo sabes, ¿verdad?

Acurrucado junto a mí, me miraba y se dejaba hacer…

– ¡Oye, Quique! Podemos follar toda la noche…

… ¿si quieres?, claro!

Levantó la mirada; y me clavó los ojos.

– ¡No tienes huevos!

– ¡Ah!, ¿no? De momento, ¡vamos a ducharnos!, ¿vale?

– ¿Y?

– ¡Nos vamos a cenar!, que tengo hambre.

Todavía no eran las 21:30; así que, pasamos por el autoservicio de la esquina y pillamos unas cervezas.

– ¿Nos hacemos un chino?, o ¿llamamos a un Pizza Hut?

– Prefiero un chino.

– Entonces, vamos a dejar las cervezas en casa. Y luego, vamos a la Estación, que esos se lo curran de puta madre, ¿vale?

– ¡OK!

Pero, después de dejar las cervezas; y ya abajo, en el portal, nos encontramos con mi vecino…

– ¡Coño, Lucas!, ¿tan pronto en casa?

– ¡Si!, pero solo he venido a cambiarme. Esta noche, se quedan mi cuñada y mi sobrino.

Le miré sin entender bien de que me hablaba; y levanté las cejas…

– Es que, hemos tenido que hospitalizar a mi mujer.

– ¿A tu mujer?

– ¡Si!… esta mañana.

– Y, ¿eso?

– Pues, que se ha roto la cadera.

– ¡Vaya! ¡Joder!, cuanto lo siento, ¡de verdad!

– ¿Es tu nieto?

– ¡No! Es el hijo de un compañero de trabajo, que ha venido a echarle un vistazo a mi colección de discos, para un trabajo que tiene que hacer para la universidad. ¡Ya sabes!…

– ¡Hola!, ¡encantado!; y le ofreció la mano a Quique.

– ¡Mucho gusto!

– ¡Bueno! Pues, nosotros vamos a la Estación, que a este se le ha antojado cenar en el chino.

– ¡Ah!, pues…

… ¡ahora, nos vemos! Justamente, estaba pensando en ir para allá. Me gusta la comida china, ¿sabes?

– ¿Te esperamos, entonces?

– ¡Si no os importa!

– ¡No!, no funciona; le dije a Lucas, cuando vi que pulsaba insistentemente sobre el número 3 de la botonadura del ascensor.

– ¡joder!, que mala leche, ¡coño! Con las pocas ganas que tengo de subir escaleras.

Y, me di cuenta de lo que acababa de decirle a Lucas.

– ¿Has oído lo que le he dicho a Lucas, Quique?

Me miró, y se quedó un rato pensativo.

– ¡Andá!…

… pues ¡es verdad! Es perfecto.

Y, enseguida, sacó el móvil del bolsillo.

– ¿Papá?…

… ¡oye!, que me quedó a pasar la noche con Pepillo…

Al llegar, nos colocamos en una de las mesas del fondo, junto a la cristalera; y esperamos a que llegara Lucas. Y cuando uno de los camareros se acercó a atendernos…

– ¿Lo de siempre?

– ¡No!, yo quiero una sopa de nido de golondrinas, para empezar.

– Chupsuey de verduras y gambas con bambú y setas chinas. ¿Os parece bien?, continuó Quique.

– ¡Por mi, si!… dijo Lucas. Pero, añade arroz frito tres delicias, y un rollito de primavera ¿vale?

– ¡Vale!

– ¿Y para beber?

– ¿Agua?

– Si, agua.

– Para mi también, dio Quique.

Me llamó la atención ver como Lucas se quedaba mirando a Quique: y empecé a desear que se quedara con nosotros a pasar la noche.

– ¿Te apetece una copa, en casa, Lucas? Quique y yo, estamos solos.

Y volví la cabeza, para mirar a Quique, con un gesto bastante elocuente (con el que le preguntaba si le parecía bien).

– ¡Por supuesto!

– ¿Que dices?, Lucas… ¿te apuntas?

– ¡Ah!, pues si. Me apetece. ¡Muchas gracias!

Entonces, sacó el móvil; y llamó a su cuñada…

– ¡Oye!, ¿hasta qué hora vais a estar, mañana?…

… ¡vale! ¡Gracias!, Lola.

Y luego, curiosamente, llamó a Vicente, el portero:

– ¿Vicen?…

¡Oye!, que voy a tomarme una copa con Pepillo. Luego, me paso ¿vale?…

… si, ahora estoy en el chino cenando con él y un amigo…

… ¡muy bien!… ¡vale!… ¡ahora nos vemos!

– Dile, que cuando lleguemos, nos pasamos a avisarle, para que suba a tomarse una copa con nosotros.

– ¡Que dice Pepillo, ¿que si subes a tomarte una copa?…

… ¡que si!, que invita él… ¡venga!, ¡hasta luego!

No engañaban a nadie. En cuanto les vimos juntos en casa, Quique y yo nos miramos, y nos echamos unas sonrisitas.

Lucas, ronda los cincuenta, pero está muy bueno. Y, claro, el portero le ha debido de echar el anzuelo; y ha picado.

¡Vamos!, que se lo está follando, fijo.

Me dispuse a servir esas copas; y al abrir el mueble bar, me di cuenta de que Quique volvía a curiosear entre mis cosas.

– Lucas, ¿que se te antoja?

– ¿Puede ser un Gin Tonic?

– Puede ser.

– A mi otro, ¡por fa!, dijo Vicente muy resuelto.

Y se me escapó un guiño, mientras miraba a ver si me quedaban tónicas.

– Y ¿tu?, Quique. ¿Qué te pongo?

– Yo solo quiero, una Coca Cola. ¿Te quedan?

– ¡Por supuesto!

Y, de repente, empezó a sonar 24K Magic, de Bruno Mars, a buen volumen…

Quique había cogido el iPad; y lo había amplificado a través de la barra de sonido.

– ¿Te importa? Me preguntó mirándome a los ojos, mientras empezaba a mover las caderas, dando pequeños saltos y algunos pasos de baile.

¡Qué preciosidad! ¡Qué sexy es, este cabrón!

Lucas y Valentín, le miraban con los ojos abiertos de par en par.

– ¡Guauuu!, dijo el portero…

Y Quique, empezó a darnos de filar…

Completamente encendidos y entusiasmados, por el bailecito que se estaba marcando Quique, nos concentramos en mirarle…

… y poco a poco, fue quitándose la camiseta, sin dejar de mover el culo. ¡De una forma!… ¡ufff! , ¡Madre, que cosa!.

Hasta, que logró engancharnos.

– ¿Y este chaval?, pensé…

¡Pero, como se lo monta, el cabrón!…

Nos tenía babeando; mientras exhibía ese cuerpo, absolutamente descocado. Y claro, Vicente le echaba mano, en cuanto tenía oportunidad. Cosa que, por lo visto, a Quique le gustaba.

Total, que terminó echándoselo encima; para repartírselo con Lucas. Y entre los dos, lo tumbaron en el sofá y le dejaron en bolas; se les veía muy acelerados.

Lucas le había cogido de los pies; y le mantenía con las piernas en alto, para que Vicente le diera lengua a sus anchas.

– Te gusta esto, ¡eh! cabrón, le decía Lucas.

Yo ya había terminado de preparar las copas; así que, decidí sentarme en un sillón, a mirar el espectáculo.

Pero, Lucas soltó sus piernas y se desnudó.

Entonces, Vicente, lo sentó sobre sus rodillas y empezó a follárselo, bien apretadito.

Yo, al ver a Lucas desnudo, me puse muy burro; y empecé a desnudarme como un autómata, sin dejar de mirarle. No podía imaginar que mi vecino estuviera tan bueno, ¡coño! ¡Qué cuerpazo, tiene el cabrón!

Me acerqué a él; y empecé a pasarle la lengua por la espalda, sin dejar de sobarle. Y con verdadero ansia le repasé la raja del culo.

– ¡Que ricas nalgas tienes, cabrón!

Giró la cabeza, para mirarme, sonriendo; mientras lo sacaba y lo movía, revoltoso.

Y no me lo pensé dos veces. Le metí un par de dedos, bien cargados de saliva, y me puse a dilatarlo.

Luego, le abracé; y se la deje en lo más profundo, mientras le acariciaba el pecho y mantenía un tranquilo movimiento de la pelvis con la cabeza apoyada sobre su hombro.

Sentir el calor que su cuerpo y ese olor a macho, me tenía en órbita.

¡Qué rico está Lucas!… nunca lo hubiera imaginado.

Empecé a aumentar el ritmo y a tirar de sus caderas, para apretármelo bien en ese mete y saca, tan excitante, hasta que sentí a Vicente detrás mi, dejándome el rabo entre las piernas, con evidente intención.

Dejé que me la metiera, absolutamente encantado, e iniciamos un mete y saca, enganchados como si fuéramos perros callejeros.

¡Qué placer!, ¡joder!

La noche acababa de empezar…

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