Mi hija es una joven y apetecible mujercita, con todas sus hormonas a full, alborotadas y exultantes, con todas las ganas de realizarse, cumplir el desafío que la naturaleza, perder la virginidad para ganarse el título de hacerse mujer. Entregarse al hombre de sus sueños para que sea él quien desflore su virginidad, pero este acto representa algo más que una relación sexual, involucra sentimientos y emociones que no está dispuesta a regalar al primero que se le cruce, tiene la idea y la decisión de hacerlo con quién ella cree merecer todas sus consideraciones: su papi.
Es joven pero decidida a cumplir los objetivos propuestos, había armado la forma y el modo que se entregaría al hombre elegido, el resto de la trama fue obra de las circunstancias totalmente causales y preparadas para dejar de ser virgen.
Con todas la ganas en ebullición, la cerveza y tener toda la noche solo para nosotros, fue la tormenta perfecta que para romper los códigos morales, transgredir preceptos bíblicos, derribar todas las objeciones de conciencia y déjame llevar por la pasión y el desenfreno.
Suele decirse que la ocasión hace al ladrón, yo agregaría que la provocación a la perversión.
Esa calurosa tarde de verano me había quedado solo en casa con mi adolescente hija. Su juventud amerita una satisfacción sexual con carácter de urgente, el cuerpo pide calmar esos deseos que la inquietan hasta la crispación, las ganas florecen como la primavera, sobre todo en esa acalorada tarde, que se había sacado la musculosa y el short para quedar solo con esa pequeña bombacha blanca, tendida en la reposera para recibir sobre la tersura de su piel las caricias del sol.
Mientras disfrutaba de una cerveza helada, me había quedado absorto contemplando la anatomía de la nena, tendida boca abajo. No comprendo bien qué fue lo que me sucedió, por un momento me sentía atraído por ese cuerpo virgen y juvenil casi desnudo, con abstracción de la relación paternal, más aún diría que en ese momento me había perdido en mi propia lujuria, estimo que la excitación y calentura habría sido a consecuencia de un tiempo de abstinencia sexual.
Sin darme real cuenta de la situación, me encontraba siendo protagonista de una situación inédita, jamás imaginada, ni aún en la más afiebrada de mis lujuriosas fantasías, pero… la vida tiene esas sorpresas, escollos y pruebas que no siempre podemos eludir, esto que me estaba pasando era una prueba palmaria de que la visión lúdica de ese cuerpo había activado mis fantasías y ahora se habían convertido en una arrolladora locomotora fuera de control.
A mis sesenta y algo más los vivo a pleno, con toda la pimienta, la sesión de gimnasia y la adicción casi compulsiva por el erotismo y el sexo es el motor que hace que la vida tenga sentido de ser disfrutada a pleno. Ser opend mind me permite adoptar una postura filosófica frente a la vida, tomarme algunas licencias sin demasiadas culpas, esos son los antecedentes necesarios para conservar el carácter jovial para ponerle una sonrisa al desafío cotidiano. No tengo ningún prurito si en alguna ocasión debo recurrir a un “ayudín” para sustentar la “autoestima” y hacerle frente al desafío de la carne joven, platillo preferido en la mesa gourmet de la diversidad femenina. Loly, mi hija, reúne todos estos atributos, joven, virgen, inexperta y sobre todo había heredado esta pasión compulsiva por el erotismo y el sexo.
Loly se había bajado de la reposera, ahora tendida en el piso de la terraza, sobre una lona, giró para regalarme una sonrisa, haciendo gestos con la mano de que me acercara a ella, invitándome a compartir el mismo sol.
– No, gracias hace mucho calor, mejor voy por otra cerveza.
– Me traes una, papi.
– So chica para tomar.
– Vamos, si sabes que cuando estoy con mis amigos tomamos. Tráeme una, no te hagas rogar…
Volví con dos, un instintivo chin chin, sentado a su vera, compartimos la rubia espumosa. Se sentó sobre la loneta, y me regaló esa sonrisa franca y desprejuiciada, pícara y atrevida, exhibiendo el torso desnudo.
Disfrutaba ponerme incómodo, al menor intento por salirme de la escena, me retuvo tomándome de la mano.
– Porfa! Quédate, no me dejes sola. (haciendo pucheritos) – a qué le tienes miedo? A mí o a vos?
No supe qué responder, la verdad había sido precisa, me tenía miedo a mí, la situación se estaba saliendo de los carriles de la relación padre hija, no estaba preparado para situaciones como esta.
– No me tengas miedo, no te voy a complicar la vida, solo necesito estar contigo, sentirte cerca, eres mi papi, no puedes evitarlo, nadie sabrá de esto, es un secreto entre los dos. También estoy algo nerviosa, sentí como me late el corazón.
Me llevó la mano hasta posarla sobre su pecho, sin darme cuenta más que sentir los latidos estaba tocándole la teta. Tiene unas deliciosas tetas, pequeñas como limones según sus dichos, pero bien erguidas y vibrantes, con esos pezones pequeños pero súper erectos como picas de lanza preparados para el ataque.
Su mirada suplicaba contención, leve sonrisa, su boca se dejó estar cerca de la mía, en ese instante todo se me volvió incomprensible, como si una nebulosa turbara mi capacidad de razonamiento, la pasión emerge arrasando con las prevenciones, derribando obstáculos.
Su mirada certifica y avala el roce de labios, fue un beso en la boca, inocente e instintivo, sin sorpresa, tampoco el siguiente y un tercero no tan inocente, lleno de fragor y deseo. Los valores subvertidos descartaba cualquier atisbo de retroceso, de ahora en adelante solo eran un hombre mayor y una mujer joven dejándose llevar en la vorágine pasional del fragoroso deseo de consumar el acto sexual.
Se dejó tender sobre la loneta con mi cuerpo cubriendo el suyo, las bocas unidas, las lenguas frotándose respirando el aliento del otro. El abrazo efusivo, mucho, hacía subir los colores a las mejillas de mi nena, inyectadas de repentino rubor, el candor de la inocencia se consumía en la incandescente brasa de la lujuria.
La situación amerita salir cuanto antes de la terraza, en brazos tomada de mi cuello, y a su pedido, la lleve al dormitorio, dejé sobre el lecho mientras me deshacía de las ropas quedando solo en bóxer.
De pie, junto al lecho la observo en la plenitud sexual de una hembra consumada esperando a su hombre, flexiona las rodillas y las eleva, con un gesto me pide que le quite la bombachita, eleva las pantorrillas para facilitar la tarea. Abre sus piernas, me ofrece la magnífica e inquietante vistas del cofre mágico y virgen de su juventud palpitante, totalmente depilado, labios abultados, el clítoris coronando la magnificencia de una virgen ofreciéndose para que su papito sea su primer hombre, el que entre en ella haciéndola mujer.
Me hubiera demorado un siglo contemplando esta nívea vestal entregándose a su hombre. Pícara y atrevida me invita a tomarla, abriendo las piernas me llama para que me acerque a su sexo, sin más voluntad que la calentura acepto incondicional, mi boca junto a su boca, inundo mis sentidos con su aroma de hembra, enreda sus dedos en mis cabellos y me lleva la cara entre sus piernas, siento en mis labios el húmedo sabor del deseo palpitante de su conchita sedienta de acción.
Metí mis manos debajo de las nalgas, elevando la pelvis, incrusté mi boca en su sexo, elevó sus piernas hasta quedar con sus talones sobre mis hombros, ofreciéndome el ángulo preciso para comenzar a comerle la conchita.
El deseo ríe en su sonrisa vertical, se inflaman sus labios en el boca a boca, besos tibios, húmedos, los gemidos coronan la mansa entrega devolviendo favores con jugos de vida. Los gemidos me llegan lejanos, distantes, como de otra galaxia, la agitación de su cuerpo expresa con fidelidad la dimensión del incipiente orgasmo, onda expansiva, urgente y avasallante la invade, trastorna y agita sin poder dar crédito a lo que le sucede.
– Ah, ahhhh… Uffff qué bonito, qué bonito, papiiii
Es más que obvio que es su primer orgasmo, por eso mismo no puede ni sabe de qué modo responder a estos estímulos inéditos, el desahogo de la carne, liberación volcánica de la tensión interior acumulada desde el mismo instante que comencé a acariciar su cuerpo. Acompañé esos momentos únicos, apoyando mis labios sobre su sexo, dejándola reposar en esa meseta para recobrar el aliento, permanezco en el epicentro de todos sus temblores, el centro de sus deseos vibra en mis labios húmedos de jugos, al límite de sus fuerzas, me aprieta contra sí y grita:
– Basta, basta ya! Papi, cógeme, cógemeee. No puedo más, sabes que soy virgen, quiero… necesito que seas vos quien me desvirgue, que abra mi flor, que me hagas mujer. Nadie mejor que vos merece este premio, hacerme tu mujer. Lo quiero, lo necesito, no me aguanto más, solo será un secreto entre los dos, lo quiero completo, com-ple-to, con todo, que me des tu lechita, en un par de días me viene la regla, así que podes venirte dentro, necesito sentirte todo.
Me arrodillé, desnudo para que pudiera tocar el objeto de su deseo, el miembro de su papi, el artífice que la hará mujer. Disfruté sentir la admiración y el regocijo al sentirme latir en su mano, una breve sesión de caricias y frotamientos, un beso fugaz y se dispuso a entregar su tesoro más preciado: la virginidad.
Me sentía obligado a tomar todos los recaudos y precauciones para que esta primera vez fuera algo para recordar y disfrutar.
Una almohada bajo sus nalgas, eleva la pelvis y ofrece al comodidad de una penetración franca y profunda, y besos en sus labios vaginales hinchados y latiendo por la ansiedad de ser estrenados por la verga de su papi. Le pedí que separe los labios de la vulva, arrodillado tomé el miembro en mi mano, frotándolo, tomando contacto con la profusa humedad, el glande tomo lugar entre los labios. Lento y suave vaivén para sentir los latidos se mi nena, las manos aferrando sus caderas para poder impulsarme en ella y al mismo tiempo evitar se pueda escurrir hacia arriba cuando sea intensa la penetración.
Afirmado comencé a penetrarla, suave vaivén, llegando hasta ese velo que se resiste a ser vulnerado, es un juego cargado de ansiedades del macho pugnando por atravesarlo y de la hembra con la incertidumbre de no saber cómo será ese tránsito a la condición de mujer plena.
Los ojos de la nena adquieren el brillo y la dimensión de la desmesura, inquieta y ansiosa por sentir la carne del hombre dentro de su carne. La ansiedad de ella es el estímulo para afirmarme en sus caderas e impulsarme despacio pero con fuerza y la intensidad necesaria para sentir como la potencia de la pija puede abrirse paso en ella, desgarrar el himen, leve retroceso y un segundo envión lo atraviesa por completo, un tercero, a fondo fue el esfuerzo necesario para penetrar totalmente la verga y quedarme quietecito dentro de su sexo para que su anatomía se adecue al tamaño de la mía.
La tensión de ambos había llegado al máximo, casi diría que podíamos escuchar los latidos del otro, el silencio era la medida elocuente de la emoción de este momento único e irrepetible. El proceso de la desfloración lo hicimos dentro del más absoluto silencio, solo turbado cuando ella no pudo contenerse y gritó al sentir como su hombre rompía el sello de la virginidad.
– Ahhhh, me… me… rompiste papi, Ufff, duele, dueeele, pero… sigue, por favor sigue…
Llegado al fondo me retuve dentro, conteniendo la respiración, apretado contra su sexo, metido en su carne. Me miré en sus ojos abiertos de par el para, propios de quien se asombra al experimentar sensaciones que aún no aprendió a procesar, los miedos dieron paso a la ansiedad, ésta al dolor lacerante del desgarro que va desgranándose en latidos que abrigan al miembro de su padre abriendo sus carnes.
Siento como su cuerpo vibra y se agita, la crispación de la ansiedad se diluye, se afloja para dejar lugar a que su hombre pueda terminar la faena de hacerla mujer.
Comencé a moverme despacio, agitándome dentro, saliendo hasta la puertita, y volviendo a entrar a tope, el movimiento de metisaca se produce incesante, rítmico, los gemidos conllevan la condición de los dolores y la incomodidad de la primera vez, pero la calentura comienza a atenuar las molestias, hasta animarse a moverse, elevando su pelvis para ofrecerse con intensidad en una cogida lo bastante salvaje para conmocionarla.
De pronto nos olvidamos de todo, y el acto sexual fue tomando la intensidad de un polvo con todos los atributos de una gran cogida.
Tampoco era el momento para prolongar tanto como me gusta, para una primera vez no era necesario hacerlo tan largo, el bombeo abría de par en par sus músculos preparándola a mi gusto, acelero los movimientos, me concentro en buscar todas la formas y modos de producirle el máximo placer, poniendo en práctica la experiencia para que este momento se guarde entre sus recuerdos más entrañables.
En pleno metisaca la nena comienza a experimentar el trance de sentir como la inquietante excitación se va traduciendo en latidos vaginales, signos inequívocos de la ebullición interior, a liberarse en movimientos descontrolados, la crispación propia de cuando la intensidad de la emoción está en conexión con el más allá. El desahogo de la carne, la liberación volcánica de la tensión interior acumulada durante todo este momento de sumar excitaciones en continuado.
– Ahhhh, papiiiiii
El trance propio del orgasmo pudo más que ella, se dejó llevar por esa sensación liberadora, tensando músculos y tendones, agitando el cuerpo y vociferando palabras sin sentido, gemidos y grititos. Las manos aferradas a mis hombros, clavando la uñas en mi piel como forma de expansión en el desborde emocional.
– Nena, me voy, me voyy
– Sí, síiii, papi, vení, vení dame tu leche.
Los agotadores enviones de verga, intensos, a fondo, luego sosteniéndolo bien a fondo el leve movimiento para permitirme derramar el semen dentro del virginal estuche.
– Uffff qué polvo le dejé a mi nena.
– Síiiii, mi primera leche papitoooo
Me salí de la nena, temblando por la emoción de haberla hecho mujer, quedé, arrodillado, como orando a la virgen que había dejado de serlo. Podía ver y sentir como la conchita comenzaba a dejar escurrir los primeros vestigios de sangre producido por el desgarro del himen con una parte del semen comienza a escurrirse de la conchita desflorada por su papi.
La acompañé al bidé, para higienizarse y dejar escurrir el resto de la sangre virginal, mientras la lluvia de agua tibia calma las molestias propias de su primera vez, aprovecha para lamer de mi verga los restos de semen que había fabricado para ella. Volvimos al lecho
Volvimos al lecho, nos quedamos abrazados, y lo que sucedió después será objeto de otra historia.
Fueron momentos que no se pueden describir, no alcanzan los adjetivos para calificar esos instantes cargados de erótica emoción, ahora tenemos un doble lazo de sangre, por haberla engendrado y por haberla desvirgado.
Loly y el papi esperan tu comentario en [email protected] para contarte el resto de la historia.
Lobo Feroz