No sabría decirles en qué momento comenzó todo, pero lo que sí tengo muy presente, es cómo comenzó.
Siempre me destaqué por la habilidad de darle a mi suegra masajes para mitigar el dolor que -desde años atrás- sufre a causa de problemas óseos y circulatorios. El diagnóstico de la enfermedad es algo en lo que los médicos no se ponen de acuerdo y para nuestro objetivo tiene poca o ninguna importancia.
El dolor y la ineficacia de los calmantes obligaban a mi suegra a solicitar con frecuencia los mencionados masajes, sesiones que exigen un considerable desgaste de energías con el agravante de ser nada entretenidos; todos tratábamos de evadirlos al máximo de lo posible.
Era frecuente encontrarla postrada en la cama, con lágrimas bañando sus ojos y entonces era imposible escaparse; con desgano me oía decir:
-¿No quiere que le dé un masaje?
La adolorida mujer se incorporaba, se sentaba en la orilla de la cama o en un pequeño taburete, bajaba su blusa hasta la mitad de los hombros y se disponía a recibir el ansiado masaje -todo como una autómata. Las palmas de mis manos recorrían las zonas afectadas -refriega y refriega- durante diez o quince minutos, hasta que se perdía el lubricante utilizado para el efecto o hasta que mis manos se adormecían por la actividad, era una dulce melodía escuchar a mi suegra decir:
-Creo que es suficiente, ya debes estar cansado…
Sí, ya estaba cansado aún antes de comenzar. Un pequeño aliciente durante los masajes era ver una pequeña porción de ese par de enormes y voluminosos pechos que mi suegra ostenta.
Las fotos que he visto de cuando ella era joven me han hecho fantasear varias noches. Mujer de baja estatura, pelo corto de color negro, ojos marrón, labios algo gruesos formando una boca pequeñita, falda hasta las rodillas que deja apreciar unas pantorrillas gruesas -algo que me fascina-, pero lo más atractivo de ella son un par de voluminosos senos que -a pesar de una blusa muy conservadora- se muestran apetitosos.
Queda ya muy poco de los atractivos de antaño, pero ellos siguen allí; voluminosos, grandes y deliciosos, y habrá que reconocer que con sesenta y pico de años se mantiene bien conservada la condenada de mi suegra, la protagonista principal de este relato que comienzo a escribir después de varias sesiones de masajes y que aún no sé en qué van a parar.
Cierta noche -después de incontables rutinarias y aburridas sesiones de masaje- nos encontrábamos festejando el cumpleaños de un amigo y -con unas cuantas copas encima- me aparecí donde mi suegra y como de costumbre la encontré agobiada por el dolor. Las copitas y el deseo de ver más de esos enormes pechos, me infundieron valor adicional y atrevidamente sugerí:
-Usted lo que necesita es un masaje completo, hay que ablandar todos los músculos de la espalda para que los tendones estén menos tensos, sáquese la blusa y tiéndase en la cama que ahora mismo la dejamos nuevecita.
-¡No! Sólo el cuello refriégame, con eso se me va a pasar el dolor.
-¡Nada de eso! Desvístase ya y apúrese que la música esta buena y yo acá perdiendo el tiempo.
Sus hijas -mi cuñada y mi esposa- estaban presentes y apoyaban mi sugerencia, pues, a decir verdad era algo lógico pensar que su sistema nervioso había logrado poner tensos los tendones, considerando además que es una mujer tendiente a poca o ninguna actividad física.
-Rogelio tiene razón, mamá, además no entiendo por qué tienes vergüenza de él si es casi como tu propio hijo -decía mi esposa.
-¡Cierto! Quién sabe y te sienta bien el masaje y ya no necesitas más de tanto medicamento que tomas cada día y te tiene todo el tiempo aturdida -decía mi cuñada.
-¡Pero, claro! Además, las veces que la he visto en el patio con las tetas colgando -complementaba yo.
Lo cierto es que después de un largo tira y afloja, terminamos por convencer a la suegra y me fui al baño para que se sintiera cómoda mientras se preparaba para el masaje. Al volver la encontré echada sobre la cama con la espalda descubierta y la blusa debajo de su cuerpo, con ayuda de las manos cubría los senos que yo deseaba descubrir, sus dos hijas franqueándole los costados y yo con unas manos temblorosas por el ansia de dar comienzo a lo que tantas veces rehuí con poco éxito.
Las copitas habían aumentado mi grado de valentía y argumentando mayor comodidad, procedí a desabrochar totalmente el corpiño negro y sorpresivamente -para todos, incluyéndome- le levanté uno de los brazos para eliminar por completo la molestosa prenda, proceso que continué con el otro brazo, lo que me permitió por fin descubrir los costados de la voluminosa carnosidad de ambos senos; un pequeño triunfo.
Procedí a esparcir lubricante por toda la espalda y disimuladamente buscaba con la vista el objeto de mi obsesión, todo bajo la atenta supervisión de mi esposa y cuñada, de esa manera comencé el masaje de los músculos de la espina dorsal, los costados, las aletas, los brazos, apretujando bíceps, tríceps y cada parte donde encontraba un músculo tenso.
La sesión de masaje finalizó sin cosas interesantes para rescatar, las hijas de la suegra -esposa y cuñada- estaban presentes y no podía ser más atrevido como hubiera querido, pero ya había dado el paso principal, mi suegra semidesnuda y yo estrujando lo que se me antojara, lo mejor estaba por venir.
El efecto no se dejó esperar; al día siguiente mi suegra estaba con una sonrisa de oreja a oreja y sin dolor que la aquejara, el masaje dio el resultado esperado y el avance hacia mi obsesión era sólo cuestión de tiempo.
-¡Ay yernito! No sabes lo bien que me sentó tu masaje, me siento como nueva.
-Y usted que no quería, tengo mano santa y no la aprovecha.
-Es que me da no sé qué estar desnuda delante de vos, estoy tan vieja…
-¡Bah! Ya le he dicho que no es la primera vez que le veo las tetas colgando, además no está tan vieja como dice, es tan vieja como usted misma se sienta.
-De todas formas, me siento algo rara…
Así comenzó todo, no fue muy interesante pero se constituyó en el inicio de lo que hasta ahora estoy disfrutando al máximo, un erotismo que deja palpitando mi mástil y me brinda unas satisfacciones difíciles de describir, posiblemente no tenga la capacidad de narrar todo lo que disfruto, pero trataré de que quien lea este relato sienta un poco de lo que yo estoy viviendo con mi suegrita.
La sesión de masaje se constituyó en toda una novedad y siempre se encontraba alguien presenciándola, de tal manera me era imposible avanzar hacia mi objetivo y se sucedieron sesiones sin mayores consecuencias, una tras otra sesión me dedicaba exclusivamente a distender la musculatura de la espalda y poco o casi nada podía disfrutar de los carnosos senos de la suegra, hasta que llegó la época cuando los masajes se convirtieron en cosa rutinaria y sin mayor atractivo para los curiosos, era el momento, solos mi suegra y yo.
Había aumentado considerablemente el grado de confianza entre nosotros, no tanto como me hubiera gustado, pero algo es algo. Para sacarse la blusa en mi delante, primero metía uno de los brazos dentro de ella, luego metía el otro para dejar las mangas colgando, sacaba una de sus manos para sujetar con ella la blusa contra sus pechos y con la otra se despojaba de la prenda, culminada la tarea se sentaba en el pequeño taburete y yo procedía a desabrochar el corpiño, quedando totalmente desnuda la espalda y los costados de los senos eran toda una belleza disponible para mi vista. Restaba solamente hacer acopio de ingenio para obligar a mi suegra a ocupar sus manos en otra cosa que no fueran sus tetazas.
Mis manos frotaban la espalda y mi mente trabajaba a toda máquina, traicioneramente los ojos no me permitían plena concentración, pues, a escasos centímetros se bamboleaba un par de carnosos senos a un rítmico vaivén originado por el masaje con las palmas de las manos. No era suficiente, yo necesitaba más.
Bien dicen que el diablo anda suelto o lo que es lo mismo; nunca duerme. En ese momento mi suegra me comentó que a pesar de que sentía mejoría por efecto de los masajes, los brazos continuaban con movilidad restringida y que al moverlos sentía molestias, mejor pretexto para mis necesidades no podía pedirse.
-¡Ah! Entonces vamos a trabajar los brazos.
Tomé su brazo derecho por el antebrazo con la mano izquierda y lo elevé por encima de su cabeza con el codo doblado, mientras que con la derecha estrujaba bíceps y tríceps. ¡Qué momento! Por unos instantes se descuidó y la blusa cayó parcialmente dejando por escasos segundos al descubierto su pecho derecho -exuberante y carnoso, una delicia. Sin descuidar los masajes, mi vista no se desprendía del delicioso espectáculo que se me brindaba a pocos centímetros de distancia, mantenía elevado su brazo derecho y estrujaba los músculos imprimiéndole un rítmico bamboleo.
Me percaté de que la suegra buscaba con su mano izquierda su pecho derecho para cubrirlo y rápidamente presioné el brazo que estaba en mi poder y tomé su quijada para llevar la cabeza hacia atrás con firmeza -nuevo elemento del masaje- y triunfalmente su mano izquierda pareció olvidarse de lo que buscaba, la blusa descubrió más porción de su seno derecho y ya alcanzaba a ver el pezón, con el movimiento impreso parecía un seno bamboleándose a causa de una acalorada culeada, mi picha parecía reventar de lo dura que estaba y en ese momento aproveché para apoyarla en la espalda de la suegra, era imposible que no se percatara de mi estado febril.
¡Toda esa carnosa tetaza a disposición de mi vista! Mi picha queriendo perforar la espalda de la suegra y la complicidad de ella eran dos cosas deliciosamente excitantes, lo prohibido, la carnosidad, su bamboleo, el hecho de que ambos nos comportábamos como si nada estuviera sucediendo, todo me pareció sumamente delicioso, hasta que el maldito timbre sonó estruendosamente; era la hermana menor de mi suegra que venía a visitarla, vaya momento que escogió.
Llegó la tía y se sentó enfrente de nosotros a presenciar el masaje, comenzaron a charlar de sus cosas y no me quedó más remedio que finalizar la sesión con el ablandamiento muscular necesario, mi picha seguía pegada a la espalda de la suegra y se resistía a perder consistencia, en ese estado no podía dar por finalizado el masaje y presentarme ante la tía, aleje mi mástil de la espalda hasta que poco a poco el miembro se perdió entre mi ropa interior; pude sentir cierta humedad en la prenda y en mi órgano, era líquido preseminal.
-¡Listo! Ya tiene para tres o cuatro días.
-Gracias, ahora te voy a preparar un rico té.
-No; me voy, tengo cosas que hacer.
Me dirigí al baño para verificar el estado en que había quedado; la picha no estaba flácida por completo y unas gotitas asomaban, dura tarea tratar de orinar a causa de la excitación experimentada y el recuerdo en mi memoria de ese monumental seno derecho, una delicia que esperaba volver a disfrutar en unos días más.
Las siguientes sesiones fueron una réplica de la última descrita, fueron convirtiéndose en tediosas y yo ya necesitaba algo nuevo, necesitaba ingeniármelas para posar mis manos en esas tetazas y si ella se encontraba sentada me parecía imposible, así fue como convencí a la suegra que los masajes debía dárselos estando ella echada en la cama, después ya vería cómo hacerle para conseguir mi objetivo.
A regañadientes aceptó mi sugerencia y se tendió en la cama con la espalda desnuda, esparcí lubricante y comencé el rutinario masaje. Por más que daba vueltas en la cabeza, no lograba un pretexto válido para tocar esas voluptuosas tetazas, comencé a refregar el trapecio derecho con mi mano derecha y tímidamente -dizque con descuido- posé la mano izquierda en su aleta dorsal izquierda, continuaba el masaje y lentamente descendía la mano hacia la teta izquierda, ya sentía su costado, seguía el masaje y continuaba avanzando con la mano izquierda hacia mi objetivo, ahora era clara la redondez y carnosidad en mi mano izquierda -la suegra no decía nada- pasé a refregar el trapecio izquierdo con la misma mano derecha y disimulando el movimiento de mi mano izquierda con un cambio de posición de todo mi cuerpo, hice una ligera presión para introducir la mano entre su seno y el lecho, apreté suavemente la tetaza que había alcanzado y ya era imposible no darse cuenta que la estaba manoseando a mi antojo -la suegra continuaba sin decir nada-, los dos estábamos sudando y mi mano izquierda mucho más que todo el resto de mi cuerpo, la teta aprisionada también sudaba, todo aumentado por el calor reinante de la época del verano, aun así los dos nos comportábamos como si nada pasaba, ya éramos cómplices.
Estaba embelesado con la teta conquistada, su tamaño, su carnosidad, su tibieza, el sudor que escurría entre las superficies en contacto de la teta con mi mano, toda una delicia que no quería que terminara, pero podía echarlo a perder si me mostraba demasiado atrevido, de esa manera tuve que soltarla -con todo el dolor de mi alma- y cambiando de posición, me senté en el costado contrario de la cama con la firme intención de repetir el avance logrado cambiando de manos y de teta, la mano izquierda refregaría los trapecios y la mano derecha conquistaría la teta derecha, esta vez fui menos tímido y rápidamente alcancé mi objetivo, todo el proceso lo repetí con el cómplice silencio de mi suegra, apreté con más ansiedad la carnosidad voluminosa y mi picha estaba dura a más no poder, no sé cuánto tiempo permanecí en ese estado aletargado y excitante, una eternidad, deliciosa eternidad.
Tanto tiempo dilaté el proceso que prácticamente obligué a la suegra a solicitar el fin del masaje, no me quedó más remedio y poco a poco fui liberando mi presa, pasé a refregar el resto de la espalda y esta vez no tenía pretexto para restregar la picha contra el cuerpo de la suegra, continuaba con una erección tremenda y al dar por terminado el masaje salí disparado hacia el baño para evitar que la suegra viera mi endurecido mástil y además descargar la furia acumulada durante el manoseo de las tan ansiadas tetazas.
Me pareció ver una maligna sonrisita en los labios de mi suegra al momento de cerrar la puerta del baño y sin dar importancia a nada, saqué mi verga y con poco esfuerzo comencé a esparcir el quemante esperma en las paredes del baño, nunca antes imaginé que me podía excitar de semejante manera, y nada menos que con mi propia suegra.
Al salir del baño mi suegra ya se había ido a la cocina, estaba más fresca que una lechuga y con una pícara sonrisa, me acerqué cariñosamente y la abracé fuertemente, mi mirada fue directamente a buscar el par de melones que minutos antes disfrutaron mis manos; estaban ahí, coquetos, carnosos, voluminosos, enormes y deliciosos.
-¿Le sentó bien la refriega?
-¡Claro! Más que otras veces.
No supe qué responder, la respuesta de la suegra era arma de doble filo, era claro que aludía al descarado manoseo de sus tetazas pero no me atreví a hacer comentarios directos sobre el tema, ganas de disparar directamente no me faltaron, pero tuve miedo de que lo avanzado hasta ese día se echara a perder, tal vez algún día me arrepienta, no lo sé, en ese momento me pareció lo más prudente.
Durante el té comenzamos una charla sin sentido, cosas sin importancia y el manoseo de las tetazas pareció no haber sucedido nunca, yo aún sentía la carne en mis dedos y ella como si tal cosa ni la advirtió, para bien o para mal se establecían de esa forma las reglas, yo manoseo y ella no se da cuenta, quizás por el momento sea mejor así, espero que cuando llegue el momento pueda revertir esa situación en mi provecho y el de ella también, o ¿creen ustedes que ella no desea una verga dentro de su vagina después de casi 37 años de no probar carne maciza dentro de ese agujero?, yo creo que sí.