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Follando con la maestra Raquel
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Hola a todos, me llamo Caleb y tengo 28 años. Soy mexicano y pasaré a contarles el cómo llegué a compartir cama con mi maestra Raquel

Por aquel entonces estaba en el último año de preparatoria. Acababa de cumplir los 18 años y el último año me había dejado toda clase de experiencias sexuales.

Desde el cuarto semestre mi popularidad comenzó a crecer bastante. Antes de eso, había permanecido bajo el radar en todo sentido. No popularidad, no fiestas, no nada. Todo empezó cuando Karolina (mi actual esposa) y yo comenzamos a salir, ella sí que era popular y, por qué no decirlo, una desmadrosa de primera. Conocí a sus amigas y amigos y me di cuenta de que eran gente genial, muy diferente a todos con los que había salido antes. Comencé a ir a fiestas y a tener relaciones sexuales con Karo, ella me quitó la virginidad y me hizo amar el sexo y sentirme orgulloso de mi longitud. Mi pene en erección mide 20 cm, quizá un poco menos por aquel entonces. He conocido a hombres con penes más grandes que el mío y más gruesos, pero para Karo soy el más grande que haya tenido. Esto me dio un bust de autoestima y confianza muy grande y comencé a ir al gimnasio y a poner todo lo que no estaba en orden en su lugar. Ella me enseñó bastantes cosas sobre sexo y, en resumen, me enseñó a ser bueno en ello. Cortamos cuando teníamos seis meses porque su madre nos encontró mientras ella me hacía una mamada en el cuarto de lavado y Karo la agarró contra mí. Yo había insistido en que lo hiciera.

La vida me iba bien, cortar con Karolina me dio la oportunidad de probar con otras compañeras. Margarita, Yanneth, Fernanda y Jaquelinne, todo lo que Karo me había enseñado funcionaba de sobra. Volvimos dos meses después de aquello, tanto ella como yo habíamos probado con otras personas, no hicimos ningún drama de ello.

Desde primer año, Raquel siempre había sido mi profesora preferida. Es una mujer alta, mide poco más de 1.80 de altura, piel morena, cabello negro ondulado, sus pechos eran grandes y, aunque un poco caídos, se notaban bellos bajo sus vestidos o trajes que usaba para impartir clase. Lo que más me gustaba de ella era su cara. Una amplia frente, grandes ojos marrones, nariz fina y una exquisita boca pequeña con labios gruesos… Me sentía atraído por ella como no se hacen una idea. ¿Lo mejor? Es que yo era su preferido. Iba regularmente a su aula a ayudarla con los exámenes y no hubo un parcial en el que no sacara diez en cualquier asignatura que ella impartiera. Nos tratábamos como amigos más que como alumno y maestra. Parte de mi yo del primer año seguía conmigo, me gustaba leer y escribir, aunque dejé un poco de lado ambas cuando comencé a socializar más. Pero, religiosamente, leía cualquier cosa que Raquel me prestara, era importante para mí.

Una de las muchas veces que fui a su casa para ayudarla a maquetar la semana y el contenido, escuché una discusión entre ella y Alex, su novio. El tipo trabajaba en una mina cerca de la ciudad y se mantenía hasta veinte días del mes sin hablar con Raquel. No habían acabado de pelear cuando Raquel volvió al escritorio, me dio un beso en la mejilla y me pidió disculpas. Me pidió que me fuera. Nunca antes nos habíamos despedido de beso, hasta ella misma lo notó, se sonrojó un poco y me acarició con dos dedos donde me había dado el beso.

Por aquel entonces simplemente estaba acostumbrado a que las mujeres no se negaran, nunca presioné a ninguna a tener sexo conmigo. Quizá eso me dio el valor de intentarlo con Raquel.

Esperé hasta iniciar el tercer parcial. Último semestre. Raquel y yo nos subimos a su camioneta, nos bajamos en su casa y entramos. Nos sentamos en la sala a hablar durante un rato sobre cualquier libro que me prestase, como todas las veces que íbamos a su casa. Aquella vez era el Aleph. Tomamos un poco de agua y después té. Quizá era la última vez que nos sentábamos así, me dijo, pues no quería quitarme tiempo de estudio para los finales ni para el examen de admisión de la universidad. Durante una hora hablamos de la amistad que durante tres años habíamos formado y de todo lo que habíamos hablado en ese tiempo. La cosa se puso sentimental y los dos lloramos un poco. Finalmente, nos dimos un fuerte abrazo y ella me dio un beso en la mejilla y pasó la mano con suavidad sobre mi abdomen.

Yo no podía soportarlo más, la deseaba, pero era algo diferente, era como lo que sentía por Karo, pero más fuerte todavía. Aún seguíamos sentados, volví a abrazarla, esta vez con más suavidad y tacto. Ella no se resistió y yo apoyé mi nariz en su hombro y subí hasta el cuello, momento en el que me permití darle un suave beso.

Creo que ya va siendo hora de describirme. Soy moreno, mido 1.75, cabello negro, ojos café, soy de labios gruesos. En ese momento, era ligeramente musculoso, mi cuerpo estaba duro y tonificado, mi abdomen se marcaba bastante si lo forzaba. Soy de espalda y hombros anchos. Y tengo una irregularidad un tanto extraña, soy de caderas anchas, más de lo normal en un varón, también tengo un culo grande, y, obviamente, piernas proporcionadas a mis caderas. Por aquel entonces alardeaba de ellas, tenía los músculos de las piernas fuertísimos.

Saqué un poco los labios al dar ese beso, dejé un poco de saliva, la sombra de mis labios. Raquel no se resistió al momento, soltó un tierno y excitante gemido y entonces me empujó con las dos manos.

— Caleb, no podemos hacer esto.

Me quedé en blanco. Pensé que ya la tenía.

— Te doy clases, por dios santo… Eres alumno mío.

Estaba enojada, se le notaba en la cara.

— Soy más que eso, Raquel.

— No te hagas ideas raras, por favor.

— No me hago idea alguna. Nunca la he visto dando besos a otros alumnos, ni siquiera a otras alumnas, ni abrazarlas, ni siquiera invitas a los demás a su casa.

— Eso es diferente, no saques las cosas de contexto.

— No sé qué tiene de malo hacerlo. Los dos queremos, me manoseó un poco hace nada.

Abrió la boca para decir algo pero las palabras se le trabaron en la garganta.

— Eso fue un accidente —Dijo mientras volteaba la mirada.

— Mira, no te voy a obligar a nada… Pero quiero que entiendas que, si quiero hacerlo contigo, es porque de verdad siento algo, no es simple calentura de adolescente.

— Eres muy joven para mí.

— Tengo 18, no es ilegal hacerlo.

— Puedo tener problemas en el trabajo, Caleb, entiéndelo. Y, sí, eres muy joven para mí, madura.

— ¿Qué más da la edad?

— Es cosa de un hombre de verdad, ¿sabes? Hay cosas que se ganan con la edad… Tengo 27 años, tú apenas 18. Fin de la discusión.

Estaba enojado y sentido "hombre de verdad". Lo hice sin pensar.

— A ver si Alex tiene algo así.

Me bajé los pantalones frente a ella. Dejé salir mi pene semi-erecto. Su expresión lo dijo todo. Comencé a masturbarme con las dos manos para ponerlo duro.

— Esto no demuestra nada —Dijo ella. Aun así, no quitaba la mirada de mi miembro.

Me quedé callado hasta que estuvo duro como roca. Mi pene palpitaba violentamente.

— No te pido que nos casemos, sólo quiero compartir lo más íntimo que tengo contigo. De verdad quiero hacerlo contigo, Raquel.

No sé si fue mi miembro o mis palabras pero, tras un breve silencio, me dijo.

— En el cuarto, vamos a la ducha.

Me subí los pantalones y la seguí hasta la habitación. Estaba un poco… ¿tímida? No sé si se podría decir así o avergonzada.

Comenzó a desnudarse, primero la blusa, un bonito bra gris cubría sus senos, después el pantalón de mezclilla. Un bonito calzón negro cubría sus partes íntimas. Me dio la espalda. Su culo era PERFECTO. Piel tersa, morena, un diminuto lunar en la nalga derecha. Ahí estaba yo, parado, presenciando esto.

— Es incómodo si solo yo estoy desnuda, ¿sabes? —Me dijo mientras se desabrochaba el bra.

Me quité los zapatos con los pies a la vez que me sacaba la playera. Bajé mis pantalones y, en un solo movimiento, quité los calcetines.

Estaba caminando hacia la ducha cuando la tomé del brazo.

— En la ducha no…

— Llevo casi doce horas sin bañarme.

— Yo también. Quiero sentir tu verdadero olor.

La tomé de la mano y le llevé hasta la cama. No me veía a la cara. Desviaba la mirada cuando yo la observaba. No me sentía del todo cómodo con ella.

— Siéntate —Le dije.

Me arrodillé frente a ella mientras le abría las piernas. Su pubis estaba bien alfombrado por una espesa capa de vello púbico. No me importó.

Sus labios exteriores estaban muy expuestos, supuse que por la edad, comencé lento. Un beso en ello, recorrerlos con mis labios, saborear su textura. Eran suaves y me llevé una grata sorpresa al darme cuenta de que un poco de líquido comenzaba a colarse de entre ellos. Metí mi lengua a la vez que abría su vagina con cuatro dedos, dos de cada mano. Sus jugos eran ligeramente ácidos y su olor casi nulo. Retiré los dedos y hundí casi por completo mi lengua en su interior. Era muy estrecha, demasiado, pensé.

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