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Bailando, muslo contra muslo
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Tiempo de lectura: 4 minutos

A mí personalmente me gusta mucho leer y dentro de la lectura soy muy aficionada a la literatura erótica, en el último libro que he leído “Dentro y fuera de la Cama” de Megan Hart, llegó un momento que me sentí dentro del libro y hay un pasaje al que no he podido resistirme a realizar mi propia versión, está es la que os aporto a continuación, espero que sea la mitad de bueno que el original, el cual os invito a leer.

Nos habían presentado esa misma tarde, en una cena con unos amigos comunes, nos presentaron y la verdad es que “conectamos”, después de la cena fuimos a bailar y a tomar unas copas, como era tarde nuestros respectivos amigos se marcharon alegando esas excusas que suelen dar los amigos casados y con familia a cargo, nosotros decidimos ir a ese sitio de moda en el que ponen una música bailable y unas copas decentes.

Cuando llegamos me preguntaste que quería beber, yo te conteste que “una Coca-light, no bebo alcohol”, Así que eres una buena “chica”, nos acercamos más y te susurre, dependes de los que entiendas por “buena”.

Tu mano se abrió sobre mí cintura, y tu pulgar empezó a juguetear con la tela de mi camisa. ¿Estás dispuesta a hacer lo que yo te diga?

Se me aceleró el corazón cuando me susurraste aquellas palabras al oído. Estábamos muslo contra muslo, vientre contra vientre. Nuestras bocas estaban lo bastante cerca como para besarse. Tu aliento me acariciaba la oreja y el cuello. ”Sí”. Habías deslizado la mano hasta la base de mi espalda, y me mantenías apretada contra tu cuerpo “Baila conmigo”.

Te apartaste un poco para mirarme a los ojos. Tu mirada reflejaba un brillo de deseo inconfundible. Tu mano seguía posada en mi espalda. ¿Es eso lo que quieres? —intenté parecer seductora, incitante, pero mis palabras reflejaron cierta timidez.

Asentiste con expresión seria. En ese momento, sólo era capaz de ver tus ojos fijos en los míos, sólo podía sentir las zonas donde se tocaban nuestros cuerpos.

“Sí, eso es lo que quiero” Te di lo que me pedías. La pista de baile estaba más abarrotada que la barra del bar, así que había menos espacio para poder maniobrar, pero casi nadie estaba bailando de verdad. Algunos saltaban y se contoneaban al ritmo de la música, pero no puede decirse que bailaran.

Me tomaste de la mano, entrelazaste tus dedos con los míos, y me condujiste al centro de la pista. Un paso, y me atrajiste hacia tu cuerpo; otro paso, y tus manos se posaron en mi cintura como si estuvieran hechas a medida para encajar con mis curvas; tres pasos, y tu muslo se deslizó entre los míos. Aquellos puntos de contacto me centraron, me mantuvieron anclada.

Allí no podíamos hablar, no habríamos podido oírnos ni a gritos por culpa de la música. El ritmo iba acompasado con el latido que me retumbaba en la boca del estómago, en la garganta, en las muñecas, en la entrepierna. El gentío se movía a nuestro alrededor como el océano contra las rocas, se dividía y retrocedía antes de rodearnos de nuevo, y nos presionó aún más cuando empezó otra canción y la pista de baile se llenó más.

Habías dejado de sonreír, Era como si estuvieras tomándote aquello muy en serio, como si no fueras consciente de lo que nos rodeaba, como sí tu mundo se hubiera centrado en mí. Tu mirada hizo que me estremeciera. Me sobresalté un poco cuando tu mano subió hasta debajo de mi pecho, nos movimos al unísono, y mi mano se deslizó por su hombro hasta llegar a tu nuca. Tu pelo me hizo cosquillas en los nudillos, y el calor de tu mano pareció quemarme a través de la blusa. Mi estómago se inundó de calor mientras se restregaba contra tu ingle. Me quedé sin aliento, y me humedecí los labios con la lengua. Seguiste el movimiento con la atención de un gato que está a la caza de un ratón. Alzaste la mano hasta mi pelo, y me instaste a que echara la cabeza hacia atrás. Cuando deslizaste los labios por mi cuello desnudo, solté un jadeo que no alcancé a oír. Me acercaste más hacia tu cuerpo, y me rendí a sus deseos.

El gentío se había convertido en un cuerpo que se movía al ritmo sensual de la música, era una entidad que nos tenía a nosotros en el centro. Estábamos tan pegados el uno al otro, que me costaba distinguir dónde terminaba mi cuerpo y empezaba el tuyo. Parpadeé al notar que su mano subía hasta abarcar mí seno por encima de la blusa.

Nadie nos miraba, nadie nos veía. Habíamos pasado a ser parte de un todo más grande, pero al mismo tiempo estábamos al margen. La pareja que estaba junto a nosotros empezó a besarse, sus lenguas se entrelazaron mientras se acariciaban el uno al otro.

Los cuerpos que nos rodeaban hicieron que nos apretáramos más. El sudor me caía por la espalda. Todo se había convertido en calor y en ritmo. Al notar que tu erección presionaba contra mí vientre, abrí la boca ligeramente en una reacción silenciosa.

Fijaste la mirada en mis labios con expresión tensa, como si estuvieras dolorido.

Tu boca no se tensó por dolor, lo supe por la forma en que tu mandíbula se puso rígida cuando otro envite del gentío me apretó contra tu cuerpo. La mano que cubría mi trasero se abrió, subió hasta llegar a la base de mi espalda, volvió a bajar, y me apretaste aún más contra su erección.

Deslizaste una mano hasta mi muslo, agarraste el borde de la falda, y lo subiste mientras seguíamos bailando hasta que pudiste deslizar la mano por debajo de la prenda. Tus dedos fueron ascendiendo hasta mi sexo, y presionaste la base de la mano contra mi clítoris, Tus ojos se ensancharon ligeramente cuando tus dedos entraron en contacto con mi sexo húmedo, pero sólo lo habría notado alguien que estuviera observándolo de cerca. Tus labios se entreabrieron en un jadeo, o quizá fuera un gemido. Mi cuerpo se sacudió cuando tu piel entró en contacto directo con la mía. Y solté un gemido gutural.

Tus dedos juguetearon con los pliegues de mi sexo antes de empezar a acariciarme el clítoris. De no ser por el apoyo que me proporcionaban tu mano y la gente que nos rodeaba, me habría caído. Me recorrió una oleada de placer. Me aferré con tanta fuerza a tus hombros, que hiciste un pequeño gesto de dolor. Me di cuenta de que te había hecho daño, pero me sentía indefensa. Cada vez que tus dedos me acariciaban el clítoris, los míos se hincaban en tu hombro de forma involuntaria.

En ese momento me mirabas con una mezcla de determinación y de admiración, y cuando trazaste con un dedo mi clítoris y vistes la reacción que no pude disimular, la expresión interrogante que había en tus ojos se desvaneció.

Cuando te humedeciste los labios con la lengua, mi clítoris reaccionó al instante y palpitó con fuerza bajo tus dedos y empezaste a masajearme la base del cráneo mientras me mantenías sujeta. Seguimos bailando, y cada movimiento fue meciéndome contra tu mano; en cuestión de segundos, estaba al borde del orgasmo, con el cuerpo dolorido y ardiendo de deseo, incapaz de centrarme en otra cosa que no fuera el placer que iba acrecentándose entre mis piernas, los pezones se me endurecieron, y vi que bajabas la mirada hasta mis senos.

Aquello era increíble, iba a correrme allí mismo, en ese mismo momento, iba a correrme en tu mano como si no existiera nadie más en el mundo, y me daba igual que alguien me viera. El placer era tan intenso, que creí que iba a desmayarme.

Sentí tu aliento en mi piel cuando me besaste la oreja, y alcancé a oír tu susurro “Déjate llevar… Estallé en mil pedazos, y tuve que morderme el labio para contener el grito que subió por mi garganta. Mi pulso me resonaba en los oídos y en el cuello mientras mi clítoris se contraía espasmódicamente una y otra vez. Me abrazaste con más fuerza, y me mantuviste apretada contra tu cuerpo mientras me estremecía y me sacudía sobre tu mano.

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