Estaba en otra noche similar a las demás, por la ciudad de Lima, Perú. Iba con mi taxi buscando clientes en una zona de discotecas y recogí a tres mujeres que iban con el punto de alcohol. Hablaban y gritaban mucho, yo solo iba dejando a una tras otra en sus casas. En mitad del camino reconocí a una de ellas, mi ex. La había conocido casi una década atrás y acabamos en muy malos términos. Vi que estaba hermosa y se notaba que no le iba mal en la vida. Por otro lado yo nunca pude estudiar y acabé siendo su chófer esa noche. Ella fue la última en bajar y yo deseaba con todo mi ser que no me reconociera. Pero en el taxi estaba mi identificación y ella no es tonta.
—David, eres tú.
—Eh… sí. Hola Brunela. ¿Qué tal?
—Súper bien, gran noche esta, mejorando —dijo con un tono pícaro que aún conservaba— te va bien en la vida ¿No? Bonito taxi —acabó con una sonora carcajada.
— Es algo temporal para ayudar en mi casa.
—Ya… gira a la derecha—noté su placer en esa orden.
Yo iba obedeciendo mientras nos acercábamos a una zona muy exclusiva.
— Recuerdas que el alcohol me suelta la lengua ¿No?
—Sí.
—¿Y recuerdas cuando rogabas por lamer mis pies?
Palidecí y quedé mudo de la vergüenza, recordando. Era cierto, algo que pasó de ser un juego erótico a su placer diario. No respondí.
—Me preguntó si aún serás así… si preferirías masajearme los pies al dinero de tu trabajo.
—Prefiero el dinero —dije conservando la dignidad que mantenía.
— Veamos… —y sentí algo en mi mano que estaba en la palanca de cambios. Miré y eran los dedos de su pie acariciándome. Me puse tenso pero dejé que siguiera— ¿Sigues pensando igual?
— Pero por favor… no le digas a nadie —dije sin poder resistirlo y cayendo.
— Entonces aparca.
Obedecí como siempre y ella bajó del coche para ponerse de copiloto. Se descalzó, esta vez ambos pies, y acerco el zurdo a mi boca.
— El mundo es justo —dijo sonriendo.
(Continuará)