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Un viaje a la playa con mi madre y yo
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Tiempo de lectura: 8 minutos

UN VIAJE A LA PLAYA CON MI MADRE Y YO.

(MI PADRE LLEGARÁ PRONTO, O ESO CREEMOS)

Para Lara, mi más fiel lectora.

Durante los últimos 5 años he estado sin vacaciones. He sido un mal estudiante y he tenido que quedarme en la ciudad recuperando asignaturas y cursos. Ahora, por fin he terminado mis estudios, y puedo irme de vacaciones. Pero como no tengo trabajo por el momento, ni pareja, tengo que irme de vacaciones con mis padres.

Mi padre trabaja toda la primera semana de agosto, así que primero nos iremos a la playa mi madre y yo, y luego cuando termine, vendrá el.

Como él tiene un buen trabajo y gana mucho dinero, (mi madre dejó de trabajar después de tenerme a mí, soy hijo único) nos ha dado dinero para que mi madre se compre unos buenos bañadores o bikinis y para mí también. Pero si tu padre tiene tanto dinero, ¿tu madre y tú no teníais buena ropa de baño ya, o qué? os preguntareis. Pues es que mi padre es muy generoso y ha decidido renovar todo nuestro vestuario al terminar mis estudios. Si, teníamos ropa chula y eso, pero se ha liado la manta a la cabeza y ¡hala! a vaciar los armarios y cambiar de ropa.

Os ahorraré los días que pasamos mi madre y yo comprando ropa y bañadores, bikinis, etc., porque es todo muy aburrido.

El día 1 de agosto salimos a las 6 de la mañana para evitar atascos. Mi madre conducía y a esas horas, todavía se notaba fresquito.

Paramos a descansar y a tomar algo. El resto del camino hasta llegar a la playa, conduciría yo.

Quedaban como unos 150 km para llegar a nuestro destino. El sol nos daba de cara y aunque llevábamos el aire acondicionado a tope, estábamos sudando. Mi madre llevaba un vestido corto que dejaba ver sus piernas y el principio de sus muslos. Sus piernas estaban un poco húmedas y pese a que tenía la vista fija en la carretera, de vez en cuando miraba hacia ella y me fijaba en sus piernas, que pese a sus 45 años, todavía eran hermosas.

Me sentí un poco acalorado por esa visión, pero no podía hacer nada.

Un poco más adelante vi un área de servicio y me desvié para salir a ella.

—Hijo, todavía nos quedan 50 km —me dijo mi madre—. No vamos a llegar nunca.

—Tranquila mamá. Estamos sudando como pollos. Necesitamos parar y refrescarnos un poco.

Habíamos comprado una garrafa de agua en la gasolinera y ahora me daba cuenta de que había sido una buena idea comprarla para refrescarnos.

Paramos en al área de descanso. No había ningún coche allí. Saqué la garrafa y procedí a echarle agua por el pelo a mi madre, que lo agradeció. Yo también me refresqué la cara, pero vi que mi madre seguía acalorada, por lo que no se me ocurrió otra cosa que echarle más agua por encima de su cuerpo, mojando su vestido. Este se transparentó un poco, y yo me sentí un poco excitado. Entonces me vino a la cabeza cuando era más pequeño, y dormíamos juntos la siesta con mi padre. Recuerdo haber tenido alguna erección, pero sin saber todavía que era eso.

Volvimos al coche, ya más frescos y finalmente llegamos a la playa.

Sacamos las maletas y subimos al apartamento. En el ascensor nos encontramos a una pareja inglesa muy amable. Nos despedimos al salir y vimos que iban al apartamento que estaba junto al nuestro.

Sacamos las cosas más necesarias y las colocamos en los armarios, la ropa de vestir y de playa y toallas y demás.

Pese al cansancio del viaje, mi madre estaba deseando bajar a la playa. Tenía sobre la cama al menos cinco bañadores y un par de bikinis. Me preguntó cualquier quería que se pusiese.

—Me gusta el verde claro —le comenté. Yo había escogido un bóxer verde oscuro y pensé que quedaríamos bien así los dos.

Entonces se quitó el vestido delante de mí sin esperar a que saliera de la habitación. Yo giré la cabeza, avergonzado, mientras me figuraba que estaba quitándose el sujetador y las bragas.

—No tengas vergüenza hijo, te he visto muchas veces desnudo. Anda, cámbiate tú también.

No tuve más remedio que desnudarme delante de ella y ponerme el bañador. Me quedé de espaldas para que así solo pudiera ver mi culo.

Cuando terminé, ella ya se había puesto el bañador y le sentaba bastante bien. Mi madre no es una mujer delgada, tampoco está rellenita, pero vamos, esta fuerte. Piernas anchas, aunque no demasiado. Caderas también anchas y un buen culo. Grande, como a mí me gustan. Sus tetas han empezado a caerse un poco hace años, pero son muy apetecibles aún.

Ya preparados, bajamos a la playa. Mi madre se mete en el agua la primera. Disfruta como una niña pequeña. Nos empujamos, nadamos un poco y tonteamos como dos adolescentes.

Yo me salgo el primero porque estoy muy cansado. Ella se queda un poco más. Me tumbo en la toalla y al rato veo cómo sale del agua. Su cuerpo está mojado y el sol cae sobre ella. Es alta, hermosa y sus caderas se mueven al ritmo de sus andares. Me quito las gafas de sol y me quedo contemplándola. Ahora mismo pese a sus kilos de más, no demasiados, me parece la mujer más hermosa del mundo. Mi padre tiene suerte de poder tirarse a una mujer así. Por un momento la deseo y tengo envidia de el.

Recogemos todo a eso de las 2 de la tarde y nos marchamos. Antes mi madre reservó una mesa en un restaurante en el que nos conocen hacen años, ya que íbamos cuando yo era pequeño. Nos han preparado una paella para dos.

Cuando llegamos, Manuela, que así se llama mi madre, saluda a Rodrigo, el dueño. Hace años que no se veían por culpa mía. La verdad, yo tampoco tenía la culpa del todo porque ellos podían haberse ido de vacaciones igualmente, aunque tuviese que recuperar el curso, ¿no?

Nos sentamos y nos traen la bebida y al poco la paella. Mi madre se ha puesto una bata por encima del bañador que deja ver su escote. Cuando ha llegado el camarero me he fijado en que se ha quedado mirando sus tetas. La verdad es que son grandes y sobresalen del escote del bañador.

—Tendrías que haberte tapado un poco más —le digo—. Te ha hecho una fotografía con la vista.

—Déjale que se alegre la vista, me contesta. Seguro que está soltero o si está casado su mujer no tiene esta delantera. —Y diciendo esto se colocaba el escote para que sobresalieran un poco más.

—Estás loca mamá.

—Y a ti te encanta, ¿eh? —y se reía.

Terminamos la comida y volvimos al apartamento. Al salir del restaurante me fijé como el camarero se le quedó mirando el culo a mi madre. Vaya con el tipo ese, pensé.

Yo me fui directamente a la cama, estaba muy cansado y enseguida me dormí.

No sé cuánto tiempo pasó cuando me desperté. Oía unos ruidos que venían del otro lado de la pared. Pegué el oído y escuché unos gemidos y un movimiento de la cama. Eran la pareja inglesa, que se habían puesto a hacer el amor a la hora de la siesta.

—More, more —decía ella.

—Yes, yes —le contestaba él.

Yo ya no podía dormirme, así que seguí escuchándolos. Al poco tuve una erección y me bajé los calzoncillos y empecé a meneármela.

En eso estaba, cuando vi una sombra en la puerta de mi habitación. Era mi madre que estaba plantada en el umbral de la puerta. Escondí mi polla en los calzoncillos y me tapé con la sabana.

—¿Tu tampoco puedes dormir? —me preguntó.

—No. La parejita se ha puesto a hacerlo y hacen mucho ruido.

—Y te han puesto cachondo, ¿eh?

Yo no sabía dónde meterme. Mi madre me había descubierto. ¿Y a que venía ese lenguaje? Con mi padre sería normal que lo dijera, pero ¿con su hijo?

—Se nota tu erección a un kilómetro. —Me dijo muy seria, pero en el fondo no estaba enfadada.

—Yo también me he excitado. Si quieres terminar, el baño es una buena opción.

—Mamá, por dios, como voy a… —no me salían las palabras, sabiendo que estas detrás de la puerta.

—Como si fuera la primera vez que te la cascas habiendo gente en casa.

O sea que era consciente de todas las veces que la meneé en el baño. Vaya…

Me levanté aceptando la situación y me metí en el baño. Eché el pestillo, como si eso fuera a hacer que mi madre desapareciera del apartamento, y seguí masturbándome hasta que me corrí.

Tiré de la cadena y me lavé las manos y salí del baño.

—¿Te has quedado a gusto? —me preguntó.

—Mamá, otra vez. Vaya con la preguntita.

Ella entró detrás de mí. Me dirigía a mi habitación, cuando no sé porqué, sentí morbo y volví lentamente sobre mis pasos. Pegué la oreja con cuidado a la puerta del baño y pude oír como mi madre se masturbaba y gemía.

En ese momento lamenté que la puerta no tuviera cerradura, para poder espiar a mi madre en ese momento tan íntimo.

Cuando salió del baño, la parejita seguía a lo suyo y mi madre me propuso que durmiera con ella. Se sentía muy sola, ya que mi padre, como sabéis, no llegaría hasta dentro de una semana. Acepté y nos tumbamos y nos acurrucamos juntos.

Juraría que tuve otra erección en sueños.

Eran las 7 de la tarde cuando nos levantamos. Mi madre me dio dos besos y me agradeció que le hiciera compañía.

Nos sentamos en la terraza a tomar el fresco. El sol daba por la parte de atrás del edificio y a esa hora soplaba una frisa fresca. Mi madre seguía con el bañador puesto.

Hablamos de cosas triviales y en ese momento cruzó sus piernas. Sus muslos se acentuaron aún más. Yo me estaba poniendo nervioso.

La conversación dio un giro.

—Hijo, ¿cómo te gustan las mujeres?

—Pues… no sé… —no sabía que decirle.

—¿Te gusta tu madre?

Me quedé en blanco.

—Que si te gusta tu madre —volvió a repetir la pregunta.

—Eres una mujer muy hermosa. Papá es afortunado —le dije— pero eres mi madre y eso es todo.

—¿Eres virgen?

—Que pregunta es esa.

—Que si te has acostado con alguna mujer.

—Ya sé que significa virgen. Pues no, no me he acostado con ninguna.

—He pensado —dijo, y volvió a cruzar las piernas— que como a tu padre le queda una semana para llegar, podríamos aprovechar para enseñarte un poco.

—¿Un poco de qué?

—¿Quieres echarte novia y no sabes qué hacer con ella?

—¿Y qué propones? —Me estaba haciendo el tonto. Sabía perfectamente que me estaba proponiendo.

—Soy tu madre, pero también tu amiga. Y partir de ahora seré tu maestra. Te enseñaré todo lo que tienes que saber sobre sexo. Y no te juzgaré. Te mostraré como hacer gozar a una mujer y llevarla al éxtasis. Yo tuve que enseñar a tu padre cuando éramos novios y ahora lo haré contigo.

Como no sabía que decir, ella se adelantó:

—Primera lección. Ama el cuerpo de una mujer con si fuera el tuyo—. Y diciendo esto me cogió del brazo y entramos en su habitación.

Yo no sabía que pensar y mucho menos que hacer. ¿Dónde me metía? ¿Salía corriendo del apartamento? Mi madre quería enseñarme sexo y yo, como joven que era y aunque con la libido un poco por las nubes, no podía hacer eso. ¿Cómo iba a acostarme con mi madre? El incesto estaba prohibido en nuestra sociedad. Y más aún, si lo hacía, ¿con que cara miraría luego a mi padre?

En esto estaba cuando me encontré con que mi madre ya había quedado en pelotas delante de mí. Sus tetas apuntaban a mi cara aunque cayesen y unas gotas de sudor mojaban su cuerpo, haciéndolo más apetecible aun.

Me quedé sentado en la cama y mi madre se sentó conmigo.

—Qué hijo, ¿te gustan mis tetas?

No sabía que decir, pero estaba seguro de que sabía mi respuesta.

—Me encantan mamá. Son lo más hermoso que he visto.

—Están un poco caídas ya —me dijo.

—Me da igual. Para mí son preciosas.

—Anda, tócamelas.

No me atrevía, pero ella cogió mi mano derecha y la llevó hasta su pecho izquierdo, y comenzó a sobarlo arriba y abajo. Su pezón se puso duro.

Luego repitió la misma operación con mi otra mano y su otro pecho. Para entonces tenía una erección enorme.

—Antes de que tengamos sexo, voy a tener que masturbarte. Hoy no lo haremos aun (el sexo). Quiero que disfrutes y luego me hagas disfrutar a mí. Pero luego siempre será al revés. En tus relaciones tendrás que anteponer el placer de tu chica al tuyo, porque ya sabes que las mujeres tardamos más en excitarnos. Y cuando penetres a tu chica, será cuando ella haya llegado al máximo de su excitación. ¿Entendido?

—Claro, mamá.

—Espera que voy a coger lubricante.

Se levantó de la cama y se agachó para cogerlo de una bolsa que habíamos dejado en el armario. La visión de su culo en pompa hizo que casi me volviera a correr, pese a que hacía poco que me había corrido.

—Mamá —le dije— ¿puedo tocarte el culo?

—Todavía no, espera a que te hayas corrido.

No podía llevarle la contraria y me dejé hacer.

Mojó mi polla con el lubricante, sin mojar el glande, y empezó a subir y bajar muy despacio por él. Me recordaba a unos videos que había visto de una masajista que masturbaba así a sus clientes. Siempre me imaginé que yo era uno de ellos, y ahora me estaba pasando de verdad.

Siguió subiendo y bajando un rato más, despacio, lento, yo estaba en el cielo.

—Córrete cuando quieras mi niño. —Me dijo ella.

Al oír estas palabras no pude aguantar más.

—Mamá, acércate.

Se acercó a mí y la besé en la boca. Luego puso su boca en mi oído y dijo: —En silencio, que no nos oigan los vecinos. —Justo en ese momento, di un espasmo y me corrí. Un primer chorro saltó a sus tetas y dos más, más cortos, a su tripa.

Me quedé así, mirándola extasiado después de mi segundo orgasmo ese día. Mi madre me sonrió y cogiendo un clínex, se limpió toda. Por un momento pensé en que se restregaría mi semen por su cuerpo, como en las películas porno. Pero esto no era una película porno, era real y era mi madre.

—Ahora mi niño, podrás tocarme el culo.

Dijo esto y se puso con el culo en pompa en la cama.

Yo me alcé y empecé a sobárselo. Ella me decía como le gustaba, que se lo tocara así o de otra manera.

La visión de su culo así era lo más hermoso del mundo. Pese a su celulitis y defectos, el tenerlo tan cerca, húmedo y a mi alcance, era lo más.

Luego me indicó como masturbarla. Se giró, se abrió de piernas y le abrí los labios como me indicó y le comí todo el chocho. Me concentré donde me dijo y finalmente llegué a su clítoris. Me hizo recorrerlo con mi lengua como a ella le gustaba, entonces pensé de nuevo en lo afortunado que era mi padre, y unos minutos después, se corrió con un grito que ahogó mordiendo la sabana. Los vecinos sabrían que éramos madre e hijo y no podían enterarse de los pecados que estábamos cometiendo.

Mi madre me hizo sufrir y como me había dicho, hoy no haríamos el amor. Me prometió dejarlo para el día siguiente. Pero aún quedaba lo mejor.

Abierta de piernas, mojada y yo de nuevo con una erección magnifica, se le ocurrió que pusiera mi pene justo encima de su entrada. O sea, mi polla subiría y bajaría sobre su sexo, pero sin entrar en él.

Coloqué mi glande como me indicó y sobre su vello púbico, empecé a subir y bajar como si me la follara, pero sin hacerlo. Al final me permitió frotar su clítoris. Estaba al borde del orgasmo de nuevo y mi madre también. Me pidió que la avisara antes de correrme y así lo hice.

Pocas gotas de semen salieron de mi interior después de mi tercera corrida, pero fue maravilloso. El orgasmo de mi madre también lo fue y terminamos los dos abrazados.

Todavía quedaban 6 días para que llegase mi padre.

Vaya semana que me esperaba…

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