Lo que voy a relatarles es una experiencia increíble que ocurrió cuando cursaba mi último año de secundaria, es decir, a mis 18 años.
Por aquel entonces yo era un estudiante normal, de una familia normal, de un colegio absolutamente común.
Además jugaba rugby y mi cuerpo ya había adquirido formas esbeltas definitivas. No tenía dramas con las mujeres, que es lo mismo que decir que tenía las que deseaba.
Con todo esto se imaginarán que mi vida transcurría sin sobresaltos y con alegría.
Por aquellas épocas, frecuentaba mi casa una colega de mi madre (ambas son enfermeras) cuyo nombre era Alicia.
Alicia era una belleza espléndida. Tenía 29 años (era significativamente menor que mi madre), medía 1,70 metros pero con las sandalias de tacón que usaba aumentaba unos 5 vitales centímetros más que la ponían a la altura de mi metro noventa…
De cuerpo muy esbelto, nalgas como rocas, piernas hechas a mano, senos que sin ser gigantes eran magníficos y bien paraditos.
Su pelo negro era lacio y caía hasta sus hombros por la espalda y llevaba flequillo sobre su cara, de manera de no ocultar unos ojos negros que bien maquillados derretían aquello donde se posaban.
Y encima de eso, vestía minis súper cortas o pantalones muy ajustados.
Todo rematado por el atractivo hecho de que era separada y que cada vez que presentaba un novio ocasional estos eran cada vez más patéticos. Nada que a mis ojos esa mujer mereciera.
No voy a mentir tratando de disimular que Alicia me ponía a cien. Yo creo que ella lo sospechaba porque su trato hacia mí era excesivamente meloso, como si estuviera calentándome todo el tiempo apropósito.
Tampoco negaré su éxito. Podría decirles que cientos de veces fue el objeto más preciado de mis pajas.
Pero de ahí a lograr superar las barreras que me separaban de ella había una distancia inaudita que no se me ocurría vulnerar.
¿Cómo la hubiera encarado? Tal vez durante alguna visita a casa, en algún rincón fuera de las vistas y de frente a lo kamikaze. Pero el riesgo de encontrar una reacción histérica era grande. Me hubiese visto como un enfermo.
O tal vez llegar a su cada sin aviso y por cualquier motivo, y tratar de seducirla. Pero seguramente mis técnicas de seducción serían a su criterio harto primitivas y graciosas, es decir un papelón.
Ante esa situación, lo mejor era asumir mi lejanía y aporrear mi polla en soledad.
Sin embargo, un día, todo iba a cambiar.
Ocurre que en mi país los 21 de setiembre (día de primavera) son festejados por todos los estudiantes con un picnic y asueto escolar.
Ese año, habíamos decidido con mis compañeros de clase, pasar el día en una quinta propiedad de uno de ellos y aprovechar en la piscina una ola de calor que singularmente azotaba la zona.
Como todos éramos varones, alguien propuso que compartiéramos la fiesta con las novias ocasionales y todos estuvieron de acuerdo.
Esto último era para mí un problema. En ese momento no tenía novia y no conseguiría una tan rápido como para cumplir con la idea, por lo que iría solo al
Picnic y me aburriría un horror.
No sé qué fue lo que me hizo contar esto en mi casa en un momento en que Alicia estaba presente. Y lo que ella sugirió naturalmente a mí me heló la sangre.
Ella dijo:
"¿Querés que yo te acompañe y fingimos que soy tu novia?"
Al oírla yo traté de no desplomarme en mi asiento, y rápidamente contesté.
"Gracias Alicia, pero me parece que aunque sos muy joven la diferencia de edad es insalvable como para hacerte pasar por mi novia. Simplemente nadie lo creerá".
Pero ella no se rindió.
"Si, eso está claro. Pero creo que sí puedo ser un "levante ocasional" y eso te haría presumir frente a tus amigos."
Bueno. Ante esa insistencia fue suficiente. Era obvio que ella quería prestarse al juego y era una boludez de mi parte negarme a comer el maná de los dioses.
Así que acepté. Inmediatamente arreglamos que la pasaría a buscar en el auto a media mañana para llegar a tiempo de disfrutar la preparación del asado y la piscina desde temprano.
Cuando llegó el día y la vi subir a mi auto, supe que sería un duro día.
Ella llevaba un vestido corto y ligero, que dejaba transparentar una minúscula tanguita de baño.
Además llevaba un bolso con ropa de recambio porque tal vez se prolongaba el picnic con una fiesta nocturna.
Todo el viaje lo pasé mirándola cruzar y descruzar las piernas y escuchando las ganas que tenía de divertirse con la mascarada.
Cuando llegamos, antes de tocar la puerta yo pasé mi brazo por la cintura de Alicia que no solo no se resistió, sino que me sonrió cómplice aprobando la iniciativa.
De más está decir que solo al entrar me convertí en el ídolo de todos los varones presentes y en el objeto de deseo de sus novias que no alcanzaban a explicarse que era "aquello" que yo debía esconder para poder florearme con semejante muñeca.
El parque del lugar era muy amplio, así que con Alicia elegimos un lugar para dejar nuestras cosas y tomamos un par de reposeras para solearnos.
Ella sacó su vestido y creo que, si bien solo puedo dar fe de la mía, 20 pollas sintieron simultáneamente que varios miles de voltios las atravesaban.
Andrea estaba recontramil buena.
Luego se sentó a mi lado, y comenzó su baño de sol.
Luego de la novedad, el día siguió su curso entre juegos, música, piscina y bebida.
Después del almuerzo, cada uno tomó su novia y se distribuyeron por el parque para retozar.
Yo tomé una botella de champagne y con Alicia de la cintura la conduje a nuestro lugar.
Mientras caminábamos mi empalme iba en aumento. Ella estaba ya algo bebida y eso la hacía más dócil.
Nos sentamos y me alargó su pomo de loción bronceadora para que la untara mientras sorbía su milésima copa de cava.
Yo empecé a untarla con suavidad en la espalda, como si fuera un masaje relajador.
Nadie me prestaba atención. Todos estaban en sus cosas.
Al llegar a sus nalgas me entretuve probando cerca de su rajita y Andrea nada me dijo.
Entonces fui más audaz y pasé un dedo por debajo de su tanguita, casi tocando su raja.
Estaba mojada. Yo me sorprendí y ella debió darse cuenta porque me dijo sin moverse de su posición: "¿Te sorprende?".
Yo me acerqué a su oído y en una demostración de valor insensato le dije suavemente "Te deseo".
Ella se dio vuelta en la reposera, quedando sus labios muy cerca de los míos y cuando iba a responder algo, la besé suavemente sin que se resistiera.
Al contrario. Abrió su boca y me entregó su lengua para que yo la buscara con la mía.
El resto de la tarde lo pasamos besándonos y con mis manos acariciando con discreción todo su cuerpo.
Pero lo mejor fue a la noche cuando empezó la fiesta.
Alicia salió cambiada del vestuario vestida de una forma que para mí solo era un claro mensaje "Quiero que me des polla".
Un vestido muy ligero y corto, maquillada para el infarto y sandalias de tacón negras.
No necesitamos agregar más champagne a nuestra calentura.
Silenciosamente nos apartamos de la juerga hasta la parte alta de la casa y nos encerramos en un dormitorio.
Tan solo al cerrar la puerta se arrodilló ante mí y empezó a mamar mi polla.
"Ahora vamos a jugar a otra cosa", me dijo. "Ahora no soy más tu novia. Soy tu putita".
No tienen idea de los polvos que Alicia recibió esa noche.
La follé vestida y desnuda. De pie y acostada. Acabé en su boca, en su raja y en su culo.
Ella me confesaba su amor desde el primer día que me vio. Me contaba las pajas que yo le había inspirado. Sus miedos a confesarme todo. Su impotencia por mi temor a sincerarme.
Yo estaba embelesado. A partir de esa noche comencé a cogerla regularmente. Como vivía cerca del colegio la follaba rápido antes de entrar a clase, la follaba luego de clases y la follaba por la tarde, ya con más tiempo.
Luego ingresé a la facultad y comencé a llevarla como mi novia a todas partes.
Años más tarde, en una noche de mambo etílico, le propuse matrimonio, pero ella lo rechazó:
"Recuerda que No soy tu novia. Soy tu putita".
Así que hoy, a 20 años de aquel picnic, y a pesar de que yo me he casado y tengo hijos, me la sigo cogiendo como mi amante.