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Era caprichosa, mimosa y traviesa
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Era caprichosa, mimosa y traviesa. Se llamaba María, le gustaba que le llamaran Mery, y debía llamarse Salomé, por lo calienta braguetas que se iba a volver con su padre y por lo buena que estaba.

Vivía en un pazo con piscina, campo de tenis, campo de golf, un campo de fútbol y que, por supuesto, estaba amueblado a todo lujo.

La habitación de Meri era la más grande del pazo, y tenía desde jacuzzi a sofá de masajes, pasando por una descomunal tele de plasma.

Mery había cumplido hacía poco la mayoría de edad. Medía metro ochenta y dos, era morena, sus ojos eran grandes y negros, como su larga melena. Sus tetas eran medianas, tirando a grandes, su cintura de avispa, sus caderas eran anchas, su culo redondito y sus largas piernas rozaban la perfección.

Mery, desde los dos años de edad, en la que su madre los abandonara por un músico, encontró en su padre todo el cariño que necesitaba. Lo malo de esto fue que al ir creciendo fueron creciendo sus caprichos. Le fue cogiendo la manta a su padre y acababa haciendo siempre lo que le daba la gana.

La muchacha tenía de todo. Un Porsche, Joyas, dinero… pero las caprichosas siempre quieren más, y si es algo casi imposible, mejor que mejor.

Un día, Félix, a torso descubierto, y en pantalón de deporte, entró en la ducha y se tropezó con su hija, que salía de ella cubierta sólo con una toalla. Al tropezar, la toalla cayó al suelo y Mery quedo como había venido al mundo. Se quedaron sin palabras unos segundos. Después, Meri, se agachó para coger la toalla y vio que su padre se había empalmado. Sonriendo, le dijo:

-Tienes que echarte novia, papa. El bicho se te levanta por nada.

Félix, mintió.

-No es lo que piensas, muñequita, se pone así todas las mañanas con las ganas de orinar.

-Y yo me chupo el dedo.

Desde ese día ya nada iba a ser igual. Félix, no se quitaba de la cabeza el escultural cuerpo de su hija. Mery, lo sabía, esto la excitaba y disfrutaba provocándolo. Más de una vez se inclinó delante de él después de ponerse unas gotitas de perfume Coco Noir de Chanel para enseñarle algo con un gran escote y lo que le estaba enseñando en realidad eran las tetas. Más de una vez le miró descaradamente el paquete mientras estaban hablando. Más de una vez mandó caliente a su padre para cama por culpa de sus distintas provocaciones, con lo que eso conllevaba, para Mery, ya que sin saber si se la pelaba o no, se hacía un dedito pensando que su padre se estaba haciendo una paja pensando en ella.

Era sábado, Mary, consciente de la lujuria que despertaba en su padre, iba a hacer que traspasase la delgada línea que separa el amor paternal del amor carnal.

La cosa se empezó a fraguar a las diez de la mañana, Félix, estaba tomando un café sentado en una silla de la mesa de la cocina. Llegó Meri vestida con un picardías transparente que dejaba ver sus tetas con las rosadas areolas y sus bellos pezones y la mata de vello negro que rodeaba su coño. Félix, en un ataque de padre, sin dejar de mirarle a su hija a los encantos, y de respirar el delicioso aroma que desprendían las gotitas del perfume Coco Madeimoselle de Chanel que se había echado su hija, le dijo:

-¡Vete a vestir!

-Hoy no viene el servicio a trabajar.

-Pero estoy yo en casa.

-Ya lo sé, por eso vengo así de sexi.

Mery se puso mimosita. Poniendo morritos, y acariciándole el cabello a su padre, le dijo:

-¿Te apetece jugar con tu muñequita?

Félix, la tenía calada.

-¿Qué buscas, María?

-A ti. Sé que me deseas.

-¡Cómo se puede ser tan mala hija! Te lo he dado todo y mira como me lo pagas.

-Dándote todo a ti. ¿Sabías que aún soy virgen? Bueno, si meter el dedito no cuenta.

-No me cuentes tus intimidades que no me interesan.

Meri, cogió un plátano del frutero, le quitó la parte de arriba de la piel, lo chupó mirando a su padre, y le preguntó:

-¿Se chupa así?

-¡Como no te vayas a vestir te quedas un meses sin paga!

Mery posó el plátano en la encimera y quiso darle un masaje en el cuello a su padre, al tiempo que arrimaba las duras tetas a su espalda.

-¿Pone la nena nerviosa a su papito?

-¡Dos meses sin paga! ¡Esos ya no te los quita ni Dios!

Meri, al verse rechazada y castigada, pilló un cabreo criminal. Dejó de masajearlo, y yéndose de la cocina, le dijo a su padre:

-¡Yo siempre consigo lo que quiero, y esta vez no vas a ser una excepción! Nos vemos esta noche.

-Ni en tus sueños, hija, ni en tus sueños.

A las once de la noche…

Félix, que era un hombre de 52 años, 1,85 de estatura, de pelo cano, ojos negros y apuesto, estaba en bata de casa en el tresillo de la sala de estar, sobando y con la televisión encendida. Llegó a la sala Mery. Venía descalza, con un CD en la mano. Llevaba puesta una camisa blanca de su padre con sólo tres botones en los ojales, lo que hacía que se viesen parte de sus preciosas tetas y el vello púbico.

Puso el CD en el reproductor, y se sentó al lado de su padre. El título de la cinta era: Perdiendo la virginidad.

La imagen de una joven morena, desnuda sobre una cama apareció en la pantalla… Al rato se comenzaba a masturbar. Al oír los gemidos de la joven, Félix, abrió los ojos. Vio lo que estaba haciendo la actriz y luego vio a su hija, a su lado, con los ojos cerrados, echada hacía atrás en el tresillo, con las piernas abiertas y magreando con las dos manos las dos tetas. No supo que hacer. Aquello sobrepasaba su margen de reacción. Cerró los ojos, dejándolos un poquitín entornados… Al rato dos jóvenes rubias, con caritas de ángeles, y cuerpos de escándalo, entraban en la habitación, se metían en la cama, se desnudaban, y se comenzaban a dar el lote. Vio por el rabillo del ojo como su hija bajaba una mano al coño y comenzaba a tocarse. Estaba empalmado… Más adelante, cuando los dedos de Mery ya chapoteaban en el jugo de su coño, oyó como le decía:

-¿Quieres ver cómo se corre tu muñequita, papa?

Félix hizo como si se despertase.

-¿Qué decías, cielo?

-¿Qué si quieres ver como se corre tu muñequita?

Félix, haciendo de padre severo, miró a su hija, y le dijo:

-¡No tienes vergüenza! Hace años que debí sentarte en mis rodillas y darte unos buenos azotes.

-Aún estás a tiempo. ¿Quieres azotarme el culo? ¿Quieres que me eche sobre tus rodillas?

-¡Deja de tocarte!

-¿Estás empalmado, papá?

Mery le echó la mano a la polla. La encontró tiesa como un palo y mojada como una esponja dentro de una bañera. La meneó un poquitín. Al estar ella a punto, se levantó del tresillo, sin dejar de tocarse, le puso el coño en la boca, y entre sensuales gemidos, le dijo a su padre:

-¡¡Me corro, papá!!

Un chorro de flujo, calentito, impacto en los labios de Félix que instintivamente, los lamió. El coño de Mery, que se restregaba contra la boca de su padre, al sentir el contacto de la lengua, se desbordó cuan catarata.

Al acabar de correrse, Mery, le pasó los pezones de las tetas entre los labios, y otra vez encontró la lengua de su padre. Acto seguido le quitó la polla de su escondrijo, se sentó sobre sus rodillas. Pasó la cabeza de la polla por el coño mojado. Le dio besitos con los labios. Hizo círculos con ella en el ojete. La puso en la entrada de su coño. Metió la puntita. Entraba muy apretada.

Félix, deseaba decirle a su hija que la metiese hasta el fondo, pero le dijo:

-No sigas hija, por favor. Estamos cometiendo un incesto.

-Sabes que soy atea.

-Yo, no.

-Me deseas, y eso también es pecado, ¿o no?

Quitó la puntita y le besó otra vez la cabeza de la polla con los labios del coño.

-Hay muchas clases de pecados.

-¿Quieres que tu muñequita meta tu polla dentro de su pequeño chochito?

-Eso es un pecado mortal.

-Sí que lo es, Nos moriremos de gusto.

Merí, le dio un beso con lengua a su padre que lo dejó temblando, luego, le dijo al oído y susurrando:

-¿Meto, papá?

Félix ya no aguantó más.

-Mete, muñequita, mete.

Mery, metió la puntita otra vez. Después se sacó de encima de su padre, y sonriendo, le dijo:

-¿Continuará?

Félix, se dio cuenta de que su hija estuviera jugando con él. ¿Qué sería lo que se traía entre manos?

-Debe ser algo muy gordo lo que quieres esta vez, hija. Te has pasado trescientos pueblos.

-Bien que te gustó. ¿Quieres que acabe lo que empecé?

-Mentiría si te digo que no. ¿Qué es lo que quieres a cambio?

-Quiero tener una experiencia lésbica.

-¿Y qué pinto yo en eso?

-Quiero que me compres dos vírgenes.

-¡Tú estás loca! ¿Crees que crecen en los árboles?

-Yo creo que con 12.000 euros lo conseguirías.

-¡Se te fue la olla, hija, se te fue la olla!

-¿Quieres el chochito de tu muñequita? Pues tu muñequita quiere beber de dos cochitos sin estrenar. Cómpramelos.

-¿Tienes curiosidad por saber que se siente jugando con dos mujeres?

-Tengo ganas de probarlo todo, papá. Vírgenes, putas, machos, maricones…

-¡¿Pero a ti que te enseñaron las filipensas?!

-A creer en mi misma. ¿Sabías que se entienden entre ellas?

-Tu mente está sucia, está muy sucia.

-Un día encontré a dos profesoras besándose en el lavabo, y otro día a otra profesora masturbando a una alumna. No es mi mente… y de aquellos barros vienen estos lodos?

-Los lodos son las pajas que me hice pensando en ellas. ¿Te gustaría ver cómo me masturbo?

La boca pequeña de Félix quiso decir que sí, pero la grande, dijo:

-¡No!

Mery desabotonó los tres botones de la camisa. La echó sobre la alfombra. Félix no vio a su hija, vio a una femme fatale. Su polla latía. Meri se sentó a su lado, le cogió una mano a su padre y se la llevó a las tetas, unas tetas duras como el granito. Le volvió a menear la polla y lo besó. Al ver a su padre con los ojos vidriosos, a punto de correrse, se levantó, y le dijo:

-Primero las vírgenes. ¿Me vas a dar el capricho? Mi chochito bien lo vale.

-¡Mira que eres retorcida! Veré lo que se puede hacer, muñequita, veré lo que se puede hacer.

Lo primero que hizo Félix fue ir a su habitación y hacerse una paja como una catedral de grande.

En el convento de la ciudad, que era de monjas de clausura, estaban pasando por una situación económica delicada, y de modo excepcional, decidieron que dos novicias fuesen por las tiendas ofreciendo mantecados, panecillos de yema de huevo y licor, galletas cocadas… productos que las monjas hacían en el convento.

Las novicias, sor María y sor Pricia, eran dos jovencitas muy hermosas. Salieron del convento un domingo por la tarde para reconocer el terreno. Al pasar por delante del pazo, le dijo sor Patricia a sor María:

-¿Les ofrecemos a los del pazo, hermana?

-Nos dijeron en las tiendas y sólo mirar donde están.

-Ahí, debe trabajar mucha gente, y con los señores….

-Lo que quiere es ver un pazo por dentro… Si no llevamos mercancía para mostrar.

-¿No tiene curiosidad, hermana?

-¿Y si nos está tentando el diablo?

-¿Qué nos pueden hacer?

Sor Patricia llamó al timbre del portal del pazo.

Meri, que salía de la ducha, vestida sólo con una toalla, las vio en la televisión de la cámara del telefonillo, y les preguntó:

-¿Qué queréis?

-Vendemos nuestros pastelitos de crema y otros dulces.

Mery, pensando que su padre hiciera los deberes, les abrió el portal.

Al ser domingo el servicio tenía el día libre. Félix se fuera a Roma en viaje de negocios… Mery, estaba sola en casa. Les abrió la puerta del pazo, y les dijo:

-Pasad.

Las monjas entraron en el pazo. Mery cerró la puerta y las llevó a la sala de estar.

-Sentaos en ese tresillo.

Las monjas se sentaron, mientras miraban el lujo que las rodeaba.

-¿Cuánto os pagó mi padre?

Sor María, le respondió:

-Aún no le vendimos los pastelitos. Estamos explorando.

-¿Sois vírgenes?

Sor Patricia, se mosqueó.

-La duda ofende. Somos monjas

-Sin teatro. ¿Acordamos 6.000 euros cada una? Os extiendo yo los cheques al portador, que ya me los devolverá mi padre con intereses.

Aquello era mucho dinero. Las monjas ya se habían dado cuenta de que iba la cosa, e iba de dulces, sí, pero de los dulces que tenían entre las piernas? Sor María se alarmó.

-¡El diablo, hermana, fue el diablo el que nos trajo aquí.

Sor Patricia miró a sor María, y le dijo:

-Los caminos del Señor son inescrutables. Y ese dinero son muchos dulces.

-¡El dinero es la semilla del diablo!

Meri se quitó la toalla y se sentó en un sofá.

-A ver si termináis con el numerito. Mi chochito se impacienta.

Sor Patricia, le preguntó:

-¿Qué tendríamos que hacer?

-Lo que yo os diga. Quiero que os corráis en mi boca y beber de las dos, después ya veremos que surge…

Sor María no quitaba los ojos del cuerpazo de Meri. Se había olvidado del diablo. Estaba como hinoptizada. Viéndola absorta, le preguntó sor Patricia:

-¿Quiere correrse en la boca de la señorita por 6.000 euros, hermana?

-Sí, pero que conste que es por el bien del convento,

Merí comenzó a mandar.

-Besaos.

Las monjas se dieron un pico sin lengua… Merí se sentó entre las dos, y besó con lengua a una y después a la otra. Se puso de pie, le puso el coño en la boca a Sor Patricia, y le dijo:

-Lame, y tú, como te llames. Levántate y cómeme las tetas.

-Me llamo María.

-Come mis tetas, bonita.

Las monjas ya estaban coloradas como granas. En vez de gemir Mery, las que gemían eran ellas.

Al rato largo…

-Desnudaos.

Las monjas quedaron en pelotas. Sor Patricia y Sor María era rubias, con grandes tetas y tenían unas grandes matas de vello rubio rodeando sus coño.

Merí se sentó en un sofá, delante de ellas, las monjas se volvieron a sentar en el tresillo.

-Echaos una frente a lo otra en el tresillo y hacer lo que haga yo.

Meri se acarició las tetas y apretó los pezones. Después acarició el clítoris con los dedos haciendo sobre él movimientos circulares y de abajo arriba. Magreaba las tetas con la otra mano… Unos minutos más tarde, se levantó y le comió la boca a sor Patricia. Cuando vio que sus ojos se entornaban, la desplazó hasta que sus pies tocaron la alfombra. Sor Patricia quitó la mano del coño, Mery, se arrodilló sobre la alfombra, metió su cabeza entre las piernas, le lamió el coño y la monja, retorciéndose de gusto, se corrió en su boca. Mary, saboreó la primera corrida de una virgen, que no fuera la suya. Sor María, sin que Mery le dijera nada, se puso en la misma posición de la otra monja, abrió las piernas, Mery volvió a lamer, Sor María, cogiendo su cabeza, movió la pelvis hacia delante, y soltando un squirt, se corrió con unos gemidos tan dulces que parecían música celestial.

Al acabar de correrse las monjas, les dijo Mery:

-Seguidme a mi habitación.

La siguieron. Al llegar a la habitación. Mary se echó boca arriba en la cama. Las monjas, a pesar del lujo que había en la habitación, no quitaban los ojos del escultural cuerpo de la anfitriona, que les dijo:

-Comedme la boca.

Continuará.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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