Este relato tiene la huella en carne viva de una relación tan ardiente como inesperada, es que la realidad no necesita justificarse para parecerlo.
La necesidad de escribirlos es la forma que me permitirá entender y desentrañar el cómo y el porqué, poner los hechos en perspectiva, entender que no fue un agradable sueño, sino la deliciosa realidad que transcurrió en ese fin de semana santa en la costa atlántica.
Desde mi infancia pasamos el verano en una localidad marítima de la costa atlántica argentina, conocidos y amigos a los que retornamos cada verano o finde de esos largos, hasta tenemos un pariente relativamente cercano, tanto que a la esposa del primo de papá, Elina, recibía el trato y título de tía.
Elina, la señora en cuestión, es una bella mujer, como de cuarenta y algo…, desde siempre acaparó mi atención y la de los hombres de la familia, por lo dulce, además por ser una mujer muy bella. El primer comentario que me quedó registrado fue de cómo “una mujer tan hermosa y simpática podía estar casada con el primo, bastante tosco y trato poco agradable, sobre todo mayor como para poder ser su padre”. Recuerdo que cuando nos enteramos que se había casado motivo el obvio comentario de “qué le habrá visto al tano?”, el primer comentario, bien grosero, – lo habrá visto mear, – O la cuenta bancaria…
Desde siempre fue objeto de mi admiración, deseos y hasta motivo de alguna secreta “manualidad”.
En estas vacaciones nos encontramos con la triste novedad que el señor había fallecido. Dicen que veinte años no es nada… el tiempo pasa, las diferencias de edades se acortan, ella es una mujer madura pero es como si la belleza de mujer hubiera dado un salto de calidad, las malas lenguas dicen que “la viudez le sentó bien”, seguramente salirse de la tutela de un tipo tan osco había mejorado la forma de sonreír y otros comentarios más intencionados circulaban en los chismes locales.
El verano lo habíamos pasado en otro lugar, pero ese finde largo volvimos a nuestro lugar del verano. El día siguiente la familia había decidido pasarlo en la termas marinas, como no tenía ganas de ir, mi suegro quien se encargó de llevar a su esposa y a la mía, fui un rato a la playa y de regreso pasé por el autoservicio de la tía Elina para comprar vino.
Casi era el momento de cerrar, los dos empleados se despiden de Elina, me pide que le ayude a cerrar que ella va por el vino blanco.
Era ese momento donde todo está en calma, que se dio para la charla afectuosa, las preguntas obvias por la familia y sin darnos cuenta en un par de minutos estábamos en una conversación que había llegado a esos inesperados espacios de intimidad y confidencias.
Sabiendo que estaba solo, me propuso subir al apartamento del piso superior que en otros tiempos rentaban por temporada pero ahora solo lo usaban para dormir la siesta en horario de cierre.
– Vamos, yo hago las hamburguesas, vos descorcha el champán. La tía invita!
El afecto, las carencias afectivas de la tía y mi forzada veda sexual generan una nueva perspectiva, sobre todo después de sus confidencias, el brindis con champan fue el inicio.
La cercanía de un afectuoso “escuchador” facilitó la confidencia que necesitaba, abría su corazón, dejaba fluir sus penas: -“me casé con el dueño del negocio, con la edad de mi padre pero era la forma de salir de pobre, tener un buen pasar, decía mi madre. Bastante huraño en el trato con los ajenos, puertas adentro no tanto, pero igualmente riguroso, muy celoso y sobre todo un adicto al sexo. Me celaba de todo y de todos, este apartamento dejamos de rentarlo a los turistas para escaparnos en el horario de la siesta a tener sexo. Seguramente habrás escuchado esos chismes que dicen que “murió por consumir tanto viagra”, ja!, eso salió de la farmacia seguramente, pero es casi cierto, ya que por un problema que tuvo necesitó ese “incentivo” para seguir “dándome máquina” como en sus mejores tiempos. Era un obsesivo del sexo, en la mañana, en la pausa para el almuerzo subíamos a este apartamento para hacerme sexo, y en la noche, realmente era una máquina que solo pensaba en sexo, bastante egoísta, solo pendiente de su propia satisfacción, para poder soportar el acoso debí aprender otras formas y modos de satisfacer su desmedido apetito sexual. Aprendí a disfrutar del sexo a mi modo, y ahora… bueno… hace un año que nada de nada.
Durante ese monólogo, la vista baja, concentrada en la burbujeante textura del champan, recién al final, tímida levantó la vista para ver el efecto producido en su “sobrino”.
– Y no has pensado en buscarte una relación… seguro que candidatos no deben faltarte…
– Acá no es posible. Hay muchos gavilanes buscando comerse a esta pollita, pero… sabes que “pueblo chicho infierno grande” y cuando estaba en las preliminares de algún acercamiento, nada serio ni cercano a la cama, ya se comenzaba a hablar que… “la viudita necesita carne” y todo eso… Tengo una hija, no puedo correr riesgos por eso así estamos…
– Quieres decir con hambre de…
– Sí, hambrienta, famélica de… bueno… de eso… mismo que estás pensando.
El brindis siguiente, y otro más acercan los ánimos, atravesados por la necesidad de intimidad, soledad y abstinencia de sexo se compadecía con mis carencias por el embarazo de mi esposa. Nos terminamos la botella del espumante. Apresuré en abrir otra, al descorcharla el borbotón de espuma cayó sobre el pecho de Elina, tomé una servilleta para secar su piel, aprovechando para deslizar mi mano más de lo necesario, la sonrisa cómplice era el tácito permiso del abuso de confianza.
Esta segunda botella la bebíamos directo del pico, tomados de la cintura, apoyados contra la mesada de la cocina, seguimos alternando sonrisas y sorbos.
El espumante alegraba los ánimos, soltaba las confidencias, acercaba las emociones, se dejó abrazar, esconder su vulnerabilidad contra mi pecho, cobijarse en mis caricias, sentir el aleteo de una paloma herida, rocé mis labios en la piel de su cuello, osadía que busca la cercanía de una mujer inalcanzable.
Al segundo contacto los suspiros se repiten con más intensidad, levantó la cara para mirarme, sus labios me encontraron dispuesto a recibirlos, como si se hubieran deseado toda la vida. Casi no hubo roce, se abrieron en la búsqueda de la íntima humedad de las lenguas, hurgando dentro del otro en una promesa de eternidad.
Fueron pocos, pero largos, intensidad e intimidad que las palabras son incapaces de pronunciar, sellando el secreto de la transgresión con la contundencia de un tornado pasional, nos enciende el ánimo y nos consume en deseo.
Tomados de la cintura, en silencio, sin mirarnos llegamos al dormitorio, el lecho nos recibió enredados en ese abrazo que abarcaba cuanto tenía a su alcance, el fragor tiene prisa, fuera short y zapatillas en un solo movimiento, bebía sus besos, levanté la falda y corría la bombacha.
Entré con la rudeza que justifica la urgencia por estar dentro, el gemido era la bienvenida al mundo del sexo.
– Ah!!! está cerradita por… falta de uso, la tienes bien gorda, como era…, como me gusta… ¡cómo me gusta!!!
Luego el silencio, los gemidos acallaban con el fragor del metisaca, agitada, estremecida y convulsionada, enmarcan el momento de calentura extrema.
Aferrada a mi cuerpo, admite que sus sensaciones son reales, en carne viva, adecuados en ritmo, sin esconder el deseo. Soy de “tiro largo” pero esta ocasión imponía demorar al máximo, que la excitación y hambre de sexo permitan hacerla disfrutar de una gran cogida.
Ralentizando la vehemencia de la penetración, colocándola encima intensifica su placer y prolonga el mío. Espectador privilegiado, sentirla evolucionar, sacudirse y vibrar empalada a tope, concentrada y con los ojos cerrados estaba viajando al mundo de sus pasiones más intensas. Son imágenes difíciles de explicar, el rostro crispado, labios apretados, respiración contenida, expresan que está siendo atravesada por un orgasmo arrasador, reprimido y silencioso, leve pausa para tomar esa necesaria bocanada de aire para volver a la vida. Retoma el movimiento ondulatorio de sus caderas, adelante y atrás, balanceo, en círculo, quebrando la espalda en el avance, erguida para subir y tomar distancia en el nuevo empalamiento.
Variedad de movimientos para excitarme a mil, los labios de su vagina tienen la contundencia de una boa constrictor, apretando y soltando al miembro, succionar y expulsar, dejarse caer con vehemencia cuando elevo mis caderas impulsando al contacto salvaje y contundente de abrirla al máximo y ahondar todo lo posible.
Se deshace de los breteles, desgarra el soutién, emergen los pechos tan blancos y los pezones tan rosados, sus manos los aprietan en la palma dejando que el pezón quede atrapado entre los dedos pulgar e índice, frota con intensidad mientras los gemidos se escurren entre los dientes que muerden el labio inferior.
El torbellino de un nuevo orgasmo la invade, sus músculos se contraen, endurece los gestos de su rostro, echa la cabeza hacia atrás el busto hacia adelante, la vagina es un latido agónico de contracciones…
Elevé al máximo mis caderas para ensartarme a tope, agarrado con firmeza de sus caderas, sujeto con fuerza en cada elevación. Puedo sentir las vibraciones de su sexo, latir la carne viva de su vagina tragándome todo…
Solo la gestualidad de sus movimientos habla de su tránsito a la inmortalidad de sus vivencias de hembra lujuriosa. El siguiente fue una copia atenuada de los anteriores.
Por ese entonces había tomado el descanso suficiente para poder demorarme, abrazados, sin salirnos, rodamos hasta quedarme encima, entre sus piernas, rodillas flexionadas, mis manos apoyadas en la cama por detrás de sus muslos, cuestión de tener el sexo bien elevado para entrarle bien a fondo y con toda la fuerza que mi calentura exige.
Podía volcarme sobre sus pechos, dejarme abrazar y arrasar por los ardorosos besos de Elina, que se aferra a mi cuello.
Abrió los ojos, comenzó a moverse, acompañar la cadencia de mi penetración, esta vez la siento iniciar el camino de un orgasmo menos volcánico, puedo beber los gemidos de su boca, sentir el ardor del deseo colmado, la angustia de no saber cómo responder a tanta excitación.
– Por favor! por favor! Acaba, acaba ya!!! No aguanto tanta excitación, no puedo, por favor acaba!…
Elevé sus rodillas, los talones descansan sobre mis caderas, mis manos se aferran en sus nalgas, es el momento del acoso final, apurando los movimientos perentorios, con la angustia de entrarme en ella con todo, con la fuerza e intensidad que generamos en ese instante supremo… Un golpetazo, fuerte y profundo, un bufido venido desde la profundidad de mis entrañas fue el disparador del primer chorro de semen, los siguientes igual de fuertes e intensos descargan el deseo acumulado en el fondo del sexo…
El silencio es la elocuencia del placer consumado, la respiración agitada y la risa sin sentido nos iguala en desprendernos de la angustia de pasar del estado de abstinencia al de saciar el hambre atrasada saboreando el manjar del sexo consumado.
– No, no te salgas, déjame sentirla latir dentro de mí…
Despacio, sin prisa, salí de su conchita, hasta quedar arrodillado entre sus piernas, mirando extasiado como los labios vaginales aletean dejando escurrir gruesos lagrimones de semen que se escurren de su sexo. Estiró la mano para sentir la textura del semen que brota.
– Cuanta lechita tenías!!! me dejaste llenita de leche. También tenías muchas ganas.
– Tantas como vos. Cuántos fueron?
– Ni cómo fueron. En el primero sentía la tensión y el calor subiendo, luego… no sé más, todo se nubló, como que perdí el sentido, creo que dejé de respirar, cuando volví a la vida, estaba montada, con esta cosa gorda metida dentro, sentir como latía la conchita, estremecimientos, casi dolor, como calambres y relajamientos, no sabría cómo explicarme. Fue distinto a todo lo conocido, luego la excitación me invadió y los orgasmos se suceden sin control, por eso te pedí que te vengas, no podía con la ansiedad que me producían. Nunca tuve más de uno, cuando me daba tiempo.
Se levantó para limpiarse la abundante enlechada. Volvió desnuda e higienizada, la toalla sirvió para cubrir los restos de semen vertidos sobre la sábana. Arrodillada controla el reposo del guerrero, la verga mantiene la rigidez de cuando me salí de su cuevita, mirándome a los ojos acercó su boca para limpiar la última gota que corona el “ojito”, cubrir con su boca cuanto podía para recuperar los resto de la profusa eyaculación, mi sonrisa agradece la delicadeza de aprovecharse mi hombría.
Le acerqué la botella, sorbió del pico el espumante para acompañar el semen de su hombre.
Tendida, silenciosa, mirando el techo, solo el suspiro prolongado cuando mi boca comenzó a lamer el seno izquierdo, sus manos tomaron el pecho para asistir la glotonería del ansioso mamador. Los gemidos de la hembra se compadecen con la urgencia de la succión, la verga retoma la erección a pleno.
Me vuelco sobre su pierna para frotarla sobre ella, la mano de Elina acude para sofrenar la calentura de su hombre.
Me pone de espaldas, consciente que la erección de su hombre necesita atenciones, su boca está dispuesta a darme la satisfacción de entrar en ella. Sin dejar de vigilar cada movimiento comienza a masturbarme y mamar con suavidad.
Cuando la calentura apremia, intensifico el ascenso de la pelvis, asida de los cabellos, estamos en coito bucal a pleno, sus manos evitan las arcadas iniciales. La mamada siguió con intensidad y premura que mi calentura exige, las tetas apretadas para contener la ansiedad de no poder contenerme. La incontenible eyaculación exige, impone sus tiempos, la urgencia se traduce en la rigidez muscular, la brusquedad de movimientos, sabe leer la información, acomoda su boca para recibir el chorro de caliente semen, sabe que debe sacudir la verga lento, despacio para vaciarme todo. Repite la masturbación mientras traga (necesitó dos tragos) la leche de su hombre.
Permanece quieta, conteniendo los últimos latidos de la verga, se retira despacio, aprieta corriendo el prepucio para descubrir esa última gota, perlada que recoge con la fruición de una hembra que sabe cómo atender a su hombre. La sonrisa complaciente mientras la lengua recorre todo el labio inferior para recoger los restos del naufragio seminal.
Un beso a la botella de champán agregaría burbujas al lechoso regalo de mi calentura.
Me comió la boca, un beso profundo, su lengua busca el contacto con la mía, puedo sentir el aroma dejado por el champán y tal vez algún resto de mi lechosa existencia permanezca en su boca.
Transitamos el éxtasis de la compañía mientras las funciones vitales recuperan la normalidad. No hubo explicaciones, solo su confidencia de que este había sido un momento único, que era la primera vez que se tragaba la leche de un hombre.
Soy buen escuchador, sabía lo que necesita, llevé su cabeza sobre mi pecho para que hiciera las veces de confesionario, dejarla vaciar sus ganas de contarme: “te dije que era un hombre que se había calentado en extremo conmigo, me persiguió hasta conseguirme, hacerme el sexo era una prioridad vital, el amor venía entremezclado, el apetito sexual por hacerme era la desmesura misma. En los comienzos lo hacía hasta cuatro veces al día, no sé de dónde sacaba tanta vitalidad, era un enferme del sexo, me costaba seguirle el tren, tampoco era demasiado generoso, diría que estaba pendiente de su propia calentura, me lo hacía por delante y por atrás, ahí fue algo más complicado, la tenía gorda, así como la tuya y cuando me hacía la cola era algo serio.
Sabía respetar la veda que imponían mis reglas, en verdad era un alivio, pero “en esos días” fue cuando comenzó a hacer el culo, claro que las cremas suavizaban bastante el impertinente grosor de su poronga, pero cuando la calentura se imponía perdía la poca delicadeza previa y me la mandaba con la bruta urgencia que moviliza la contundente eyaculación. En más de una ocasión, repetía con un segundo polvo, fue así que aprendí a pajearlo y hasta mamarlo para poder calmar sus increíbles raptos de calentura, no tragaba su semen, no sabía bien como el tuyo, cuando se salía de mi boca se tendía boca arriba para tomar un respiro de su intensa agitación, yo me ponía un poco de lado, vaciaba el semen en mi mano que luego limpiaba en una toalla que siempre tenía bajo la almohada”
– Ufff, necesitaba contar esto, gracias por escucharme.
Tomé su cara entre mis manos, su boca en mi boca y me comí todos sus besos, hasta los más obscenos.
Durante el resto de ese finde tuvimos sexo a diario, en la mañana justificaba que salía a correr y luego me tomaba un café en un barcito del centro, no me faltaron excusas para un “rapidín”.
Al regreso seguimos en contacto por skipe y por el teléfono, realmente fue una deliciosa relación, en el primer viaje solo, con la excusa de contratar una reparación en la casa fueron dos días a sangre y fuego, cogidas y recogidas de antología, que por extenso y la excitación provoca memorarlo amerita un relato aparte.
Conocer tu comentario me importa mucho, cuéntame en [email protected] con gusto responderé tus preguntas. Te espero mañana en la continuación.
Lobo Feroz