Mis ex compañeros de colegio habían orquestado una reunión para celebrar y traer a la mente los viejos tiempos, donde jugábamos, peleábamos, reíamos, llorábamos… en fin, lo que ocurre en cada amistad. Este fin de semana iba a ser la cosa. Si bien yo no era amiga de todo el curso, tenía muy buenos amigos. Nos reuniríamos luego de ocho primaveras. Creo que al igual que yo, ya todos tenemos 22 años.
Ramiro, Saúl, Mónica, Karen, Paulo… Pero Samantha, mi mejor y más grande amiga, no iba a estar. Falleció el mes pasado de un infarto. Había estado enferma toda su vida la pobrecita.
En la casa de Paulo acordamos hacer la junta, dado que es la más grande y por ende, la más ideal para una junta de ex compañeros. Ya era mediodía del sábado y por la noche era la cosa.
Pensaba en cómo ir vestida. Siempre quizá por la timidez, vestía ropas largas y gruesas. Pero ahora ya no era así. Quería ser diferente, mostrar algo de rebeldía o atrevimiento, cosa que antes no era posible. Saqué una diadema roja de una caja donde tengo varias guardadas.
Una blusa roja sin mangas, una minifalda azul de mezclilla… Y luego de revisar mi closet, opté por elegir un par de botas negras de tacón medio. Me llegaban hasta debajo de la rodilla. Ah, y me solté el cabello, siempre lo llevaba tomado. "Uh, me van a estar mirando todo el tiempo", decía mientras me miraba mis piernas vestida así ante el espejo. Y es que recuerdo que en esos tiempos de colegiala siempre había algunos compañeros que me miraban (y sin disimular), diciéndome que mis piernas eran bonitas. Yo no me quejaba ni nada, pues era algo natural.
Fui la primera junto con Karen en llegar a la casa de Paulo, donde éste ya estaba. Sus papás habían ido a la casa de un familiar, no tenían preocupaciones pues su hijo sabía cuidar la casa estando solo. Vi cómo se le salió un suspiro al verme. "Qué guapa te ves, Bianca", sonrió al hacerme pasar. Nos hizo esperar en la sala de estar mientras él terminaba de preparar la carne. Karen también se veía distinta: estaba con frenillos. Conversábamos de cualquier cosa mientras esperábamos al resto.
Nos saludábamos con quienes iban llegando. Todos me hacían el mismo comentario, que me veía "guapa". Los hombres me miraban desde abajo hacia arriba antes de saludarme.
Y al fin llegó Eladio. El chico que me gustaba, y que aún me gusta. Simpático, aunque algo retraído. Me hizo un examen de rayos X con la mirada y sentí que murmuraba algo así como "Esa mini y esas botas…" Todos los hombres me miraban pero a mí no me molestaba. Además todos ya tenían pareja. Excepto Eladio. Nos saludamos con un beso en la mejilla.
Durante la comida, estaba sentada entre Ramiro y Eladio, justamente. La música sonaba y Paulo había puesto un partido de fútbol en la TV. Todos conversando entre todos. Sentía que Eladio estaba un poquito nervioso, ¿es porque estaba sentado a mi lado? Fue el primero en terminar su plato, y luego se sentó en uno de los sillones. Yo hice lo mismo después.
– ¿Éstas bien? – le pregunté al sentarme a su lado.
– Claro… Estoy reposando de comer tanto – Me miraba.
– Yo tampoco puedo más…
Mirábamos el juego en la TV. Crucé mis piernas… Sí, para que se me vieran más y para sentarme con más comodidad. Eladio me miraba de vez en cuando. Chequeaba mi rostro y mis piernas. Inconscientemente o no, con sus dedos de la mano derecha me rozó el muslo. Fueron sólo algunos segundos. Francamente me sentí algo nerviosa, pero su roce no se sintió nada mal. Ya estábamos casi todos en los sillones, sólo Karen y Saúl seguían en la mesa, conversando.
Ya largo rato después, cerca de que el partido terminara, me puso la mano derecha sobre mi rodilla. Yo pues… Me gustaba esa sensación, pero no quería que lo hiciera a la vista de todos. Me tapé la boca con mi mano derecha, como lo hago siempre que me dan los nervios.
Durante el baile, se apagaron todas las luces. Y claro, todos bailando, excepto Eladio y yo. No se le da bien, y a mí muy poco. Así que seguimos sentados ahí mismo.
Sabía que yo también le gustaba a él. Ambos nos gustábamos. Por su mirada, notaba que quería acariciarme. Aún con todas las luces apagadas, podían notarnos. La casa de Paulo es grande y Eladio se le acercó y le pidió una habitación para ir a dormir un rato.
Me llevó con él. No sé por qué, pero lo hice.
Estábamos solos. La música se oía silenciosamente. Nos sentamos en la cama. No decía nada. Nos mirábamos. No necesitaba hablarme para que le entendiera. Me puso lentamente su mano izquierda en mi rodilla derecha. Y empezó a moverla muy despacio desde arriba hacia abajo.
"Dios, qué lindo se siente", pensaba. No es por ser "caliente", no. Pero era la verdad, me gustaba. Me miraba mis piernas al mismo tiempo. Yo vigilaba su mano moviéndose desde mis muslos hacia mis botas. De repente, me tomó la pierna izquierda con ambas manos y la dejó cruzada sobre la otra. Solté un suspiro cuando lo hizo. Continuó acariciándomelas, ahora con ambas manos.
Me miraba las piernas y me miraba a la cara. Claro, yo a él. No iba a detenerlo. Estaba disfrutando de su masaje. Me frotaba las botas con la misma lentitud. Deduje obviamente que le gustó que las combinara con la minifalda.
Se sentó a mi lado, detuvo lo que estaba haciendo.
Y nos quedamos mirando. Se acercó lentamente. Y no quería detenerlo. Era el chico que me gustaba después de todo. "Prepárate", me decía mi mente.
Me besó.
Lo quedé mirando. Empecé a delirar. Primera vez que un chico me besaba…
Como por impulso, me agarró la cabeza con sus manos y me besó con fuerza durante varios segundos.
Al terminar… No tuve otra opción que desmayarme. Apenas me soltó caí hacia atrás. La emoción fue tal que me desmayé inevitablemente. Pero, de alguna manera parte de mi mente seguía despierta.
"No me hagas nada malo", pensaba. Me quedó mirando por varios minutos. No se molestó en llamar a nadie. Quizás el medio escándalo se habría armado si supieran que estábamos juntos. Afortunadamente todos estaban en el baile. Empezó a acariciar mi cabello y mi rostro. Estaba inconsciente y consciente a la vez. No podía moverme ni abrir los ojos. Pero sentía lo que sucedía.
Me removió la chaqueta negra que tenía puesta. La blusa roja dejaba mis brazos al descubierto y parte del cuello. Me cargó en sus brazos.
Empezó a sobarme las piernas y las botas mientras me cargaba. Luego me recostó en la cama y prosiguió allí. Me acariciaba. Me miraba las piernas y mi cara durmiente. Me dio vuelta y acarició mis piernas por detrás y el cabello. Me dio una fuerte palmada en el trasero, sin duda le gustaba mucho cómo me veía en minifalda. "No te pases", decía mi mente.
Yo le gustaba. Estaba con él en una habitación a solas. Me había desmayado por un beso de él. Y además estaba vestida como a él le gustaba… Estaba a su merced. Podía hacerme lo que quisiera. Y estaba convencida de que sus manos eran privilegiadas. Me gustaba la sensación de mis piernas siendo acariciadas por él. Sobre todo cuando con los dedos me hacía círculos en las rodillas.
No sabía cuándo iba a despertar, pero no tenía apuro. El único problema era que en cualquier momento Paulo o alguien más podía entrar a la habitación y vernos. Salvo por eso, no tenía problema en seguir desmayada. Eladio no quería tener sexo, de hacerlo lo hubiera hecho de inmediato. Solamente quería manosearme mis piernas sin restricciones.
Finalmente desperté. Me miraba y siguió deslizando su mano por mis muslos. Se acostó a mi lado. Me miraba y yo le sonreía tiernamente. Quería besarme de nuevo. Pero no lo iba a hacer. Quizás temía que me desmayara de nuevo.
Me dijo entonces que me veía muy sensual en minifalda y botas. Que mis piernas eran muy suavecitas como una almohada. También que le gustaban demasiado mis piernas y que me quería besar nuevamente. Yo también lo quería besar. Deslizando su mano por mi bota me dijo que ojalá siguiera vistiéndome así. Le dije que así como yo le gustaba, el me gustaba a mí, pero no era el lugar adecuado para que se deleitara conmigo.
Volvimos a la sala de estar. El baile continuaba y al parecer, nadie se había dado cuenta de que yo había estado ausente. Pasadas las dos de la madrugada, algunos se quedaron a dormir en la casa, otros se fueron. Claro, entre quienes se quedaron estaban Eladio y yo.
Estábamos de nuevo en la habitación.
Le puso seguro a la puerta. Me hizo sentarme y se arrodilló ante mí y me besó mis rodillas y me las lamió. Me sacó un suspiro. Jugando a provocarlo, me crucé de piernas y le dediqué una sonrisita. El me lamió ahora mis botas. Otro suspiro de placer.
Cerré mis ojos y me dejé llevar por la emoción. Sonreía por la emoción. Ya no lo ocultaba: me estaba fascinando que me acariciara las piernas y las botas y me hiciera todo eso. Mi sonrisa se acentuaba cuando me hacía círculos en las rodillas. Claro, él gozaba viéndome disfrutar de esa manera.
Me dio apretones en las botas, me siguió besando mis rodillas y mis muslos… Yo suspiraba de placer. Me recostó en la cama y me empezó a acariciar mi cabello y a besarme el cuello. No podía ni quería detenerlo. "Sigue así, sigue así", decía mi mente. No podía dejar de sonreír y hasta me sacaba una risita ocasionalmente.
– ¿Te podrías desmayar de nuevo? – me preguntó.
Me agarró y empezó a besarme de nuevo. Lentamente. Realmente me iba a desmayar de nuevo del placer, pero no tenía ganas de evitarlo. Me levantó, me puso de pie y entonces me dio un beso tan fuerte y me abrazó de la misma manera. Me soltó y me dejó caer sobre la cama.
Me desmayé de nuevo. Y ahora, con una sonrisa en el rostro. Pero desperté minutos después.
Mis piernas lo hipnotizaban al igual que mis botas. Quizás cuanto tiempo había deseado verme vestida así. También la minifalda le daba placer. Tanto que a la mañana siguiente al despedirnos me dio una buena palmada otra vez. Me dolió un poquito, pero me reí también.
Tan solo días después me invitó a su casa. Era obvio que termine de vestirme de manera similar. Me puse esta vez blusa y diadema de color verde, minifalda celeste y unas botas matronas. Me miraba ante el espejo. Ante los demás, visto como siempre. Pero ante él, desde ahora, así.
Pensaba que si Samantha me hubiese visto así, no hubiese aprobado mi vestimenta. La pobrecita era muy tímida.
Mientras iba a su casa, pensaba en que si me besaba de nuevo, me iba a desmayar otra vez. Creo que Eladio sin querer me estaba contagiando de un fetiche por los desmayos. "Bianca si quieres ese placer desmáyate cuanto sea necesario", me decía esa voz en mi mente.
Al llegar a su casa sólo estaba él. Entiendo por qué me invitó entonces. Me miró con los ojos brillantes al verme vestida así. Me tomó de la mano, me llevó a su habitación y al instante me hizo sentarme en la cama.
"¿Apenas llego y empieza?", pensé. Empezó nuevamente a pasar sus manos por mis piernas y mis botas y lamerme las rodillas. Yo sonreía, no podía hacer otra cosa. Me hizo recostarme en la cama y me dio vuelta. Le gustaba mucho mirarme las piernas por detrás. Siguió con sus caricias. Yo cerré mis ojos para disfrutar de aquel placer y suspiraba de vez en cuando.
Me acarició el trasero por encima de la minifalda y me hizo abrir los ojos. Me empezó a dar pequeñas palmaditas pero de repente me dio una muy fuerte que me dolió. Y luego otra. Y otra. Le hice saber que me dolía y entonces me dio vuelta y me miró a la cara fijamente.
– ¿Qué pasa? – le pregunté.
– Vestida así… Déjame tomarte una foto… -dijo sacando su celular.
Me pidió que me cruzara de piernas, pusiese una mano sobre mi rodilla y otra sobre mi bota, y que sonriera. Lo hice. Tenía ganas de provocarlo. Empezó una sesión de fotos conmigo. Me pidió que me acostara en la cama, que me sentara, que jugase con mi cabello… También me dijo que diera una vuelta sobre mí, para ver cómo se me movía la minifalda… Sin duda gozaba el verme haciendo esas poses seductoras.
Quizás de seguro ya antes me había tomado fotos sin que lo supiera. En el colegio o en la fiesta. Salió de la habitación y me dijo que volvería luego.
Me quedé sentada en la cama. Me miré mis propias piernas. Crucé una sobre la otra. Estuve mirándomelas y comencé a acariciármelas. Sí, me gusta hacerlo de vez en cuando. Deslizaba mis dedos por la parte superior de mis botas. Me miraba los muslos y la minifalda. Las botas que tanto me gusta usar, tanto así le gustan a él, pensaba.
Volvió.
Traía un pañuelo con cloroformo.
Pensé que me lo iba a aplicar de inmediato, pero me pidió permiso… Me dijo que desde que me dio aquel beso fantaseaba con tenerme desmayada en sus brazos. Yo simplemente le dije que me hiciera lo que quisiese.
No sé si fue su gusto por las MMA o la lucha libre… Pero dejó el pañuelo a un lado. Me miró…
Y me dio un puñetazo en el rostro, del lado derecho. Lo quedé mirando, empecé a delirar. Me pegó muy fuerte en el lado derecho. Y luego me hizo lo mismo en el cuello. Me desplomé sobre la madera del suelo de su habitación. Y aunque desperté algunos minutos después, de inmediato me puso el pañuelo encima.
Ya rato después, estando despierta, me confesó que quería desmayarme de todas las formas posibles. Que cuando me veía en minifalda y botas no sólo me quería acariciar mis piernas, sino que también vestida así me quería dejarme inconsciente.
Y pues ya varias semanas después, volvió a invitarme. Decidí que sería yo la que llevaría las riendas del juego. Minifalda azul muy oscura, un poquito más corta, una blusa blanca, y botas negras de tacón alto y puntiagudo. No me miré ante el espejo. Sabía que me veía bonita.
Apenas me abrió la puerta, entré y le rodeé el cuello con mis manos. Le hice una mueca provocativa y tras soltarlo, di una vuelta sobre mi misma y le pregunté cómo me veía.
– Más sensualona que nunca – me dijo y me volvió a dar una palmada en el trasero, que aunque igualmente me dolió, ahora me sacó una risa.
Sin preguntar, lo tomé de la mano y lo llevé a su pieza. Me senté en la cama, me crucé de piernas y para provocarlo aún más, me empecé a sobar los muslos.
– Amorcito… Esta minifalda y estas botas las visto sólo para ti… – le dije con mi tono más seductor posible.
Y sin preguntar, se hincó ante mí y me agarró las piernas y empezó a besarme las botas, en la zona de los pies. Volvió a sacarme un gemido. Después hizo lo de siempre, pero con más ganas.
Me acarició los muslos con fuerza. Me hizo círculos en las rodillas lenta y rápidamente. Me hizo recostarme en la cama y empezó a besarme el cuello y jugar con mi cabello. Gemí otra vez.
– Ahora amor mío… Hazme desmayar… Cárgame en tus brazos… – le dije mirándole a los ojos.
Y claro, no perdió el tiempo. Me dio un golpe de nuevo en el rostro, y esta vez no hizo falta uno segundo para que me cayera desmayada sobre la alfombra. Al despertar, me aplicó cloroformo. Luego, me desmayó a besos… Y sobre la cama quedé inconsciente con una sonrisa en mi cara…
Y así él me contagió. Me quería desmayar siempre que luciera minifalda y botas. Y yo quería que me desmayara. Claro, sin dejar de pasar sus manos por mis piernas cada vez que me invitó a su casa.
Ahora estoy en pijama, acostada. Pero imagino que él viene y me hace perder la conciencia… Incluso a golpes. Los suyos no duelen, como si tuviesen un toque mágico…
Y si leyeron esto, pues supongo que les gustaría tenerme al frente suyo y jugar conmigo… Díganme, ¿cómo harían para hacerme desplomar? ¿De qué color deberían ser la minifalda y las botas? ¿Me golpearían? Leeré sus respuestas…