Soy un hombre de 42 años, divorciado hacer unos siete años. Tengo una hija de diecinueve muy atractiva, rubia, muy tierna. Una chica encantadora, quizás muy promiscua.
Dicen que yo soy muy guapo y tengo muy buen cuerpo. Las mujeres de cualquier edad y/o raza se fijan en mí al pasear por la calle. Pero no soy muy dado a ligar. Soy más bien tímido. Desde que me separé de mi mujer mi actividad sexual se reduce a la masturbación. Bueno miento sí que tengo encuentros sexuales ocasionales, pero tampoco demasiado frecuentes. Me masturbo con mucha frecuencia.
No me gustaba la vida sexual de mi hija. Me parecía demasiado liberada. No tenía novio, pero sé que se veía con muchos hombres.
Algunas veces llegaba a casa acompañada por alguno de esos y me tenía que tapar con las sábanas y ponerme tapones en los oídos para no oír los gritos de placer de mi hija.
Aun así, mi hija y yo nos llevábamos muy bien. Le podía oír decir de mí que era el hombre más guapo del mundo. Pero también aquello me parecía escabroso. En fiestas con amigos la oí decir que estaba enamorada de mí. Al oírla sentía una vergüenza horrible.
En cierta ocasión discutimos sobre ello. No quería que hablase delante de los demás sobre mí de esa forma.
—Papa si no es por piropearte gratuitamente, pero es que estás muy bien.
Sabía que tenía razón, pero no estaba bien que lo dijese en alto puesto que éramos padre e hija y la gente podía pensar cualquier cosa.
Si razón la tenía. Los jóvenes con los que iba mi hija eran eso… jóvenes… pero no me parecían más atractivos que yo. Seguro que si tuvieran mi edad estarían obesos o calvos.
Todos los días hago deporte. Recuerdo que alguien me ha dicho que estoy hecho un George Clooney de la vida. Me parece que ese tal Clooney es un actor que gusta mucho a las mujeres.
Y tampoco es por ser presumido, pero soy un hombre bien dotado. El tamaño de mi pene alcanza los 19 centímetros y es bastante ancho. Pero esas cosas me hacen sonrojar. Supongo que a otros hombres eso les haría caminar sacando pecho, pero yo siempre he intentado ocultarlo. Masturbándome.
La verdad es que las "aventuras" de mi hija no me gustaban demasiado. Quizás porque soy de otra generación. Sé que alguna vez se ha acostado con más de un chico a la vez, pero no le he consentido que tuviese ese tipo de relaciones en mi propia casa.
Hasta que por fin se decidió a tener un novio. Un solo hombre cuando menos. Pero el tipo tenía 15 años más que ella. Y la cosa no funcionó.
Terminó haciendo lo que sabía ella que no me gustaba que hiciese. Tener orgías con chicos en mi propia casa.
Una noche de forma violenta, lo reconozco expulsé a los golfos que acompañaban a mi hija de mi casa e impedí que pudiesen volver a entrar.
Decidí desde esa noche que debía ocuparme personalmente de mi hija e impedir que hiciese ese tipo de cosas. Quería que tuviese relaciones con los demás como Dios manda. Muchas más amigas. Amigos formales y por supuesto un buen novio.
Para ello prácticamente no me despegaba de ella. Desayunábamos, comíamos y cenábamos. Íbamos al cine. Paseábamos en el autobús.
Creía que la tenía controlada pero no era así. Seguía recibiendo llamadas telefónicas y sonando el timbre de la casa.
La única solución era dormir en el mismo cuarto. Así impediría que pudiese acostarse con alguien.
Así no volvió a entrar nadie en esa habitación. Pero a veces me parecía que había caído en una trampa de la perversa de mi hija. Lo notaba por la forma en que me miraba.
No tenía tiempo para vivir en mi intimidad. Ni siquiera podía desahogarme sexualmente. Ella aparecía todo el día con camisones, en lencería, con bikinis, pijamas transparentes o incluso desnuda o con pantalones ajustados y camisas perfumadas. Me provocaba así constantemente. Esto hacía que no pudiese reprimir esa sexualidad potente que tengo.
Una vez salimos a pasear. Ella me dijo:
—Te has dado cuenta de cómo te estamos mirando.
—¿Quiénes? -respondí.
—Todas.
Desde que iba a con mi hija a todas partes mi pene colgaba anhelante y dispuesto a tener una erección en cualquier momento. Llevaba más de dos semanas sin masturbarme.
Nos sentamos en una terraza y nos tomamos unos refrescos. La joven de la mesa de al lado no me quitaba el ojo. Sentí que la pierna de la chica se apretujaba contra la mía y sentí también la pierna de mi hija. Una a cada lado. Alcancé una erección al cien por cien y no me podía levantar de la silla.
Al llegar a casa no podía más. Mi hija se quedó con una camiseta y unos pantaloncitos cortos de los que asomaba un tanga o eso me pareció a mí. Pero la verdad es que no llevaba nada. Yo no podía más. Estaba enloquecido.
Cogí a mi hija y la llevé hasta su cama. Le bajé definitivamente el pantalón. Ella intento resistirse. Metí directamente sin más mi pene dentro de su vagina. Y me corrí. Estaba empapado. Su coño estaba empapado. Note sus contracciones. Sus corridas. ¡Había caído en su trampa!
Salí de ella y descansamos un rato. Ella se tiró a por mí polla, larga ancha y dura. Sonaba a leche. Su mano estaba sucia de mí. Me la chupaba. Se la metía hasta el fondo. Le follaba la boca. Se ahogaba. Se la metía hasta el fondo o me la follaba yo. Sus jadeos eran salvajes. Como los míos.
Se detenía un momento y me decía:
—¡pero que guapo eres cabrón!
La obligué a chuparme los huevos y ella me los olía. Me chupaba el culo porque me encantaba. Y le ponía la polla y el culo para que me los comiera. Volví a correrme dejándole el cuerpo empapado. Las sabanas y la ropa en el suelo se le quedaba pegada a su piel.
Le comí sus tetas, su cara, su boca, sus pies, sus manos, sus axilas y ella las mías. Metí mi polla entre sus tetas. Luego se la metí. Me la folle. Mi polla ancha y larga al cien por cien. Ella encima de mí mirándome la cara y llena de mí hasta saciarse una y otra vez. Ella gritaba y gritaba. Me corrí y la inundé. Se la saqué y se la metí por el culo sin su consentimiento. Ella se estremeció. Tuvo varios orgasmos seguidos. Se la saqué y seguí masturbándome hasta que salió mi líquido ardiente.
Estuvimos tres días follando y follando sin parar. Pidiendo pizzas. Ella jadeaba, gritaba. Era una locura. Hasta que yo ya no podía más.
—¡Que locura acabamos de hacer hija!
—Y ahora como podemos vivir el uno sin el otro -me respondió.
Mi polla ya estaba arrugada. Es una delicia tener a una chica joven en tu cama. Tener su ternura, su dulzura, su cuerpo duro.
Se la volvía a meter y me corría con un gusto morboso. Primero había sido el deseo carnal por una joven pero luego era el éxtasis sucio y morboso de un incesto.