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Me pierdo en las generosas nalgas de mi mujer
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Hace unos años conocí a Sofía, mi actual mujer. Nos presentaron en la universidad unos amigos y pronto hicimos buenas migas. Comenzamos a salir y nos convertimos en novios al poco tiempo. Sofía es muy guapa, pero entonces estaba delgada. Vamos, delgada, pero que estaba bien. Buen cuerpo y demás.

Cuando nos casamos empezó a engordar. Bueno, yo también un poco, pero lo que yo veía bien para mí, barriga y piernas gordas, en ella no me gustó tanto. Las tetas se le cayeron un poco y su culo se hizo más grande, aunque no demasiado.

Aunque no teníamos hijos, yo perdí las ganas de follar. La pasión de novios se había acabado. Entonces podíamos hacerlo en cualquier sitio. Recuerdo que una vez lo hicimos en unos lavabos y casi nos pillan, pero nos podía el deseo. Ahora todo se había acabado.

Cuando estaba solo en casa, ella trabaja de tarde y yo por la mañana, me ponía a ver porno y allí me la cascaba con la película.

Alguna noche me despertaba y la escuchaba en el baño masturbándose. Ella no era de vibradores ni consoladores, ni nada de eso. Lo hacía con sus dedos, pero aun así, necesitaba sexo como yo.

Lo que no se es porque hasta entonces nunca me había dicho nada.

Todo cambió de repente un día.

Mi mujer se había comprado un conjunto muy sexy, pero la verdad es que era como una talla más pequeña de la suya. Las nalgas se le salían por los lados.

En un principio no le hice mucho caso, pero entonces estaba agachada alisando su vestido, que estaba sobre la cama y volví a sentir deseo por ella, algo que no había experimentado en algún tiempo.

Después se giró y me quedé mirándola de frente. Sus pechos grandes se sostenían bien por el body y no pude evitar decirle lo guapa que estaba.

-Gracias, me dijo.

Me acerqué y la bese apasionadamente. Su lengua se metió en mi boca y yo la correspondí.

No pude más y la quité el body y la tumbé en la cama. Estaba tan excitado que solo me bajé el pantalón y el calzoncillo y se la metí sin más.

Empecé a moverme dentro de ella, saliendo y entrando como hacía mucho que no hacíamos y terminé corriéndome enseguida, de tan excitado que estaba.

Mi mujer me miraba desde abajo.

-Has aguantado poco, me dijo. No me he enterado de nada.

-No te preocupes, cariño. Volví a llamarla cariño de nuevo como tiempo atrás.

Me agaché y la comí el coño como nunca lo había hecho. Yo por aquel entonces solo pensaba en hacerlo y casi nada en los preliminares. Así que se lo comí como si fuéramos novios. Ella se corrió enseguida y para entonces mi polla estaba otra vez erecta y volví a penetrarla, medio vestido como estaba.

Estaba vez disfrutó como una loca y se corrió un par de veces más, conmigo dentro. Fue algo increíble.

Lo que no sabía es que algo había cambiado en mí.

Dos días después, Sofía estaba encantada conmigo, aunque no lo habíamos vuelto a hacer desde ese día. Se paseaba por casa con el body puesto en cuanto volvía del trabajo. Sus nalgas asomaban como os dije y lo que antes me parecía un culo grande, ahora me excitaba un montón.

Verla así me puso palote enseguida y me acerqué por detrás a ella y la sobé el culo.

-Me encanta tu culo, le dije.

-Pues antes no te gustaba tanto.

-Ahora me vuelve loco.

Sofía nunca quería que lo hiciéramos en la postura del perrito, decía que prefería verme la cara al hacer el amor. A ella, claro, le encantaba cabalgarme. Incluso no le importaba el misionero profundo que me gustaba tanto, porque podía verme la cara.

Así detrás de ella, seguía sobándole el culo y luego subí a sus tetas. Nos veíamos en el espejo de nuestra habitación y era muy sexy vernos juntos.

Me agaché y separé un poco el body, dejando un poco a la vista sus nalgas. Las besé con cariño y no pudo resistirse a que la pusiera a cuatro patas en la cama.

Una vez más, la quité el body y abrí sus nalgas. La penetré despacio, saboreando como mi polla se deslizaba dentro de su coño húmedo y tierno.

Puse mis manos sobre sus nalgas, mientras iba bombeando. La visión de su culo botando contra mí era maravillosa. Mis jadeos iban en aumento, mientras sudaba como un loco, presa de la excitación.

Ahora apoyaba mis manos en su culo, pero en la parte enfrente de mi. No sabía cuánto tiempo aguantaría sin correrme.

Sofía gemía como loca, no le importaba que pudieran oírnos los vecinos. La verdad es que hacía mucho tiempo que no debían oírnos, así que a mi tampoco me importaba.

Mi pene seguía entrando y saliendo. Iba despacio, lento, no quería que acabara nunca. Pero llego el final y no pude prolongarlo más.

-Me corro, me corro, no puedo aguantar más… ¡me corrooo!

-No te preocupes, tú sigue, córrete, córrete, me animaba mi mujer.

Un poco mas y acabé corriéndome dentro. Sofía tomaba la píldora y por lo tanto lo hacíamos a pelo. Eyaculé a borbotones como el otro día. Seguí un poco mas, hasta que derramé todo mi semen en su interior.

La saqué despacio, y unas gotas de semen aun salían de mi glande. Cogí un clínex y limpié a mi mujer.

Nos tumbamos juntos a recuperar la respiración.

-Mi maridito, me dijo. Ya creí que te había perdido.

-Para nada, aquí me tienes.

-¿Cuánto hace que no follábamos así?

-Desde que éramos novios. Hace unos años, jeje. Ese body ha salvado nuestro matrimonio.

Nos dormimos abrazados, pero antes de dormirnos, se me ocurrió algo.

Al día siguiente, mientras mi mujer trabajaba, entré en la farmacia del centro comercial que hay unas calles más allá de nuestra casa. No querían que me vieran en la farmacia de al lado de nuestra casa.

Compré un gel lubricante y unos preservativos más gruesos para el sexo anal, que me recomendó la chica de la farmacia. No pareció escandalizarse cuando se los pedí.

Me sonrió al cobrarme y me fui a casa.

Esa noche estaba preparado para tener sexo con mi mujercita. La había calentado previamente con mensajes picarones y cuando volviera estaría a punto.

Lo que no sabía es que lo tenía preparado para ella.

Llegó a casa, se puso cómoda y comentamos nuestro día de trabajo. Me dijo que había tomado algo de picoteo, porque era el cumpleaños de una compañera y no traía ganas de cenar.

Enseguida se fue a nuestro cuarto y se puso el body.

Nos calentamos previamente con besos y sobeteos. La tumbé y la puse a cuatro patas. Ella ya sabía lo que me gustaba esa postura, pero ni idea de mis intenciones.

Saqué el lubricante y lo eché por mi polla erecta, cubriéndola toda. Acerqué mi rabo a la raja de su culo y comencé a rozarme, subiendo mi polla arriba y abajo.

Entonces, mojé un dedo con lubricante y acaricié su ano. Ella dio un respingo, pero no dijo nada.

Con otro dedo, la masturbé, sobando su clítoris. Su ano aún no se dilataba, por lo que procedí a introducir más mi dedo. Un poco más de tiempo y un segundo dedo entró en su ano.

Mientras, seguía acariciando su coño. Su humedad lo llenaba todo. Me puse un condón de esos gruesos y se la metí por el culo con cuidado.

-Ay, duele.

-Tranquila. Iré despacio.

No me reprochó que quisiera follármela por el culo y se dejó hacer.

Seguí con el mete-saca lento y conseguí que entrara toda en su culo.

Abrí un poco sus nalgas y la visión de su culo con mi polla entrando y saliendo, fue maravillosa.

Solo duré un par de minutos más y me corrí. La presión de su ano hizo que no durase nada.

Lamenté no haber podido correrme a pelo.

La saqué despacio. Me quité el condón y lo tiré al suelo sin más.

-¿Qué tal? ¿Te ha gustado? Me preguntó mi mujer.

-Mucho, cariño.

-No quería dejarte con las ganas, aunque yo no he sentido mucho.

-Ahora te compensaré.

-Me duele un poco el culo. Me dijo.

-Ahora lo soluciono.

Me levanté de la cama desnudo y fui a por una bolsa, de esas de agua caliente, que todos hemos usado alguna vez. La llené de hielo y se la llevé a mi mujer.

La puse bajo su culo y parece que se le pasó un poco el dolor.

Pero estando así, abierta un poco de piernas, me puse cachondo otra vez y me puse encima de ella y volvimos a follar. Esta vez podría correrme dentro de mi mujercita.

Habíamos recuperado la pasión de antes y era maravilloso.

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