Desde siempre me había sentido atraído por la hija mayor de mis vecinos del tercero derecha. Cuando aconteció lo que a continuación les voy a relatar, ella contaba con 18 años, y hacía tiempo que ya venía anunciando que iba a ser una de las indiscutidas bellezas de la ciudad. Esbelta, con uno setenta y cinco largos de altura, tipito de modelo, pero no de las de pasarela, sino de las de anuncio de lencería. Mejor les dejo los detalles de su cuerpo a la imaginación, porque estarán ya hartos de descripciones de turgentes senos juveniles y traseros redonditos. Por cierto, su nombre es Mónica.
La he conocido de toda la vida, ya que sus padres se trasladaron a la vivienda que ahora ocupan cuando ella contaba con cinco años. Una familia humilde pero trabajadora y honrada a carta cabal, su madre es modistilla en un taller de confección, y carpintero el oficio de su padre. Esto no quiere decir nada en especial, aparte de que el dinero no sobraba en su domicilio. No soy de las personas que juzguen la valía de una persona por su profesión o el grosor de los ahorros en el banco. Hago esta anotación ya que es fundamental para entender lo que ocurrió.
Yo he sido trabajador en un Astillero hasta que un desgraciado accidente relacionado con una grúa, una carga mal estibada y un operario con un par de vinos de más en el cuerpo hizo que, tras un par de meses en el hospital, acabase con una cojera de por vida y la incapacidad laboral permanente. Así fui testigo de cómo mi vecinita se iba desarrollando, y tenía una amistad bastante estrecha con la familia. A pesar de llevarle 35 años a la criatura, no la apreciaba como se aprecia a una sobrinita, créanme. Nunca jamás había hecho nada de lo que avergonzarme, ni espiarla, hacer el mas mínimo comentario sobre ella, y ni mucho menos rozarla. Nunca he sido de esos que molestan a las criaturas. Pero el corazón del ser humano es como es, y si Mónica excitaba mis bajas pasiones, eso era algo que requería una disciplina mental para dejar de pensar en ello que yo no tenía. Asistí a su Primera Comunión, la vi pasear con su primer novio, la vi crecer en definitiva.
Un mes de octubre, ocurrieron un par de cosas que hicieron que una simple atracción por una bella joven diese paso a algo más. No soy un jugador habitual, pero en una quiniela me tocó un dinerito. No demasiado, estamos hablando de lo que ahora serían unos 3000 euros. No como para cambiar mi vida… pero si como para alguna alegría. Y una noche escuché como Mónica discutía a grito pelado con sus padres. A veces los adolescentes pueden ser muy ciegos y egoístas, influenciados por la sociedad consumista en la que estamos inmersos. Sus padres trabajaban mucho para que no les faltase educación, todo lo necesario para una vida cómoda, y más de un capricho como ropas de marca o videojuegos. Pero Mónica tenía dos hermanos, y nunca ha sido barato criar a tres hijos. Así que les chillaba que su paga era miserable, que no tenía dinero para salir con sus amigas sin sentirse una vagabunda, que eran unos roñosos… Al final su madre se echó a llorar, y Mónica se ganó un (bien merecido) bofetón. Así acabó el tema, pero entendí la situación de esa chica. A su edad se encontraba excluida, no podía llevar todos los objetos de consumo que la integrarían en la "normalidad", y se sentía como fuera de su grupo. Eso puede ser muy duro, y si no pregúntenselo a jóvenes de esa edad. Por cierto, no es que yo fuese un chismoso, es que vivo justo encima de ella, y la discusión se mantuvo en un tono de voz muy elevado.
Esos dos elementos, al combinarse, crearon un coctel de lujuria que me sedujo. Yo tenía un dinerito del que nadie sabía, Mónica estaba rabiando por un extra dinerario, y no me quedaban demasiados años de vigor sexual. Tuve remordimientos, que fueron acallados por las erecciones que experimentaba pensando en poder acceder a los secretos del cuerpo de mi vecinita. Pronto mi mente se llenó de planes sobre cómo hacerle una propuesta que no rechazase, como evitar que otros pudiesen enterarse de si algo ocurría… No me costó demasiado llegar a una conclusión. Conocía los hábitos de esa familia a la perfección. Sus padres trabajaban hasta tarde. Sus hermanos los martes tenían entrenamiento de futbol. Así que esa tarde, y solo esa, Mónica llegaba a casa sola, y así permanecía durante unos noventa minutos. No podía llevar a su novio a casa, que lo tenía como es obvio siendo tal belleza, ya que su previsora madre tenía dicho a una vecina que vigilase no entrase en casa con el chico en esa tarde en que estaba sola, ya se sabía como eran los jóvenes. Su santa madre debió tener en cuenta como éramos los maduritos. Mónica entraba en el portal, revisaba si había correo, y entraba en la casa. Esa era mi vía de acceso a ella.
Un martes por la tarde, cuando no había ningún miembro de la familia en el domicilio, metí con todo disimulo sin que me viese nadie un sobre en su buzón de correos, un sobre blanco y sin señas identificativas. En él estaba escrito a máquina un simple "para ti". Y dentro, un billete con el equivalente actual a unos 50 euros. No es mucho, pensarán, pero para Mónica eso equivalía a una cantidad no desdeñable. Cuando ella entró en su casa, bajé al cabo de un rato, y comprobé que había recogido el sobre. Repetí la operación el martes siguiente. Una semana más tarde el sobre contenía el equivalente a 100 euros. Entonces los jóvenes no manejaban las mismas cantidades que hoy en día. Eso ya eran palabras mayoras. Lo mismo el martes siguiente. Ya eran cuatro sobres en cuatro martes distintos, y seguro que ya se había acostumbrado a disponer de algo más de dinerito. Calculé que la curiosidad y la codicia debían estar en el punto adecuado. El siguiente sobre contenía el mensaje que podía llevarme al hospital, o al cielo. No había dinero, y solo decía lo siguiente: "Si quieres 200 euros, acércate al parque de (censurado), cerca de la estatua verde. Tranquila, solo quiero decirte algo en un lugar público lleno de gente".
Era lo más seguro que se me había ocurrido. El mensaje no me incriminaba, y si no estaba allí en media hora, daría el tema por concluido. Si no acudía presa de un impulso, no habría nada que hacer. Me senté en un banco junto a la estatua, dando de comer a las palomas. Unos bichos voraces, nunca se hartan de comer. Pensé en cómo me vería ella… su vecino de arriba, que siempre había estado allí. Sé que se puso triste cuando lo de mi accidente, ella tenía entonces once años. No estaba mal conservado, pese a mi cojera, que no requería muletas ni bastón. Pelo cano, no había perdido toda mi musculatura, bien afeitado y vestido con sencillez pero con ropa buena. Mi paga de invalidez no es mala, aunque no de para lujos. Y no tengo familia a mi cargo. Esperé. La vi venir, curiosa e insegura. En el parque había mucha gente, familias, gente haciendo deporte, el policía que siempre andaba por allí a esas horas. Nada tenía que temer del desconocido que le dejaba dinero, aunque ella ya se oliese que era algo turbio, y relacionado con su tesoro. No menosprecien a una chica solo por ser joven. Pero también era curiosa, y yo había notado que estaba más contenta desde que tenía algo de dinerito extra en el bolsillo. La idea de que la estaba emputeciendo no se me pasó por la cabeza, estaba demasiado excitado, pero aunque hubiese sabido cómo iba a terminar, probablemente hubiese hecho lo mismo. Sí, me esperan laaaargos años de purgatorio, pero al menos tendré buenos recuerdos para llevarlos de un modo más ameno. Soy un pobre pecador sin voluntad.
Esa soleada tarde, pese a ser otoño, Mónica vestía una falda de color verde claro, un poco sobre las rodillas, una blusa de manga larga de un color crema que hacía destacar su piel canela, y unos zapatos de medio tacón en negro que me chiflaban. Estaba guapísima… pero es que ella era así, simplemente. No es que se hubiese arreglado para su misterioso comunicante. Observé como caminaba, como las cabezas se giraban tras ella, el pelo que era levantado por la brisa que soplaba. Se acercó hasta unos veinte metros antes de reparar en mí. Sentado dando de comer a las palomas. Con aspecto pacífico y muy tranquilo. Se dio cuenta enseguida de que el juego iba de propinas a cambio de favores íntimos. Ya les he dicho que no era nada tonta, y era obvio. Su vecino le dejaba dinero y luego la citaba en un lugar seguro para hacerle una oferta. Nada comprometedor para nadie si ella se iba, no había pruebas contra mí. Retrocedieron unos pasos, y puso cara de furia. Yo sentía que la había cagado. Se dio la vuelta, el peso de la culpa cayó sobre mí. Jamás volvería a hablarme, había perdido su confianza para nada. Entonces Lucifer me ayudó.
Por aquel entonces los teléfonos móviles comenzaban a hacerse populares y accesibles entre los jóvenes. No como ahora, que uno no puede imaginárselos sin ellos. Solo una parte tenían uno, que era un símbolo de posición y popularidad. Entonces Mónica y yo vimos a una compañera suya de clase, que caminaba con uno pegado a la oreja, para ser vista y envidiada. Las rivalidades entre "amigas" hacen que los duelos a espada entre Samuráis parezcan jueguecitos inocentes. Mónica hizo como que no la veía, pero su compañera la saludó alegremente, antes de continuar su camino. Codicia. Envidia. El demonio debió grabarlas en nuestra alma. Mónica se detuvo. Y se acercó despacio a mí. Se sentó lo más lejos posible de mí en el banco, y tomando unos granos de arroz de la bolsa que tenía junto a mí espero a que le dirigiese la palabra. Tensa. Deliciosamente bella. Yo hablé, y fui sincero por completo. Creo que si hubiese hablado falsamente, se habría marchado.
"No pienses demasiado mal de mí, Mónica. Ya sabes que te conozco de toda la vida. Que no soy una mala persona, y no he hecho mal a nadie voluntariamente. Pero me siento solo, y el vigor se me escapa. Tengo deseos… que no puedo negar, ni lo deseo. Tú eres una perla de luz en mi vida. Despides vida. Quiero verte, palparte si es posible. Solo eso. Nada más que eso. Ansío ver cómo te desnudas para mí, ver como rozas con la yema de tus dedos tus zonas íntimas. Si me lo permites, me gustaría acariciarte con el mayor respeto. Solo con mis manos, ninguna otra parte de mi te tocaría. Y no lo haría donde no me lo permitieses. “Esperé a que asimilase lo que le decía, nada de sexo como tal… solo mirar, tocarse y ser acariciada. Le hablaba con respeto, casi con veneración. "En la bolsa hay 200 euros. Tómalos solo por haberme escuchado. Si quieres aceptar mi propuesta, por una hora, en mi casa, cada martes, en los términos que he mencionado, recibirás 200 más. De interesarte, ven a casa dentro de 5 minutos. Si no, nunca digas una palabra de esto, te lo ruego, como si no hubiese ocurrido".
Me levanté y me fui sin mirar atrás. Entre en casa temblando. 3 minutos más tarde ella llamó empujó la puerta que había dejado entornada, y la cerró tras de sí.
Parecía tranquila y decidida. Solo dijo una cosa; "Dime cómo quieres que lo haga". Yo me senté en un sillón, en la sala de estar, le indiqué con un ademán que se situase ante mí, a unos dos metros. "Desnúdate lentamente, te lo ruego. Deja que las prendas resbalen de tu cuerpo, solo eso.". No diré que estaba tranquila, pero me sorprendió el autocontrol que demostraba. Yo había dejado de ser como alguien de su familia, notaba desprecio bajo su piel, como el que cualquier puta siente por quien la alquila. Pero no odio. Hizo lo que le mandaba. El cierre del sujetador se le resistió. Yo esperé, notando como mi pene se hinchaba hasta reventar. Pero no hice nada, no me lo toqué. Pronto la última prenda se deslizó hasta el suelo. Llevaba ropa interior negra, sencilla pero para mí la más incitante del mundo. Sus pechos eran como los había imaginado, hermosos y notables para su edad, plenamente desarrollados. Morenos, con la marca de un bikini pequeño. Las aureolas algo más grandes de lo que esperaba, pero del mismo color tostado. Me sorprendió como llevaba recortado el pelo del pubis, depilado excepto por una franja vertical que seguía la línea de su sexo. Un vello oscuro y rizado, que me excitada. Ella simplemente esperaba.
"Separa un poco las piernas, y acaríciate los pechos, tómalos desde abajo". Así lo hizo, algo mecánicamente. "Supongo que te tocaras a veces cuando estés sola, no es algo que me incumba, no necesito que me cuentes nada. Solo cierra los ojos, e imagina que estas sola." Así lo hizo, y comenzó a sobarse el pecho para mí. Yo me sentía a reventar, no quería aún, pero debía hacer algo o me iba a dar un colapso. "Lo haces divinamente, solo continua así. Por favor, sin abrir los ojos. En unos minutos habremos acabado." No parecía desagradarle, aunque lo intentaba disimular. En ese momento tuve la intuición de que esa joven sabía bastante de tocarse en la intimidad. No podía más, pero no quería asustarla en esa primera cita, por llamarlo así. Bajé la cremallera de mi bragueta, que hizo un ruido que me pareció ensordecedor. Ella vaciló, y yo me apresuré a hablarle. "Tseee, no pasa nada, tranquila, no me voy a levantar ni pedirte nada más. Solo tócate así, y deja que me alivie. Lo necesito tanto, eres tan bella…".
Comencé a masturbarme, sacudiéndomela con suavidad. Sentía como me temblaban los huevos, con la vista fija en sus tetas, como las movía, como las amasaba. Ella las frotaba la una contra la otra, hacía que se moviesen. Sin decirle yo nada comenzó a pasar sus pulgares por los pezones. No debía ser la primera vez que se hacía un magreo de tetas para su novio. Cuando la leche se me disparó, me corrí sobre un pañuelo, mordiéndome los labios para no gruñir del placer que sentía. Me entraron unos temblores en el cuerpo que no había sentido desde hacía años… Quedé exhausto, había sido un orgasmo como pocos había tenido en mi vida.
"Gracias, Mónica, muchísimas gracias. Me retiró para que puedas vestirte, supongo que estarás cohibida. No sabes cuánto te lo agradezco. En el cajón superior del aparador está tu propina. Si lo deseas, te espero el martes que viene. Y si no es así, gracias por esta experiencia. Juro que jamás diré nada a nadie". Me levanté, y con paso tembloroso me dirigí a mi dormitorio, donde me tendí. Escuché como se vestía y abandonaba sigilosa el apartamento. Yo me quedé allí tendido, mirando los últimos destellos del sol sobre el techo de mi cuarto.
El martes siguiente acudió puntual a su cita. Todo se desarrolló como nuestra "primera vez", solo que en esta ocasión aguanté un rato más. La admiré mientras se acariciaba el abdomen y los muslos. Pasó sus manos por sus nalgas duras y redonditas para mí. No le indiqué que se acariciase el sexo. También la deje sola para que se vistiese, tras agradecerle sus atenciones. Una semana más tarde, me sorprendió con un tanguita de color rojo en lugar de su ropa interior negra sencillo. Era un modelo muy sexy, impropio de una jovencita como ella. Aguanté un poquito más, miré mientras se abrazaba, mientras jugaba con su pelo, se separó un poco las nalgas, la escuché jadear y no parecía fingido. No puedo jurarlo, no creo que fuese teatro. En esa ocasión vino a mi dormitorio cuando se vistió. Quería hacerme algunas preguntas, y yo se las iba a contestar con sinceridad.
– "Te gusto yo de un modo especial, o es simplemente que soy la que tienes más a mano para darte el gusto?"
"Eres muy especial. Si me hubieses rechazado no se lo habría pedido a ninguna otra. Ni lo he hecho antes. Eres mi luz, y digo la verdad"
-"Supongo que esperaras que algún día me acueste contigo, por más dinero, cuando te coja confianza.
"No, te equivocas. Lo que te dije en el parque es la verdad. Solo quiero verte… tocarte cuando estés preparada. Solo donde tú me dejes. Sé cuál es mi lugar, te llevo 35 años… sería grotesco. "
-"Como te sientes cuando me voy?".
"Te juré que jamás se lo diría a nadie, y eso significa nadie. Ni a un confesor. Cuando muera, lo haré en pecado mortal. Eso me pesa… pero el placer que experimento lo considero un pago justo por la condenación eterna. No te tocaré más que con mis dedos, eso es todo lo que te pido".
Mónica se fue tras haber obtenido esas respuestas. Volvió la semana siguiente. Con el mismo tanga. Más suelta, más decidida. Cuando yo estaba a punto me susurró que esperase un poco… "Cuando salgo de aquí y me encierro en casa, me masturbo de lo caliente que me pone hacer esto. Es un desperdicio que lo haga sola… cuando puedo hacerlo para ti". Se puso de cuclillas de cara a mí, y comenzó a acariciarse el sexo. Estaba muy caliente, excitada por el numerito. Se acarició la zona del clítoris, pasándose un dedo sobre la rajita, sin llegar a penetrarse. Su respiración se aceleró, comenzó a sudar, se corrió ante mis ojos. Yo lo hice unos segundos después, cuando ella derrengada se dejó caer de rodillas, con el pelo sobre el rostro. Yo recuerdo que le di las gracias con lágrimas en los ojos.
La semana siguiente me atreví a pedirle permiso para acariciarla yo. Ella accedió sin ningún impedimento. En los últimos años no había tenido práctica, pero sí que habían pasado por mis manos una buena cantidad de hembras en mi juventud. La acaricié para que gozase ella, no como un viejo libidinoso que soba para su placer. Al final se colocó de motu propio sobre mis rodillas, las piernas separadas, mis dedos bailando sobre su sexo. No creo que le hubiesen hecho nunca una paja como aquella. Como no quería mancharla con mi leche, me hice la paja sobre el pantalón mientras ella permanecía sobre mi regazo, y su mano rozaba la mía mientras lo hacía.
Así fuimos llegando a más en cada martes, cita a la que nunca faltó. Con la confianza de que le decía la verdad y no lo que quería oír se fue soltando, y aunque no estaba en nuestro acuerdo, comenzó a masturbarme ella misma, y su mano suave se deslizaba sobre mi rabo mientras yo creía que me moría de placer. Mónica no era ninguna novata, sabía excitar a un hombre y como hacer una paja… y eso que solo contaba con 18 años. Comencé a asustarme por el mundo cuando se hiciese mayor. No creía que la humanidad estuviese para soportar el impacto de mi querida Mónica cuando llegase a la madurez sexual. Así pasaron un par de meses más, y el dinero se me iba agotando. Bendita quiniela. Tras acabar una sesión en la que ella estuvo especialmente activa, tanto que se corrió dos veces bajo mis caricias, le dije mientras le acariciaba el cabello que me estaba quedando sin dinero… le ofrecí paga doble ese día, pero que no podíamos seguir así. Ella se quedó pensativa y como triste… no dijo nada. Me dio un beso, el primero y el que entonces creí sería el último. En la mejilla. Me había masturbado y yo había jugado con su cuerpo, pero jamás me había besado.
Y con los años el mundo hubo de enfrentarse a ella. Se hizo modelo, después la amante de un famoso futbolista. Consiguió escándalos, exclusivas. Cuando acabó con el deportista, se convirtió en la amante de un político sesentón. Grabó sus encuentros con él, se pagó una cifra record por esas imágenes. Mantuvo una vida escandalosa pero a la vez ordenada, sin perder la cabeza, con unos límites de los que no se salía. Porque sabía que era importante mantenerse dentro de lo pactado, hasta que el acuerdo expiraba. No había que defraudar a tu "socio". Ustedes se preguntaran que como lo sé… muy sencillo. El martes siguiente, mientras meditaba sobre lo que había vivido con Mónica y suspiraba por ella, alguien dio unos golpecitos en mi puerta. En el suelo ante ella, había un pequeño sobre blanco. En su interior, una sencilla nota. “Si deseas ganarte un céntimo, no tienes más que dejar la puerta abierta para mí. Subiré en cinco minutos". Nunca en la vida me ha importado tan poco que me ofreciesen una miseria tal por mis servicios. Por cierto, nunca lo cobré. Mónica tenía la cabeza bien amueblada en cuanto al dinero, conocía el valor de hasta la última moneda. Me gusta pensar que eso también lo aprendió de mí. Un cielo.