Las mujeres se iban quedado rezagadas. Su continua charla y las dos pequeñas las tenían lo suficientemente entretenidas como para no poder avanzar mucho, pero eso a ellos no les importaba demasiado; porque, había ciertos detalles que hacían de esa pequeña marcha algo estimulante… como por ejemplo, el hecho de que Emilín, a una distancia de 1, o, 2mts, delante de ellos, no se hubiera puesto el pantalón después de salir del agua y dejara a la vista su imponente culo, tan solo cubierto con un pequeño speedo.
Álvaro y Benito, subían encantados mirando ese par de glúteos. No podían quitarle ojo…
Poco a poco, iban llegando a la casa de Mercedes, que llamó a Benito, para pedirle que se adelantara y pusiera a punto el agua de la piscina.
– Voy a preparar la piscina, niño… ¿te vienes?, le preguntó a Álvaro
– ¡No, deja!, que estoy que no puedo ni con mi alma.
Entonces, Emilio se dio la vuelta; y se ofreció a acompañarle
– ¡Espera!, que voy contigo.
Ellas se habían parado y formado un corrillo en torno a la niña de Mari Angeles, que no dejaba de llorar; por lo que Álvaro se acercó hasta donde estaban.
– ¿Que es lo que pasa, Rosa?
– ¡Esta, loquita!. Que ya sa caío unas cuantas veces, y mira como tiene las roillas…
Benito y Emilio ya había llegado a la casa; y se habían puesto manos a la obra…
Pero escucharon el saludo de Pepe desde la verja.
– ¡Buenas!… ¿que estáis haciendo ahí, los dos?
– ¡Hola, Pepe!… pues, ¡ya lo ves!. Que hemos venío a poner a punto el agua de la piscina, ¿y tu?…
Emilio, miró a Pepe, con una sonrisita en los labios; y no pudo evitar preguntarle.
– ¿Que tal? ¿Cuando habéis terminado?
– ¿La fiesta?…
… yo me he venido temprano, pero allí todavía quedaba marcha de sobra. El niñato ese, Eugenio, ¡es una verdadera fiera!… insaciable, niño. ¿Pa que te vi a contar?.
– ¡Bueno, anda!, ¡pasa!… y, dejaros de charla; que esta barbacoa, tiene que ser, la mejor barbacoa del año ¿vale?, dijo Benito
– ¿Hasta cuando estás aquí?, niño… le preguntó a Emilio…
– ¡Hasta mañana!. El sábado tengo partido.
Se habían arrodillado en una esquina, en la que Benito tenía todos los artilugios para el control de la piscina metidos en un hueco hecho en el suelo; y Emilio intentaba ayudarle, manteniendo abierta la tapa del deposito del cloro, mientras lo recargaba.
Pepe, que ya se había acercado a ellos, también se arrodilló; pero no precisamente a ayudarles.
Como el que no quiere la cosa, dejó sus manos sueltas, y se le enredaron entre las piernas de Emilio…
Y se le escapó…
– ¡Ay!, como me pones, niño…
Al oír esto, Benito, que estaba terminando de echar el cloro, giró la cabeza, y vio lo que vio; y le miró desafiante…
– ¿A eso has venío?… ¿a tocarle el culo a mi sobrino?
– ¡Tranquilo, tito!, que no pasa nada, dijo Emilio, poniéndole la mano en el hombro.
– ¡Perdona, quillo!, que no he querío ofender, ¡eh!… se disculṕo Pepe.
Entonces Benito miró a su sobrino, y luego a su reloj; y vio que ya eran las 14:35.
– ¡Mira!, Emilín… Mercedes es muuu tranquila pa tó, ¡niño!… y como veo que tienes ganitas de jaleillo, podemos meternos en el taller, ¿te parece?.
Pepe y Emilio soltaron una carcajada…
… pero le siguieron hasta llegar a un lateral de la casa, en el que había una puerta metálica de color verde.
– ¡Por aquí, por aquí!, dijo empujándola.
– Aquí es donde mejor lo paso, ¿verdá, Pepe?… ¿te acuerdas de cuando te arreglé el motor de la “Paloma”? (la lancha de Pepe)
– ¡Ya lo creo!. Si no es por tí….
Entraron hasta el fondo y Emilio se puso a curiosear con verdadero interés…
– ¡Que bien acondicionado tienes esto, tito!, dijo; y sintió las manos de su tío acariciándole el culo.
– ¡Tu si que estás bien acondicionáo!, niño…
Le rodeo con los brazos, pegándose a él y diciéndole al oído:
– No podía imaginarme que te hubieras puesto tan rico, niño… ni que te gustara tanto un buen rabo.
Pepe se percató, y enseguida se acercó a ellos, empinándose un poco para comerle la boca…
Luego, bajó hasta el cuello y empezó a besarle pendiente de Benito, que le estaba quitando el speedo…
Y, ahora, arrodillado, le comía la polla mientras Benito se embadurnaba el rabo con saliva y le escupía en el ojete…
Luego, pegó un buen empujón y…
– ¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay!, ¡que cabrón!… se quejó Emilín…
– Pero, ¡que polvo tienes, niño!… ¡me vuelves loco!
Y, poco a poco, inicio un mete saca que en minutos se convirtió en algo absolutamente febril.
– ¡Que güeno, estás , niño!… ¡que güeno estás!
Solo fueron cuatro, o cinco minutos… porque, enseguida escucharon a la Nuri alborotando y el ruido típico de una puerta metálica al abrirse.
– Ya están ahí, dijo Pepe, subiéndose los pantalones.
– Que mala suerte, ¡coño!… ¡con lo que tardan pa tó!…
Salieron del taller, como si tal cosa… y se encontraron con Marcos, que estaba buscando una hamaca para tumbarse; y cuando vio una pegada a la pared, junto a la puerta del taller, la cogió y siguió hacia adelante.
– ¿Donde vas por ahí Marcos?, dijo Pepe.
– Al otro láo, que es donde da la sombra…
– ¡Ah!… ¡vale!, ¡vale!… ¡venga!
A pocos metros de la piscina, y junto a la pared, habían colocado una plancha y una parrilla, en la que iban a preparar la comida. Y la mesa grande ya estaba preparada con sus sillas y sillones alrededor de ella.
Las dos niñas, chapoteaban en el agua de la piscina pequeña… y Mari Ángeles sentada en el bordillo, no les quitaba ojo.
Emilio decidió darse un chapuzón; y entró en el agua como de costumbre, se aproximó al bordillo y saltó para hacer una carpa. Y Mari Ángeles, se arrancó a aplaudir.
– ¡Que bien lo haces!, le dijo cuando salió del agua
– ¿Te ha gustado?. Pues la que voy a hacer ahora, te la dedico…
Y volvió a saltar…
Pepe también aplaudió; no podía dejar de mirarle…
Mercedes empezó a repartir chuletas de cordero y sardinillas…
– Que no se os queden frías ¡eh!… que calentitas están mas ricas.
Y Marcos, sentado en un taburete partía la morcilla y la longaniza.
Empezaron a comer y…
– ¡Vaya!, parece que hay hambre ¿eh?
No faltaban las bromas, ni risas. La alegría flotaba en el ambiente; y cuando llegó la hora del café, Mercedes también le ofreció helado de turrón a las niñas y a Mari Angeles.
Benito y Emilio empezaron a charlar; y sin darse cuenta, poco a poco, fueron separándose del grupo… hasta que terminaron dentro del Audi, recién comprado, que Benio, sin duda, quería enseñarle a su sobrino.
– ¿Te gusta?
– ¡Ya lo creo!… ¡menuda, joya!.
– Pues, esta tarde quiero llevármelo al club.
– ¿Que club?, tito…
– El de jubiláos… ¿así que, si quieres venirte?, lo estrenas.
– ¿Al club de jubilados?
– Es un club privado, ¡eh!… no te vayas a pensar…
– ¡Ah!, entiendo…
… y, ¿quieres que vaya contigo?.
– Pues si, me gustaría, ¡la verdá!. Y a ti, creo que también… ¡estoy seguro de que te lo pasarías mu bien!.
– ¡Pues, ya está!. Me preparo y nos vamos después de dejar a los abuelos ¿vale?.
– ¡Eso es!
– ¡Ok!… y ¿como lo hacemos?
– Pues, tu estate preparáo a las 19:30, y me paso a recogerte ¿vale?…
Después…
… a eso de las 18:30, Marcos todavía dormía en la hamaca, pegado a la pared de la casa… pero, Dolores le estaba diciendo a su hermana que ya tenían que irse. Y Álvaro, Rosa y Mari Ángeles, también estaban recogiendo ya sus cosas.
Sin embargo, Pepe, aún de sobremesa, leía unos papeles que, aparentemente, le mantenían muy entretenido.
– ¡Bueno!, ¿y que vas a hacer esta tarde?, le preguntó Benito.
– ¡Pues!…
… había pensáo en estar contigo y Emilin, a lo nuestro ¿no?… ¡tu ya me entiendes!
– ¡Ah!, pos entonces mejor te vienes pa Almería.
– ¡Ah! ¿Que te vas pa Almería esta tarde?
– ¡Si!. Y me lo llevo al club conmigo…
… quiero que los chicos le conozcan.
– Pues, ¡claro!, eso está hecho. Esta tarde nos lo llevamos pa Almería.
– Entre las 19:15 y las 19:30, me paso por tu casa ¿vale?.
– ¡Mu bien!
Y, a esa hora, escuchó el claxon del Audi de Benito, que aparcaba frente a la puerta de su casa…
– Mejor que Emilín vaya de copiloto, ¿no?.
– ¡Si, mejor!
Y cuando llegaron a casa de Marcos y Dolores…
– ¡Oju, niño!… se van a quedar flipáos cuando vean el regalito que llevamos.
Después de que Emilio hiciera acto de presencia y se subiera en el coche, Benito arrancó y se enfiló hacia la carretera que los llevaba a la autopista; y enseguida las manos de Pepe empezaron a hacer se las suyas en el cuello de Emilín.
– ¡Oye, Beni!, antes de salir a la autopista, para el coche en algún sitio; que me lo hago.
– ¡Si, yo también quiero!, dijo Emilio.
Y, un poco mas adelante, entre unos arbustos, pudieron desahogar sus vejigas…
Pepe quería engatusar a Emilio, para sentarlo a su lado; pero, no quería que Benito se molestara y protestara.
Y cuando terminaron de mear, lo había conseguido. Emilio se subió detrás, con él.
– ¡Que!, ya vais a empezar la fiesta, ¿no?
Pepe miró al espejo retrovisor, y le guiñó un ojo.
– ¡Hay que calentar motores, niño!.
Aparcaron muy cerca, del club; y nada mas entrar, unas cortinas de terciopelo rojo, situadas a la derecha, daban paso a una salita, a modo de recepción.
Benjamín, apoyado sobre el mostrador del guarda ropa, leía una revista de investigación, por puro entretenimiento. Pero, en cuanto vio entrar a Benito, lo dejó y se dirigió a él.
– ¡Buenas tardes! D. Benito…
– ¡Hola!, ¡buenas tardes!… ¿que haces aquí?
– Es que, D. Prudencio me ha pedido que vigile la entrá; hoy tenemos un invitáo especial… y no quiere sobresaltos.
– ¡Ah!… ¡perfecto!. ¿Somos muchos?
– De momento, solo seis…
… y Vds, ¡claro!…
– ¡Está bien!. Pero, nosotros queremos un reservado, ¿no?; y miró a Pepe.
Pepe asintió con la cabeza…
– Les parece bien el número 3.
– ¡Perfecto!
Entraron en el bar, y vieron a Cesar, el chico del chiringuito, en compañía de Prudencio y Antoñito, que en la barra; uno aun lado y otro al otro, se lo estaban trabajando mientras tomaban algo. Algunos curiosos, sentados en la mesa de al lado miraban atentamente sus maniobras.
– ¡Coño!, mira quién está ahí, dijo Pepe…
Emilio se alegró de ver a ese machote, de tan buen porte allí. Sabía que a pesar de ese semblante tan serio, era un tío completamente accesible; y además, guapísimo.
– ¡Bffff!… ¡madre mía!… ¡que rico está el condenáo!. ¡Mira!, ¡mira!… como le tocan el culo
Pruden y Antoñito se mantenían bien pegaditos a él; y lo manoseaban con absoluto descaro…
– ¡Se están bebiendo los primeros cubatas!, dijo Benito… y se les ve a gusto, ¡eh!…
El chico recibía las caricias sin inmutarse. Y Pruden, ya había empezado a tocarle el rabo. Antoñito, sin embargo se había movido un poco para colocarse detrás de él y acariciarle entre la piernas, jugando con la raja del culo, presionandola de arriba a abajo. Y cuando vio que Pruden le empezaba a besar en el cuello, le cogió de los huevos y metió la cara entre las nalgas.
Simón, que estaba mirando el percal, en la mesa de al lado, levantó la mano para que Benito le viera.
Y Benito se acercó a él.
– ¡Ya veo que hoy traes muy buena compañía, eh!.
– Es mi sobrino, que ha venido a pasar unos días con nosotros. Luego te lo presento.
– ¿Y porque no ahora?
– ¡Emilin!. Así le llamamos nosotros; y solo tienes que mirarlo para darte cuenta de que es un ejemplar poco corriente. ¿Verdá, Pepe?
– ¡Encantáo!; y le echó mano al paquete…
… yo soy Simón, cogiéndole la mano y llevándosela junto a la bragueta.
Emilio, miró a su tío.
– ¡Niño!, estás en confianza. Aquí venimos tos a lo mismo; y le cogió de los hombros para comerle los morros delante de todos.
Y cuando Pepe vio esto, aprovechó para acercarse a los dos, y tirando de las caderas del chico, arrimarle la cebolleta entre las nalgas; y demostrarle a la mesa, que el chico era de ellos.